viernes, 29 de octubre de 2010

Micmacs (Micmacs à tire-larigot, Jean-Pierre Jeunet, 2009)

Denuncia estéril

Jean-Pierre Jeunet es uno de los más singulares y originales cineastas franceses de las últimas décadas. Su estilo ya quedó marcado en su primer y divertido largometraje Delicatessen y sus obsesiones encontraron un punto álgido en la brillante La ciudad de los niños perdidos. Mundos fantasiosos desplegados en tono socarrón, con personajes y situaciones que parecen extraídos de los dibujos animados, y con un particular énfasis en la puesta en escena, en las tonalidades cromáticas -predominantemente sepias y verdes- y en una ambientación casi onírica que unifica la tecnología moderna y el gusto por lo retro. A partir de Amélie -un éxito arrollador de taquilla- pareció volverse más comercial y popular, haciendo uso de personajes forzadamente simpáticos y situaciones algo empalagosas, pero sin dejar de confiar en la inteligencia del espectador y, asimismo, de concebir un cine enérgico, esmerado y atractivo.
Micmacs continúa esta orientación y, por fortuna, no hay mucho lugar aquí para los excesos de azúcar. En principio se trata de una historia de venganza: el protagonista sufre siendo niño la muerte de su padre a causa de la explosión de una mina antipersonal, y de adulto recibe una bala perdida de un tiroteo, la cual queda alojada en su cerebro con el riesgo permanente de que explote de un momento para otro. Es entonces que un golpe del destino –de esos que al director le encanta introducir- lo coloca en una empresa revanchista contra los responsables de sus desgracias: los directores de dos compañías armamentísticas. Como aliados tiene a sus nuevos amigos, una familia de artistas callejeros que viven de la reposición de chatarra y que lo ayudarán en el emprendimiento.
Esta troupe de extrambóticos secundarios presenta habilidades especiales; hay una chica que es una calculadora viviente, también un etnólogo, un hombre bala, un inventor, una contorsionista, etc. A Jeunet le gustan las maquinarias complejas, las reacciones en cadena y los juegos de tipo causa-consecuencia, y no es de extrañar que cada personaje funcione como un engranaje y que los aboque a estrafalarios emprendimientos de tipo Misión imposible. Pero aquí surge un problema: estos personajes parecen creados de acuerdo a esa característica y les faltó un mínimo de encanto, de alma, quizá que se exponga algún detalle más de sus perfiles. Los malos por su parte no podrían ser más estereotipados, y son los empresarios más maléficos y de manual que se hayan visto en mucho tiempo.
Naturalmente esto último es deliberado, pero mueve a preguntarse si vale la pena llevar a la pantalla un tema urticante con tanta liviandad. Las películas con un esbozo de crítica social pierden credibilidad y validez cuando recurren al esquematismo grosero de buenos contra malos, y seguramente a Jeunet le hubiera favorecido más eliminar la “denuncia”, y hacer en cambio una película genérica de llana y dulce venganza. Claro que podrá ser disfrutada y dejará a muchos espectadores satisfechos y con una leve sonrisa, pero nadie podrá pensar que sea una obra incisiva y contundente, sino más bien todo lo contrario.

Publicado en Brecha el 29/10/2010

martes, 26 de octubre de 2010

Ga'hoole (Legend of the guardians: The owls of Ga'hoole, Zack Snyder, 2010)

Para llenar el ojo

Esta película plantea, en una contienda épica entre lechuzas –armadas con garras metálicas y vistosos yelmos- una lucha entre el bien y el mal que es además una evidente parábola del enfrentamiento de los aliados contra el nazismo: por un lado están los “puros” una raza despiadada liderada por un déspota que utiliza y adoctrina a sus subordinados como carne de explotación y de cañón, y por otro, los guardianes “del oeste” fraternos, tolerantes y de buen corazón. Todo esto habría sido un bonito planteo propagandístico en tiempos de la Segunda Guerra, pero hoy suena a facilismo, a anacronismo obsoleto, y hasta llega a rechinar en alguno de sus planteos, como el tratamiento de la guerra como un infierno necesario, la exaltación heroica de los veteranos de contiendas pasadas y la solemnidad de los enfrentamientos.
El guión es bastante flojo: la película está basada en las tres primeras entregas de la saga literaria Guardianes de Ga’hoole, pero los que han podido comparar ambas obras apuntan que se perdió mucha profundidad y cierta densidad psicológica en los personajes. Y seguramente sea cierto: dos secundarios son los típicos creados en las animaciones infantiles para buscar una simpatía forzada. Medio locos, hiperactivos, torpes y verborrágicos, una mezcla del burro de Shrek con el rey lemur de Madagascar. Uno sólo de estos ejemplares podría ser tolerable y hasta ameno, pero aquí los dos juntos aturden y demuestran que hay muy poca imaginación volcada en el trazado de sus perfiles. El resto de los personajes no escapa a los estereotipos, los malos son malísimos, hay un par de traiciones que se ven venir desde que sus ejecutores son presentados y no hay escena de transición que no rememore a otras de películas recientes.
Lo que está muy pero muy bien son los aspectos técnicos, hay un esmerado detallismo en las texturas, las superficies, los movimientos, los plumajes de las lechuzas y los pelajes de otros animales, e incluso hay un par de vuelos en plena tormenta que son particularmente vívidos y vistosos. Pero aquí surge también otro defecto: varias lechuzas son muy parecidas entre sí, y en varias situaciones es difícil diferenciarlas cuando tienen lugar las numerosas y rápidas escenas de acción -¿será por eso que hay tantas cámaras lentas?-. El director Zack Snyder (300, Watchmen) es un entusiasta de las épicas heroicas, de los ralentis aparatosos y los fuegos de artificio, pero suele fallar a la hora de darle sangre y humanidad a sus personajes. Y así muchos saldrán de las salas encandilados por esta animación fulgurante, pero sin nada que llevarse a sus casas.


Publicado en Brecha 22/10/2010

sábado, 23 de octubre de 2010

Red social (Social network, David Fincher, 2010)

Ciudadano Zuckerberg

Que el fenómeno de Facebook cobró dimensiones inusitadas no es novedad para nadie. Tampoco que significó una revolución a nivel social, en lo concerniente a la multidireccionalidad de la información, las formas de interacción grupal, o la novedosa capacidad de difundir, rápidamente y en círculos allegados, tanto banalidades como cuestiones de vital importancia. También podría verse como una pérdida de tiempo, una forma de exhibicionismo, un sitio desbordado de información desechable y hasta un peligro en potencia para cualquier usuario, ya que uno podría ser objeto de exposición involuntaria, de destrato real y hasta de una sangrienta burla grupal. Como toda plataforma tecnológica que se propaga y difunde masivamente, puede ser vehículo para una infinidad de usos y traer toda clase de repercusiones, tanto positivas como negativas. Pero nadie puede negar que Facebook llegó para quedarse, que más de 500 millones de usuarios en el mundo lo utilizan, y que no lo harían si no consideraran que les aporta beneficios reales.
Desde hace años, el aspecto más cuestionable y cuestionado del servicio es su política de privacidad. Una investigación muy reciente del diario The Wall Street Journal da cuentas de que varias de las aplicaciones más utilizadas de Facebook (Phrases, Causes, Quiz Planet, y varios juegos de Zynga como Farmville, Mafia Wars y Texas HoldEm) exponen la información de los usuarios a agencias de publicidad y empresas de seguimiento de actividades en Internet. Y una vez más Facebook, -que tiene una base de datos que debe ser la envidia de cualquier servicio de inteligencia- a diferencia de lo que dicen sus portavoces, demuestra que no puede garantizar la privacidad de los contenidos (y quizá ni siquiera lo pretenda).

El sentido de la oportunidad. En esta situación de masificación desaforada y duros cuestionamientos éticos es que surge esta controversial, incisiva e impactante película. Su centro es Mark Zuckerberg (interpretado por Jesse Eisenberg) y el proceso por el cual creó y desplegó lo que hoy se conoce como Facebook. Zuckerberg tenía 19 años cuando lanzó el sitio web y hoy se ha convertido, con 25 años, en el multimillonario más joven de la lista de la revista Forbes, ostentando un patrimonio neto de 2.000 millones de dólares.
Y la película no es generosa con Zuckerberg, más bien todo lo contrario. Se lo presenta como un freaky escalador, arrogante y vengativo, y se da cuentas de las maniobras de las que supuestamente se valió para su iniciativa. El guionista Aaron Sorkin se basó en un libro que ya había ventilado estos aspectos: The accidental billionaires, que daba cuenta, entre otras cosas, de dos juicios orales emprendidos contra Zuckerberg; uno por parte de los gemelos Winkleboss, que lo acusaron de robar su idea, y otro de Eduardo Saverin, su ex mejor amigo y socio cofundador de Facebook, quien alegó haber sido engañado y defenestrado de la empresa. Ambos juicios son expuestos parcialmente en esta película, y tienen lugar largos flashbacks que cuentan las situaciones hipotéticas que habrían llevado a esos desenlaces.
Y hay que resaltar que son realmente hipotéticas, porque, como dice en determinado momento Zuckerberg en la película, la gente suele mentir en los juicios orales, y aún más cuando hay cifras millonarias en juego. Pero tanto el guionista como el director David Fincher (Seven, El club de la pelea, Zodíaco) optaron por creer en las versiones de los demandantes –que seguramente sean ciertas, vistas las respuestas que el mismo Zuckerberg dio oralmente en los juicios- y de desplegar esos flashbacks creyendo en la culpabilidad del magnate. No ha faltado quien acuse a la película de ser tendenciosa, y aquí se abre uno de los más interesantes puntos de polémica. Corresponde a cada espectador decidir si dar por cierta la versión de la película –y de los demandantes- así como considerar si el triunfo monetario y el prestigio de Zuckerberg es realmente merecido.
No debe negarse que una película-denuncia contra un multimillonario de este calibre es un acto arriesgado, valiente y –todo debe ser dicho- un tanto oportunista. Sorkin escribió su cuidadoso guión asesorado con un equipo de abogados, para que no existiera ningún elemento del que a su vez se pudieran valer los abogados de Facebook y que les sirviera para detener el rodaje de la película o levantar cargos contra la producción. Contrariamente a lo que se difunde mediáticamente, la película no incurre en detalles de la vida sexual del personaje, y esto sin dudas es un gran acierto, ya que esos elementos no serían pertinentes sobre el tema en cuestión, el cual es, en definitiva, qué clase de persona es Zuckerberg y por qué diablos los usuarios de Facebook deberían depositar su “confianza” en él.

Vuelve Fincher. Polémicas aparte, Fincher logra una obra absolutamente sobregirada y verborrágica, con un montaje paralelo trepidante, un ritmo incansable y estimulante y personajes y anécdotas que sumergen al espectador en el relato. La ficción tiene originalmente como foco al grupo de hackers adolescentes de Harvard, que pronto serán devenidos yuppies. Este abordaje puede recordar al de algunas comedias adolescentes tipo Supercool, ya que se muestran sus vidas cotidianas y su interacción, sus intereses, sus pretensiones de sobresalir, destacarse, y ser aceptados socialmente. Pronto, los círculos selectos y de clase alta expuestos, las lujosas fiestas y una ambientación impecable y poderosa rememorarán a American Psycho y a sus lujos frívolos, la hipocresía, la competencia soterrada en las relaciones sociales. Fincher crea un protagonista-villano temiblemente creíble, un ególatra capaz de vender a su madre con tal de destacarse, pero con indicios de culpa, necesidades comprensibles y defectos siempre reconocibles y humanos. Un ser alienado que cuanto más poder tiene más solo se siente y que, paradójicamente, ha creado un imbatible estructurador de vínculos sociales.
Fincher, que nos había empalagado hasta la náusea con su última El curioso caso de Benjamín Button vuelve aquí a ese registro austero, distante, mecánico e imparable que utilizó en Zodíaco. Red social es una maquinaria precisa, aceitada y estudiada al detalle, filmada con la misma energía con la que los adolescentes que pueblan la pantalla se arrojan a sus colosales emprendimientos. Es un alivio ver a Fincher una vez más concibiendo una gran película, logrando un cine complejo, reflexivo, repleto de dobleces que nos obligan a cuestionar seguridades y a conocer nuevas dimensiones de un fenómeno que trascendió todas las expectativas. Como la obra maestra de Welles Ciudadano Kane (1941) que había sido inspirada en la figura del magnate de la prensa William Randolph Hearst, Red social intenta un bosquejo del perfil de un multimillonario influyente y contemporáneo, dejando muchos cabos sueltos sobre su personalidad. Pero una de las diferencias es que aquí Sorkin y Fincher señalan con nombre y apellido.
Hay un detalle que dejará a muchos espectadores un poco por fuera de muchas situaciones y diálogos expuestos, y es que la película no parece pensada para quienes no estén habituados al uso de Internet, o no conozcan el servicio de Facebook o de alguna plataforma virtual similar. Así, ciertos vocablos utilizados como “muro”, “tráfico”, o “hits” se utilizan corrientemente como base, y de allí se va a más. La grandiosa y sugestiva escena final sería llanamente incomprensible para un analfabeto informático.

Publicado en Brecha el 22/10/2010

jueves, 14 de octubre de 2010

Depredadores (Predators, Nimrod Antal, 2010)

Perdidos (y cercados)

Un grupo de asesinos profesionales de distinta procedencia –algunos son soldados de elite y otros pertenecen a mafias organizadas- caen literalmente desde el cielo a una selva que no podría ser más inhóspita: allí hay extrañas y monstruosas criaturas, y la supervivencia se augura complicadísima. Desde su mismo comienzo, Depredadores deja abiertas incógnitas, y los personajes empiezan a especular como llegaron allí, por mandato de qué extraña voluntad, si fueron elegidos por alguna razón especial, y si quizá no estarán todos muertos o inmersos en un infierno particular. Al estilo de la serie Lost, la película sabe manejar el enigma como un poderoso y persistente llamador de interés.
El grupo de forajidos descubrirá al poco tiempo que está siendo parte de un juego macabro, que a pesar de ir armados hasta los dientes son tan sólo presas de una gran cacería y poco más que ratones en un laberinto infranqueable. La película cobra interés por varios aspectos que los guionistas y el director Nimrod Antal (Hotel sin salida) supieron explotar simultáneamente y con sabiduría: en primer lugar los mismos personajes funcionan como elementos de tensión, por su dudoso sentido de la moral y ciertos indicios de demencia –especialmente un inquietante condenado a la pena capital, que tiene como pasatiempo violar mujeres- por otra parte, la paulatina dosificación de información va despejando parte de las incógnitas pero asimismo deja abiertas otras; y se demuestra un notable sentido del ritmo y una excelente dosificación de tensiones y clímaxes –un memorable momento de distensión en el que hace aparición Lawrence Fishburne está muy bien ideado y es sugestivamente truculento-. Antal logra un clima convincente, gracias en parte a las buenas actuaciones y a una acción física cruda y contundente. La banda sonora, de a ratos inquieta, divertida y lúdica, parecería la de una aventura familiar, y contrasta con la seriedad predominante, recordando que estamos ante un entretenimiento sin mayores pretensiones, que no debería ser tomado como más de lo que es. El pasaje a créditos final, con el clásico bailable “Long tall Sally” de Little Richard rememora a la primer Depredador de 1987 y refuerza la idea de que los creadores se divirtieron mucho haciendo esta película.
Puede llamar la atención que la agente selecta de las IDF (Fuerzas de defensa de Israel) sea justo la más equilibrada, humana y considerada del grupo, -uno de los guionistas, de apellido Litvak, parecería ser el responsable del detalle- y que de la película se desprenda una moralina que sugiere que no es bueno fiarse de nadie y mucho menos detenerse a ayudar a compañeros caídos. Pero estas son cuestiones mínimas, apuntes de un cronista quisquilloso que, en definitiva, disfrutó como un mono de esta intensa, inteligente y bien concebida película de acción.

Publicado en Brecha el 14/10/2010

lunes, 4 de octubre de 2010

Satoshi Kon (1963 - 2010)

El universo desdibujado

Fue un duro golpe para muchos cinéfilos. El pasado 24 de agosto, a los 46 años de edad, murió el director de animación Satoshi Kon, uno de los mejores y más promisorios cineastas japoneses de los últimos años. Aunque breve -tan sólo hizo cuatro largometrajes y una serie- su obra está signada por la originalidad y un impactante desborde imaginativo.

“¿No crees que los sueños e internet son parecidos? Ambas son áreas donde se expresa la conciencia reprimida”. Paprika, en la película homónima.

Poco antes del año 2000 el anime comenzó a tomar dimensiones nuevas. Surgieron obras mucho más serias que las conocidas hasta el momento; películas en las que la etiqueta “de autor” parecía la apropiada, vistos los temas adultos, la densidad y la profundidad temática contenida. Así Mamoru Oshii, Hayao Miyazaki, Isao Takahata y Satoshi Kon lograron que el anime también fuera integrado a los festivales internacionales -en muchos casos en competencia para los principales galardones- y que fuera apreciado y analizado con seriedad por la crítica cinematográfica.
Perfect Blue (1998) fue pensada originalmente como una película de acción real para estrenarse directo a video, pero el terremoto de Kobe de 1995 dañó el estudio de producción encargado, y el presupuesto se redujo finalmente al de un largometraje animado. Por fortuna, se le dio a Satoshi Kon libertad para cambiar el guión a su antojo, siempre y cuando quedaran inalterados algunos conceptos de la novela original. El resultado fue inesperado: la película se convirtió inmediatamente en una obra de culto y hoy es considerada una de las obras fundamentales del anime. Además de presentar algunas importantes dosis de sexo y violencia sangrienta, se trataba de un thriller psicológico con puntas hitchcockianas, y alcanzaba picos de inusitada intensidad. Allí la protagonista, al igual que el espectador, empezaba a dudar de lo que sentía y vivenciaba, y por momentos no lograba discernir si lo que estaba viviendo era un sueño o la realidad.
Esta incapacidad para diferenciar la realidad de la ficción y la vigilia de los sueños, la superposición de niveles de consciencia, la desconfianza en los propios sentidos y la propia cordura, la culpa atroz, los recuerdos reprimidos y los desdoblamientos de personalidad son las principales constantes que desde entonces surcan de principio a fin la obra de Satoshi Kon. Y aunque difíciles y abiertas a interpretaciones variadas, sus películas son un festín para el espectador con ínfulas de psicoanalista.

Una escena típica de su cine se da cuando un personaje, harto de las adversidades que se ciernen sobre él, atraviesa literalmente la realidad en la que vive, traspasando su fondo, y demostrando así que el mundo en el que estaba inmerso era tan sólo una ensoñación, un decorado. Los protagonistas suelen saltar una y otra vez hacia dimensiones paralelas o subordinadas; a Kon no sólo le gustaban los sueños, los sueños dentro de los sueños y su confusión con la realidad, sino que además le apasionaba derribar las diferentes capas de realidad, desmontar aquellos mundos artificiales a los que el hombre se aferra para poder sobrellevar su existencia. En este sentido Kon ha sido, al igual que Kiyoshi Kurosawa, Shinya Tsukamoto o Hirokazu Kore-eda, uno de los más avispados y críticos radiógrafos de la sociedad japonesa de la última década.
Otra escena originalísima y muy representativa de su estilo es aquella en la que el protagonista está explorando un lugar y de repente se cruza con otro personaje que no es otra cosa que una proyección de sí mismo: es decir, es la misma persona pero con alguna variación; con un atuendo distinto o un perfil diferente. Sorpresivamente, la acción no se continúa más desde la mirada del personaje original, sino que comienza a acompañarse a esa proyección en su recorrido, pasando ésta a ser el nuevo protagonista. Kon robaba esta y otras característica de los sueños: la metamorfosis de personajes, la superposición de personalidades, el cambio constante de los ambientes circundantes y la desbordante manifestación pulsional. Al igual que David Lynch, Kon supo colocarse en un vértice creativo en cuanto a manifestaciones oníricas en el cine.
La calidad de Kon se mantuvo a lo largo de su obra. Millenium actress (2001) quizá sea su mejor largometraje y es, entre otras cosas, un emotivo homenaje a la historia del cine japonés. Tokyo godfathers (2003) retoma la idea del clásico Three godfathers de John Ford, y la traslada al Japón actual, de la mano de tres vagabundos, redondeando la obra más clásica, aterrizada y lineal de su carrera. La magnífica serie Paranoia Agent (2004) es Kon en su máxima expresión: la investigación policial de los crímenes del “chico del bate” enloquece a los investigadores, ya que el criminal podría no existir, ser una invención psicológica colectiva, o una corporización de miedos y culpas reprimidas. La serie se pasa abriendo nuevas posibilidades y asimismo derrumbando las seguridades del espectador. Paprika (2006) es para muchos la obra maestra de Kon, y fue el punto de inspiración para que Christopher Nolan ideara la reciente El origen -aunque la comparación de ambas películas juega muy en contra de Nolan-. Un equipo que se inmiscuye en los sueños con fines terapéuticos debe lidiar con terribles y arbitrarios ataques. Paprika es una inteligentísima obra que explora la naturaleza del terrorismo, la intervención tecnológica y sus riesgos y la pérdida de asideros reales en las sociedades actuales. Como para abofetear un poco a quienes subestiman al anime y al cine de animación.

Saludar a la muerte

El 18 de mayo de este año Satoshi Kon recibió un diagnóstico por parte de su médico cardiovascular: “Se encuentra en una de las fases terminales de cáncer de páncreas. Se ha producido metástasis en varios huesos. A lo sumo le queda medio año de vida”. La inesperada sentencia le cayó como era imaginable; él y su esposa buscaron mil formas de alargar su vida, rechazando la quimioterapia. Pero fue en vano. Kon preparó un testamento para dejarle los pocos bienes que tenía a su esposa, y fundó una empresa con dos amigos de confianza para la administración de los derechos de autor. El 7 de julio el médico le dijo que ya le quedaban pocos días, a lo sumo hasta fin de mes. Así es que Kon escribió una emotiva y contundente despedida en su blog. Se siguen extractos*:

“...algo se salió del calendario de la pared y empezó a extenderse por el cuarto. “Dios, una línea manchando el calendario. Mis alucinaciones no son nada originales”. Tuve que sonreír ante el hecho de que mis instintos profesionales estuvieran trabajando incluso en momentos como éste, pero de cualquier forma, probablemente en ese momento me encontraba más cerca de la muerte de lo que había estado jamás. (...) con la ayuda de mucha gente, milagrosamente escapé de la Cruz Roja de Masashino y regresé a casa, envuelto en el mundo de los muertos y algunas sábanas.”

“Hay tanta gente a la que me gustaría ver por lo menos una vez (bueno, también hay a quienes no quiero ver), pero si los veo, temo que la sensación de “nunca más volveré a ver a esta persona” se apoderará de mí, y que entonces no podría saludar a la muerte valerosamente.”

“Quisiera utilizar este espacio para disculparme con mis familiares, amigos y conocidos, por no decirles del cáncer, por mi irresponsabilidad. Por favor comprendan que este fue un deseo egoísta de Satoshi. Quiero decir, Satoshi Kon era “esa clase de tipo”. Cuando recuerdo sus caras, sólo tengo buenos recuerdos y vienen a mi mente sus enormes sonrisas. Muchas gracias a todos por los buenos recuerdos. Amé el mundo en el que viví. El sólo hecho de poder pensar eso me hace feliz.”

“Mis padres cumplieron mis deseos egoístas y vinieron al siguiente día desde Sapporo a mi casa. Nunca olvidaré las primeras palabras de mi madre al verme tendido en cama: “¡Lo siento tanto, por no haberte parido con un cuerpo más fuerte!” Me quedé sin habla.”

“Gracias, Papá, Mamá. Estoy tan feliz de haber nacido en este mundo como su hijo. Mi corazón está lleno de recuerdos y agradecimiento. La felicidad por sí misma es importante, pero estoy tan agradecido de que me hayan enseñado a apreciar la felicidad. Muchas, muchas gracias. Es tan irrespetuoso morirse antes que los padres, pero en los últimos diez años he podido hacer lo que quería como director de animación, lograr mis metas y obtener buenas críticas. Siento remordimiento de que mis películas no hayan hecho mucho dinero, pero creo que obtuvieron lo que merecían. En estos últimos diez años en particular, he sentido como si hubiera vivido más intensamente que otras personas, y creo que mis padres entendieron lo que sucedía en mi corazón”.

“Y si pudiera pedir una cosa más -¿podrían ayudar a mi esposa a mandarme al otro lado después de mi muerte? Podría subirme a este vuelo con más tranquilidad si pudieran hacer eso. Se los pido de corazón. Para todos los que se quedaron conmigo a lo largo de este documento, gracias. Con mi corazón lleno de gratitud por todo lo bueno del mundo, dejo descansar la pluma. Ahora, con permiso, debo retirarme. Satoshi Kon”.

* Se agradece la invaluable colaboración del colega Kazunori Hamada, por su ayuda para la interpretación de algunos fragmentos.