martes, 27 de agosto de 2019

Entrevista a Roger Corman

Maestro de maestros 

Roger Corman, productor y director de 93 años que supo ser un hito del cine clase B y del terror, y que durante casi toda su vida se abocó trabajando incansablemente apoyando al cine independiente, fue el invitado estrella del XV Fantaspoa (Festival de cine fantástico de Porto Alegre). Ahí este cronista pudo hacerle un puñado de preguntas breves, pero gracias al entusiasmo del propio cineasta, la entrevista pudo extenderse unos minutos más del tiempo establecido. 

Fotos: Beta Iribarrem (gentileza Fantaspoa).

“¿Todavía está vivo?” fue la incógnita refleja de varios cinéfilos, luego de mi comentario acerca de la inminente entrevista con el director y productor nonagenario. Es que justamente, a nadie más que a Corman le calza mejor la definición de “leyenda viva”. Y hay que ver hasta qué punto está viva: el día de su llegada al aeropuerto de Porto Alegre almorzó y conversó animadamente con este cronista y otros comensales, dio esta entrevista a Brecha, y acto seguido dio un pequeño paseo por el centro y fue trasladado al Cinema Capitolio para ser homenajeado. En los días posteriores, dio una masterclass repleta de gente, firmó un sinfín de autógrafos y volvió al cine a presentar una de sus películas. Cuando miles de personas protestaron en una marcha por la educación que tomó las calles de la ciudad brasileña pasando por la puerta del cine, Corman salió del edificio –aún bajo la lluvia– para observar con atención semejante movimiento de manifestantes y paraguas.

Quizá esa curiosidad inagotable sea la clave de su longevidad, así como sus inextinguibles ganas de hacer y de contar, patentes en esta entrevista. Corman es un ejemplar humano único, y su historial es prueba de ello: en los años 50 y 60 se consagró por dirigir películas de bajo presupuesto y de gran recaudación, en las cuales la creatividad y su cinefilia fueron piezas clave para su llegada al público. A lo largo de su vida dirigió 60 películas y produjo más de 400 –por exageradas que parezcan, estas cifras son fácilmente constatables en el sitio imdb–, recibió un óscar honorario en 2009, y fue quien descubrió y catapultó a un sinfín de talentos, entre los que se cuentan actores como Jack Nicholson, Peter Fonda, Bruce Dern, Michael Mc Donald, Sylvester Stallone, Robert de Niro y Dennis Hopper, quienes iniciaron junto a él sus carreras. Por si fuera poco, fue además mentor de los cineastas Francis Ford Coppola, Peter Bogdanovich, Martin Scorsese, Brian de Palma, Ron Howard, Joe Dante y James Cameron, entre otros.

El nerviosismo de este cronista se mantuvo hasta el último momento; era posible que la entrevista no pudiese concretarse ya que Corman, recién llegado de un largo vuelo, quizá estuviese exhausto y cancelara el encuentro. Aún cuando este sucediera, quedaban dudas acerca de la lucidez del cineasta, sobre su capacidad para entender cabalmente y responder las preguntas. Por fuera de eso, 10 minutos, el tiempo máximo permitido, nunca sería suficiente para un diálogo con una persona que trae sobre sus hombros centenares de sustanciosas anécdotas. Pero durante el encuentro todos estos temores se disiparon: Corman sigue tan lúcido como siempre y 16 minutos fueron suficientes para que se extendiera, con simpatía inigualable e impensable claridad, sobre algunos puntos memorables de su carrera. La sonrisa constante, una voz gruesa que entonaba un inglés pausado pero prístino, la calidez y el cariño por su oficio, se hicieron presentes durante cada minuto del intercambio. 

–¿Podrías contarnos cuáles fueron tus primeros contactos con el cine? 

–A los 10 o 11 años vi Lo que vendrá (1936), una película inglesa de ciencia ficción basada en una novela de H.G. Wells. Me encantó, y quedé atónito por la exactitud con la que previó lo que vino a continuación. Había sido filmada en los últimos años de la década del treinta y predijo la Segunda Guerra Mundial; hablaba de la total devastación de la civilización, de un grupo de científicos que se escondía de los horrores de la guerra y que emergía después para construir una nueva civilización basada en principios científicos. A partir de entonces comencé a estar seguro de que era la mejor película que había visto jamás. No hace mucho conseguí un dvd y se lo mostré a mis hijas, que tienen hoy más de treinta años. Quedaron tan impresionadas como yo en aquel momento, así que se puede decir que mantiene su vigencia… 

–¿Y cómo fue que de recibirte de ingeniero pasaste a trabajar en el cine? 

–Cuando estudiaba en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Stanford comencé a colaborar con el “Stanford Daily”, diario de la universidad, y descubrí que los críticos de cine del periódico obtenían entradas gratuitas para todos los cines de Palo Alto. Había dos críticos y uno de ellos se estaba graduando, así que mandé en seguida unas reseñas de muestra y me tomaron. Ahí fue que empecé a ver las películas más seriamente; antes las pensaba sólo como entretenimiento, pero a partir de ese momento comencé a analizarlas, y en ese momento sentí que el cine me gustaba mucho más que la ingeniería. Pero no quería empezar a estudiar de nuevo, ya estaba cursando el último año de la carrera, así que la terminé y me gradué, pero lo cierto es que ya venía siendo un fracaso como estudiante ese último año. En seguida me conseguí el peor trabajo que cualquier ingeniero hubiese obtenido hasta ese momento: empecé a trabajar como mensajero en la 20th Century Fox, cobrando 32 dólares con cincuenta centavos por semana. Yo había crecido en Beverly Hills; varios de los padres de mis compañeros de clase trabajaban en la industria del cine, así que eso posiblemente influyó de algún modo en esa decisión; ya venía predispuesto a trabajar en el área. A partir de ese momento empecé a empaparme en el oficio, y más adelante a iniciar mi carrera propiamente dicha. 


–En varias de tus películas más recordadas (El cuervo (1963), El pozo y el péndulo (1961), La máscara de la muerte roja (1964), trabajaste con el actor Vincent Price, ¿qué es lo que te gustaba de él? 

–Era un actor brillante, un tipo muy inteligente y un caballero consumado. Teníamos intercambios siempre interesantes y sustanciosos, porque discutíamos los guiones y el personaje, entrábamos en detalle sobre las líneas de diálogo. Después trabajando con él en el set, cambiábamos algunas cosas del libreto, a él le surgían ideas nuevas y a mí también, los dos lo entendíamos y logramos una dinámica estupenda. 

–En los años sesenta abandonaste el terror por un buen tiempo, y de hecho sólo volviste a dirigir una película del género 25 años después (Frankenstein desencadenado, en 1990), ¿por qué ocurrió eso? 

–Había estado haciendo una serie de películas basadas en la obra de Edgar Allan Poe para American International Pictures (AIP). En realidad, nunca había propuesto hacer una serie de películas de Poe, mi idea era simplemente filmar La caída de la casa Usher y listo. Pero fue muy exitosa y en seguida me pidieron que hiciera otra; terminé rodando cinco o seis. Cuando había filmado ya la última (La tumba de Ligeia, en 1964) me insistieron en que hiciera una más. Les dije que no; me estaba empezando a repetir, no tenía nada más que decir en esa materia, y francamente estaba cansado de trabajar siempre adentro de los estudios (como eran relatos de época tenía que recrear el S XIX en sets de filmación). Para variar, me dieron ganas de salir a la calle y filmar la realidad. A partir de ahí vinieron una serie de películas más realistas, y en exteriores. 

–Fue por esa época que hiciste The Wild Angels (1966), una película con la banda de motoqueros “Hell’s Angels”, ¿podrías contarme como fue tu acercamiento a ellos? 

–Empecé a involucrarme personalmente con la contracultura del momento, y oí hablar de ellos, que tenían mucha publicidad. Estaban en boca de todos, se hablaba de un grupo de rebeldes indomables, eran todo un suceso. Cuando los productores de AIP me preguntaron qué quería hacer yo les dije que una película con ellos, y no hubo prácticamente discusión; me dijeron que sí, que eran todo un fenómeno contemporáneo. Obviamente nunca había conocido a los Hell’s Angels, así que no sabía bien como contactarlos. Pero me acuerdo de haber leído en Los Angeles Times que uno de sus lugares de encuentro era “The Blue Blades Café” un bar al este de Los Ángeles, así que llamé y pedí para hablar con el gerente. Cuando me atendió le conté lo que quería hacer; me dijo: estos tipos son bastante rudos… ¿estás seguro de querer conocerlos? Le dije que sí. Arreglé para encontrarlos ahí mismo. Cuando me encontré con ellos la discusión nos llevó prácticamente todo un día (eran definitivamente tipos rudos) pero hablaron conmigo decentemente y los terminé contratando. A lo que llegamos fue que les iba a pagar determinada suma a cada uno de ellos por cada día de trabajo, otra suma por el uso de su motocicleta, y otra suma por lo que ellos llamaban sus “old ladies”, es decir sus parejas. Y de acuerdo a lo que arreglamos, querían más dinero por las motocicletas que por las mujeres. 

–¿Y cómo te llevaste con ellos durante el rodaje? 

–El rodaje anduvo muy bien, sorprendentemente bien porque yo pensaba, ¿cómo voy a manejar esto? No había forma de que pudiera, como director, estar vociferándoles órdenes, pero por otro lado no podía mostrarme inseguro porque les hubiese dejado tomar las riendas. La única forma era ser deliberadamente neutral y simplemente declarar objetivamente lo que tenían que hacer en cada escena. En la primera escena ellos asaltaban un pueblo y una tienda de comestibles, y les dije con absoluta frialdad y sin atisbo de emoción que llegaran por la calle principal, que doblaran en tal lugar, que simularan el atraco. Era simplemente una descripción, ellos aceptaron y con esta dinámica el rodaje anduvo bastante bien. 

–¿Quedaron contentos con el resultado? 

–No, para nada. La película fue un suceso enorme, y de hecho fue la producción de bajo presupuesto más exitosa hasta el momento. El récord se rompió una vez más dos años después, cuando dos tipos con los que había trabajado hicieron Easy Rider, usando la misma temática. Ahora bien, los Hell Angel’s tomaron muy mal el éxito de mi película y, de hecho, cuando se enteraron, lo primero que hicieron fue anunciar públicamente que me iban a matar. Me acuerdo de verlos en un noticiero en la televisión y que el locutor se empezó a reír cuando escuchó eso. En tono de burla repitió: “los Hell’s Angels dicen que van a matar a Roger Corman, por mostrarlos como una banda de forajidos motociclistas por fuera de la ley, cuando en realidad dicen ser una organización social dedicada a la difusión de información técnica sobre motocicletas.” Después decidieron denunciarme por un millón de dólares. Me acuerdo como si fuera hoy la conversación que tuve por teléfono con el líder de los Hell’s Angels. Me dijo: “hey, hombre, vamos a acabar contigo”; le respondí, “no lo creo, ya anunciaron públicamente que me van a matar, ¿a quién va a salir a buscar la policía si me matan, o si me tropiezo accidentalmente en la bañera? ¿Por otro lado, cómo van a cobrar el millón de dólares si me matan? Mi recomendación es que olviden el placer momentáneo de asesinarme, y que vayan por el millón…” Lo pensó del otro lado del tubo y finalmente me respondió “sí, hombre, eso es lo que vamos a hacer, vamos por el millón”. La demanda finalmente quedó en la nada. 


–Un amigo mayor me comentó que vio Baldazo de sangre (1959) en la televisión siendo niño, y que se murió de miedo. Cuando le dije que iba a hacerte una entrevista, me comentó: “¡Ese viejo arruinó mi infancia!” recordando esa mala impresión. ¿Podrías contarme algo de esa película? 

–Fue mi primer intento de combinar terror con comedia. Por supuesto que yo no era el primero en hacerlo; era algo que ya se había hecho varias veces antes. Al año siguiente vendría La tiendita del horror (1960), en el que otra vez jugué con ese cruce de géneros; de algún modo, las dos películas calzaron la una con la otra, por su tono y su atmósfera. 

–¿Cómo crees que lograste causar tanto miedo en tu audiencia? 

–Por un lado, la gente normalmente no entiende que el horror no se genera por un susto puntual. Es una construcción, hay que construir la sensación de temor, la sensación de que hay algo allí afuera (o adentro) que puede alcanzarte, agarrarte. Entonces hay que construir esa atmósfera y sostenerla en el tiempo, e interrumpirla finalmente con el momento del sobresalto. Y, de hecho, es lo mismo que con la comedia, tenés que construir un clima con cierta tensión hasta que alcanzás la liberación con una carcajada. En el sexo lo mismo: uno construye la tensión y la dilata en el tiempo, hasta que finalmente acaba. Para mí eso es lo bueno de unir comedia con horror, me hubiera gustado unir comedia, terror y sexo, pero nunca lo hice.

Publicado en Brecha el 9/8/2019

viernes, 23 de agosto de 2019

Historias de miedo para contar en la oscuridad (André Scary Stories to Tell in the Dark, André Øvredal, 2019)

Terror juvenil del bueno 


A Hollywood le está yendo bastante bien con la nostalgia vintage y el revival de películas ochenteras de niños aventureros, aquellas que Spielberg, Joe Dante, Robert Zemeckis y otros cineastas pusieron en boga, y cuyo formato vuelve a adquirir popularidad hoy, gracias a series como Stranger Things y películas como la remake de IT. Historias de miedo para contar en la oscuridad se inscribe en esta tendencia, pero esta vez ambientando su acción dos décadas antes. Corre el año 1968 y en el pequeño pueblo de Mill Valley suena música de Donovan y Margaret Lewis, los autocines proyectan en función doble La noche de los muertos vivientes de George Romero y The Terror de Roger Corman, abundan los cortes de pelo con volumen y apenas llegados a los 18 años los muchachos son reclutados para ir a combatir a Vietnam. En plena noche de Halloween, un grupo de amigos decide internarse en una casa abandonada, donde encuentran un libro misterioso. Caerán en la cuenta, más adelante, de que carga con una antigua maldición. 
El guion está inspirado en una serie de libros sumamente populares, publicados desde 1981 a 1991; tres volúmenes con una treintena de historias breves cada uno. Estaban orientados a un público juvenil, pero su autor Alvin Schwartz, periodista y experto folclorista, se basó en leyendas urbanas y cuentos de fogones para escribirlo, sin ahorrarse los malos tragos: algunas de las historias de asesinatos, desfiguraciones y canibalismo que allí se presentaban fueron en su momento sumamente controversiales. Además, las páginas de los libros contaban con alucinantes y terroríficas ilustraciones de Stephen Gammell, que colaboraron para que la obra fuese sumamente resistida y atacada por asociaciones de padres que exigían que sus volúmenes fuesen retirados de las bibliotecas. Como sea, Schwartz dejó su lejado, y a varias generaciones de lectores sufriendo pesadillas. Uno de ellos fue Guillermo del Toro. 
El célebre cineasta mexicano ideó el libreto original, pero decidió delegar en otros guionistas su acabado y en el noruego André Øvredal (Trollhunter, La autopsia de Jane Doe) la dirección del proyecto. El resultado es una película sumamente entretenida, con una trama notablemente estructurada y atractiva en cada una de sus partes, que propone una idea ingeniosa para ensamblar varios de los cuentos originales; el libro que los muchachos encuentran, como si se hubiese activado al tocarlo, comienza a autoescribirse y a colocar uno por uno a los muchachos como víctimas protagónicas de las horripilantes historias. Y lo que queda escrito (en sangre, como no podría ser de otra manera) acaba aconteciéndoles realmente. 
James Wan o Mike Flanagan podrían haber filmado una historia realmente sobrecogedora y horripilante, pero está claro que la película debía ser apta para adolescentes, lo cual puede ser una ventaja para ellos, pero no para el espectador que espere algo más realista e impactante. Las apariciones y monstruos son bastante desagradables, pero les haría falta un menor tiempo de exhibición y una iluminación más baja para ser tomados más en serio. De todos modos, la película es efectiva logrando sobresaltos, y no deja de ser una experiencia entretenida y muy bien lograda.

Publicado en Brecha el 23/8/2019

viernes, 16 de agosto de 2019

La viuda (Greta, Neil Jordan, 2019)

No confíes en extraños 


¿Por qué será que actrices del porte de Isabelle Huppert y Chloë Grace Moretz se prestan para este tipo de producciones? Quizá la respuesta se deba a varios factores, entre los cuales la inercia y la necesidad de trabajar en lo que sea con tal de no desaparecer tengan su debido peso, aunque también es probable que hayan pensado que al trabajar para el veterano director irlandés Neil Jordan (cuyas películas más memorables son El juego de las lágrimas y Entrevista con el vampiro, ambas filmadas hace más de veinte años) quedarían en buenas manos. Lo cierto es que Jordan nunca fue del todo bueno, que tampoco ha mejorado últimamente, y que además hoy pareciera volcado a una seguidilla de producciones intrascendentes, al igual que otros tantos directores otrora importantes como Oliver Stone, Luc Besson o Roman Polanski. 
La protagonista aquí es Frances (Moretz) una muchacha que, tras la muerte de su madre, se muda a Manhattan. Al encontrarse con un bolso extraviado en el metro, decide devolvérselo a su propietaria, Greta (Huppert), una viuda solitaria que la recibe en su casa con gratitud y entusiasmo. A partir de ese encuentro, aparentemente fortuito, ambas comienzan a construir un estrecho vínculo, hasta que una revelación súbita resignifica la relación. Ni bien la muchacha decide distanciarse, comienzan los problemas; la película echa mano al tópico del stalker o acosador, una constante en el cine de las décadas de los 80 y 90, con una protagonista perseguida y asediada hasta en la intimidad, aunque en este caso con una inverosimilitud creciente. Se vuelve necesario hacer una suspensión de la incredulidad cada vez mayor: en una escena de una persecución la acosadora saca fotos a otra muchacha sin que esta pueda verla (a pesar de estar a unos pocos metros), y en varias circunstancias hay personajes que van a lugares peligrosos sin avisarle a nadie o comunicarse entre ellos. El libreto también hace agua desde el punto de vista de la credibilidad de los caracteres, con una villana tan malvada y demente que asesina hasta a su propio perro y una protagonista que supuestamente es inteligente pero hace cosas demasiado estúpidas. Hay una música estridente que subraya los momentos de tensión, demostrando la falta de confianza del realizador en su propia puesta en escena y su capacidad de explicarse por sí misma. 
 En un momento clave, la compañera de apartamento de Frances, tras ver el estrecho vínculo que ésta comienza a tener con Greta, la cuestiona, le señala que no es “normal” relacionarse con desconocidas cuatro décadas mayores y que tendría que frecuentar más a la gente de su edad. Es el momento en que ella se pone firme y, con buena razón, le pide que se meta en sus asuntos, pero la película acaba demostrando en los hechos que su amiga tenía razón al ser desconfiada, que las señoras solitarias pueden ser peligrosísimas y que para qué salirse de las áreas de confort que imponen la cercanía, el rango etario y el conocimiento escrupuloso y cabal del prójimo.

Publicado en Brecha el 9/8/2019

viernes, 9 de agosto de 2019

El rey león (The Lion King, Jon Favreau, 2019)

El círculo vicioso de la vida 


Como si no existiera la memoria, como si los clásicos no soportaran el paso del tiempo y hubiese que aggiornarlos, la factoría Disney viene embarcada en una ola de remakes de sus grandes éxitos animados. Recientemente fueron La bella y la bestia, Cenicienta y El libro de la selva, este año Dumbo y Aladdin, ahora tocó el turno de El rey león, y ya están anunciados los estrenos próximos de Mulan, Peter Pan, Blancanieves, Pinocho, Fantasía, La sirenita, La espada en la piedra, Lilo y Stitch, El jorobado de Notre Dame. Es el eterno retorno: un círculo vicioso del que sólo podría salvarnos un estrepitoso fracaso comercial. 
Pero eso, al menos de momento, está lejos de ocurrir. A dos semanas de su estreno, esta nueva El rey león ya ha cruzado la barrera de los mil millones de dólares de recaudación en la taquilla internacional (y va en aumento) superando incluso a Toy Story 4, que lleva más de un mes en cartel. Para este tipo de remakes, Disney viene contratando a directores consagrados: Dumbo fue dirigida por Tim Burton, Aladdin por Guy Ritchie, Cenicienta por Kenneth Branagh. Ahora le tocó el turno otra vez a Jon Favreau, quien luego de abocarse a varias propuestas familiares (algunas realmente notables, como Zathura y Iron Man) incluyendo El libro de la selva, ya debe de tener aceitado el espíritu para esta clase de superproducciones. 
Ahora bien, desde el punto de vista de la audiencia que asiste a ver una película y que ya vio la original, ¿qué buenas razones pueden existir para que una remake se justifique? Primera: que la original tenga una buena historia pero que carezca de calidad, o que se vea hoy avejentada. Segunda: que la nueva versión aporte diferencias sustanciales en el libreto, que resignifiquen o redimensionen aquella obra. Tercera: que la nueva película gane en intensidad, emoción, fuerza; que el espectáculo esté provisto de un empuje cinematográfico que realmente aporte su inyección de vitalidad, convirtiendo la experiencia en algo más gratificante. En consideración a estos puntos, ninguno de ellos es cubierto, ni de cerca, por esta versión: El rey león (1994) fue y es una de las grandes películas de Disney, un clásico que supo apelar a diferentes audiencias, ampliando el espectro del público familiar de las producciones animadas y trasladando al exótico mundo de los animales salvajes la dramaturgia de Shakespeare. Fue, además, un prodigio de animación en 2D, cuya fuerza se mantiene hasta el día de hoy. 
La decisión de la producción parece haber sido respetar el libreto original al detalle, siendo pocas las líneas de diálogo cambiadas y, los cambios hechos, poco relevantes o sustanciosos. El CGI de esta nueva versión le aporta un tinte neorrealista a la película, al punto de que, por momentos, pareciera estar asistiéndose a un documental de National Geographic. Pero son varias las cosas que se quedan en el camino: fueron eliminados muchos de los gestos corporales y faciales de los personajes, perdiéndose así mucho del humor, la expresividad y el carisma, elementos fundamentales de aquella historia. El mítico “hakuna matata” nunca había sonado tan impersonal.

Publicado en Brecha el 2/8/2019

lunes, 5 de agosto de 2019

Dobles vidas (Doubles vies, Olivier Assayas, 2018)

Verborragia parisina



Esta película recoge, como tantas otras, esa tradición tan propia del cine francés más cerebral y reflexivo, de enfocarse en un grupo de burgueses bohemios, personajes que orbitan en el mundo de la cultura y las artes, y discuten en torno a ella con envidiable coherencia y verborragia. Todo esto mientras degustan quesos, baguettes y vinos en livings elegantes, rodeados de repisas atestadas de libros, o en acogedores cafés parisinos. En este caso, los protagonistas son los integrantes de dos parejas: por un lado, una renombrada actriz (Juliette Binoche) y su marido, exitoso editor (Guillaume Canet), y por otro un novelista (Vincent Macaigne) y su mujer (Nora Hamzawi), asesora de un político. Como ya hemos visto una y mil veces en este cine, casi todos los personajes tienen relaciones extramaritales, y conversan con sus amantes sobre temas elevados, aún mientras se revuelven entre las sábanas. 
Los affaires son escrupulosamente furtivos y silenciados, hasta que las parejas deciden sincerarse, y los “engañados” los asumen de forma muy cerebral y pacífica, sin escándalos, sin ataques de celos, prácticamente sin consecuencias. Viendo este cine uno llega a preguntarse si existirán realmente grandes sectores de la población francesa que sigue este tipo de conductas o si, en cambio, hay cierto carácter moralista en este cine, con personajes que son ejemplos a seguir, y cierto aleccionamiento de cómo debieran ser las reacciones de las personas civilizadas. Como sea, tanto en esta película, como en el cine de Agnés Jaoui, de Mia Hansen-Løve, de Arnaud Desplechin, de Philippe Garrel y de tantos otros cineastas franceses actuales, suele chocar este (¿impostado?) comportamiento de los personajes en situaciones límite. 
Pero claro está que este cine tiene estas características, y corresponde a cada uno decidir si tomarlo o dejarlo, con sus pros y sus contras. Los elementos a favor no son pocos ni menores: actuaciones brillantes, la verbalización de tópicos coyunturales de primer orden (algo más bien difícil de encontrar en el cine en general) y un inmejorable know-how para recrear el coloquialismo en ciertas situaciones cotidianas. Aquí el cineasta Olivier Assayas (Irma Vep, Las horas del verano, Viaje a Sils Maria) despliega una historia en la que temáticas como la transición hacia el mundo digital, los nuevos hábitos, las noticias tendenciosas, la masividad y sus problemas, la vida privada devenida pública, la obsolescencia de los viejos formatos y las viejas costumbres, y el aggiornamiento o la resistencia a estos cambios son puestos sobre la mesa. La película sobrevuela estos temas y otros sin profundizar en ninguno de ellos, pero al menos impone la discusión al espectador, quizá animándolo a continuarla en otros ámbitos. 
Se vuelve algo abrumador el exceso de verborragia de los personajes, lo cual lleva a que el hilo de las discusiones se pierda, de a ratos. Quizá este problema podría haberse ahorrado incorporando más momentos de distensión entre los diferentes diálogos y mejorando así el ritmo general, pero este detalle no quita que se trate de una película sólida, y una propuesta tan inteligente como estimulante.

Publicado en Brecha el 26/7/2019

sábado, 3 de agosto de 2019

Spiderman, lejos de casa (Spiderman: Far From Home, Jon Watts, 2019)

Hombre Araña (versión 3.2) 


El recambio de superhéroes fue necesario desde que actores como Robert Downey Jr, Mark Ruffalo y Jeremy Renner comenzaron a dar muestras de cansancio y vejez, y qué mejor idea que conseguirse a uno nuevo que durara realmente, que fuese lo suficientemente joven como para rendir unos veinte años y una cantidad aún mayor de películas. De hecho, hace tres años que el entonces veinteañero Tom Holland se integró al universo Marvel como el nuevo Hombre Araña (un personaje para el que ya vienen sucediéndose tres actores diferentes en lo que va del siglo), y desde entonces ha participado con ese rol en cinco películas; Capitán América: Civil War, Spiderman: De regreso a casa, Vengadores: Infinity War, Vengadores: Endgame y esta última Spiderman: Lejos de casa. Holland cumple muy bien con prácticamente todos los requisitos para ser un superhéroe; es un buen actor dotado de cierto sex-appeal, es ágil y atlético, es gracioso y simpático. La clave del éxito de Marvel es esa: superhéroes carismáticos de los que quisiéramos ser amigos, y a los que de buena gana visitaríamos una y otra vez en el cine. 
Aquí el Hombre Araña viene bastante cansado luego de haber sido muerto y resucitado, de combatir junto a Los Vengadores, de enfrentarse con Thanos y salvar el planeta. Para colmo, se encuentra en pleno duelo tras la muerte de su mentor, y se prepara para un viaje escolar a Europa, para el cual aspira a no tener ningún contatiempo y declarársele a la muchacha que le gusta. Por supuesto, se le aparecerán algunos monstruos y una amenaza escala planetaria; lo usual en este tipo de películas. El tono es humorístico, en la sintonía de una comedia de enredos, con los típicos amoríos, chistes de nerds y un tercero-en-discordia algo abusivo. La dupla de Jon Watts y Chris McKenna, director y guionista respectivamente, se mantiene igual desde la anterior entrega de Spiderman, aunque en aquella el humor estaba mucho más pulido, había mayor dinamismo en la anécdota general (aquí el conflicto principal demora demasiado en presentarse) y la trama no era tan predecible. Un villano que se presenta como un tipo bueno sin serlo, un “superhéroe” que sale oportunamente de la nada para combatir los monstruos colosales engaña a Peter Parker y a todos, pero se vuelve muy evidente al espectador. De la misma manera, la forma en que el protagonista acaba combatiendo la mayor de las amenazas estaba cantada desde por lo menos veinte minutos antes. 
Aún así, la película es eficaz en su intención de hacer pasar un rato agradable, y hasta remonta cierto vuelo, de a ratos. La capacidad del villano de provocar alucinaciones e imágenes de pesadilla mediante representaciones holográficas genera un par de escenas de acción inmersivas, en las que el protagonista pasa realmente mal, desorientado, recibiendo golpes a diestra y siniestra, sumido en una atmósfera agobiante. Seguramente, los mejores cinco minutos de una entrega más bien irregular y poco memorable, una más dentro de esta seguidilla anual que Marvel arroja constantemente.

Publicada en Brecha el 19/7/2019

viernes, 2 de agosto de 2019

Un día más con vida (Another Day of Life, Raúl de la Fuente, Damian Nenow, 2018)

Con alarmante vigencia 


Si bien la animación para adultos es una realidad desde hace mucho tiempo, es relativamente novedosa su aplicación para la recreación de períodos históricos, y con fuertes contenidos sociales y políticos. Hace quince años no hubiéramos imaginado películas como las brillantes Persépolis o The Breadwinner, ni un tipo de cine documental como la notable Vals con Bashir. Si bien la animación suele insumir más trabajo y tiempo que el cine de acción real, la representación gana en el sentido de que pueden lograrse tomas imposibles, vuelos oníricos y poéticos impensables, y adaptaciones de época en las que ningún elemento escapa al control del artista. Esta gran película, en la que se entremezcla el documental y el cine bélico e histórico, es un claro ejemplo de ello; los directores Raúl de la Fuente y Damian Nenow se embarcaron en una filmación a través de Angola, y escogieron la técnica de la rotoscopía, lo que supone hacer un calco fotograma por fotograma de esa filmación real. Una paleta cromática virada a tonos rojizos aporta una atmósfera bélica opresiva y, por momentos, casi infernal. La historia está basada en el libro de Kapuscinski Un día más con vida, un prodigio de periodismo narrativo en el que el autor describía los inicios de la guerra civil que arrasó Angola tras su descolonización de Portugal en 1975. El país africano fue uno de los escenarios más representativos y cruentos de la guerra fría, con dos facciones enfrentadas en una contienda abierta y sanguinaria. Por un lado, el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) y sus aliados de Cuba y la Organización Popular de África del Sudoeste (SWAPO), y por el otro la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), junto al Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA), Sudáfrica y Zaire. Mientras los primeros recibieron apoyo y armamento soviético, los segundos obtuvieron lo mismo de Estados Unidos e Israel, además de mercenarios occidentales. La guerra se extendió por más de veinticinco años, dejando un saldo de más de un millón de muertos. 
La historia se centra entonces en las vivencias del periodista, y por sobre todo en su encuentro con varios combatientes claves del conflicto. En primer lugar, con Carlota, guerrillera idealista que luchaba por la libertad, la educación y la salud y la libertad de los niños angoleños, y luego con Farrusco, una suerte de Che Guevara portugués que cambió de bando, enviado como tropa especial de la fuerza colonial para reprimir al pueblo angoleño que se acabó uniendo a la guerrilla revolucionaria e independentista. Inmerso en el mismísimo corazón de las tinieblas, se trata de un personaje enigmático y fascinante, similar al Coronel Kurtz de Apocalipsis Now
La esencia de la película se encuentra en este tipo de concientización, en la imposibilidad de permanecer neutral en determinados contextos. Como bien diría el mismo Kapuscinski en una clase magistral; "El verdadero periodismo es intencional: se fija un objetivo y se intenta provocar algún tipo de cambio. El deber de un periodista es informar de manera que se ayude a la humanidad, y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro. Las guerras siempre empiezan mucho antes de que se oiga el primer disparo, comienzan con un cambio del vocabulario en los medios.” Así, exponía cómo el periodismo “objetivo” no sólo era imposible, sino también hasta inmoral. En el ejercicio del oficio, especialmente en momentos en los que amplios sectores de la población son vulnerados, se torna imprescindible tomar partidos y ayudar a combatir la injusticia. 
Las entrevistas a varios de los personajes implicados (incluido el mismo Farrusco, 40 años después) aportan un contrapunto de qué fue lo que sucedió después, y cómo el triunfo inicial del bando con el que Kapuscinski simpatizó, si bien evitó la segura llegada del apartheid a Angola, no sólo fracasó en su objetivo de conseguir un país con una sociedad igualitaria y libre, sino que además continuó reproduciendo los errores de la época colonial. Un día más con vida es un cine diferente, sobresaliente y de una alarmante vigencia, ya que saltan a la vista las múltiples coincidencias entre el conflicto y los que tienen lugar hoy mismo, en sitios tan disímiles como Venezuela o Siria.

Publicado en Brecha el 12/7/2019