jueves, 27 de diciembre de 2007

Las mejores películas (II)

Acá va una nueva decena de películas notables, lo mejor que he visto en estos últimos meses. La primera y la última son obras maestras, y de la segunda en adelante mucho más que recomendables. Como de costumbre, van en orden de importancia.

-La pesadilla de Darwin de Hubert Sauper (Austria, Bélgica, Francia, Canadá, Finlandia, Suecia).
Una espantosa genialidad. Si existe una película que plasma con claridad las más grandes miserias de este mundo, esa es La pesadilla de Darwin. Una multinacional que arrasa con todo lo que puede tener de productivo el Lago Victoria, pobreza y prostitución extremas, evangelistas anti-condón, sida masificado, aeropuertos destrozados, tráfico de armas, explotación salvaje, gobiernos que no se sabe muy bien para qué están y un celador que mata a todo el que se le acerca. Difícil olvidarse de “la perca del Nilo” luego de ver este documental.

-Eastern promises de David Cronenberg (Inglaterra, Canadá, Estados Unidos).
Desde que Cronenberg se junta con Viggo Mortensen, las cosas salen de maravilla. Media docena de personajes que dan un miedo bárbaro, la Naomi Watts que anda desquiciada metiéndose adentro de cualquier antro y Cronenberg que no nos ahorra sus estallidos gore ni su violencia extrema. Y las vueltas de tuerca no se las espera nadie.

-Tropa de elite de José Padilha (Brasil).
Por la voz en off y el descenso al submundo de las favelas se parece bastante a Ciudad de Dios. Se trata de un acercamiento crudo y realista al BOPE (Batallón de Operación Policial Especial) de Río de Janeiro, aquellos escuadrones que entran periódicamente a las favelas para matar a cuanto negro se les cruce. A pesar de la dimensión humana que se le da a los soldados, la aproximación acaba por distanciarnos aún más de ellos. El director no deja que quepan dudas sobre el devastador efecto que ejercen estos individuos sobre el tejido social.

-Sicko de Michael Moore (Estados Unidos).
Moore es un demagogo y un manipulador, y algunos de los recursos que usa me parecen bastante deshonestos. Pero igual, qué buenas que están sus películas. Si en todos los países hubiese un Michael Moore filmando, el mundo de seguro sería un lugar mucho mejor.

-Jesus camp de Heidi Ewing y Rachel Grady (Estados Unidos).
Las directoras infiltran sus cámaras para documentar la temible avanzada evangelista por Estados Unidos. A los niños los adoctrinan para amar a Jesús, para odiar a Harry Potter, para llorar por los fetos muertos y, por supuesto, para votar a los republicanos. Son un ejército de 80 millones y van en aumento. El documental me mantuvo entre la náusea y las convulsiones durante hora y media, lo que quiere decir que es muy bueno.

-Borrachera de poder (L’ivresse de pouvoir) de Claude Chabrol (Alemania, Francia).
¡Qué grande Chabrol! Desde L’enfer no me gustaba tanto una de sus películas. Acá la inmensa Isabelle Huppert es una jueza de instrucción que se dedica a encarcelar a los cabecillas de un entramado político-empresarial, corrupto hasta la médula. Hay películas que emocionan, otras que molestan, otras que entretienen y otras que transportan nuestros pensamientos a lugares inexplorados. Para mí esta fue de esas últimas. Lo único que no está muy bien es la imagen caricaturesca de alguno de los empresarios, pero la película en general sí que vale la pena.

-Ficción de Cesc Gay (España).
El sutil surgimiento del amor en el encuentro fortuito de dos adultos casados. ¿Será que Cesc Gay se está Rohmerizando? Sea como sea, mientras siga haciendo este tipo de películas eso es algo digno de festejos. Una película construida con silencios, gestos y verdades no dichas más que por el puro diálogo. De seguro, la más emotiva de esta selección.

-A scanner darkly de Richard Linklater (Estados Unidos).
Una de las mejores adaptaciones de una novela de Phillip K. Dick que he visto en el cine, aunque es cierto que hasta hoy no hubo muchas aceptables. Como es frecuente en Dick, cada nueva vuelta de tuerca abre complejidades y nuevas interpretaciones posibles. Y tengo la impresión de que la fracturada mente de un adicto nunca estuvo tan bien expuesta.

-Bee movie de Steve Hickner y Simon J. Smith (Estados Unidos).
Seinfeld se manda un guión multitemático y con más giros que una puta noria, pero la película en su conjunto es inteligente y muy divertida. En los medios la destrataron bastante y por lo general no gustó demasiado, pero yo insisto en que vale la pena acercarse.

-Noche y niebla de Alain Resnais – 1955 (Francia).
Y acá un clásico, para desvirtuar un poco. Coeurs y esta peli me han servido para borrar mis prejuicios respecto a Resnais. Con justicia, uno de los mejores documentales de todos los tiempos. Cuando las imágenes no son lo suficientemente espantosas, la voz en off relata sucesos escalofriantes que equilibran la opresión permanente. De esas películas que llevan a valorar un poco más la vida y un poco menos a la humanidad.

jueves, 20 de diciembre de 2007

The key to reserva (Martin Scorsese, 2007)

Scorsese dignifica (y vende una botella de champán)

El mismo año en que Wong Kar-wai y David Lynch empeñan buena parte de su talento para vender perfumes (los respectivos spots pueden verse aquí y aquí), el amigo Scorsese también parece haber incurrido en los templados terrenos de la promoción publicitaria. Accediendo a este link podrá verse su flamante cortometraje publicitario de 9 minutos y 21 segundos, en el que nos invita a terminar el año brindando con una botella de Freixenet. Los que no adherimos podremos sin embargo disfrutar del corto y más adelante, -porqué no- de un clarete cortado con agua salus.
Y esta nueva modalidad de cortos ideados como estrategias de marketing empresarial y dirigidos por cineastas de renombre son la excusa ideal para reabrir la discusión de si la publicidad debería o no ser considerada un arte. Si nos guiáramos por los horrendos cortos de Pirelli Film o BMW Film, firmados por Guy Ritchie, Kathryn Bigelow, Antoine Fuqua o Tony Scott, directores muy cool todos ellos, la cuestión estaría zanjada: eso es chatarra publicitaria, en la que ni siquiera hay una preocupación por disimularlo y se denota un continuo empeño en mostrar con claridad y de cada veinte segundos los objetos que deberíamos comprar.
En el caso de Scorsese la situación es distinta. Al parecer, la empresa le dio al cineasta libertad absoluta en el emprendimiento, con la condición de que respetase tres premisas básicas: debía aparecer una botella de champán Carta Nevada, tenía que mostrarse un brindis y en el título del corto debía figurar la palabra “reserva”.
El corto empieza como un mockumentary (o falso documental) donde el propio Scorsese cuenta que halló un guión inédito de tres páginas y media de autoría de Alfred Hitchcock. Aquí Scorsese se muestra a sí mismo como un individuo contradictorio y casi histérico, entusiasmado hasta el paroxismo con su hallazgo, y en la pretendida entrevista no deja al periodista ni tocar las fundas protectoras que envuelven al guión. Aclara que al libreto le falta una página intermedia, pero que igual él está dispuesto a filmarlo. Porque claro, nadie le daría la misma importancia a un guión sin filmar que a un guión filmado, y asegura que por eso se propone a dirigirlo, no como lo haría Hitchcock, tampoco como lo haría él mismo, sino más bien como lo haría Hitchcock en aquel momento, pero hoy. Y como dice una cosa dice la otra, y no se le entiende demasiado a Scorsese. Pero su idea es rodar el guión tratando de emular el espíritu del maestro, y con el mayor de los respetos a su figura.
Y lo increíble es que apenas empieza el homenaje en sí (el corto dentro del corto) uno tiene la ilusión de haberse sumergido en una película de Hitchcock, como si el maestro estuviera vivito y coleando, y en uno de sus mejores momentos. La introducción con créditos iniciales de Saul Bass y los brutales compases de Bernard Hermann rememoran a Intriga internacional (1959) y retrotraen a esos años 50 en los que el maestro era capaz de filmar media decena de obras maestras, una detrás de la otra. En seguida, un plano secuencia se abre en unas cuerdas de violín, luego la cámara atraviesa en reversa todo un auditorio y comienza a acompañar a nuestro protagonista. De él nada se sabe, pero sus movimientos sigilosos dan cuenta de que está en una misión compleja y precipitada. Sin una sola palabra verbalizada, con un ritmo envolvente, un montaje preciso, miradas que dan cuenta parcial de las intenciones de los personajes, abundantes picados y contrapicados, un forcejeo masculino propio del film noir de la época y una caída de varios pisos que rememora a Sabotaje (1942) el homenaje es un torbellino de guiños cinéfilos aplicados a la acción más trepidante. El plano secuencia final es un ejemplo de la imponente economía narrativa del corto: se llevan al malo esposado al fondo de la pantalla, un detective observa con detenimiento un tapón de chanpán, el galán besa a la blonda de turno y por último, la cámara se detiene en el macguffin/objeto del anunciante. No sea cosa de que se nos olvidara quién puso la plata y para qué.
Otro guiño cinéfilo satírico cierra el corto y no será contado aquí entre otras cosas porque no hay posibilidades de que pase desapercibido. Algo así como un mea culpa de Scorsese por haber usado la técnica del maestro con motivos publicitarios, y una nefasta y diabólica revancha de Hitchcock, quien en el más allá quizás esté retorciéndose de indignación.

Publicado en Brecha 21/12/2007

sábado, 15 de diciembre de 2007

Bee Movie (Steve Hickner, Simon J. Smith, 2007)

Rebelión en la colmena

Este póster me despierta todo tipo de impulsos homicidas. ¿No sería bonito apedrearlo ahí mismo a ese Seinfeld-abeja y su cara de winner trucho? Cuando vi por primera vez esto me acordé de El espantatiburones y de todos sus personajes horribles. Hay días que la gente de Dreamworks puede hacer notables despliegues de mal gusto.
Pero a pesar de los malos pronósticos y de la fealdad general volcada en la campaña, Bee movie resulta ser una película más que interesante. Nada increíble, de esas que al principio no prometen mucho pero que acaban sorprendiendo para bien.
Según cuenta Jerry Seinfeld (sí, el de la sitcom norteamericana “Seinfeld”), durante una cena que tuvo con Steven Spielberg se produjo un silencio incómodo, y para llenarlo dijo lo primero que se le pasó por la cabeza: que tenía una idea para hacer una película sobre abejas. En realidad, el chiste malo consistía en utilizar el término “B-movie” (película clase B) como juego de palabras para “Bee movie” (película de abejas). Pero Spielberg, rápido como un halcón, mandó al día siguiente a su socio Katzberg a que telefoneara a Seinfeld para ofrecerle la producción de esa película. Seinfield no supo como reaccionar ya que no tenía nada preparado, pero acabó aceptando la propuesta.
Cuatro años más tarde, Seinfeld ha demostrado que supo plasmar toda su frescura y talento en un guión inteligente, que poco y nada tiene que ver con el cine clase B (la película costó 150 millones de dólares), y que llama especialmente la atención por su riqueza alegórica.
Porque una colmena en la que el trabajo está perfectamente coordinado, un estadio ideal en cuestiones de planificación y productividad y en donde todo el esfuerzo colectivo está orientado al fin último que es la elaboración de la miel, se presenta como una sociedad narcotizante, donde la televisión y el trabajo se intercalan sin descanso y hasta el día de la muerte. Y esto es apenas el principio: más adelante, la abeja protagonista será testigo de los saqueos flagrantes de la miel de las colmenas por parte del hombre, situación que evoca de manera crítica a la actual intervención norteamericana en oriente medio. La idea es reforzada continuamente y hasta tiene lugar un atentado abejil suicida. Luego, otros temas típicos de la agenda política del mejor progresismo norteamericano: el racismo y la intolerancia, las multinacionales como flagelo máximo, la denuncia como motor del cambio y las cuestiones ambientales. Todo eso metido en una sola historia.
Cabría preguntarse entonces si los muchos cambios en el rumbo de la película no hacen perder la unidad; pero lo cierto es que cada giro de guión (en la jerga técnica “plot point”) se integra a la historia sin que el viraje descoloque y sin que se eche a perder la coherencia interna del filme. Lo que sí puede ocurrir es que cueste involucrarse del todo en algunos tramos. Por ejemplo, el incómodo enamoramiento del protagonista por una humana -al que apenas se le dedica un par de escenas- se pierde por pasarse con demasiada rapidez a una siguiente instancia.
Aunque quizá los niños más pequeños puedan aburrirse en algunos tramos, como en el brillante juicio de las abejas contra la raza humana, los demás integrantes de la familia podrán disfrutar del metraje íntegro. Sin deslumbrantes despliegues visuales como los hubo en algunos planos secuencia de Ratatouille y Los increíbles, y sin presentar personajes adictivos y de adhesión incondicional como la pececita Dory de Buscando a Nemo, Boo de Monsters Inc. o El gato con botas de Shrek 2 y 3, sin embargo la película ofrece una multitud de chistes y gags notables, cameos que no están sólo como guiño barato y una interesante y variada banda sonora, que por momentos introduce temas que viene a cuento con las imágenes, causando una gracia singular. La canción “Sugar sugar” de The archies y su “oh honey honey” nunca fueron usados de forma tan acertada.

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En este link van a encontrarse con una opinión muy atendible y bien fundamentada de mi amigo Hagen Tronje, que le encontró a la peli reprobables costados ideológicos. Sin estar de acuerdo con su lectura, dejo al lector que saque sus propias conclusiones.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Disparen sobre el pianista (Tirez sur le pianiste, François Truffaut, 1961)

La última tentación de Truffaut


Se suele hablar de la "evolución" de un cineasta cuando se estudia cronológicamente su obra y se denota un progresivo perfeccionamiento en su técnica. En algunos casos, sin embargo, esta supuesta evolución va acompañada de un debilitamiento en el vuelo creativo del director o en una creciente estandarización de sus propuestas a las exigencias del público o de la industria, y en consecuencia, en un acotamiento a sus libertades y a sus inquietudes personales. En opinión de este cronista, Disparen sobre el pianista marca un antes y un después en la obra de Truffaut, que derivó en una disminución en la calidad de toda su filmografía posterior.
Truffaut traía viento en la camiseta luego del éxito de Los cuatrocientos golpes (1959), y su experiencia en los Cahiers ya lo ubicaba como figura clave en el movimiento de la Nouvelle Vague. Confiado y dispuesto a concebir en forma libérrima la película que a él le hubiese gustado ver fue que filmó Disparen sobre el pianista, que terminó siendo un desastre comercial. El público de su época no estaba preparado para recibir una película de estas características.
En primer lugar, Charlie Kohler, el protagonista (Charles Aznavour, que además de cantar actuaba muy bien), no era un típico antihéroe rudo y de armas tomar de los que abundan en la serie negra sino que se trataba de un sujeto tímido y atemorizado que rehuía a los problemas en lugar de enfrentarlos. Una suerte de anti-antihéroe o antihéroe al cuadrado, ya que ninguna gran hazaña se podía esperar de semejante personaje. Años después Truffaut explicaría: "(...) mis películas están casi siempre en contra de los hombres, y a los hombres no les gustan. (...) Los hombres detestan también La piel suave y La sirena del Mississippi porque dicen que la mujer es mucho más fuerte que el hombre y creen un error mostrar a Belmondo tan débil. Son hombres que tienen miedo, que son cobardes, que son más débiles que las mujeres. Yo veo así a los hombres, y los hombres lo detestan. Quieren ver a alguien que se les parezca, pero que sea mejor que ellos" .
Los secundarios también escapan a los estereotipos preconcebidos: una prostituta maternal y generosa, gángsters sociables y poco serios, un niño al que ni le importa haber sido secuestrado. A todos ellos les envuelve un aire de familia, personajes entrañables y queribles, típicos de Truffaut. Que la tragedia asome en un contexto tan agradable es por ende paradójico, y a su vez, doblemente trágico.
Además, otro aspecto poco común para la época son los continuos cortes en la narración, donde el director introduce en forma caprichosa situaciones que no parecen venir a cuento con el resto de la historia. En este sentido, se puede afirmar que Tirez sur le pianiste es la película de Truffaut que más se asemeja al cine de Jean-Luc Godard, y un ejemplo de libertad expresiva y de ruptura deliberada con respecto a las formas narrativas clásicas.
El cruce de policial negro y comedia satírica quizá haya descolocado a gran parte de su público, y el hecho de haber adaptado una novela de folletín, considerada "arte basura" por las élites artísticas, ya desde el vamos condenaba a la obra a ser destratada y a ser encumbrada sólo por algunos círculos cinéfilos.

El cineasta acobardado
En diciembre de 1960 Truffaut escribía un artículo en el que denunciaba la intervención de Roger Vadim en un film de Jean Aurel, La bride sur le cou (1961). Indignado, Vadim le devolvió el golpe con un juicio por difamación, que Truffaut acabó perdiendo. Este juicio derivaría más adelante en la división y desintegración del movimiento de la Nouvelle Vague.
El fracaso de taquilla de Disparen sobre el pianista y el juicio por difamación probablemente hayan desmoralizado a Truffaut, y desde entonces este aire lúdico particular no se ha vuelto a repetir en su obra. A partir de Jules et Jim (1962) sus films son más coherentes, lineales, y a mi parecer, menos arriesgados e irreverentes que Disparen sobre el pianista, una de las películas que mejor encarna el espíritu de la Nouvelle Vague .
Charlie es pianista en un bar de mala muerte, y al comienzo de la película su hermano, Chico, acude a pedirle ayuda porque está siendo perseguido por un par de gángsters; cuando éstos llegan al bar, Chico se escapa y ellos salen tras él. En cualquier película policial se haría un seguimiento inmediato de la persecución por las calles, pero Truffaut en cambio optó por continuar la escena dentro del bar filmando a Boby Lapointe (que además de actuar cantaba, por lo visto), interpretando una canción de su autoría que no tiene ninguna relación con la historia, aunque bien es cierto que el tono juguetón del tema se condice con el resto de la película.

Otra escena extraordinaria tiene lugar cuando Charlie, dirigiéndose a una audición, oye desde el pasillo un solo de violín ejecutado de forma impecable, a tal punto que lleva a inhibirlo de presentarse a la audición. Atemorizado, pretende retirarse, pero en ese mismo momento sale la violinista y se cruza con él, por lo que queda forzado a entrar a la sala. Para desconcierto del espectador, la cámara no sigue a Charlie sino a la violinista a través del largo corredor, y ésta se detiene en seco cuando siente los contundentes acordes de piano provenientes de la sala de audiciones. Luego de escuchar unos segundos la violinista sigue su rumbo, y el siguiente plano secuencia la muestra saliendo a la calle y caminando, con la música del piano inalterada, omnipresente. ¿Qué quiso decir Truffaut con estas secuencias? Ya sea que buscara que empaticemos con ella y sus frustraciones, o sugerir que el pianista era tan bueno que su música había quedado grabada en la cabeza de la chica, o tan solo darse el gusto de filmar a esta bella violinista en lugar de una aburrida audición, de cualquier manera la escena guarda una fuerza estética imponente.
A diferencia de Godard, quien probablemente nunca se lo haya propuesto, Truffaut ha sabido mantener un buen ritmo en esta sumatoria de caprichos personales que es Disparen sobre el pianista, alternando una y otra vez planos dinámicos y estáticos, introduciendo breves situaciones absurdas y risueñas, acentuando la tensión a medida que el relato avanza. El todo adquiere una tonalidad caótica, pero a su vez está provisto de una coherencia estética admirable, y la música inquieta de George Delerue juega un papel esencial a favor de la ciclotimia y la soltura del film.
Este híbrido que satiriza/homenajea al cine negro tiene sus correlatos en películas actuales de Tarantino, Guy Ritchie, los Coen o Shane Black, y los diálogos de los matones hablando de asuntos triviales recuerda, por ejemplo, a los de Travolta y Samuel Jackson en Pulp Fiction. Como Tarantino treinta años después, Truffaut evita la obviedad y el lugar común de hacer hablar a los gángsters sobre apuestas, contrabando, atracos, drogas u otras actividades ilegales, señalando la inevitable cercanía entre estos simpáticos outsiders y el espectador común.