La imagen multiplicada
Esta película nos instruye particularmente sobre dos cosas. En primer lugar, que en el cine de terror no importa tanto la anécdota general sino la forma en que viene presentada; no son especialmente relevantes las líneas generales del "cuento" (las que pueden resumirse en breves sinopsis) como la atmósfera, el desarrollo y la concreción del mismo. La historia de un espejo diabólico que asesina cruelmente a todos los que tienen la mala idea de elegirlo como ornamento doméstico puede resultar irrisoria y hasta ridícula contada en frío, pero es muy diferente cuando se presenta con la eficacia con que lo hace esta película. Y el que no lo crea, que reúna la valentía como para asistir a la proyección.
La segunda cosa que nos enseña (y esta vez se trata de algo negativo) es que el terror es sumamente efectivo cuando el objeto amenazante está sugerido, mostrado parcialmente –o expuesto con excesivo cuidado y en el momento justo–, pero contraproducente cuando la presencia se vuelve clara y patente. En este sentido, esta película llega a tres cuartas partes de su metraje utilizando como recurso la sugerencia, jugando con el suspenso de la amenaza inminente, manteniendo así al espectador crispado sin pausas. Pero se manda un patinazo bestial al mostrar cerca del final una suerte de zombie, artificial a todas luces, mal iluminado y peor maquillado. ¿Cómo pudo cometerse un error de ese tenor luego de venir tan bien? Pero cierto es que no conviene descalificar la película por un detalle que apenas dura unos segundos, así que mejor explicar por qué todo el resto es sobresaliente.
Hace diez años, dos hermanos fueron víctimas de sucesos horripilantes, a partir de los cuales sus padres terminaron muertos y el niño menor fue internado en un manicomio. Ya crecidos, ambos muchachos tienen ideas opuestas sobre lo que realmente sucedió: cada uno con una perspectiva distinta, contraponen notablemente lo racional y lo irracional, las explicaciones sobrenaturales se enfrentan convincentemente con las psicológicas y ambos discursos son desarrollados con una lógica intrínseca perfecta, por lo que cualquiera de ellos podría suponerse cierto. Y como es evidente en estos relatos, luego de una tensión prolongada se impone lo irracional, lo siniestro. La película adquiere momentos de sorprendente intensidad, sobre todo desde el momento en que se conoce que el espejo tiene el poder de alterar completamente la percepción de los personajes, llevándolos a experimentar situaciones inexistentes o pretéritas. Se retoma el horror borgiano del espejo multiplicando y devolviendo una versión distorsionada de la realidad y de nosotros mismos; las cosas adquieren un costado lúgubre y demoníaco, los flashbacks se intercalan y fusionan notablemente con la historia actual, en una construcción paranoica –y notablemente montada– por la cual ni los personajes ni el espectador saben bien qué es ilusión y qué realidad, qué una pesadilla y cuál el más crudo de los panoramas.
Como en El resplandor o la reciente Mamá, también se echa mano a lo siniestro de descubrir las figuras paternas, quienes supuestamente deben proteger a sus hijos, convertidas en bestias hiperviolentas; horror que, como se sabe, muchos desearían fuese solamente una ilusión.
Publicado en Brecha el 12/9/2014
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