sábado, 28 de junio de 2008

Kung fu panda (Mark Osborne, John Stevenson, 2008)

Otro tanto para Dreamworks


Hay quienes dicen que no hay como una buena competencia para optimizar recursos y mejorar los productos propios; se dice también que cuando existe un importante y localizado foco de creatividad, ese florecimiento de ideas, el entusiasmo y las ganas de hacer se contagian en un entorno común. Lo cierto es que si Pixar (Toy Story, Buscando a Nemo, Los increíbles) se alzó en los últimos años como una de las más importantes empresas de animación, hoy su único competidor remarcable al interior de los Estados Unidos es Dreamworks (Shrek, Vecinos invasores, Bee Movie), quien viene levantando considerablemente el nivel con serios riesgos de que, de mantenerse ese alza, pueda arrebatarle a Pixar la cumbre de la animación occidental.
Kung fu panda es de las mejores películas animadas (o la mejor) que ha hecho Dreamworks en sus 14 años de existencia. Si bien su anécdota es convencional y repite constantes narrativas de las más simples historias del cine de artes marciales, lo original de esta película es la efectiva explotación de las posibilidades ilimitadas que ofrece la animación y su aplicación al wuxia, vertiente fantástica del género de artes marciales. La animación provee mayor libertad y menos riesgos a la hora de idear coreografías de kung fu sin límites físicos, al hacer que un personaje vuele o logre piruetas inconcebibles. La caracterización de distintos animales como personajes aporta practicidad para diferenciar, sin confusión posible, a cinco maestros de kung fu secundarios, algo que sería arduo de conseguir en el cine de acción real sin tener que recurrir a toscos estereotipos.
Los distintos animales-maestros de las artes marciales fueron tomados de distintos estilos de kung fu tradicional, de uso recurrente en el cine: grulla, mantis, mono, serpiente, tigre. En este contexto nada podía ser más desubicado que un oso panda, un animal grueso y pesado que suele alimentarse durante 12 horas diarias. El estilo de lucha del protagonista es torpe y accidental y recuerda al de los más graciosos filmes de Jackie Chan, Jet Li, y sobre todo, Sammo Hung, aquel actor hongkonés que utilizaba su sobrepeso para despachar a docenas de enemigos. La torpeza del panda es motivo para un sinfín de gags, efectivos en su mayoría aunque quizá en algún tramo la insistencia del recurso pueda resultar excesiva.
Quizá también haya demasiados parecidos con las trilogías de Star Wars: el maestro mapache parece Obi-Wan, la tortuga sabia es Yoda, el resentido leopardo de las nieves Darth Vader. Como contrapartida a un guión poco original, Kung fu panda regala secuencias de acción que cortan el aliento y quitan las ganas de parpadear, como el increíble escape de una cárcel de máxima seguridad -una de las mejores fugas jamás filmadas-, o la lucha de los cinco maestros contra el leopardo sobre un puente colgante, quizá la mejor escena de artes marciales de la década. Pixar tendrá que seguir esforzándose; su competidor ha demostrado tener aptitudes.

Publicado en Brecha el 27/6/2008

jueves, 19 de junio de 2008

Cine y pedofilia

La otra pantalla


La reciente difusión masiva de una seguidilla de actos de violencia sexual hacia menores y el subsiguiente alarmismo generalizado han provocado un clima en el que se respira una absurda contradicción: por un lado, los actos criminales han pasado por boca de todos y por todos los ámbitos, así como sus detalles más crueles y escabrosos. Por el otro, la profundización en el tema, ya sea en la indagación de la psicología del agresor y sus motivaciones, así como en las consecuencias de sus actos, en los tratamientos posibles para víctimas y victimarios y los modos de prevención para evitar esas situaciones parecieran ser tópicos molestos de los que pocos quieren hablar o escuchar. La opción de no pensar al respecto y de bestializar a los agresores es el camino que muchos han decidido tomar, quizá una forma de desentenderse de un tema con el que sencillamente no pueden lidiar. Pero la temática es muy compleja y espinosa y resulta asombrosa la liviandad y la fascinación detallista con que los medios la abordan, como si el shock y la generalización del horror fuesen herramientas políticas notables para combatir la proliferación de nuevas aberraciones.
En los últimos años el tema ha sido abordado con recurrencia por el cine, quizá como un reflejo del interés por aportar aproximaciones serias, densas y donde se reflejen las complejidades que encierra. Lo más notable es que la amplia mayoría de las películas que lo tratan directamente son muy recomendables y singularmente útiles para enriquecer una mirada madura al respecto. Si bien hay una infinidad de películas de ficción con argumentos de tipo “Lolita”, es decir, centradas en relaciones con cierto grado de consentimiento entre un menor de edad y un adulto, para disminuir un poco el espectro nos centraremos en los casos de pederastia propiamente dicha, es decir, de abuso sexual a niños. También es cierto que abundan las películas que tocan sólo en forma lateral el tema: las notables La celebración (Vinterberg, 1998), Río Místico (Eastwood, 2003), Hard candy (Slade, 2005), Sólo contra todos (Noé, 1998), Kill Bill Vol. 1 (Tarantino, 2003), Donnie Darko (Kelly, 2001), entre tantas otras, que demuestran que el pedófilo (o paidófilo) es una figura muy presente en el imaginario colectivo actual y que el tema es recurrente en la agenda de varios directores, aunque la utilización del perfil muchas veces sólo sea una herramienta para provocar mayor desagrado por determinados personajes.

La condena inmerecida. Sin dudas la mejor película sobre pedofilia del nuevo siglo viene siendo Capturing the Friedmans (Jarecki, 2003), un documental que muestra el desmoronamiento de una familia judía neoyorquina de clase media, provocado por la acusación al padre y a uno de los hermanos adolescentes por delitos de abuso sexual a niños. La película pone en cuestión, con sólidos argumentos, la fiabilidad de los procedimientos policiales y judiciales del caso, y muestra el injusto e implacable poder de la opinión pública. Si en definitiva no caben dudas de que el padre de familia era pedófilo –la policía había encontrado en su casa grandes cantidades de material pornográfico infantil– el documental aporta pruebas sustanciales de que las acusaciones que recayeron sobre él y su hijo eran infundadas, y queda la duda razonable de que su condena fuera merecida. No es lo mismo ser pedófilo que ser pederasta, y mientras el primero de los términos define la sola inclinación sexual, el segundo refiere a una conducta violenta, criminal y antisocial, y por consiguiente es muy importante saber establecer esa diferencia.


Capturing the Friedmans destapa, en definitiva, un sistema que se pretende imparcial pero que en determinadas situaciones es dominado por los prejuicios, y que la sola acusación a una persona por el delito de pederastia puede transformar a un sujeto en un culpable inmediato y, por tanto, en una bestia mortífera a erradicar.
Uno de los puntos más interesantes de la película se da cuando un entrevistado detalla los procedimientos correctos para interrogar a los menores presuntamente abusados. Explica que al entrevistarse a un niño, las preguntas deben ser del tipo “entonces qué pasó”, “qué recordás” o “y después”, y en cambio, los interrogatorios a los niños para el caso Friedman fueron del tipo “sabemos que te hizo tal y tal cosa”, “¿te tocó aquí?” o “¿te hizo lo otro, verdad?”. Ante preguntas orientadas y machacantes de este tipo, ante una presión familiar y policial, es probable que los niños acaben respondiendo que existió abuso cuando en realidad no lo hubo, sólo para sacarse a los inquisidores de encima y escapar lo más rápido posible a un traumático interrogatorio. Así lo relata uno de los menores, entrevistado para el documental años después, y cuyo falso testimonio significó 16 cargos de sodomía imputados a los Friedman.
Circunstancias muy parecidas son expuestas en el imponente documental De nens (2003) del fallecido director catalán Joaquim Jordá, centrado en un juicio por pederastia. En él se relata que varios niños pequeños fueron interpelados, separados de sus padres, en sesiones de hasta seis horas seguidas, revelándose una absoluta falta de consideración por los niños de parte de las autoridades competentes.
Si hay algo que demuestra De nens es que la realidad a veces puede ser mucho más sorprendente que la ficción, y de seguro muchísimo más dolorosa e injusta. El director instala sus cámaras en un juzgado, exponiendo la incompetencia absoluta de abogados y jueces durante el juicio a un pedófilo. Las pruebas son cuestionadas y refutadas una tras otra, y de verdad termina siendo muy dudoso que el acusado sea culpable de alguno de los cargos que se le imputa. Pero el juez no disimula en ningún momento su absoluta parcialidad, dándose el lujo de dormirse durante los testimonios, prepoteando abiertamente a los acusados y a la defensa. Al fin y al cabo, el presunto pederasta ya está condenado desde entes que empezara el juicio. Los medios masivos de comunicación, tan objetivos ellos, difunden el caso como el de una “red de pederastas”, cuando no pasa de ser el de un pedófilo onanista que fotografía niños. El documental no tarda en sugerir que el juicio fue orquestado para desarticular una asociación de vecinos que se resistía a la “limpieza” del barrio El Raval en Barcelona, y se oponía a las políticas del ayuntamiento. Un grupo de activistas que significaban un escollo a un plan, pergeñado por políticos y especuladores inmobiliarios, de transformar el barrio en un centro turístico atractivo, libre de gente pobre y menesterosa.
La idea funcionó de maravilla: nada podía ser mejor ni más efectivo para desarticular un enemigo molesto que acusar a uno de sus miembros de pederastia: los medios hacen el resto del trabajo y la histérica opinión pública los demoniza al instante; así la contienda queda ganada.

Disfunción y recaída. “¡Yo no puedo ayudarme a mí mismo! ¡No tengo control sobre eso, esa cosa maligna en mi interior!… ¡el fuego, las voces, la tormenta!” gritaba Peter Lorre en M (1931). El director Fritz Lang fue un adelantado para su época y exponía, en una de las primeras apariciones de un asesino serial de la historia del cine, una de las constantes psicológicas que pueden apreciarse en los casos de pederastia hasta el día de hoy, y es que a pesar de que los criminales son conscientes de lo que hacen, se muestran como seres profundamente disfuncionales, incapaces de ejercer control sobre sus propias vidas, como si fuesen movidos por una adicción irrefrenable. La incontinencia del pedófilo es un rasgo recurrente en el cine de los últimos años, especialmente en el de ficción. Así, en Felicidad (Solondz, 1998) un padre de familia confiesa a su hijo que no pudo resistir abordar sexualmente a sus amigos; uno de los protagonistas de Secretos íntimos (Field, 2006) no puede evitar masturbarse, en medio de una cita amorosa, por haber visto de lejos unos columpios; el protagonista de El hombre del bosque (Kassell, 2004) a pesar de haber cumplido una condena por abuso de menores, debe combatir permanentemente contra poderosas fuerzas interiores que lo arrastran a la reincidencia.
He aquí otra de las puntas más peliagudas del tema. El riesgo de la reincidencia del pederasta es muy alto, lo que vuelve a la patología de la paidofilia crónica una de las más difíciles de tratar, siendo incluso “incurable” en opinión de algunos psiquiatras[1]. De allí que se recomienden vigilancias y seguimientos a los pederastas luego de liberados, y que no falten los extremistas que exigen para ellos cadenas perpetuas o penas de muerte.
Es un tanto osado por parte de los cineastas buscar la empatía con personajes que son incapaces de empatizar con otros, y cuyo accionar es tan deplorable. Pero parte de la magia del cine está en lograr que el espectador pueda abandonar sus preconceptos por un tiempo y que pueda calzarse los zapatos del pedófilo, aunque sea para acercarse a su psicología y lograr vislumbrar que, al fin y al cabo, también ellos son humanos. Queramos creerlo o no, todos hemos autocensurado enérgicamente una faz de la libido que en ellos desborda. Saber empatizar con el prójimo es un proceso que no muchos han sabido cimentar; por supuesto, no los pederastas, pero tampoco los tantos que exigen su pronto exterminio.

Trato desigual. Otra vez en el terreno de la ficción, hay algunas películas que abordan específicamente el tema de la prostitución infantil. Los cuadros por lo general son presentados con distancia, gravedad y la seriedad que ameritan. Es un cine que denuncia y exhibe circunstancias invisibles al ojo común, que para buena parte del público serían desconocidas si no las vieran en pantalla. El paradigma es la mítica Taxi driver (Scorsese, 1976), donde Jodie Foster encarnaba a una prostituta de doce años, explotada a pocos dólares por un inescrupuloso proxeneta de los barrios bajos de Nueva York. En los últimos años, la mejor película de este tipo es la brasileña Anjos do sol (Lagemann, 2006) la historia de una niña de doce años que es vendida en una subasta de niñas vírgenes y obligada más adelante, en el prostíbulo de un pueblito situado en medio de la selva, a satisfacer indefinidamente los apetitos de una procesión de mineros.

Esta clase de películas deja entrever un aspecto muy cuestionable de la opinión pública: por un lado, se ve al pederasta como la bestia máxima, el criminal más aborrecible e intolerable, pero no tanto así al proxeneta que prostituye niños, las autoridades que permiten la existencia de centros clandestinos de explotación sexual infantil, o los usuarios de esos mismos prostíbulos. No es menos abusivo el sexo con un prepúber prostituido que con un niño cualquiera, pero la diferencia en la valoración social a un perpetrador y al otro es inmensa. Por un lado, se cree que el niño prostituido ya perdió la “inocencia” y que por tanto es peor el abuso a un niño de buen vivir, ajeno a las miserias mundanas. Por otro, el delincuente que paga por sexo con niños en un prostíbulo clandestino está amparado por una institución donde rigen reglas morales distintas a las del resto de la sociedad, y su accionar es visto con mayor tolerancia, aún desde fuera de esos recintos. Para la opinión pública es más sencillo proyectarse, identificarse en la familia vulnerada que en el niño desamparado y esclavizado; como en tantas otras cuestiones, las diferencias se establecen por la clase social a la que pertenece el damnificado. Partiendo de este punto, el pederasta acaudalado tendrá facilidades para saciar sus impulsos y mantenerse en una absoluta impunidad, mientras que los desenmascarados de las clases bajas pasarán directamente a matadero.

El cuerpo de cristo. Existen al menos dos recientes largometrajes documentales que se aproximan al fenómeno de la pederastia por parte de sacerdotes católicos: Twist of faith (Kirby Dick, 2004) y Líbranos del mal (Amy Berg, 2006), y un mediometraje documental de la BBC llamado Abusos sexuales y el Vaticano (2006)[2]. No debe existir peor publicidad para la iglesia católica que esta “trilogía” de documentales; los tres exponen testimonios a cámara de adultos que siendo niños fueron abusados sexualmente por curas, los tres se detienen en la complicidad y en el ocultamiento de los delitos por parte de diversas autoridades de la iglesia, encabezadas en su momento por el cardenal Joseph Ratzinger (hoy Papa Benedicto), y los tres enfatizan la masiva impunidad de los abusadores y el trauma irreversible para sus víctimas.
“¡La iglesia nos traicionó a mí y a mi familia!” dice a cámara, llorando y a los gritos, un padre de familia que confiaba su hija a un sacerdote, que la violó sistemáticamente desde los cinco años hasta los doce, sin que la familia se diera cuenta. Y es que el documental Líbranos del mal se centra en el caso particular de Oliver O’ Grady, un cura irlandés radicado en Estados Unidos que violó a más de cien niños, incluida una bebé de nueve meses. Cuando O’ Grady era motivo de problemas en determinado condado, las autoridades eclesiásticas lo transferían a una nueva parroquia, donde fuera desconocido por la comunidad. El cura, luego de haber cumplido una condena de siete años en prisión, vive en Irlanda con una pensión vitalicia otorgada por la iglesia, probablemente en recompensa por no haber declarado contra sus superiores cuando la justicia tomó cartas en el asunto. Lo extraño es que O’Grady es un violador confeso, y sin ningún problema y absoluta naturalidad da extensas declaraciones sobre sus crímenes y su opinión al respecto.
Líbranos del mal es el más completo e interesante de estos documentales, y además abunda en declaraciones de especialistas que arrojan luz sobre el fenómeno de los curas pedófilos. Se explica que no existen bases en las escrituras sagradas para el celibato obligatorio, y que los primeros doce papas se casaron y tuvieron hijos. Pero cuando en ese entonces morían los sacerdotes casados, su herencia pasaba al hijo mayor, por lo que a partir del siglo IV los líderes de la iglesia institucional empezaron a ordenar el celibato, de forma que cuando un sacerdote muriera sus bienes pasasen al obispo o a la iglesia.
La impuesta castidad a los curas, su tradicional cercanía con las familias y su cuota de poder, explotada en función del abuso y de la exigencia de silencio, son elementos que sirven para comprender mejor la histórica ligazón de sacerdocio con pederastia. No es de extrañarse que la temprana anulación de las mujeres como objetos de deseo derive en la sustitución por otro objeto más puro, asexuado, angelical.

Los cineastas que profundizan en el tema deben lidiar con una complicada interrogante: ¿cómo mediatizar un tema tan áspero y pavoroso sin caer en el sensacionalismo y evitando contribuir a un infecundo histerismo colectivo? Para los casos citados la cuestión se ha resuelto evitando la espectacularidad y el detallismo criminalístico, y apuntando siempre al destape de nuevas dimensiones a considerar. Por otra parte, todo buen acercamiento a un perfil lo humaniza, y es un atributo que debería ser celebrado. Películas recientes como Nieblas de guerra (Morris, 2003), Las horas del día (Rosales, 2003), La caída (Hirschbiegel, 2004), Tropa de elite (Padilha, 2007), o Lust, caution (Lee, 2007) son poderosos vehículos para comprender mejor ciertas mentes criminales. Y debe ser dicho, ese comprender, no debe confundirse jamás con justificar o perdonar. Nada más alejado a eso.

[1] Así lo afirma la psiquiatra María Tomé del hospital Maudsley de Londres en su artículo «La imposible "cura" de un pederasta». Tomé, M. El Mundo, 18-12-2001.
[2]Líbranos del mal y Abusos sexuales y el Vaticano pueden verse en youtube (http://www.youtube.com/) basta con colocar en la barra de búsqueda cualquiera de los dos títulos.

Publicado en Brecha 20/6/2008

martes, 10 de junio de 2008

La jungla de asfalto (The asphalt jungle, John Huston, 1950)

Jugarretas del destino


Como contrapartida al american way of life y a los productos hollywoodenses que lo encumbraban, en su mayoría superficiales, edulcorados, comerciales y por supuesto acríticos, el cine negro comenzó a reflejar cierto inconformismo presente en la sociedad norteamericana de las décadas del 40 y del 50. Si bien la Segunda Guerra y sus millones de muertos, Hiroshima o Auschwitz significaron golpes tremendos para la confianza en el progreso y en la humanidad; el macarthismo, la guerra fría y la intervención en Corea dejarían en evidencia mejor que nada los trapos sucios de Norteamérica.
Es entonces que estas películas de carácter truculento, desmesuradamente tétricas y oscuras revelaron los costados ocultos del sueño americano: la vida en el hampa, las mentes criminales, la brutalidad, la corrupción, la misoginia, el desapego y el individualismo, el cinismo, la traición, el desencanto.
Y este último término es clave para comprender la obra de Huston, quien en vida supo ser un gran cosechador de éxitos y fracasos, con superioridad numérica en estos últimos. Además de ser director de cine fue boxeador, dramaturgo, militar y aviador en la Segunda Guerra, novelista, pintor, periodista, cronista judicial, torero, jinete, guionista, actor. Llegó a teniente formando parte del ejército revolucionario de Pancho Villa, dirigió una revista de cine, fundó un comité de lucha contra McCarthy y en reiteradas ocasiones abusó compulsivamente del juego y del alcohol. No es de extrañar que el desencanto haya marcado a fuego su accidentada vida, y que en lo mejor de su obra se haga presente como un estigma personal. Sus personajes, y en particular los de La jungla de asfalto, comparten su mirada escéptica y el visible bagaje de un pasado tortuoso. Como bien comenta el crítico Guillermo Zapiola: "El rostro trágico de Humphrey Bogart se adecuaba perfectamente a la tipología de antihéroe hustoniano, y no es extraño que el director lo haya utilizado repetidas veces." (1)
En reiteradas ocasiones Huston comentó que los elementos verdaderamente importantes a la hora de filmar una película son el guión y el casting, y que el resto se va dando solo en la marcha. Lo cierto es que en sus mejores películas, Huston logra despertar la sensación de que ningún otro actor podría cuadrar mejor en el papel que aquel que está en pantalla. Por su parte, el guión de La jungla de asfalto no sólo es una excelente adaptación en la que se respeta el espíritu de la novela de Burnett (que vale decir, ha quedado comprensiblemente relegada al olvido), sino que además se le reordenaron algunos tramos y se le agregaron otros con resultados deslumbrantes. El desolador desenlace hustoniano es de una infinita superioridad trágica, y el rasante pesimismo que exuda la película no tiene cabida en el libro original.


Al igual que Dmytryk, Kazan o Dassin, Huston supo trasplantar a sus películas situaciones de la vida cotidiana con admirable destreza en forma aparentemente verosímil. A más de cincuenta años de su estreno, hoy continúa asombrando este realismo singular, y a pesar de que se sepa que casi todos los actores presentes en la película están más que muertos y enterrados, créase, estos personajes RESPIRAN en los fotogramas. Se ha dicho que el mérito corresponde al talento de Huston para la dirección de actores, pero en honor a la verdad vale decir que Huston rara vez los dirigía, sino que por el contrario, los instaba a que hicieran papeles a su manera, en busca de actuaciones instintivas y fieles a ellos mismos. Durante los castings, apuntaba precisamente a actores que tuviesen un perfil psicológico similar al de los personajes, y hecha la elección los dejaba libres a su suerte.
El resultado fue ejemplar: interpretaciones brillantes de Louis Calhern, Jean Hagen y James Whitmore, premio al mejor actor en Venecia a Sam Jaffe y descubrimiento de talentos notables como los de Marilyn Monroe y Sterling Hayden. Pero más impresionante aún, y a lo que Huston aspiraba, es la densidad emocional y el destello humano contenido en cada una de las caracterizaciones, incluidas las de los secundarios. No existen criminales de una sola pieza en La jungla de asfalto, y cuando se conocen sus motivaciones o sus debilidades, es difícil no simpatizar con ellos. Doc (Sam Jaffe), el cerebro de la banda, a pesar de ser un germano frío y meticuloso, se desvive por las faldas, y ello lo terminará por perder. Dix (Sterling Hayden), el rufián, se involucra en el robo con la idea de juntar dinero para volver a sus caballos y a su Kentucky natal; el abogado Emmerich (Louis Calhern) quedó en la ruina por saciar los gustos de su amante veinteañera; el especialista en cajas fuertes, Louis (Anthony Carusso), tiene un hijo enfermo y una familia que mantener; a Cobby, el corredor de apuestas, lo hunde su credulidad y su ambición; el chofer jorobado, Gus (James Whitmore), presenta inesperados costados solidarios. Los traidores son traidores por desesperación, y como dice en determinado momento Emmerich, "El delito no es más que uno de los aspectos de la lucha por la vida".
En su tiempo la película causó indignación en sectores de la crítica, los cuales consideraron de mal gusto que se buscara esta empatía emocional con delincuentes. Huston replicó: "Las personas que consideran inmoral el film tienen miedo de lo que la película despierta en ellos. Se sienten criminales porque comprenden el estado de ánimo y las motivaciones de los criminales". (2)
Si bien los personajes de La jungla de asfalto son delincuentes profesionales de larga trayectoria, y el riguroso plan craneado parece realmente "perfecto", todo terminará fallando, y de las formas más absurdas e injustas. La primer falla es el factor humano y sus imprecisiones típicas, aquí concretamente el engaño y traición por parte de uno de los integrantes de la banda. El resto es mero producto de la fatalidad, una alarma de otro edificio que suena accidentalmente, un arma que cae al suelo y se dispara sola. Es curioso que el plan falle precisamente en su parte más "segura" (la apertura de la caja fuerte), y el elemento que menos confianza inspiraba (Dix), es el que mejor se desempeña. Lo que la teoría aseguraba, la práctica acabará por derruir.


El hombre como un ser "arrojado" a su suerte en un mundo absurdo y carente de reglas, condenado a construir a cada instante su propia identidad por medio de sus acciones, y abrumado por la angustia al saberse libre y único responsable de su esencia son premisas del pensamiento existencialista, y en especial del de Jean-Paul Sartre. Ellas se encuentran presentes en las más representativas obras de Huston, confeso admirador del filósofo, y al que incluso terminaría encargando el guión de la película Freud, pasión secreta (Freud, the Secret Passion, 1962), debiendo rechazarlo luego por su exagerada extensión.
Las libertades personales se encuentran coartadas ya que los protagonistas han decidido internarse en la jungla del asfalto; el entorno los conduce a círculos viciosos de criminalidad, y las únicas vías de escape son la cárcel o la muerte. Lo que hoy puede verse como un desenlace un tanto moralista y bienpensante, debe pensarse como lo lógico y lo pertinente a su época. Si algún delincuente se hubiese salido con la suya, la película se habría catalogado inmediatamente como obra maldita, y no habría tenido la difusión y el buen recibimiento que tuvo. La jungla de asfalto se convirtió en fuente de inspiración para un sinfín de films de "atracos perfectos" de calidad variable, que conformaron todo un sub-subgénero dentro del subgénero que ya conforma el policial negro. Entre ellos cabe destacar como insuperables a The Killing (Kubrick, 1956) o, más acá en el tiempo, a Reservoir Dogs (Tarantino, 1992).

(1) Concretamente en El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941), A través del Pacífico (Across the Pacific, 1942), El tesoro de Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, 1948), Cayo Largo (Key Largo, 1948), La reina de África (The African Queen, 1951), y La burla del diablo (Beat the Devil, 1953).
(2) «Positif» 116, Publicada en España por «Nuestro Cine», 100-101 Agosto-Septiembre 1970. Citada después en «John Huston», Carlos F. Heredero, Ediciones JC, Madrid 1984.

domingo, 8 de junio de 2008

Tan perdido (x3)

Esta entrada va dedicada a Juniper, que está un poco deprimida y a Speiner, que cuando no está deprimida está trabajando sin parar. Hace mucho tiempo que vengo aguantándome el poner videos de youtube sin relación alguna con el cine, así que sean testigos del primer post totalmente off-topic de Denmen celuloide. ¿Por qué "tan perdido"? Porque, debo decir, estas mujeres que van a ver a continuación son de lo más hermoso que he visto en los últimos tiempos, y bueno, como que me alteran un poco.


Blondie - Heart of glass

En realidad no me interesa en absoluto la Deborah Harry de más adelante, este es el momento en que a mí me traspasa, ella y su voz extraterrenal. Me tiene enloquecido pero sólo en este momento y en ningún otro. Si seré rebuscado...



Bat for lashes - What's a girl to do

El descubrimiento reciente de este extraño grupo me tiene un tanto inquieto. En primer lugar, que el video clip no podría ser más Lyncheano, con esas atmósferas oníricas y un uso tan efectivo del recurso ominoso. Lo otro, a la vocalista me la quiero comer en el almuerzo.



Björk y PJ Harvey - Satisfaction

Y el último va doble. Si cada una por separado me eriza hasta los pelos del tuje, las dos juntas potencian entre sí sus atributos, y despiertan en mí toda clase de fantasías inconfesables.



¿Qué esperaban, porno?