viernes, 30 de septiembre de 2016

Blair Witch - La Bruja de Blair (Blair Witch, Adam Wingard, 2016)

Al bosque otra vez


Esta película confirma dos cosas que ya sabíamos hace tiempo: primero, que la maquinaria de Hollywood necesita refritar ideas a cualquier costo; segundo, que cualquier basura les viene bien.
La película de 1999 El proyecto Blair Witch probablemente haya sido una de las más sobrevaloradas de su momento. En una época en que el terror mainstream se encontraba en total decadencia y que recurría torpemente a monstruos, asesinos seriales o maldiciones baratas, esa película cayó muy bien al público y a la crítica, seguramente por apelar a un terror psicológico más minimalista, sugerido y de bajo presupuesto. Los directores Daniel Myrick y Eduardo Sánchez propusieron un falso documental que les costó 60 mil dólares y que acabó recaudando centenares de millones alrededor del globo, y se convertiría en un referente para directores tanto amateurs como profesionales. El found footage de filmaciones con cámara al hombro pasó a ser una constante.
Pero mucha agua ha pasado debajo del puente, y el horror psicológico estadounidense evolucionó muchísimo. El cine de terror asiático aportó un sinfín de recursos para dosificar suspenso y sobresaltos con mayor precisión, y nunca un falso documental hoy generaría las dudas de aquella Blair Witch original, recubierta de un aura –muy bien explotada por el departamento de marketing– de que aquello que se mostraba podría haber ocurrido realmente.
Otra vez se presenta aquí una de esas historias en las que documentalistas improvisados se ven sorprendidos por una maldición real, y en las que emprenden corridas desesperadas con cámaras que continúan filmando aleatoriamente para dar justo con la amenaza corpórea, en el clímax final. Si acaso el espectador no estuviera cansado de esto, los primeros cinco sobresaltos ocurren de manera similar: uno de los personajes se le aparece bruscamente al otro, justo en los momentos de mayor expectación y suspenso. Y no lo hacen como broma: simplemente no se dan cuenta de que sus compañeros están tan aterrorizados como ellos y se les ocurre aparecérseles de golpe, ruidosamente y sin aviso previo.
Además de que las actuaciones son pésimas, de que no existen personajes y que los diálogos carecen de sustancia, gracia o el más mínimo interés, todo lo que podría llegar a ser bueno se encuentra muy mal explotado, por lo que los climas generados por el bosque, la casa abandonada y sus túneles subterráneos quedan en la nada, sin aportar elementos nuevos. Pero además el guión es profundamente confuso (siguen spoilers); todo parecería apuntar a que la bruja vive en una dimensión diferente a la nuestra, en la que se puede viajar en el tiempo, y que además el bosque da vueltas sobre sí mismo (¿?). Al parecer, la bruja también es capaz de emular la voz de cualquier persona, por lo que puede hacerse pasar por otros para engañar a sus víctimas. Haciendo un esfuerzo para asumir todas estas premisas, las cosas podrían hasta tener cierto sentido, pero a veces la exigencia de suspensión de la incredulidad se torna excesiva.

Publicado en Brecha el 30/9/2016

viernes, 2 de septiembre de 2016

Miedo profundo (The Shallows, Estados Unidos, 2016)

De playa y de tiburones


Ante la imposibilidad de traducir el título original The Shallows, (en español los bajíos, las aguas poco profundas), y quizá apelándose a un sentido más poético, en latinoamérica pasó a ser "Miedo Profundo", y en España "Infierno azul". Poco cambia: el asunto va de playa y de tiburones que atacan a los seres humanos. 
Una rubia texana despampanante sale a veranear a una playa perdida de Tijuana. Mala idea: como se sabe, en el cine dominante el hecho de que los norteamericanos se salgan de sus límites nacionales supone que en breve algo horrible les acontecerá. Dicho y hecho, poco tiempo tiene la chica para disfrutar del surf y de las olas antes de ser embestida y masticada por un tiburón de los más osados. Hábil nadadora, la protagonista logra escaparse y mantenerse a salvo y a flote precariamente, en diferentes túmulos flotantes: una ballena muerta, riscos, una boya. Estudiante de medicina, también se las ingeniará para autohilvanarse y cicatrizar sus heridas con métodos poco convencionales; como en 127 horas, All is Lost o El renacido, se trata de una aproximación minimalista, corpórea, enfocada en las estrategias implementadas ante sucesivas instancias de peligro extremo. 
El director barcelonés Jaume-Collet Serra se ha convertido en un artesano perfectamente acoplado a las necesidades de Hollywood, y sus talentos se hacen notar en una filmografía que siempre ha despertado cierto interés: La casa de cera, La huérfana, Desconocido y Una noche para sobrevivir son piezas de género funcionales y bien logradas. Aquí antes del ataque de los tiburones, las cámaras se ocupan principalmente de la protagonista y de sus curvas, con una estética clippera, colorida, y una música cool muy acorde al mundo del surf. Pero cuando comienza la supervivencia propiamente dicha, de pronto la película se torna más urgente y seria, manejando notablemente tensiones y ritmo. Aquí los mayores méritos parecerían encontrarse en los rubros técnicos: una fotografía vistosa y un sonido envolvente funcionan igual de bien tanto por encima como por debajo de la superficie, así como un maquillaje perfecto y un montaje que dosifica muy bien lo que se muestra y lo que no, generando el nerviosismo pertinente en cada secuencia. Si bien las primeras escenas llevan a dudar de si la actriz Blake Lively fue reclutada por sus dotes actorales o por sus medidas corporales, ella bien demuestra estar a la altura de tan exigente tour de force
Sobre el desenlace el planteo vuelve a decaer, con un enfrentamiento de la protagonista contra el tiburón –muy convenientemente, en algún momento los tiburones se redujeron a uno sólo– más propio del Coyote y el Correcaminos que de una película de acción real. Es allí que comprendemos que, en rigor, éste es un divertimento mucho más liviano de lo que parecía, mucho más cercano a Depredadores que a Gravedad. Por lo pronto, un poco de miedo puede ser, pero de profundidad nada.

Publicado en Brecha el 2/9/2016

jueves, 1 de septiembre de 2016

La vida (y algo más) por el cine



Muchos actores verdaderamente comprometidos con sus trabajos han llegado a hacer cambios físicos extremos y particularmente nocivos para su salud. Christian Bale es lo más parecido a una bola de plastiscina humanoide que ha podido verse circular por la gran pantalla: perdió 28 quilos para alcanzar las dimensiones del esquelético personaje de El maquinista, y ganó otros 44 de puro músculo para su protagónico en Batman Inicia; en cambio, para Escándalo americano engordó veinte kilos de grasa pura, prácticamente llegando a la obesidad. Por su parte, a actriz Natalie Portman perdió doce kilos para su papel como bailarina profesional en El cisne negro, forzando los límites de lo posible para una mujer de un metro con sesenta. Pero más allá de las extremas dietas para adelgazar y engordar, –de las que podríamos rellenar un artículo entero enumerando ejemplos– o de intensas sesiones de gimnasio, también es cierto que los actores han hecho otro tipo de sacrificios físicos para la causa del cinematógrafo. El corte en la nariz que le inflige un pandillero a Jack Nicholson en Chinatown es real y aconteció mismo frente a cámaras. Rooney Mara mandó hacerse una docena de pierciengs reales para la película de Millenium; la escena de La naranja mecánica en que al protagonista le sujetan los párpados para evitar que pestañee, le ocasionó al actor Malcolm Mc Dowell daños en la córnea y ceguera temporal. En La pasión de Cristo, el actor Jim Caviezel se dislocó un hombro cargando con la cruz y durante la escena del sermón de Cristo en el bosque de olivos, ocurrió un verdadero milagro: un rayo le cayó encima. 
Y qué decir de los docenas de fracturas y daños irreversibles que sufrió Jackie Chan a lo largo de su carrera; luego de una pirueta específica para la película Police Story, en la que en el medio de un centro comercial tenía que deslizarse descolgándose de una columna ornamentada con luces, el actor acabó electrocutado, con quemaduras y varios dedos fracturados, cortes profundos en el antebrazo, la pelvis dislocada, vértebras rotas y paraplegia temporal. Para el trabajoso rodaje de Armour of God, Jackie debía saltar de una pared hasta un árbol. Pero una de las ramas se rompió, y el actor cayó golpeándose la cabeza contra las rocas que habían debajo; los resultados fueron una fractura de cráneo que casi lo mata, y una sordera parcial que le duró toda la vida. 
Las declaraciones de Keira Knightley a la publicación británica de modas InStyle refieren a otro tipo de daños. A lo largo de casi veinte años de trabajar en Hollywood, "Me he teñido el pelo de todos los colores imaginables para diferentes películas. Me fue tan mal que mi cabello, literalmente, se cayó." La actriz asegura que como consecuencia de este destrato, desde hace cinco años que viene usando pelucas. 


Quienes también han pagado como pocos las consecuencias de rodajes mal encaminados han sido históricamente los animales, y es que durante décadas el cine no contó con reglamentación alguna en lo referido a los tratos impartidos a ellos durante las filmaciones. Se cuenta que para el las escenas de carreras Ben-Hur murieron decenas de caballos. Para el rodaje de Jesse James, un caballo fue empujado adrede por una plataforma aceitada, para que acabara despeñándose por un barranco. La puerta del cielo de Michael Cimino fue un escándalo: ahí se explotaron y desangraron caballos, se desstriparon vacas para proveer de intestinos reales a los actores, se decapitó una gallina y hasta se orquestaron peleas de gallos reales. Desde entonces, la American Humane Association (AHA), organización no gubernamental, se encarga de monitorizar el tratamiento de animales durante los rodajes, y de aprobar o denegar la etiqueta tranquilizadora para muchos, que señala que "ningún animal resultó herido durante el rodaje de esta película". Pero según se ha denunciado, a veces la AHA hace la vista gorda a ciertos sucesos, tapándolos y cubriendo así a la industria. Para el rodaje de El hobbit, un entrenador denunció la muerte por deshidratación, ahogamiento y cansancio de al menos 27 animales, pero la conclusión de la asociación fue que "ningún animal había sido perjudicado durante la acción"
La lista de sacrificios animales en cámara incluyen también una vaca prendida fuego para Andrei Rublev, un gato torturado en Sátántangó, un búfalo degollado en Apocalipsis Now, conejos baleados para Las reglas del juego, un caballo empalado por los hierros de un vagón salido de rumbo en Courage. Una de las escenas más increíbles y brutales de Oldboy tiene lugar cuando el protagonista entra a un bar de sushi y le pide al chef "algo vivo para comer". Luego de que le sirven un pulpo lo engulle, mientras los tentáculos continúan contorneándose y deslizándose por su rostro. No hubo efecto digital alguno para la escena, y el actor Choi Min-sik debió comerse cuatro pulpos uno atrás del otro para lograrla. No fue fácil para él; budista practicante, Choi debió pedir perdón por cada uno de los animales. En un video de detrás de cámaras puede verse al actor disculpándose con uno de ellos antes de que las cámaras empiecen a rodar.

Publicado en Brecha el 26/9/2016