Esta película plantea, en una contienda épica entre lechuzas –armadas con garras metálicas y vistosos yelmos- una lucha entre el bien y el mal que es además una evidente parábola del enfrentamiento de los aliados contra el nazismo: por un lado están los “puros” una raza despiadada liderada por un déspota que utiliza y adoctrina a sus subordinados como carne de explotación y de cañón, y por otro, los guardianes “del oeste” fraternos, tolerantes y de buen corazón. Todo esto habría sido un bonito planteo propagandístico en tiempos de la Segunda Guerra, pero hoy suena a facilismo, a anacronismo obsoleto, y hasta llega a rechinar en alguno de sus planteos, como el tratamiento de la guerra como un infierno necesario, la exaltación heroica de los veteranos de contiendas pasadas y la solemnidad de los enfrentamientos.
El guión es bastante flojo: la película está basada en las tres primeras entregas de la saga literaria Guardianes de Ga’hoole, pero los que han podido comparar ambas obras apuntan que se perdió mucha profundidad y cierta densidad psicológica en los personajes. Y seguramente sea cierto: dos secundarios son los típicos creados en las animaciones infantiles para buscar una simpatía forzada. Medio locos, hiperactivos, torpes y verborrágicos, una mezcla del burro de Shrek con el rey lemur de Madagascar. Uno sólo de estos ejemplares podría ser tolerable y hasta ameno, pero aquí los dos juntos aturden y demuestran que hay muy poca imaginación volcada en el trazado de sus perfiles. El resto de los personajes no escapa a los estereotipos, los malos son malísimos, hay un par de traiciones que se ven venir desde que sus ejecutores son presentados y no hay escena de transición que no rememore a otras de películas recientes.
Lo que está muy pero muy bien son los aspectos técnicos, hay un esmerado detallismo en las texturas, las superficies, los movimientos, los plumajes de las lechuzas y los pelajes de otros animales, e incluso hay un par de vuelos en plena tormenta que son particularmente vívidos y vistosos. Pero aquí surge también otro defecto: varias lechuzas son muy parecidas entre sí, y en varias situaciones es difícil diferenciarlas cuando tienen lugar las numerosas y rápidas escenas de acción -¿será por eso que hay tantas cámaras lentas?-. El director Zack Snyder (300, Watchmen) es un entusiasta de las épicas heroicas, de los ralentis aparatosos y los fuegos de artificio, pero suele fallar a la hora de darle sangre y humanidad a sus personajes. Y así muchos saldrán de las salas encandilados por esta animación fulgurante, pero sin nada que llevarse a sus casas.
Publicado en Brecha 22/10/2010
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