viernes, 30 de noviembre de 2007

Top five (+ bonus track)

Hace poco me juré a mi mismo que por cuestiones estéticas jamás iba a colgar videos de youtube en estas entradas, pero ya que ando en una de romper mis autoimposiciones, hagámoslo bien y con ganas. A continuación van varios de los momentos musicales más emotivos que recuerde. Si a alguno le emociona la mitad de lo que me emocionan a mí, me sentiré más que satisfecho.

Country roads - Whisper of the heart
Este se lo debo a JP Bango, quien me hizo acordar que existe Whisper of the heart, ese pedazo de película. Las catarsis musicales japonesas son infinitamente superiores a las de occidente. La razón es simple; los japoneses suelen ser los seres más tímidos y autorreprimidos del mundo.



No existe nada más conmovedor que ver personajes librándose de sus ataduras y de sus férreas frustraciones en un imponente número musical. Y los que creen que el animé es todo cuadrado y estático, que observe con atención la sutil e impecable compaginación de movimientos y sonidos, y la riqueza expresiva de esta animación.

Didn't leave nobody but the baby - O brother where art thou?
Esta es atmósfera pura. Cuando los Coen se ponen las pilas no existe dios que los pueda superar. Una canción maravillosa entre otras tantas de una de las mejores bandas de sonido jamás escuchadas.


La idea es delirante: sirenas que se le aparecen a convictos recién escapados, en medio del bosque y en época de la gran depresión. El montaje es preciso y sostiene las miradas el tiempo necesario para generar un clima denso y embriagador. Y la pinta de degenerado de Turturro es impagable.

Linda linda linda - Linda linda linda
Otra catarsis japonesa. El que tenga interés en ver la película y no haya podido aún, mejor que se saltee este texto y el video porque es un gran SPOILER.



Los silencios son elocuentes. Observen los primeros intercambios de miradas: la baterista, la guitarrista y la bajista están claramente preparadas y seguras de sí, pero cuando reparamos en la vocalista, mi adorada Du-na Bae, nos damos cuenta de que está entrando en un ataque de pánico. Es algo trágico para el que vio la película hasta este momento, ya que las cuatro chicas preparaban este punto cumbre con una dedicación inigualable.
La mirada comprensiva y amable de la guitarrista es salvadora; el resto, pura antología. Ningún espectador, pero ninguno, esperaba un punk-rock tan directo e intenso, y menos en un liceo donde la discreción y el recato son la regla.

Kaze ni naru - The cat returns
Bueno, este en realidá es uno de esos montajes que cuelgan algunos frikkis en la web. Guardo especial culto por esta película, y la canción del final, esa que acá suena y que todos podrán cantar a coro en sus casas gracias a los títulos de karaoke, me eriza y me provoca calambres medulares.



Por qué te vas - Cría cuervos
Este video se lo debo a mi querida Lady Speiner, que a su vez lo colgó en su blog advirtiendo la falta imperdonable que significa no haber visto las mejores películas del gran Carlos Saura. Cría cuervos y la canción de Jeanette son imponentes. Como Lady Speiner, tampoco puedo explicar qué carajo es que me emociona tanto. A veces, las mejores cosas que nos da el cine son intangibles e inexplicables, y el analista no puede hacer nada mejor que callarse.



La novia vs 88 locos - Kill Bill Vol. 1
Y esto último no pega ni con moco con todo lo anterior, pero este es mi blog y cuelgo lo que se me canta el culo. Y también me emociona, joder. Acá va la versión a todo color y sin censurar de la novia mutilando a 88 locos. ¿Acaso existe algo mejor en el mundo?

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Indignado (x3)

1. Leones por corderos es una mega-mierda



Al abrir este blog me impuse como condición fundamental el hablar solamente de películas que de verdad valieran la pena, que me entusiasmaran y que me incitaran a dejar algo escrito. No me llama mucho esto de vapulear películas sólo porque a mi no me gustan o de escribir de alguna que ni siquiera merece la pena el malgasto de energías y tinta catódica.
Pero ahora creo que voy a reventar, y si no vierto toda mi bilis en esta entrada voy a tener que salir a la calle y pegarle a alguien.
Y lo peor de todo es que los críticos la aplauden. "He aquí una película comprometida", "un cine arriesgado que incita al debate", "una crítica feroz al stablishment" y toda esa basura. Un carajo. Leones por corderos es la película de un demócrata liberal que se cree progresista y que quiere demostrar que el actual gobierno de EEUU se ha excedido con todo esto de la guerra. Una película orientada para esa gente de derecha -a llamar las cosas por su nombre, porque una persona que cree que una guerra puede ser algo bueno no es otra cosa que de derecha- demócratas o republicanos que se comieron todo ese verso de Bin Laden y los talibanes y que hasta ahora se mostraron acríticos con la intervencion norteamericana en Irak.
"Esto ha ido demasiado lejos" parece enunciar Redford, como si las cosas no hubieran ido demasiado lejos ya desde el primer día que el gobierno de Estados Unidos dejó caer su primer misil en Afganistán.
Está muy claro que al director le chupa tres huevos que en la guerra mueran, sin comerla ni beberla, civiles irakíes por millares y que sí le duele en cambio que los marines patriotas (esos que son tan imbéciles como para alistarse voluntariamente), perezcan en vano, entregados a las tristes e infortunadas arbitrariedades de una guerra mal comandada y peor planificada.
Robert Redford interpreta a un profesor que quiere convencer a su mejor alumno de que apueste por la política, que el congreso es un lugar desde donde realmente se pueden arreglar cosas y que si en los escaños del poder político hubiese sentada gente inteligente y con algo de principios las cosas irían mucho mejor.
No se le puede recriminar mucho a esa visión. Si tuviera que elegir entre Bush y Gore me quedaría toda la vida con Gore, por eso de elegir el mal menor. Pero también es cierto que todos los políticos tienen su precio, y que los principios en las cámaras de Estados Unidos se cotizan y venden al mejor postor. Y que poderosísimas multinacionales vierten todos sus esfuerzos por tener como aliados pagos a todos y cada uno de los integrantes de este congreso. Quizá Redford peque un poco por ingenuo en este aspecto.
Pero el razonamiento que se desprende de la película es lo que me preocupa más: se habla de que se está repitiendo el mismo error que en Vietnam, que la guerra se llevó hasta un callejón sin salida, y que hoy sólo sirve para drenar gastos desmedidos y hacer morir soldados en vano. Como los mentirosos y corruptos políticos republicanos están empeñados en continuar esta guerra, la conclusión es: se ha vuelto urgente y necesario votar por los demócratas.
Y el personaje de Tom Cruise, un senador republicano, -que está muy bien interpretado porque hasta asco da- se presenta como un individuo con argumentos atendibles, se le inventa una lógica convincente que lo coloca casi a un mismo nivel que los personajes más "progres" de la película. Es una actitud muy de gentleman, muy diplomática, muy respetuosa del enemigo por parte de Redford. Como si existiera algún argumento coherente para sostener la guerra más que el del flagrante beneficio económico de unos pocos saqueadores y explotadores de miserias ajenas.
Será cine político, será contrario a las políticas intervencionistas actuales. Pero no me jodan, esto no es de izquierda.


2.Bloggers antiguionistas
Buscando info en la web sobre las actuales huelgas de guionistas de Estados Unidos, corrí con la mala suerte de dar con unos cuantos blogs de fans adictos a las series norteamericanas, en donde se habla de las manifestaciones como de un absoluto despropósito, como un atentado por parte de los guionistas a la ansiedad y a las costumbres del buen consumidor.
No existen fundamentos, solo simple y llana indignación con los guionistas, esos desubicados que retrasan las series, que boludean en las calles con pancartas y que osan detener el ritmo de salida de los esperados episodios.
De verdad me cuesta entender que gente que sabe leer y escribir, que pasa buena parte de su tiempo en contacto con excelentes productos culturales y que le gusta compartir sus conocimientos en las comunidades virtuales tenga tantas dificultades para conectar entre sí a sus dispersas y aletargadas neuronas. Supongo que será en vano explicarles que esos mismos tipos que protestan y hacen piquetes -para recibir una ínfima fracción de los beneficios que unos pocos rastrillan- son la base creativa, la piedra angular de las series que tanto disfrutan.
No está de más recordar que en las series para TV americanas, los guionistas en especial desempeñan un papel fundamental. Si Lost, Prison break, 24, House o Heroes tienen muchos momentos geniales se debe esencialmente a la deslumbrante creatividad de estos tipos. Individuos que, aunque ya ganen más que suficiente, merecen obtener una parte digna de los millonarios beneficios que se generan con las ventas de esas series en DVD y de las descargas pagas de internet.


Pero bueno, en un mundo en que la imagen es todo, lo único que importa es lo que se ve: los actores, la puesta en escena, los trailers, el packing. Los personajes ocultos, los continuistas, los directores, los montajistas, los guionistas y tantos otros trabajadores no sólo no tienen méritos sino que además si se les ocurre luchar por una parte de lo que merecen se los tacha sistemáticamente de lúmpenes desquiciados.
Para los que no lo saben, los guionistas están ganando actualmente 4 o 5 centavos de dólar por cada DVD nuevo vendido, cuyo precio normalmente oscila entre los 20 o 24 dólares. La demanda de los tipos es pasar a ganar 8 centavos. Que el mercado del DVD está en alza no es novedad para nadie, y decir hasta qué punto significa ganancias millonarias para las compañías cinematográficas y de televisión es redundar en una obviedad.
Y que los pelotudos estos, que están tan ansiosos, salgan un poco, paseen, intenten hablar con alguien del sexo opuesto, formen una banda o prueben de masturbarse contra el viento. Sus bienamadas series ya van a llegar, y el mundo no se va a acabar porque tengan que esperarlas un ratito más.


3. Saw IV, la tortura como espectáculo
Bueno, no, este agregado no estaba en la entrada original al principio, pero atravesé una situación harto desagradable, y su relato calza justo con el espíritu de esta seguidilla de circunstancias indignantes.
Maldito sea el día en que elegí escribir la crítica de El juego del miedo IV. Todo porque esta semana no tenía ganas de escribir sobre El duelo de Jet Li, malísima también, y se me dio por optar por el mal desconocido. En la reseña que tengo que hacer para Brecha no voy a poder poner que me pareció una de los engendros cinematográficos más enfermos e indeseables que vi en mi vida, así que acá va una debida descarga.
Cuando estaba por entrar al mismo cine, me encontré en la cola con una pareja amiga, quienes tenían entradas gratis para la película en cuestión y no tenían la menor idea de qué era eso que iban a ver. Venían con mucha hambre y dispuestos a comprar cantidades industriales de alimentos, por lo que noté que no venían preparados como yo y consideré adecuado hacerles una debida advertencia: probablemente se les fuera a cortar la digestión en breve.
Porque no es lo mismo comerse de garrón una película mala tipo El duelo, que en el peor de los casos uno puede aburrirse como un hongo, que tragarse un Saw IV, que puede llegar a arruinarle un buen fin de semana a cualquier cristiano. Por fortuna, mis amigos resultaron tener buen estómago, y toleraron toda la proyección sin irse de la sala. En cierto sentido, me alegré de que, cuando se acabó esa sumatoria de sesiones de tortura que ostenta este filme, ellos salieran de la sala con la misma indignación que yo. Qué bueno que todavía existe gente razonable en este mundo.
La conclusión a la que llegamos fue la misma. Se trata de una película de explotación, donde lo único que importa son las escenas de tortura. La historia, ese accesorio artificial integrado para disimular la total gratuidad, no tenía el menor atractivo ni la menor coherencia. Es más, es prácticamente imposible seguirla, a menos que uno sea de esos enfermitos que se tienen recaladas las dos películas anteriores de la saga.
También acordamos que Saw IV es una auténtica irresponsabilidad, y que, quién sabe, hasta podría ser el empujoncito mental definitivo para llevar a un desequilibrado a decidirse y sublimar activamente sus pulsiones más antisociales.


Y es que Lynn Bousman, director de semejante atentado cinematográfico, se parece al niño que después de destripar un sapo, corre a mostrarle a sus pares su hallazgo, su gran hazaña. Las escenas de tortura están expuestas en detalle, se dan cuentas de los complicados mecanismos para la punición en cada caso y se filman los prolongados sufrimientos en un montaje rápido y clippero, ensamblándose primeros planos de rostros sufrientes, planos detalle de las zonas del cuerpo laceradas y planos generales del cuerpo desde distintos ángulos, como si el fantasma resentido de Eisenstein hubiese tomado clases en la academia de Lucio Fulci.
A diferencia de Pier Paolo Pasolini o Takashi Miike, que lograron películas magistrales en las que también habían horrendas escenas de torturas, Lynn Bousman no tiene interés en pergeñar personajes ni de llamar a reflexiones acerca de los estadios más bajos del ser humano. La punición de los cuerpos se torna un acto impersonal, vulgar, ideal para un voyeurismo sádico.
La explotación de la tortura en el cine se ha convertido en un negocio millonario que, de momento, no va a detenerse. Los mismos censores puritanos que en Hollywood le ponen trabas a la distribución de películas con altos grados de erotismo, le dan absoluta libertad de difusión a estos productos, ya que contrariamente a lo que pudiera parecer, esta película fue calificada R y no NC-17. La tortura, recordemos, no es un "comportamiento aberrante" en los Estados Unidos, y el mismo gobierno la aplica dentro de su territorio; Guantánamo es el caso más paradigmático.

Y ahora, gracias a la industria, la tortura es un comportamiento de exhibición popular, socialmente familiarizable. ¿Será este el futuro de Hollywood?

viernes, 16 de noviembre de 2007

La espalda del mundo (Javier Corcuera, 2000)

Desplazados


El título es claro. La película enfoca tres diferentes instancias de exclusión social, racial y política extremas, a las que no sólo dan la espalda los medios de comunicación, los políticos de turno y las élites adineradas sino la sociedad en su conjunto. Situaciones concretas y distantes en el espacio que guardan el penoso parentesco de la injusticia atroz, y que señalan patologías sociales que trascienden los casos inmediatos y se repiten indefinidamente. Tres versiones del sufrimiento equilibradas de modo que ninguna parezca más o menos trágica que otra.
El director Javier Corcuera no utiliza narraciones en off, jamás aparece en cámara y no deja lugar a más opiniones que las de los directamente involucrados. Así, la película se sostiene con las miradas y voces de los propios protagonistas, introduciéndose apenas algún aislado material de archivo cuando los relatos lo ameritan.
El primer episodio, “El niño”, ofrece un paneo a diversas situaciones de trabajo infantil en Lima. Niños picapedreros que, sumergidos en un gris omnipresente de piedra y polvo, se encuentran expuestos a un oficio insalubre, extenuante y continuo, a accidentes causados por la inestabilidad de las cañadas rocosas y a enfermedades pulmonares de todo tipo. Obligados a crecer de golpe, los niños que hablan a cámara relatan las técnicas de su labor como si fuesen adultos, conocen al detalle sus costos y sus riesgos, pero además saben que en su contexto es la única vía de escape a la miseria. En el distrito de Carabayllo sus familias sólo pueden vivir de la basura y de la venta de piedras. No muy lejos, en el centro urbano, niños en situación de calle relatan sus informales métodos de supervivencia: la venta en los ómnibus, el cuidado de coches y hasta el robo, nombrado como al pasar, como cualquier otro trabajo posible.
El segundo capítulo, “la palabra”, nos transporta a un entorno totalmente distinto. Un hombre entrado en años atraviesa un nevado paisaje en Estocolmo; se trata de un refugiado kurdo, su nombre es Mehdi Zana y es un ex activista político de izquierda. Cuenta que las 40 millones de personas que componen el pueblo kurdo se encuentran divididas en cuatro países: Turquía, Irán, Irak y Siria, y que más de la mitad deben ocultar su nacionalidad, no pueden hablar su idioma o practicar sus costumbres. Además de haber atravesado el golpe de estado turco, la persecución, la tortura y 19 años de cárcel, Mehdi sufre del distanciamiento con sus hijos, radicados en París, y con Leyla Zana, su mujer, escritora y política feminista, electa diputada de la provincia turca de Diyarbakir, condenada a 15 años de prisión por decir tan sólo dos palabras en kurdo y utilizar una vincha con los colores de Kurdistán en el momento de asunción al parlamento. De los 24 años que Leila y Mehdi estuvieron casados, sólo 4 años y medio pasaron juntos.
La acción en este episodio se desarrolla alternativamente en Estocolmo y en Diyarbakir donde otros kurdos complementan el relato de Mehdi, describiendo los horrores de la dictadura y alabando a la incorruptible figura de Leyla Zana. Una mujer Kurda llega a decir: “yo voté por ella y la metieron en la cárcel. Aunque la tengan allí mil años, mil años será nuestra diputada”.
El tercero de los episodios, “La vida”, nos traslada a un precinto de alta seguridad de Texas, donde conviven sentenciados a pena de muerte. En una espera constante, alternando esperanza con resignación y temeroso de esa inyección letal que acabará con su vida, se encuentra confinado desde 1986 el condenado negro Thomas Miller-El. Desde entonces ha tenido diez fechas de ejecución, aplazadas por las apelaciones de su abogado. Las cámaras filman la estéril e inmaculada prisión, y se contraponen dichos de los funcionarios que lo custodian -de agria frialdad burocrática-, con los dolientes testimonios de los familiares de los condenados.
El recluso dice haber conocido a más de 175 personas que fueron ejecutadas. Y que cada vez que matan a un compañero de celda, una parte de él muere con ellos. “Cuando deje este mundo, no tengo idea de adónde iré o de lo que me espera, pero ahora estoy en el infierno, así que allí no puedo ir", asegura ojeroso Thomas Miller-El.
Filmado con austeridad y sin mayores pretensiones, el filme denuncia sistemas obsoletos que excluyen, reprimen y hacen morir para seguir existiendo. A veces, para hacer un portentoso cine político sólo hace falta apuntar la sensibilidad y las cámaras a los patios traseros, allí donde los derechos elementales brillan por su ausencia.

Publicado en Brecha 16/11/2007

viernes, 9 de noviembre de 2007

El cine de Bruno Dumont

El animal que llevamos dentro

Como Lars von Trier, Todd Solondz, Michael Haneke, o Gaspar Noé, Bruno Dumont es un cineasta que con cada nueva entrega llama indefectiblemente a la polémica. Cada una de sus cuatro películas ha cosechado todo tipo de reacciones adversas, elogios y abucheos, premios varios en festivales y considerables ríos de tinta. Cuando La humanidad (1999) se llevó el gran premio del jurado en Cannes y los de mejor actor y actriz, se dividieron aguas tanto en el público como en la crítica. Se acusó a Dumont de entregar escenas de feroz gratuidad, de crear una película vacía y pretenciosa, de intentar “epater le burgeois” con alevosía. Pero otros hablaron de una auténtica revelación, de un personalísimo creador de universos, y de que sus imágenes encerraban una profundidad inusual.
Naturalmente, el director busca las polémicas. Al igual que los cineastas nombrados anteriormente, Dumont es revulsivo y cuestionador, un pateador de esquemas nato, un incendiario que pretende despertar incomodidades y sensaciones encontradas, mientras dispara todo tipo de reflexiones sobre el hombre, su objeto último. Sus dichos en entrevistas revelan a un individuo de afirmaciones radicales y tajantes, de esas que suelen generar amores y odios, pero nunca posiciones intermedias: “La pelea entre dos hombres por una mujer es lo mismo que una lucha por un pedazo de tierra. Todo surge del deseo. No hay diferencia entre un triángulo amoroso y el conflicto entre Israel o Palestina”. Sobre la cinefilia ha llegado a decir: “no me gusta el cine (…) el cine está muerto, y creo que los cinéfilos son unos alienígenas”.
A Dumont, además, le gusta ser desagradable. Todas sus películas ostentan secuencias de perturbadora crudeza y de impredecible violencia (aunque nunca tan explícita como la de Gaspar Noé), además de abundar en escenas de sexo mecanizado y salvaje, en las que se hace énfasis en el carácter más bestial del ser humano. “Hay algo trágico en la unión de dos cuerpos y en su imposibilidad de volverse uno, que acaba revelando una gran soledad” ha dicho al respecto.
De sus cuatro películas, la que forjó más rechazos fue Twentynine palms (2003), que se podría definir como una road movie desbordada de conflictos de pareja a lo nouvelle vague, mucho sexo (a veces explícito), un desierto tan extenso e inhóspito como el de Las colinas tienen ojos y uno de los desenlaces más crudos e inesperados de la historia del cine. En algunos festivales, los críticos llegaron a reírse abiertamente del filme frente al mismo Dumont. Un dato infaltable que acaba por adornar mejor a una auténtica película de culto.

Un cine corporal. Como el de los hermanos Dardenne, el de Claire Denis, y el de Gus Van Sant, el abordaje fílmico de Dumont es predominantemente físico. Se sigue a los personajes de cerca, en su andar cotidiano, sin nunca explicitar sus motivaciones o sus conflictos internos. La comparación de Dumont con el maestro Robert Bresson es, en este sentido, inevitable. Como éste, también utiliza a actores no profesionales para sus películas y opta por no darles información sobre la trama durante el rodaje. Los personajes son, en apariencia, soberanamente ingenuos, sencillos y superficiales; pero no conviene engañarse, cargan con el peso de toda una humanidad. Como en Bresson, si hay una figura retórica en este cine es la sinécdoque; una parte puede significar el todo, el individuo la especie. Una guerra representa todas las guerras, y un acto sexual, la sexualidad con mayúsculas. ¿Pretencioso? Por supuesto que sí, igual que la mayoría de los grandes cineastas.
La mirada bressoniana, ese abordaje claro, distante, casi clínico, que evita la dramatización y la música incidental y por la que el espectador espía a individuos silenciosos y prácticamente inexpresivos en su deambular corriente, es la que provoca que las emociones broten sin ser reclamadas por artificios, en forma automática y visceral. Surge también la llamada dualidad “claridad de visión”/ “opacidad de significados”, lo que significa que el abordaje sereno, concreto y explícito a ciertos hechos genere la dificultad de entender lo que ellos realmente entrañan. Vemos a los personajes actuando de maneras extrañas, pero ¿qué piensan?, ¿qué recónditos mecanismos internos les lleva a proceder así? La distancia funciona en el sentido que el espectador proyecta en los personajes sus propias experiencias; por más que la cámara los siga de cerca, y que sus físicos ocupen buena parte de la pantalla, nunca conoceremos verdaderamente sus motivaciones, el porqué de su accionar, y en ese sentido ellos funcionan como recipientes vacíos donde uno puede volcar su propia subjetividad.
Si bien es cierto que la distancia y el desconocimiento total del pasado y de la psicología de los personajes podrían derivar en apatía o desinterés de parte del espectador, la clave radica en generar situaciones tensas o enigmáticas que logren involucrarlo activamente, y que lo obliguen a mantenerse atento. Dumont sabe como generar ese interés.
Una fuente de misterio reside en los mismos personajes, por lo general individuos de gran tamaño, quienes en su llamativa impavidez frente a circunstancias adversas despiertan incomodidad y hasta cierta desconfianza. Se intuye que son auténticas bombas de tiempo, aunque no queda muy claro cuándo van a explotar ni por qué. También es curioso que además de verse como sujetos anodinos, ciclotímicos, contradictorios y hasta desenfrenadamente violentos, de a ratos se los muestre como a seres especialmente frágiles y sensibles, y que después de escrutarlos un tiempo también se pueda ver cierta belleza inherente a ellos.

Determinismo geográfico. Como en Antonioni, como en Tsai Ming-liang, como en Jia Zhang-ke, los paisajes en el cine de Dumont funcionan en tanto un reflejo del estado de ánimo de los personajes. Como bien señala Nando Salvá en su libro sobre el director[1] “en cómo intenta capturar la cara oculta del hombre a través del retrato de su cara visible, por un lado, y del entorno, por otro, Bruno Dumont demuestra usar la cámara del mismo modo que un pintor usa la paleta y el pincel.” Los apagados entornos semirrurales son ideales para la construcción de caracteres contenidos, apáticos, aburridos, alienados e incomunicados, que hasta parecen buscar sexo no tanto por una necesidad física sino en un afán de escapar al tedio. El pueblo o el desierto son los únicos paisajes en sus películas, y quizá ellos mismos sean los verdaderos protagonistas, los que en el fondo definan y determinen la errática conducta de los personajes.
La utilización de personajes simples y pueblerinos obedece a que en su sencillez, en su permanente contacto con el medio ambiente encarnan mejor que nadie a la naturaleza humana. Según Dumont, “El poder del cine consiste en hacer que el hombre vuelva al cuerpo, al corazón, a la verdad. El hombre del pueblo tiene una verdad que el intelectual, el hombre de la ciudad, ha perdido”.
Por hacer esta elección, por crear personajes triviales y limitados, suele acusarse a Dumont de misántropo, y la crítica ha llegado a esgrimir que elige a esos personajes con el sólo pretexto de martirizarlos y de mostrar sus perfiles más ruinosos, en un acto despótico y sádico. Es cierto que Dumont no es precisamente un romántico empedernido, y que sin lugar a dudas tiene cierta desconfianza en la humanidad. Pero esto no debería ser cuestionable, ya que si hay algo que enseña la historia es que el ser humano ha sido muy necio en esto de ser desagradable; Dumont tendría todo el derecho del mundo en pensar al hombre como un insecto abyecto y deleznable, y de exponerlo en sus películas de la manera que más le plazca.
Pero resulta curioso que si uno observa con atención sus películas, existe un calor humano oculto que asoma de a ratos y que contradice la tesis que señala a Dumont como un director que odia a sus personajes. Hay momentos en sus películas que suelen ser como pequeños rayos luminosos, fugaces destellos de esperanza que atraviesan de lado a lado la superficie estancada y el pesimismo rasante. Los minutos finales de La humanidad o de Flandres (2006) son ejemplares en este sentido.
Y una advertencia. El espectador debe quedar advertido. Dumont no sólo es un cineasta al que no le tiembla el pulso al filmar escenas de extraordinaria crudeza sino que además se toma sus tiempos para exponer sus inquietudes. Su cine abunda en tomas largas y detenidas, en tiempos muertos que quizá en apariencia no aporten demasiado al relato. Es probable que los espectadores más impacientes no toleren buena parte de su filmografía, en especial sus dos primeras películas: La vida de Jesús (1997) y La humanidad. Las últimas, Twentynine palms y especialmente Flandres llevan un ritmo más ágil, lo que las torna más accesibles. Ahora, el que no tenga demasiada tolerancia a la violencia realista, mejor que guarde distancias.

Flandres (Bruno Dumont, 2005)
Lejos de la moral

Un grupo de jóvenes convive bajo un cielo gris, en una húmeda y agreste campiña de la región francesa de Flandres. Demester (Samuel Leroux) y Barbe (Adélaïde Leroux) son vecinos, y por sus silencios y sus miradas cómplices se puede entrever que llevan una estrecha y prolongada relación. Su animalidad quedará en evidencia tempranamente, cuando tras unos arbustos tienen un encuentro sexual mecánico y absurdamente breve. Como en el resto de las películas de Dumont, en Flandres se le da un espacio privilegiado al sexo, pero aquí las relaciones sexuales son mostradas como una simple y rápida descarga masculina, y cuesta creer que Barbe pueda gozar minimamente de ellas. Quizá por no poder alcanzar una satisfacción plena o para escapar de la gris monotonía, Barbe se acostará sistemáticamente y a lo largo de la película con cuanto individuo se le cruce.
Demester es consciente de los encuentros sexuales de Barbe con otros, pero al igual que el protagonista de La humanidad no parece sentir celos y, de tenerlos, para el espectador sería imposible captarlos, ya que su semblante se mantiene estático, inalterado. El protagonista y dos jóvenes más se han alistado para luchar en una guerra de la que nada saben y su colosal ignorancia se vuelve más patente aún al hacer explícita su creencia de que la guerra podría beneficiarlos. Hasta el protagonista admite no tener idea de en qué país tiene lugar el conflicto.
Flandres bien podría ser considerada una película bélica, ya que buena parte del metraje transcurre en esa contienda, situada en algún remoto e impreciso territorio árabe. Y como en toda película bélica que se precie, al ingresar a la guerra se entra al mismísimo infierno: al ingenuo Demester le toca atravesar mil y un horrores, sufrir -y perpetrar- indecibles atrocidades.
Si la vida en la campiña parecía cruel e inhóspita, el insalubre desierto significa el hundimiento y el desdibujamiento total de los valores morales. La violación grupal -de la que Demester forma parte- a una mujer soldado remite a ese sexo rápido y egoísta, efectuado como un mero consuelo fisiológico para sobrellevar una existencia abyecta.
“¿No tienes moral?” le pregunta una amiga a Barbe luego de haberla visto fornicando con un perfecto desconocido. Barbe no contesta, pero su respuesta, como la de Demester en el desierto, bien podría haber sido: “aquí estamos muy lejos de toda posible moral”.

[1] Paisaje abstracto con hombre al fondo, Nando Salvá, Festival Internacional de Cine de Gijón, 2006.
Publicado en Brecha 9/11/2007

sábado, 3 de noviembre de 2007

Exiled (Fong juk, Johnny To, 2006)

Redefiniendo el cine de acción


Los primeros quince minutos son brillantes: dos hombres con bolsos golpean la puerta de una casa, una mujer los atiende y uno de ellos le pregunta por un tal Wo, la mujer miente, dice que allí no vive. El hombre dice que lo van a esperar afuera. La cámara se queda dentro de la casa, acompañando a la nerviosa mujer que cuida de su bebé de pocos meses. De inmediato, vuelven a llamar a la puerta. La mujer abre y ve a otros dos hombres, vestidos de traje y también con bolsos; le preguntan por Wo. Ella vuelve a mentir, y ellos también esperan afuera. Los cuatro hombres se encuentran en una plaza, frente a la casa, se saludan. Los silencios, los gestos y las miradas dan cuenta de que se conocen de antes, conversan. La mujer los observa desde una ventana. Dos de ellos deben eliminar al sujeto, los otros dos están allí para defenderlo. En seguida llega el susodicho Wo en un camión de mudanza, cargado con muebles. Todos los hombres se preparan para una segura balacera, que acaba desatándose en breve, adentro de la casa. Luego de un impresionante duelo balístico con tiros fallidos y destrozos varios, los hombres se deciden a detener la contienda y… ayudar a Wo con la mudanza.
Así suelen ser los personajes de Johnny To, pueden auxiliarse, charlar, almorzar o beber juntos como si nada, aún a sabiendas de que en breve podrán estar apuntándose otra vez a los cráneos con sus pistolas semiautomáticas. To tiene una habilidad especial para crear situaciones tensas, para dilatarlas y suspenderlas en el tiempo, para lograr que el espectador no pueda estarse tranquilo hasta su resolución, la cual llega por fin con contundentes tiroteos generales. Situaciones humorísticas pueden distender un poco esos climas de tensión, pero a la larga sólo sirven para potenciar el nerviosismo y patear la pelota un poco más para delante.
El director va soltando la información de a poco, logrando que uno se mantenga involucrado activamente y comprenda sólo una parte parcial de las situaciones, flotando cierto enigma en el aire. A medida que la historia avanza, los más atentos irán descubriendo más y más detalles del entramado general.

A pesar de que To retoma a varios de los actores principales de su película The mission (1999), Exiled no es una secuela. Pero al verla a uno le surge la idea de que ya vio antes a esos mismos personajes (aunque no los haya visto jamás) y todo el filme está revestido de un inquietante aire de familia. ¿Cómo logra Johnnie To esto? En primer lugar reclutando a actores brillantes (Anthony Wong, Francis Ng, Simon Yam, Nick Cheung) que se desempeñan con una naturalidad que apabulla, y acomodando el guión a sus caracterizaciones y no al revés. En segundo lugar, evitando dar detalles inútiles sobre el pasado o la vida de sus personajes. Una simple foto en blanco y negro aparecida como en un flash con los cinco protagonistas cuando eran niños ya sirve para dar cuenta de un pasado común, de largos trechos recorridos juntos, de mil y una historias precedentes.
Nutriéndose de referentes tan dispares como Melville, Leone, Woo, Lam o Peckinpah, retomando una larga tradición de cine de acción hongkonés, del polar francés y del noir clásico norteamericano, y situando la película en una resplandeciente superficie de cine negro gangsteril, To construye una historia de hombres rudos en conflicto, de traiciones y desconfianzas, de disyuntivas en las que el deber y la lealtad se contraponen a la culpa, la insatisfacción y a la urgente necesidad de redimirse. Un grupo de infelices que, tras encontrarse, por fin dan con la oportunidad de desviarse de su camino de obligaciones y que por una vez en la vida tienen la chance de hacer lo que consideran correcto: ayudar a un amigo caído en desgracia. El exilio del título no remite necesariamente al dolor de la partida sino más bien al alivio de tomar distancias de un pasado decadente e infecundo. La posibilidad de tomar las armas y aplicarlas a lo que sus principios les dictan.
Cabeza a cabeza con Wong Kar-wai, Johnnie To es el más grande director hongkonés de la actualidad. Prolífico y ecléctico como pocos, es capaz de pergeñar auténticas películas de autor que arrasan con premios en festivales internacionales (Election, Election 2), o de entregarse al más popular cine de géneros (Fulltime killer, Yesterday once more). A medio camino entre ambos extremos, Exiled reluce como el punto más alto de su carrera. Sólo basta cruzar los dedos porque llegue y se estrene en nuestro país, ya que como pocas es una película concebida para encandilar desde la pantalla grande.

Publicado en Brecha 19/10/2007