viernes, 28 de junio de 2013

Black Mirror, segunda temporada (2013)

Aterradoramente cercana

Hace poco comentaba la primera temporada de esta serie de la BBC, una crítica impactante a las nuevas tecnologías de la comunicación, y su simbiosis con la vida cotidiana. El periodista Charlie Brooker, su creador, en tan sólo tres capítulos independientes planteaba ficciones que daban cuenta del alcance y los peligros de los cambios sociales recientes, con la premisa de “si la tecnología es una droga –y se siente como una droga– entonces, ¿cuáles serían sus efectos secundarios?”. Cada fragmento, opresivo y al borde de lo pesadillesco –sobre todo por la cercanía con lo que podemos vivir día a día en los medios y las redes sociales– estaba dotado de una coherencia, un atractivo formal y una capacidad para inquietar e incomodar que los volvía imborrables. El autor ha dicho recientemente que “da la impresión de que la mitad de las cosas que contamos en la primera temporada están pasando. Hay prisioneros en cárceles brasileñas montando en bicicletas estáticas para conseguir la reducción de la pena y Google Glass es prácticamente un incumplimiento del copyright de 'Tu historia completa'. Afortunadamente, de momento nadie ha hecho un chantaje vejatorio con cerdo incluido. Pero si las historias de la segunda temporada empiezan a pasar, entonces sí que estaremos en peligro".
En esta temporada fueron concebidos tres nuevos episodios. El primero de ellos “Be right back” (“Vuelvo enseguida”) relata la historia de una chica que se entera de que está embarazada poco después de que su novio muere en un accidente. Un sitio web le ofrece un extraño servicio: la posibilidad de chatear con su amado fallecido, gracias a una tecnología que se nutre de la información existente en las redes sociales –todo lo que él escribió y posteó en chats, Facebook, Twitter, etc- y gracias a la cual se pueden emular sus respuestas y sus reacciones. El episodio refiere a varios temas cruciales simultáneamente: la incapacidad del ser humano contemporáneo de afrontar naturalmente los dolores –ya sean mentales o físicos–, y el consumismo derivado de esta imposibilidad (que tiene como contrapartida un gran oportunismo empresarial). Lo inconcebible del asunto es que hoy en día existen páginas web que permiten que una persona postee y actualice su estado en las redes sociales de forma póstuma, como la inquietante DeadSocial, por lo que las similitudes de este episodio con el mundo real no son precisamente una minucia.

Cada entusiasta de esta serie tiene su capítulo favorito y este cronista considera que el segundo, “White bear” (“Oso blanco”) es el mejor. Su comienzo es abrupto: una mujer se despierta en medio de una casa, con un fuerte dolor de cabeza y una amnesia galopante. No sabe quién es ni cómo fue a parar ahí, y para colmo las circunstancias que se suceden le son terriblemente adversas. En la calle, todas las personas que la ven se dedican a filmarla con sus teléfonos celulares, y unos seres disfrazados la acosan y la persiguen, queriendo asesinarla –o algo peor–. Es así que todo este tenso episodio transcurre en el más absoluto desconcierto, sin llegar a comprenderse quién la persigue ni para qué, quién es ella y por qué está ahí, y de qué demonios va todo este asunto. El desenlace, tan redondo como angustiante, trae las respuestas a esas preguntas. Aquí se pone el foco en los más retorcidos instintos voyeuristas existentes en la sociedad, exaltados y explotados desde los medios. A su vez, de una temible vuelta a las formas populares de castigos ejemplarizantes, con nuevas dimensiones facilitadas por la tecnología.
En cuanto al tercero, “The Waldo moment” (“El momento de Waldo”) parecería haber cierto consenso en que es el peor de la serie. No por falta profundidad o de interés temático, sino por un tono panfletario y aleccionador que hasta hoy había estado ausente. Waldo es un oso animado, una estrella en ascenso en los programas de televisión que básicamente se dedica a hacer chistes escatológicos y a mofarse abiertamente de sus interlocutores, políticos ingenuos que quizá esperan una simpática entrevista o una vía para ganar popularidad, y que sin embargo dan con todo lo contrario, con la burla sangrienta y el mancillamiento mediático. El episodio da cuentas de cómo la opinión pública puede generar engendros destructivos y caníbales que pueden acabar hasta consigo mismos.
Aún en sus peores tramos, Black mirror llama a la reflexión, al cuestionamiento, a la autocrítica. Y quizá ninguna otra sea tan acertada exponiendo una sociedad que enferma sin darse cuenta. 

Publicado en Brecha el 28/6/2013

viernes, 21 de junio de 2013

El hombre de acero (Man of steel, Zack Snyder, 2013)

Como rompe 


Lo que en Superman (1978) se mostraba en unos diez minutos, acá se demora cerca de una hora. La destrucción de Kriptón y sus formas de vida, la existencia de ese mundo lejano, todo aquello que quedaba libre a la imaginación del espectador, queda aquí expuesto en una introducción poco interesante, más bien predecible e intercambiable con otras. La civilización que consumió los recursos naturales del planeta hasta destruirlo. El nacimiento del niño que significará el legado de una raza extinta. Su envío a la Tierra. Una vez llegado a su nueva casa, el hombre ya crecido que se pregunta la razón de su existencia, que salva mucha gente porque claro, es muy bueno, pero sigue sin entender aún qué tiene que hacer en la vida. Por fin aparece el padre, o una imagen holográfica de su verdadero padre y le explica otra vez todo lo que ya vimos al principio, y algunas cosas más. Simultáneamente a la comprensión de sí mismo y de la dimensión de sus poderes aparecen los malos (por suerte hubo una sincronización), esos tres villanos escapados de Kriptón y que recién comenzaban a molestar y a querer dominar la Tierra en Superman 2 (1980) son aquí unos cuantos más –como ocho–, pero para entonces ya el espectador está demasiado aburrido. Superman no hizo nada para ganarse su simpatía, el conflicto se demoró mucho, y tanta explicación y justificación empiezan a volverse molestos. 
Luisa Lane –Amy Adams, quizá la mejor del reparto– ya demuestra en su primer diálogo que es una mujer resuelta y que se enfrenta a un mundo de hombres utilizando un lenguaje de camionero –una muestra de feminismo mal comprendido, por el cual se adoptan los mismos vicios que se critican–. Cuando llega la primera mitad de la película, la cosa ya empieza a moverse, y de qué manera. El director Zack Znyder (300, Sucker punch) apuesta a la ruptura de tímpanos –cada vez que Superman sale volando suena un estruendo- al diálogo grandilocuente y a la destrucción edilicia: algo así como una cincuentena de rascacielos son destruidos durante la película aunque nunca se ve morir a los civiles cuando los edificios caen (es increíble como la censura desde la transmisión televisiva de los atentados del 11 de septiembre del 2001 se ha mantenido inalterada). Con tanta acumulación de destrozos sin ningún respiro, uno deja de sentirse impactado por los efectos, deja de preocuparse por las posibles pérdidas, y hasta se olvida de cuáles villanos fueron abatidos y cuáles no. Los malos no escapan al estereotipo y no parecen esconder dimensión emocional alguna. 
Eso sí, hay alguna pelea callejera –a trompada limpia y a toda velocidad entre seres superpoderosos que vuelan y atraviesan cosas– que parecería no tener precedentes en cuanto a contiendas filmadas. Las escenas de vuelo respiran libertad y los efectos visuales en general están muy logrados – mejor que así fuera, hubo 225 millones de dólares volcados–, pero cuánto bien le hubiese hecho a esta película un mínimo de sustancia, y algo de aire entre demolición y demolición. 

Publicado en Brecha el 21/6/2013

miércoles, 19 de junio de 2013

El cine de Abdellatif Kechiche

La inmigración desde dentro

La sensación de realismo que transmiten las películas de Kechiche es asombrosa. El enfoque tembloroso, la abundancia de primeros planos y de planos secuencia en los que la cámara se entremezcla con los personajes como si fuera uno más de ellos, el extenso y logrado trabajo con actores -en su mayoría no profesionales- son algunos de los factores que llevan a esta ilusión. En las largas tomas, los personajes muchas veces hablan entre sí al mismo tiempo, se pisan, repiten conceptos que ya dijeron anteriormente, despertando la ilusión de una charla improvisada y de la ausencia de guión. Reforzando este naturalismo, muchas veces no es clara la dirección en la cual se encauza la narración, no se entiende con claridad la función de las distintas escenas dentro del todo, como si más que películas, nos enfrentáramos a azarosos retazos de vida. 
Por todos estos elementos, y por centrarse frecuentemente en cuadros adolescentes, el cine de Kechiche es comparado con el de otros grandes cineastas europeos como el de los hermanos Dardenne y Ken Loach. Pero quizá haya cierta diferencia importante en el registro de éstos y el de Kechiche. La distancia y la austeridad casi-documental propia de los hermanos Dardenne es prácticamente contraria a su cine, y tampoco tendría cabida la vocación claramente política y de denuncia de Loach. Y es que el cine de Kechiche está hecho, ante todo, desde la pertenencia. Este punto es crucial; Kechiche es un tunecino que desde los seis años vive en Francia, que creció en contacto permanente con otros inmigrantes sintiendo en carne propia la discriminación y las dificultades de la integración social. Si bien sus cuadros exponen realidades adversas, ante todo acompañan a los personajes en sus conflictos más mundanos, dando cuenta de sus esperanzas, sus sueños, sus penurias, sus amistades, sus pasiones, sus desamores. Su política está ahí, en otorgarle a los desplazados un perfil psicológico, su derecho a estar dotados de una densidad emocional. 
A grandes rasgos, podría decirse que la inmigración es uno de sus grandes tópicos. Su primera película, La faute à Voltaire (2000) se centró precisamente en un joven tunecino que emigra clandestinamente a Francia, y que debe apañárselas para ganarse la vida de alguna manera, siendo rechazado una y otra vez por ser un indocumentado. Pero la película no parece enfocada en esta dificultosa inserción, sino en sus encuentros amorosos con un par de chicas. Una de ellas (la imponente Elodie Bouchez) es una de las mujeres ninfómanas mejor concebidas que haya dado el cine, entrañable y apartada de cualquier estereotipo. Aquí Kechiche ya hacía por primera vez uso de un erotismo muy peculiar, quizá no tan centrado en las escenas de sexo o los desnudos (que también las hay) sino en el particular y sutil poder de seducción de los personajes. Luego, El amor esquivo (2003) cuenta la historia de un grupo de jóvenes árabes de la banlieue, suburbios de París, que ensayan una obra de Marivaux. Pese a la constante sensación de peligro y de una violencia constante, se logró insuflar vida a media docena de caracteres cuestionables y reprobables, que si bien pasan gritándose y destratándose, dejan entrever a su vez que son individuos vulnerables, sensibles, presos de su entorno y de sí mismos, obligados a mantener una fachada amenazante con tal de no verse abatidos. Respecto a esta historia particular, Kechiche comentaba: "Los barrios humildes de extrarradio se han estigmatizado hasta tal punto que es casi un acto revolucionario situar en ellos una acción cualquiera que no trate de agresiones, drogas, mujeres violadas ni matrimonios forzados. Yo tenía ganas de oír hablar de amor y de teatro, para variar." 
En la imponente Cuscús (2007), en la costa del Mediterraneo francés, un magrebí de sesenta años se dispone a abrir un restaurante en un barco, encontrándose con unas cuantas dificultades (burocráticas, familiares, sociales) en el camino. Con un íntimo acercamiento a un núcleo familiar tan ruidoso como adorable, se conduce al espectador a puntos extremos de tensión e indignación, y una vez más se hacen presentes los problemas laborales, la delincuencia, la exclusión y la violencia xenófoba. El trazado de los personajes femeninos siempre fue un punto alto, pero aquí se da una dimensión de poder a las mujeres árabes –son ellas las que enfrentan las adversidades y las que sacan adelante iniciativas que los hombres abandonan- escapando a los perfiles sumisos que se les suele dar desde occidente. 
Con Venus noire (2010) hay un salto genérico importante. Aquí pasamos a una adaptación histórica centrada en el horrendo caso real de la llamada despectivamente “Venus Hotentota”. En la Academia Real de París, en 1817, el anatomista Georges Cuvier exponía lo que para los especialistas era una curiosidad: los genitales extirpados de una mujer africana de la tribu Khoi Khoi, que tan sólo unos meses antes había atravesado las más lamentables penurias, comercializada para múltiples tratos degradantes. La mujer existió y se llamaba Sara Baartman, y fue una víctima del colonialismo mental y del racismo científico. Recién en 2002 Francia accedió al pedido de repatriación de sus restos, 60 años después de las primeras solicitudes. La película, demoledora, expone con aguda lucidez relaciones de poder que no dejan de ser otra cosa que esclavismo y trata camuflada, en las que la víctima puede ser manipulada mediante engaños y falsas promesas. Luego de ver esta película puede llegarse a la conclusión de que las formas de pensar no han cambiado demasiado desde entonces, ni tampoco estas prácticas. 
La quinta película del director, La vie d’Adele arrasó este año en Cannes, compitiendo nada menos que con cintas de Jim Jarmusch, Hirokazu Kore-eda, Takashi Miike, Asghar Farhadi, Alexander Payne, James Gray, los hermanos Coen y Jia Zhang-ke. Lo que más se viene comentando en los medios (cuando no) es una escena de sexo explícito de diez minutos entre las jóvenes y bellísimas Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux. Pero por lo que se puede saber hasta ahora, Kechiche desplegó aquí un detallado estudio del amor lésbico, reincidió en sus cuadros adolescentes y en ese trazado de perfiles humanos con los que es fácil identificarse, y que personifican tan bien la vida misma. 

Publicado en Brecha el 14/6/2013

viernes, 14 de junio de 2013

Después de la Tierra (After Earth, M. Night Shyamalan, 2013)

La Tierra vs. el hombre 


A veces se da. Cineastas brillantes suelen filmar películas terribles, y también lo opuesto, directores mediocres pueden lograr películas muy buenas. El arte es impredecible, el ser humano imperfecto y el talento variable, y por lo tanto conviene desligarse de ideas previas sobre los realizadores y observar y disfrutar las obras como unidades independientes, más allá de precedentes o autorías. 
El director indoamericano M. Night Shyamalan parecería personificar como nadie esta disparidad. Luego de un notable debut (Sexto sentido) fue empantanándose cada vez más, entregando un bodrio atrás del otro hasta llegar a niveles de infumabilidad extrema. Pero cuando uno menos se lo espera pueden darse ciertos fenómenos extraños, como esta película.
En un futuro próximo la contaminación en el planeta Tierra lo vuelve un sitio inhóspito para el ser humano, por lo cual la civilización debe trasladarse a otros confines del universo. Cuando miles de años después un legendario general (Will Smith) y su hijo (Jaden Smith) salen en una misión por el espacio, la nave en la que viajan se accidenta, cayendo en nuestro planeta. Gravemente lesionado, el padre debe quedarse en la nave, y su hijo atravesar cien hostiles y agrestes kilómetros para poder dar finalmente con una baliza de rescate. 
Es así que el chico emprende una carrera contra el tiempo -su padre va a morir pronto, los recursos escasean-, y contra las fuerzas naturales. Uno de los aspectos más atractivos del planteo es precisamente esta reacción adversa del planeta contra el ser humano, como si el conjunto de La Tierra hubiera desarrollado anticuerpos para tomarse una revancha contra los parasitarios y destructivos invasores. Gracias a un notable trabajo del fuera de campo, la envolvente presencia de la naturaleza se convierte en una latente y constante amenaza. 
Aparte de esto, estamos ante una aventura trepidante. Las diversas instancias que el chico debe atravesar, con la carga de múltiples factores opresivos -hay un monstruo depredador suelto por el bosque, el oxígeno se acaba, su padre se muere, la tecnología falla y la noche se cierra congelándolo todo en la superficie- llevan a estar pendientes de las armas del chico, de su inventario y del delgado y constante límite entre la supervivencia y la muerte. 
No pocos críticos han apuntado ciertas infortunadas similitudes en el discurso de la película con ciertos principios de la Cienciología. Se habla de "propaganda encubierta", y se señalan detalles como que la filosofía con la que instruye el personaje de Will Smith a su hijo coincide con ciertas enseñanzas de esa religión, o la figura de un volcán, símbolo característico de la doctrina, empleado con un papel fundamental. Estas observaciones parecerían ser acertadas, pero no vale la pena tachar la película por este perfil; si así lo hiciéramos deberíamos descartar al 95 por ciento de los productos hollywoodenses por hacer propaganda, -a veces con disimulo, a veces con alevosía- de la religión cristiana, y lo cierto es que esta película no deja de ser enteramente disfrutable. 
Por esta vez conviene quebrar una lanza por Shyamalan, ya que ante todo cumple con la premisa de lograr un estimulante y digno entretenimiento. El director supo evitar los estrepitosos errores en los que incurrió en otras ocasiones: los lugares comunes y las situaciones inverosímiles (La dama en el agua), los guiones defectuosos (Señales) la vacuidad seria y ampulosa (El último maestro aire fue una nefasta adaptación en la cual era demolida toda la gracia y la frescura de la serie original), y por fortuna supo conjugar la adrenalina de las grandes películas de aventuras y el agradable clasicismo de las matinés. 

Publicado en Brecha el 14/6/2013

sábado, 8 de junio de 2013

Las mejores películas (XXI)

En esta nueva selección de mejores películas traté de no pisarme demasiado con las que reseñé recientemente en festivales y, a la vez, de marcar las que para mí son realmente fundamentales y que no se deberían dejar pasar de ninguna manera. Todas estas pelis están enteramente avaladas por aquí el señor (después nos peleamos) y creo que todas ellas merecen el esfuerzo de que las busquen y las vean. Como verán, hay acá unos cuantos maestros que ya sigo desde hace rato, más una gran revelación portuguesa, (lo que me lleva a querer prestarle más atención a ese país, recuerden Tabú...)

The Master de Paul Thomas Anderson (Estados Unidos) 
Estoy pensando seriamente que el desdén por esta película tiene que ver con algo muy profundo, con la incomodidad que provoca y por su detenimiento en asuntos que muchos no quisieran ver. Si los temas de las secuelas psicológicas en excombatientes y la tendencia a adoptar religiones como forma de consumo ya son de por sí complicados, hay además una ruptura de estereotipos y una particular aproximación a la bestialidad; se presentan costados humanos que no suelen verse en el cine, más una relación simbiótica tan extraña como verosímil. Como el personaje interpretado por Phoenix, esta impactante película es un engendro de difícil adopción. 

Amour de Michael Haneke (Francia, Alemania, Austria) 
Me sería difícil escribir sobre Haneke una sóla palabra que no fuera un elogio. El más intachable de los cineastas actuales logra, por fin, cerrarle bien la boca a sus principales detractores, quienes venían machacando con que el director austríaco no empatizaba con sus personajes. El tema es discutible, pero no hay dudas de que no se da en este caso. Una pareja que tuvo y tiene estabilidad, cariño, afinidades en común, experimenta en carne propia la manera en que el tiempo lo destruye todo; la paulatina decadencia, el deterioro más atroz es abordado con una lucidez demoledora. Una realidad patente es cuestionada sin golpes bajos ni desconsideraciones y, claro está, con todo el amor imaginable. 

Ralph el demoledor de Rich Moore (Estados Unidos) 
Una de las más grandes obras de animación de los últimos años. Como en Pixar, un mundo fantástico paralelo y subordinado al nuestro comienza a resquebrajarse, a hacer agua. Los villanos de los videojuegos, desplazados, son los sufridos chivos expiatorios para sus pares heroicos e integrados, y se ven relegados a noches solitarias y frías mientras los demás se regocijan en fiestas privadas. Pero ese "orden" suele desmoronarse cuando los excluidos deciden retirarse y comenzar una nueva vida: en el mundo de afuera, amplio y asombroso, pueden encontrarse grandes aventuras y hasta seres malignos de verdad. También es posible dar con otros marginales, raros y entrañables . 

Abrir puertas y ventanas de Milagros Mumenthaler (Argentina, Suiza, Holanda) 
El vínculo existente entre tres adolescentes en una gran casa que les queda demasiado chica es chirriante y especialmente molesto. Las chicas se destratan, se insultan, planifican pequeñas venganzas y revanchismos las unas con las otras. De a ratos, pequeños y sutiles detalles develan parcialmente el profundo dolor que esconden, un pasado terrible y un lazo incómodo. Es fascinante la forma en la que la cineasta debutante Mumenthaler expone un cuadro de rabia extrema, de desavenencias y malas leches, pero planteándolas como producto de una inmensa frustración, de una particular situación de vulnerabilidad. 

Sangre de mi sangre de João Canijo (Portugal) 
Un melodrama familiar de los que ya no se ven. En un barrio de la periferia de Lisboa, una cocinera convive con su hermana y sus hijos, quienes oscilan entre la delincuencia, los amores malditos, el incesto, las drogas y el estancamiento endémico. Cuando una simultánea doble tragedia atraviesa la convivencia, se impone el trauma grupal. Una película durísima y brillantemente concebida, un prodigio de construcción de personajes y de puesta en escena, con tomas obstruidas a lo Wong Kar-wai, un excelente uso del fuera de campo y un clima realista que lleva la historia a impactantes picos de tensión. 

Venus noire de Abdelatif Kechiche (Francia, Bélgica) 
El director ganador de la palma de Cannes desde hace tiempo es revisitado por este blog, y en cada una de sus películas dejó en claro su grandeza. En la Academia Real de París, en 1817, el anatomista Georges Cuvier exponía lo que para los especialistas era una curiosidad: los genitales extirpados de una mujer africana de la tribu Khoi Khoi, que tan sólo unos meses antes había atravesado las más lamentables penurias, comercializada como esclava para múltiples tratos degradantes. La mujer existió y se llamaba Sara Baartman; fue una víctima del colonialismo mental y del racismo científico. Pero a mí me parece que esta película dice que el mundo, en el fondo, no ha cambiado tanto desde entonces. 

In Another Country de Hong Sang-soo (Corea del Sur) 
El maestro Hong Sang-soo nos tiene acostumbrados a estas pequeñas lecciones, a estos retazos de la vida misma que nos sirven para vernos reflejados y pensarnos a nosotros mismos. Una chica en apuros decide escribir tres guiones para tranquilizarse, protagonizadas por una mujer llamada Anne. En los tres fragmentos, la inmensa Isabelle Huppert representa a esta mujer, quien llega a una ciudad costera de Corea del Sur y siente una profunda atracción por un salvavidas local. Aunque en los tres episodios haya ciertas variaciones (principalmente las características de la protagonista) también hay muchos puntos en común, por lo que los fragmentos dialogan entre sí y son propuestas, para una situación similar, varias alternativas posibles. 

Django Unchained de Quentin Tarantino (Estados Unidos) 
Un western de antirracistas contra racistas, de buenos jodidos contra malos jodidos, de hombres libres contra esclavistas. Christoph Waltz sonríe, Jamie Foxx dispara, Don Johnson se indigna, Franco Nero aprueba, Samuel Jackson desconfía y Leo DiCaprio sierra una calavera. Si el ku klux cae, los malvados duermen mal y la sangre salpica, los cinéfagos estamos agradecidos. Dudo que esta película sea recordada como el mejor Tarantino, pero hay maestros que aún cuando no son perfectos son condenadamente geniales. ¿Que todavía no vio Django unchained? Entonces sería una buena idea que se deje de perder el tiempo en blogs pedorros. 

Cosmopolis de David Cronenberg (Canadá, Francia, Portugal, Italia) 
Cronenberg se pone profundo, llama a un montón de amigos geniales (Mathieu Almaric, Juliette Binoche, Emily Watson) y se divierte en el viaje a través de Manhattan de un multimillonario que lo acaba de perder todo y que sólo piensa en un corte de pelo que no necesita. Las protestas callejeras invocan el apocalipsis, el hombre es un virus que navega entre multitudes acuosas, el yuan y sus caprichos acaban con la búsqueda de patrones así como las pulsiones y las imperfecciones de la carne desplazan la simetría y el racionalismo. La tecnología es un reducto frío e implacable, un arma de doble filo que podría opacarnos en segundos. 

La buena vida de Eva Mulvad (Dinamarca) 
Imponente documental que registra el vínculo enfermizo entre dos mujeres, madre e hija, que han pasado de la más alta aristocracia a la pobreza más absoluta. La progenitora mantiene a su hija con una pensión muy escasa, y ambas viven en un pequeño departamento en Portugal. Aunque esté adeudada y no se crea capacitada para trabajar, la hija continúa con sus pretensiones de mujer rica, con sus mañas y sus indignadas exigencias de una mejor vida. Y el principal blanco para la frustración es su propia madre, quien debe tragarse todas las recriminaciones imaginables. Un duro e interesantísimo abordaje antropológico.