sábado, 27 de septiembre de 2008

Recomendados en Brecha (II)

Sigo empecinado en exponerme y seguir haciendo el ridículo en estos videos para Brecha. Las fallas siguen siendo terribles, pero la principal soy yo, qué dudas caben. Si ya sufrieron mucho con el primero ni lo vean, que es más de lo mismo.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Ploy (Pen-ek Ratanaruang, 2007)

Bangkok dreamin'


A lo largo de su vida, el director tailandés Pen-ek Ratanaruang (Last life in the universe, Invisible Waves) pasó mucho tiempo en países extranjeros, y los viajes y el contacto con otras culturas fueron constantes desde su juventud. En sus películas los personajes normalmente se encuentran de paso, lejos de su tierra, suspendidos temporalmente en espacios transitorios (apartamentos alquilados, barcos, bares, habitaciones de hotel), como si atravesasen etéreos limbos. La pareja protagonista de Ploy viaja desde Estados Unidos a Tailandia, debido a la muerte de un familiar. Al comienzo de la película se los muestra en un tedioso viaje en avión y en seguida en su arribo a un hotel de Bangkok. Hay muchos detalles llamativos en estas primeras escenas: en primer lugar, la pareja aparece en una toma, él despierto y ella dormida; luego al revés. La idea de incomunicación, de cierta desconexión entre los miembros de la pareja se planta desde un comienzo. Luego, el sonido. A lo largo de toda la película existe un murmullo de fondo que propicia un estupor permanente. Primero los apagados sonidos de las turbinas del avión, luego, sofocados ruidos provenientes de la calle, más adelante la banda sonora, tenues y sostenidas notas de órgano que refuerzan el embotamiento y un constante estado de somnolencia.
La primera vez que Ploy entra en pantalla, surge como una aparición, como un sueño. La toma es breve y sutil, pero absolutamente atípica. La chica pide fuego al protagonista, entra y sale fugazmente del cuadro. Al irse, la cámara queda quieta, fuera de foco durante unos segundos, apuntando hacia la nada. Queda instalada la idea de que pasó algo asombroso, una ilusión, un espectro capaz de cortar el aliento y la reflexión. No pasaron ocho minutos de película y Ratanaruang ya demostró que es un director sumamente inquieto e innovador, y un detallista puntilloso a nivel plástico. Su cámara filma a los personajes en encuadres atípicos, por lo general situada por debajo de su cintura, y con lentos y cadenciosos movimientos.
La pareja se encuentra visiblemente aturdida por el desfasaje horario, y, pronto se descubrirá, atravesando una determinante crisis conyugal. En este panorama aparece Ploy, quien despierta celos en la mujer y vaya uno a saber qué sentimientos en el protagonista, que por la edad podría ser su padre. El conflictivo triángulo instala cierta tensión en el cuadro, y llega a desencadenar inesperados y crudos estallidos de violencia. Paralelamente, en otra habitación del mismo hotel, una mujer de la limpieza y un barman tienen sexo en largas y distendidas escenas de alto voltaje erótico.
En la película comienzan a sucederse situaciones que, se descubrirá luego, son sólo ensoñaciones de los protagonistas. En este sentido, el filme está lleno de escenas tramposas, que muestran cosas sin que sucedan realmente; en algunos casos sólo representan deseos inconscientes, en otros, situaciones que podrían haber sucedido, rumbos que la película podría haber tomado pero que sólo quedan sugeridos.
Ploy (la imponente Apinya Sakuljaroensuk) es uno de los principales enigmas del filme; la singular belleza de esta lolita tailandesa es de lo más inquietante: su enigmático rostro revela a una niña y una mujer madura al mismo tiempo, su mirada, un pasado denso y mil turbulencias. Demasiado joven y desgarbada para los 19 años que dice tener, viste una remera semiandrajosa -¿se habrá rasgado o será una moda?- y lleva un ojo levemente amoratado. El contenido de su cartera también amplía el misterio: maquillaje abundante, una yilé junto a un vidrio espejado. Ratanaruang es maestro en el arte de insinuar, dejando asomar todo el tiempo zonas de sombra que el espectador debe llenar con su propia intuición. La película se inscribe en esa clase de filmes ingrávidos y atmosféricos que parecen sueños, y que detrás de ellos esconden a auténticos autores, maestros del artificio y el lenguaje cinematográfico. A medio camino entre el cine de Wong Kar-wai y el de David Lynch, sin los desbordes característicos de uno y otro, Ploy sobresale como el mejor filme que Ratanaruang ha pergeñado hasta la fecha, y uno de los más importantes del cine tailandés actual.

Publicado en Brecha 26/9/2008

jueves, 18 de septiembre de 2008

El amor esquivo (L'esquive, Abdel Kechiche, 2003)

Marivaux en los suburbios


La película empieza con abruptos indicios de violencia. Varios adolescentes se encuentran reunidos en la calle, vociferando entre sí, repitiendo que hay que romperle la cara a otros. Krimo, uno de ellos, dice que va a ir en busca de sus nunchakus para ayudar en la contienda, y la acción se continúa en el seguimiento a ese personaje. El espectador espera que el enfrentamiento se concrete, pero no sólo nunca llegará, sino que no se vuelve a hablar más al respecto y se diluye por completo. Más adelante habrá dos circunstancias de alarmante brutalidad, pero a pesar del impacto que pueden significar para la audiencia, los personajes no se ven afectados, y sus vidas parecen seguir su transcurso con perfecta normalidad. Queda la idea de que la violencia forma parte de su cotidianeidad como un elemento omnipresente, asimilado con naturalidad e incluso reproducido por ellos mismos.
Como en El odio, la acción transcurre en la banlieue, en un suburbio marginal de París, en este caso uno de población mayoritariamente árabe. De origen Tunesino, el director Abdel Kechiche creció en Niza luego de que su familia emigrara a Francia, y su cercanía con la realidad abordada le ha permitido plasmar un cuadro asombrosamente verosímil e inmediato, extrayendo increíbles actuaciones de intérpretes no profesionales que escupen diálogos a la velocidad de la luz y que parecieran estar improvisando en el momento mismo de la filmación. La película fue rodada en digital y con una inquieta cámara al hombro, al igual que otros filmes centrados en cuadros adolescentes como los de los directores Larry Clark o Harmony Korine. Quizá aquí la forma de filmar recuerde más al estilo de los hermanos Dardenne, ya que se aborda a los personajes desde una particular y atípica cercanía, integrando la cámara al mismo círculo, como si se tratase de un personaje más.
Durante el metraje varios personajes se proponen interpretar una obra de Marivaux, pero la referencia al dramaturgo francés toma cuerpo en todo el planteo, ya que más allá de exponer ciertos cuadros marginales y denunciar situaciones de dolorosa injusticia, se logra un objetivo particular: otorgarle a personajes de clases bajas un perfil psicológico, su derecho a estar dotados de densidad emocional. Kechiche logra insuflar vida a media docena de caracteres cuestionables y reprobables, que si bien pasan gritándose entre ellos y destratándose, dejan entrever a su vez, en gestos mínimos, que son individuos vulnerables, sensibles, presos de sí mismos y de su entorno, obligados a mantener una fachada amenazante para no verse abatidos.
La película fue realizada con un presupuesto escaso, sin ninguna subvención ni ayuda financiera, ya que el guión no fue de interés para casi nadie. El director Kechiche cuenta al respecto: “Los barrios humildes de extrarradio se han estigmatizado hasta tal punto que es casi un acto revolucionario situar en ellos una acción cualquiera que no trate de agresiones, drogas, mujeres violadas ni matrimonios forzados. Yo tenía ganas de oír hablar de amor y de teatro, para variar.” Una grata sorpresa, y un talentosísimo director a seguir.

Publicado en Brecha 12/9/2008

sábado, 13 de septiembre de 2008

Recomendados en Brecha

Este podría ser el primer paso de una espeluznante escalada exhibicionista. Ya me dicen si el experimento les parece espantoso, si soy demasiado impresentable o si tengo que dedicarme solamente a escribir.
Tengan piedad, verán que los recursos son casi nulos y la filmación muy casera. No tengo idea si la idea prosperará, este vendría a ser como un piloto, o algo así.

martes, 9 de septiembre de 2008

Las mejores películas (VI)

Lo único bueno que tiene estar en la cama inmóvil con un cuadro de sinusitis y fiebre es que se pueden ver películas y boludear un poco con la computadora. Lo malo, todo lo demás. Pero mejor ni les cuento, acá abajo va alguna de mis adquicisiones recientes, más un sorprendente clásico. Buena merca, si señor.


Offside de Jafar Panahí (Irán)
A pesar del destrato que obtuvo de la crítica, la última película del maestro Panahí es tan grandiosa como sus tres anteriores. Hace poco preguntaba en este blog si a alguno se le ocurría una película reciente que cause gracia, que entretenga, que haga pensar, que emocione y hasta indigne. Offside es una respuesta muy válida. Para que aprendan los que creen que el cine iraní es todo lento y aburrido.

Haze de Shinya Tsukamoto (Japón)
¡¡¡Qué grande Tsukamoto!!! Quién hubiese creído que la mejor película de terror que vería este año sería en realidad un mediometraje, y que además iba a estar filmada por este experimentador enfermo. Mucho sufrimiento y atmósferas asfixiantes esconden una inmensa alegoría. Qué quiere decir todavía no me queda del todo claro, así que si alguien entiende algo, por favor que avise.

Los falsificadores de Stefan Ruzowitzky (Alemania, Austria)
Otra película de judíos en un campo de concentración, pero esta vez centrada en una sección vip (lo que significa que el trato es cruel e inhumano pero no tanto) donde los prisioneros son obligados a fabricar inmensas cantidades de dinero falso para desestabilizar la economía de los países enemigos al Reich, y así financiarle la guerra a la Alemania nazi. Otra gran película histórica alemana.

Ploy de Pen-ek Ratanaruang (Tailandia)
Este Ratanaruang cada día me gusta más. Creo que con Invisible waves ya había dado un gran salto cualitativo, y ahora esta Ploy me parece la mejor de sus películas. El séptimo año de una pareja (¿por qué siempre será el séptimo?) reporta distanciamientos, falta de afecto, desinterés por el otro y sueños donde se corporizan deseos reprimidos, siempre con la magistral estética del director.

El sueño de Casandra de Woody Allen (Estados Unidos, Inglaterra, Francia)
Aunque cueste creerlo Woody Allen se ha volcado al cine negro, en un drama intenso y punzante. Algún crítico detallista encontrará puntos en común de esta película con la obra anterior de Allen, pero la verdad es que a rasgos generales, no parece suya. Nunca fui un fan del hombre, y de hecho deben quedarme por ver unas diez películas de su autoría, pero hay que admitirlo: esto es cine.

Un secreto de Claude Miller (Francia)
Un niño de familia judía nace en la Francia de apenas terminada la segunda guerra. Pero a medida que va creciendo se va dando cuenta que sus padres le ocultan dolorosas circunstancias ocurridas antes de su nacimiento. La película irá develando el secreto del título, y que él mismo es un ser nacido desde un sufrimiento intenso y a partir de la culpa. Otra vez notable Miller.

L’esquive de Abdel Kechiche (Francia)
Adolescentes mayoritariamente musulmanes en un suburbio de París. Jóvenes contenidos y a la defensiva que, a pesar de pelearse permanentemente, insultarse y amenazarse, dejan entrever fragilidad, estima por sus pares y una muy particular forma de relacionarse. Una película increíblemente dirigida y actuada, y que tiene mucho de abordaje sociológico. Imponente.

Inocencia salvaje de Philippe Garrel (Francia, Países bajos)
Un director medio pelotudo quiere filmar, inspirado en la muerte de un amor extinguido, una película que denuncie el infierno del consumo de heroína y de las mafias. Pero el único interesado en financiarla es un traficante de drogas, quien le exige que para ello pase por la frontera buenas cantidades de esa sustancia. Garrel, con un planteo especialmente ácido, planta unas cuantas interrogantes sobre el papel del artista y algunas que otras cosas.

Antes que el diablo sepa que has muerto de Sidney Lumet (Estados Unidos, Inglaterra)
Negrísima historia sobre un robo frustrado, con dolorosas implicancias para los perpetradores. La historia se parece mucho a la de El sueño de Cassandra, también tenemos a un par de hermanos necesitados de dinero que se involucran en el delito y en una tortuosa trama familiar. Obviamente, les sale todo pal orto. Lo mejor de Lumet en décadas.

Rojo amanecer de Jorge Pons (Méjico) 1989
Si será amplia mi ignorancia que no tenía conocimiento de lo que era la masacre de Tlatelolco hasta ver esta gran película. Una obra que en su época tuvo una enorme importancia para la reconstrucción histórica mejicana, y que hoy mantiene inalterada su fuerza y su poder de impacto. Un must, y una película olvidada que merece una urgente reivindicación.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Me cago en la gran puta

Mes tras mes, año tras año, el cine me da unas cuantas satisfacciones. Con más frecuencia de lo que cabría esperar suele sorprenderme, emocionarme, hacerme pensar, y a veces me sirve para conocer realidades que ni sabía que existían. Sin embargo, también hay veces que me deja destrozado, aplastado, hecho mierda. El cine es muchas cosas más de lo que uno está dispuesto a aceptar y a veces toma dimensiones que acalambran los huesos y el alma. Imágenes difíciles de digerir y motivaciones imperdonables. No estoy hablando del cine pergeñado por terroristas de la imagen como pueden ser Aronofsky, Noé, Solondz, Von Trier, Aja, Miike, Dumont o Haneke. No, estos directores me encantan.
Estoy hablando de un cine en concreto cuya sóla existencia logra hacerme descreer profundamente de la humanidad toda y de su destino último. Un cine que despierta en mi una indignación irrreparable. Es la tercera vez que escribo sobre el mismo tema y quizá a alguno ya le suene a timbre repetido, pero no puedo con mi condición, y encontrarme con un póster de este tipo ya es suficiente para arruinar mi buen talante durante toda una jornada.

El póster esquiva inteligentemente las imposiciones de la MPAA en lo que refiere a carteles en las salas de cine, exceptuando su punto 11, en el que se prohibe la violencia excesiva y la brutalidad. Pero la MPAA sabe bien lo que le conviene a la industria, y cuando una película cuesta 10 millones de dólares y recauda el triple sólo en la primer semana de exhibición, quizá considere mejor ser tolerante con ella.

Alguien que me explique: ¿Soy yo que a poco de llegar a los treinta años alcancé mi punto de obsolescencia, o en definitiva hay algo que se fue realmente de madre en esta tendencia desquiciada? ¿Será posible que el cine de terror mainstream ya no se preocupe tanto en asustar como en mostrar en detalle la mayor cantidad de torturas posibles? ¿O es tan sólo un mal sueño mío?

Quizá a alguno le parecerá que me tomo muy en serio cosas que no lo merecen. Lo cierto es que yo nací en plena dictadura militar, en un año en que las fuerzas armadas de mi país, mientras yo era mecido en una cuna, violaban, torturaban y asesinaban gente que no sólo no había hecho nada malo, sino que en la mayoría de los casos era incapaz de matar una mosca. Quizá alguno de ustedes recién se desayune que unos cuantos países sudamericanos atravesaron los más horrendos regímenes dictatoriales en la década de los setenta, y que esos regímenes represivos fueron impulsados por la CIA y el Departamento de Estado de los Estados Unidos. La intención era clara: erradicar del mapa a la gente que pensaba que podía existir una opción diferente al orden mundial imperante, y que creía que valía la pena obrar activamente por conseguirlo. Dicho de otra manera: la generación de mis padres (mi madre es argentina, mi padre uruguayo) sufrió en carne propia la tortura o la muerte por el sólo hecho de creer en ideales de raigambre marxista-leninista, en un momento en que un tercio de la población mundial lo hacía.

Qué carajo puede tener que ver una cosa con la otra, pensará alguno. Lo que sucede es que el gobierno norteamericano es uno de los principales reivindicadores de la tortura hoy en día y bajo su mandato es aplicada en decenas de prisiones clandestinas en el mundo. El ejército de los Estados Unidos es, desde hace tiempo, un gran impartidor de enseñanzas en la materia.
Quizá tan intolerable como la tortura son los discursos que suelen construirse en torno a ella. Que no es algo tan reprobable, que no hace tanto daño, que puede ser algo útil. En este caso concreto, que es algo que puede considerarse un entretenimiento, una fuente de adrenalina adolescente. Me duele ver que un tema tan serio y tan profundamente deleznable sea tratado con tal liviandad.
Y a quienes recurren a este tipo de películas en busca de emociones fuertes, les diría: si se creen tan valientes, aprendan el horror de la tortura en su versión más cruda y realista, vean Saló, Garage Olimpo, el capítulo de 11-s de Ken Loach, Imprint de Takashi Miike. Sufran por lo que ha sido y es capaz de hacer el ser humano, y no recurran a estas ficciones baratas, cliperas y palomiteras.