viernes, 31 de octubre de 2014

Annabelle (John R. Leonetti, 2014)

Miedo sin oficio


Hace unos cinco años la tendencia parecía ser otra, pero afortunadamente no se dio así. Parecía que el cine gore y de explotación de la tortura se iba a convertir en el nuevo cine de terror dominante, que nos dirigíamos hacia un embudo cinematográfico dentro del cual confluirían todas los intestinos, las tripas y los líquidos fisiológicos existentes. Pero luego de una decena de nauseabundos ejemplares, (Hostales y Juegos del miedo principalmente) la tendencia desapareció. En su lugar, surgió un cine de terror muchísimo más inquietante, infinitamente mejor logrado y mucho más efectivo en lo concerniente a dar auténticos sobresaltos. Fuertemente influenciado por el cine de terror asiático de los dos mil, comenzó a basarse en cambio en el suspenso, en los horrores psicológicos más atávicos, en lo sugerido o lo expuesto parcialmente. Hoy es esta la clase de cine de miedo la que ha ganado terreno y se ha instalado, imponiendo una nueva "moda". 
Y es muy bueno. Basta echar una ojeada para dar con títulos notables: Actividad paranormal (en varias entregas), Insidious (idem), El orfanato, La huérfana, Mamá, Sinister, La dama de negro, El conjuro, Oculus. Todas ellas presentan buenas atmósferas, alcanzan sorprendentes climas de tensión y, por supuesto, provocan sobresaltos mayores. Y de esta película puede decirse lo mismo. 
Pero Annabelle está más cerca del margen inferior del cúmulo de películas nombradas. Claro que si lo que se busca es pasar un mal rato y pegarse unos buenos sustos es una opción muy recomendable, pero en este caso particular se echan un poco de menos la originalidad y las buenas ideas. Otra vez hay una familia que comienza a ser acechada por fuerzas demoníacas, esta vez incorporadas a una desagradable muñeca. Luego de una muy simpática y sangrienta visita de una banda de ocultistas (son los años sesenta y causan revuelo los psicópatas tipo Charles Manson), de a poco comienzan a ser acosados por fuerzas sobrenaturales: los máquinas que se encienden solas, las puertas que se abren o cierran, las apariciones. Se utiliza notablemente el suspenso, llegándose a un punto de horror extremo en una escena dentro de un ascensor, secuencia perfecta que juega maravillosamente con el fuera de campo, la oscuridad y una ambientación particularmente siniestra. 
Pero los problemas son varios. El primero y más visible es puramente conceptual. No tiene ningún sentido que una familia quiera tener una muñeca tan pero tan horrenda en su casa, menos que menos que la consideren algo agradable y digno de tener cerca de su beba. Más allá de esto, los diálogos introductorios son de manual, carecen de chispa y no involucran al espectador en un ambiente cotidiano ni despiertan interés alguno en los personajes; para colmo, van acompañados de una música ambiental constante, que denotan la desconfianza en el material obtenido y la necesidad de "rellenar" esas escenas con algo. El director John R. Leonetti, director de fotografía en las Insidious y El conjuro, parecería tener la capacidad de generar esa ambientación necesaria para asustar, pero también parece que pasara de todo el resto: de los momentos de distensión, del desarrollo de personajes, de las transiciones que hacen avanzar la trama; elementos que también hacen a una película de terror. 

Publicado en Brecha el 31/10/2014

viernes, 24 de octubre de 2014

Delirium (Carlos Kaimakamian Carrau, 2014)

Cine fallido dentro de cine fallido 


La "nueva de Darín" tiene mucho de metacinematográfico. Es una película que verbaliza y expone una realidad hoy por muchos conocida: la popularidad y masividad que ha cobrado el actor Ricardo Darín, y su capacidad para convertir a una película argentina cualunque en un éxito de taquilla. Es con esta premisa que tres amigos con intereses estrictamente económicos y poca sal en la mollera tienen la "genial" idea de hacer una obra de presupuesto mínimo, pero con el agregado de Darín en el protagónico. Esto es lo que, no dudan, los llevará al éxito y a la popularidad. Por una casualidad del destino, Darín confunde a uno de los cineastas con el hijo de un amigo íntimo, y accede a filmar con ellos como un favor especial. Naturalmente, su arrepentimiento no demorará mucho en llegar. 
El guión tiene sus puntos de interés y originalidad. Se trata de otra de esas películas de "cine dentro del cine" con reminiscencias a Ed Wood (seguramente la obra maestra de Tim Burton), y esa clase de pretendidos cineastas sin ninguna capacidad ni conocimiento de la técnica para desempeñarse. Darín aporta su gracia al demostrar su irritación con los pseudo-directores en pleno rodaje y, el humor, efectivo sólo de a ratos, se basa en la incompetencia radical de los personajes, más algunos toques de "delirio" advertidos desde el título. Hay dos momentos sorpresivos que no conviene adelantar aquí pero que son lo mejor de la película: el primero es un giro radical de guión que tiene lugar en la mitad del metraje y que no se ve venir de ninguna manera; el segundo es el final, una humorada y un guiño quizá exclusivo para espectadores rioplatenses, pero que en su sencillez y su mala leche guarda un doble significado respecto a los personajes reales aludidos (para los que no quieran ver la película, el chiste puede verse en el trailer en youtube; se trata de un discurso presidencial). 
Pese a estos aciertos concretos, la película de todos modos deja ver su perfil de comedia amateur joven, y no parece escapar totalmente a los desconocimiento técnicos que se señalan a los mismos protagonistas. Un espectador no demasiado atento podrá darse cuenta de la cantidad de primeros planos que se utilizan. Son muchos, excesivos, cuesta acostumbrar el ojo a las dinámicas de los diálogos con tantas de estas capturas de cámara. Los interlocutores se vienen encima, abruman. Es que normalmente los primeros planos suelen ser más dosificados en el cine; son utilizados para tomas largas y para agregar intensidad, ya sea enfatizando los gestos o el parlamento de un actor. Aquí parecerían utilizados indiscriminadamente y sin criterio, demostrando la falta de conocimiento de los recursos cinematográficos de los realizadores.

Publicado en Brecha el 23/10/2014

jueves, 16 de octubre de 2014

El pasado (Le passé, Asghar Farhadi, 2013)

El estrés potenciado


Hay quienes dicen que las defunciones, los divorcios y las mudanzas son las tres mayores fuentes de estrés. Ahora bien, ¿qué sucede cuando dos de ellas suceden en un mismo momento, o caen justo en una situación ya de por sí conflictiva? Lo más seguro es que los factores de estrés se conjuguen, y que tengamos entonces un estrés potenciado. Para colmo, estas circunstancias de acumulación de conflictos no son excepcionales, sino que hasta puede decirse que es normal que sucedan. En cualquier caso, colocan a la gente en crisis de las que muchas veces es difícil salir ileso, o sin causarle daños a alguien más. 
El gran Asghar Farhadi (A propósito de Elly, La separación) es un director que se ocupa principalmente de este tipo de situaciones. Su material son las crisis personales, pero más particularmente las que son una crisis, sobre otra crisis, sobre otra crisis. Su foco está colocado en los humanos que las atraviesan y que deben poner el cuerpo y apañárselas para resolver esos cataclismos de alguna manera. En la insuperable La separación teníamos un divorcio que, sumado a la ya de por sí conflictiva vida en Irán, se sumaba a un episodio de violencia y a un juicio en un tribunal. Así, se exploraban dos cuadros familiares en una situación límite, de los que se podía extraer una multiplicidad de apuntes sobre la psicología de los personajes y la coyuntura social presentada. 
En esta nueva película la acción tiene lugar en París –el director tuvo suficientes problemas con las autoridades iraníes como para haber decidido no seguir filmando en su país–, hace 4 años que Ahmad (Ali Mosaffa) y Marie (la imponente Bérénice Bejo) están separados, y se trata de esos divorcios que, además, fueron acompañados de una distancia real, ya que Ahmad regresó a su Irán natal. Pero ahora Ahmad accede a viajar a Francia y pasar unos días en su antigua casa, para finalizar los trámites de divorcio y, de paso, ayudar a Marie a apaciguar ciertos conflictos con Lucie (Pauline Burlet), su hija mayor. Pero como es de suponer, las cosas no serán sencillas. De a poco comienzan a surgir las recriminaciones, verdades silenciadas y conflictos mayores, con los sentimientos siempre a flor de piel y un cuadro humano especialmente susceptible, como resultado de una tragedia reciente. 
El guión pareciera construido como un policial clásico, con un misterio a resolver y varios personajes sospechosos, pero a medida que avanza la acción el protagonista comienza a darse cuenta de que todos tienen su implicancia en el problema, todos ocultan información, y que él mismo tiene su cuota de responsabilidad en el drama. Cada diálogo agrega datos para que el espectador vaya completando un complejo rompecabezas, aumentando la tensión in crescendo hasta niveles exhorbitantes. 
El estilo de Farhadi se encuentra muy alejado del cine iraní que acostumbramos ver, sus propuestas son siempre ágiles, intensas, con sorprendentes giros de guión que encauzan o resignifican la narración, sin tiempos muertos y provistas de diálogos incómodos y punzantes que obligan al espectador a tomar posición y establecer un juicio. Todo esto con una dirección de actores sorprendente, con profundidad, riqueza de matices y una sensibilidad extraordinaria. Tener una de sus películas en carteleras es una oportunidad que no conviene desaprovechar.

Publicado en Brecha el 17/10/2014

viernes, 10 de octubre de 2014

Perdida (Gone Girl, David Fincher, 2014)

El enigma inestable 


Es verdad que el director estadounidense David Fincher tuvo un par de traspiés a lo largo de su carrera (La habitación del pánico y El curioso caso de Benjamin Button concretamente) pero son muchos más sus importantes aciertos: Seven, The Game, El club de la pelea, Zodíaco, Red Social. Incluso Alien 3 y La chica del dragón tatuado fueron sólidos y personales ejercicios de género, y hoy su nombre se ha vuelto ineludible a la hora de pasar lista de los más importantes creadores de Hollywood. En éste su décimo largometraje, Fincher vuelve al thriller y al policial negro, sus géneros predilectos. Perdida viene a ser la historia de un hombre (Ben Affleck) que llega a su casa para enterarse de que su esposa (Rosamund Spike) ha desaparecido, dando con algún mueble roto y manchas de sangre que dan la idea de un forcejeo y, casi seguramente, de un secuestro. A partir de entonces la película se centra en una búsqueda y una investigación, con el agravante de que la prensa y los medios de comunicación toman conocimiento del caso y lo siguen escrupulosamente, al punto de convertirse en auténticos hostigadores. 
Curiosamente, la incapacidad expresiva de Affleck cuadra perfectamente aquí, ya que se trata de un personaje conciso del que se puede sospechar alternativamente de su inocencia o su culpabilidad. Pero quien realmente se impone es Spike, en un papel que recuerda esa afición que tenía Hitchcock por las rubias, y los personajes femeninos complejos y sorprendentes por los que se inclinaba. Spike compone una mujer multifacética, cuya niñez era relatada por sus padres y difundida en la serie de libros infantiles ("La increíble Amy"), en los que representaban una versión perfecta de ella, nunca fiel a la verdadera. Así, la película juega y expone, en un gran sarcasmo, la dimensión pueril, falsa, injusta y profundamente inconsciente (ya que causa perjuicios directos) mediante la cual los comunicadores y los medios masivos tergiversan la realidad alimentando prejuicios y preconceptos, definiendo y moldeando el sentir de la opinión pública. Pero lo más atractivo aquí es que son suscitadas en el espectador las mismas sospechas que esa opinión pública tiene, de modo que se lo hace partícipe de un sentir profundamente desagradable: aquel que lleva a clamar por la cabeza de alguien un día, para comprender luego el error propio y erigir, quizá al día siguiente, a ese alguien como un ejemplo a seguir. Como en varias de sus películas anteriores (principalmente Zodíaco), Fincher utiliza el thriller como excusa; si bien aquí el eje principal parece ser en un comienzo el enigma de la desaparición, esto cambia a la mitad del metraje, desplazando radicamente el foco de la narración para comenzar a contrabandear apuntes de otro tipo. Asimismo, se lleva al protagonista a una encrucijada existencial, con un notable vuelo metafórico referente a la "prisión" conyugal y ciertos vínculos de poder existentes en algunas parejas. 
Todo esto, claro está, propiciado mediante una atmósfera acuosa, envolvente y desconcertante en cada momento (la música de Trent Reznor y Atticus Ross juega un papel fundamental), con la capacidad narrativa y técnica de uno de los mejores constructores de climas del cine norteamericano actual.

Publicado en Brecha el 10/10/2014

miércoles, 8 de octubre de 2014

Por qué Orange is the New Black

Cautivas


Cuando uno ve películas europeas centradas en asuntos sociales como las notables Entre los muros, Polisse, El niño de la bicicleta o La hermana lo primero que llama la atención son los grandes contrastes. Hay una gran distancia entre lo que suponen ciertos ámbitos de necesidad del primer mundo y los que se viven en nuestras periferias, donde existen situaciones de miseria consolidada que se reproducen desde hace generaciones, y se cuenta con muchos menos recursos orientados a los servicios sociales, personal reducido y muchas veces poco capacitado. Es decir; existe una diferencia abismal, chocante e ineludible, entre la calidad de vida de los sectores sumergidos de algunos de esos países y los de estas latitudes. "¿De qué se quejan?" podría pensar a priori un espectador tercermundista, considerando semejante desigualdad. 
Pero si bien se trata de un pensamiento legítimo, es también un tanto tramposo. La tesitura podría conducir a pensar en cualquier aproximación a un tema social como superflua, ya que siempre en alguna parte alguien podría pasarla peor –de infiernos sabe mucho este mundo– y así solo podrían representarse como idóneos ciertos cuadros límites irrespirables. 
Orange is the New Black se ambienta en una cárcel de mujeres en Litchfield, Nueva York. Pero por lo general lo primero que se aclara en las reseñas sobre la serie es que no se trata de una cárcel de máxima seguridad, sino de un espacio en el que apenas se ven barrotes, en los cuales hay habitaciones amplias, buena iluminación, espacios al aire libre y hasta recovecos en donde las reclusas pueden gozar de cierta intimidad. Ellas almuerzan en un amplio comedor, y la cocina presenta platos variados y postre. Además, todas pueden ejercitarse y matar el tiempo ejerciendo un oficio. Es decir, desde una óptica tercermundista, se trata prácticamente de una cárcel modelo. Pero lo bueno de esta serie y de las películas nombradas en el primer párrafo, es precisamente saber problematizar, humanizar y dar cuentas de que, aún encontrándose en condiciones no precarias, los personajes pueden vivir circunstancias que los oprimen, dando cuentas de dramas y tragedias particulares en las que podemos vernos reflejados y que nos permiten entender que en muchos entornos disímiles suelen vivirse situaciones opresivas o directamente abrumadoras. Las enfermedades sociales pueden venir ligadas a asuntos coyunturales diversos como la discriminación, la desigualdad económica, el poder, las estructuras jerárquicas, el abuso o la injusticia, y esta clase de aproximaciones dejan en claro esta realidad. Más allá de la calidad de vida en prisión, el énfasis parecería estar en cómo afecta en la persona el simple hecho de perder la libertad, de pasar a vivir confinado y a ser excluido de la comunidad. 


Rompiendo estereotipos. La historia está basada en los hechos reales descritos en el best-seller autobiográfico Orange is the new black: Crónica de mi año en una prisión federal de mujeres de Piper Kerman. En el libro Kerman, como Piper Chapman –su alter-ego en la serie– cumple una condena de más de un año tras ser detenida por una breve incursión en el narcotráfico. Una vez confinada, entra en contacto con un universo femenino de reglas y dinámicas propias, en las que sus conocimientos universitarios le son en principio poco útiles. Es expuesto el paulatino aprendizaje por el cual debe asimilar y adaptarse a los mecanismos internos imperantes, intentando sortear las amenazas que se ciernen y asimismo ser aceptada por el resto de las reclusas.
En este discurrir se da a conocer una fauna variopinta, personalidades disímiles, representativas de un lugar y de una época. La inefable "Red" (Kate Mulgrew) apodada de ese modo por el color de su cabello pero también por su origen ruso, quien se aboca al negocio clandestino dentro de la cárcel; Alex Vause, (Laura Prepon) ex-novia de Piper y quien en definitiva la condujo al mundo del narcotráfico; la bien conectada Nicky (Natasha Lyonne) ex-drogadicta y ninfómana lésbica; "Pennsatucky" (Taryn Manning, seguramente la mayor revelación actoral del cuadro) quien parece haber quemado todas sus neuronas con la metanfetamina y se encuentra siempre proclive a la hostilidad y al delirio místico; la también inestable "Crazy eyes" (Uzo Aduba), manipulable y especialmente peligrosa, y la increíble Lorna Morello (Yael Stone) quien detrás de una fachada de chica adorable esconde quizá la historia más inquietante de todas.
Estos personajes y una veintena más son los que negocian, traman, despliegan estrategias, se aman o violentan en un discurrir diario dentro de la penitenciaría. Por lo general se utiliza una estructura narrativa de estilo Lost, seguimos a alguna de las reclusas en su vida carcelaria, pero mediante un montaje paralelo se relatan fragmentos de su existencia anterior, las circunstancias en las que vivía antes de ser apresada y, sobre todo, las razones por las que fue condenada. De esta manera se va conformando un universo coral en el que el espectador va nutriéndose de información acerca del pasado reciente de cada uno de los personajes implicados, llegando a conocer más de ellos que quienes los circundan.
Este proceso es uno de los mayores aciertos: los personajes comienzan a ser paulatinamente desestereotipados, y el espectador asiste a un proceso de humanización de cada uno de ellos. Incluso los mismos guardias a cargo de la seguridad de la cárcel van adquiriendo un perfil cada vez más interesante. Si bien en un comienzo podemos pensar en personajes simples, carentes de relieves psicológicos o emocionales (la rubia ingenua, la lesbiana sexy, la loca peligrosa, el guardia abusivo), de a poco van dándose a conocer sus ambigüedades, sus problemas, sus dudas, sus sueños, sus pequeñas alegrías. Entre otras cosas, vislumbramos la forma en que un pequeño cambio en la estructura de poder transforma radicalmente el comportamiento de un personaje. Por ejemplo, "Taystee" (Danielle Brooks), quien en un comienzo se muestra como una chica simpática y agradable, en la segunda temporada adquiere un perfil de bully, dejando entrever costados profundamente reprobables; sin embargo esta metamorfosis es percibida por la audiencia como algo lógico, como parte de una sucesión de acontecimientos que, en definitiva, lo vuelven hasta comprensible. Asimismo Caputo (Nick Sandow), un consejero que a fines de la segunda temporada pasa a ser el nuevo alcalde de la prisión, pese a cierta simpatía intrínseca acaba incurriendo en claros abusos de poder, despertando la sospecha de que pueda convertirse en el "villano" de la siguiente temporada.


Más allá de los géneros. La parcelación o "guetización" en distintos grupos raciales o etarios lleva a las reclusas a ubicarse con los suyos y disgregarse: negras por un lado, latinas por otro, hillbillies o procedentes de las áreas rurales, ancianas, y otras. Estos grupos defienden sus intereses al tiempo que se disputan territorios, generando de a ratos tensos y temibles enfrentamientos.
Además del plantel fijo de personajes, existen siempre en los márgenes una masa de mujeres, extras que funcionan como material de "reposición" en caso de que el guión requiera de nuevos secundarios; asimismo, la llegada de nuevas camadas de reclusas (las nuevas llegan vestidas de naranja, el color que desde el título se nombra de modo irónico, como parte de una nueva moda) asegura la renovación periódica del plantel.
Dotados de un excelente sentido del humor, plagados de diálogos ocurrentes e hilarantes, los guiones dan con la nota perfecta por la cual la comedia se entrecruza con el drama, y el suspenso es desarrollado sin perderse nunca de vista el costado social. Esta cruza de géneros lleva a un registro cambiante, a partir del cual uno puede verse tenso y al borde del asiento en un momento y desternillándose a los pocos minutos. Y vale la pena destacar la forma (brillante) en que se trabaja la ansiedad del espectador: si bien cada capítulo tiene cierta unidad y generalmente sobre el final se cierra su planteo principal, al mismo tiempo se abren y dejan picando otros elementos, quizá más graves, muchas veces más inquietantes. Este factor explica en parte la poderosa carga adictiva de la serie.
Pero hay otra cosa. Más allá de los conflictos, de las luchas internas, de las tramas, las conspiraciones y cierta tensión sexual entre las reclusas, ocasionalmente también surgen ciertos destellos luminosos, momentos de fraternidad sutil en que las chicas descubren, dejan de lado las fachadas, desvelan una nota cómplice en la mirada de la otra. Una humanidad impensada, una conmovedora belleza que se asoma desde atrás de la rígida coraza que se han impuesto y que tanto les hace falta para subsistir.

Publicado en Dossier, Octubre 2014.

viernes, 3 de octubre de 2014

Omar (Hany Abu-Assad, 2013)

El asedio recrudece

Omar es un joven palestino que vive una cotidianeidad por todos conocida. Ya para él se ha vuelto asunto de rutina saltar un muro de ocho metros construído por los israelíes hace una década, esquivar balas y ser hostigado por las tropas de ocupación y sus abusos continuos. Pero este aspecto no se encuentra especialmente enfatizado sino que se muestra de soslayo, precisamente como un aspecto más de su devenir diario. Sin mediarse explicación Omar, junto a dos amigos más, deciden hacerse de un arma y perpetrar un atentado, asesinando a un soldado israelí. La película no plantea un discurso ni toma una posición al respecto, simplemente se expone el hecho, por lo que cada espectador decidirá verlo a su manera: quizá como una acción de inconsciencia extrema, o como la reacción lógica a una situación desesperada, talvez como un repudiable atentado terrorista o, por el contrario, como un heroico acto de resistencia. De cualquier manera, el hecho desencadenará una situación nefasta para los tres muchachos y sus allegados.
La película instala una creciente atmósfera de paranoia, un ambiente de cautela total; todo el cuadro presentado, casi todos los personajes comienzan a sospechar hasta de sus amigos más cercanos. Este clima lo vivió el director en carne propia varias veces en Palestina, y según cuenta, se trata de un sentimiento generalizado y prácticamente arraigado en la sociedad. Las fuerzas del Mosad obligan bajo amenazas a muchos jóvenes palestinos a servirles como informantes y a "infiltrarse" entre los suyos como método de espionaje, inoculando de esta manera en la población el germen de la desconfianza y el miedo al prójimo. Pero quizá el mayor acierto del director neerlandés de origen palestino Hany Abu-Assad (La boda de Rana, El paraíso ahora) haya sido el de vincular en el libreto este sentimiento de paranoia propio de una situación de asedio, con la paranoia de una relación amorosa incipiente. Así, un sentir universal se vincula hábilmente con otro similar, específico del contexto. En una notable entrevista realizada por el sitio web Cuadernos de Oriente Medio, explicó: "Te enamoras porque estás inseguro. Crees que el otro es tan bueno, es mejor que tú, quieres ascender. Por esto es por lo que te enamoras, pero es lo que te hace caer en la paranoia porque te pones a ti mismo en una posición más baja. Nadie se enamorará de alguien que piense que está en una posición más baja como persona, créeme, una de las condiciones del amor es que te pones por debajo del otro. Al principio del amor tienes esta tensión y cada movimiento del otro te provocará paranoia. Cada sms que te llegue, cada cara que te haga pensar que no está enamorado o enamorada de ti, que quizás tenga a otro o a otra… Esta paranoia es muy familiar y es un fenómeno universal en nuestros días"


Abu-Assad afirma haberse nutrido e inspirado en tres tradiciones de thrillers: la americana (Sidney Pollack, por ejemplo), la francesa (pincipalmente Jean-Pierre Melville) y la egipcia, muy poco conocida en occidente. Así, reconoce un humanismo muy particular en esta última, destacando películas como Al-Karnak (Ali Badrakhan, 1975) y A man in Our House (Henry Barakat, 1961). Bebiendo de estas influencias, se despliega una imponente obra de cine social y político, pero también una historia de amor y un drama, dotado a cada minuto de la tensión incómoda propia de esta triple tradición de thrillers
Omar es una película financiada en un 95% por capitales palestinos, rodada principalmente en Cisjordania y por un equipo mayoritariamente palestino, y se ha llevado un buen puñado de premios en festivales (Cannes, Dubai y otros), además de haber sido nominada a mejor película extranjera para los Oscar de este año. Llegando a un gran público, Abu-Assad ha logrado echar luz hábilmente sobre una situación insalubre, acuciante como pocas. Y con el pulso propio de las mejores películas de género. 

Publicado en Brecha el 3/10/2014