De
entre el centenar de largometrajes a exhibirse en este 35º Festival Cinematográfico de Montevideo, uno de los platos fuertes es la
sorprendente y perturbadora La
región Salvaje, de un habitué
del festival. El director mexicano Amat Escalante se explayó en esta entrevista acerca de sus motivaciones y sobre una película tan desconcertante y particular.
A poco
de empezada la película tiene lugar el asesinato de un joven
enfermero. Y del horrendo crimen hay, en principio, dos principales
sospechosos: uno de ellos es su amante y cuñado, el otro, un pulpo
gigante y viscoso que acostumbra tener sexo con los humanos. Pero por
extraña que pueda parecer esta propuesta, lejos de ser un sinsentido
surrealista, La región salvaje es
una de los más acertadas radiografías sobre la vida en el México
profundo, una cotidianeidad surcada de lado a lado por la
discriminación, la intolerancia y la crueldad más atroz.
El
misterio de quién es el verdadero culpable se difumina pronto, el
registro policial se convierte pronto en otra cosa y el foco pasa a
estar en una familia y cómo se encuentra afianzada en ella la
violencia de género, la homofobia, la inseguridad y la desconfianza
en las instituciones, y cómo ese legado se perpetúa hacia las
próximas generaciones. Esta vez, Amat Escalante cambia el registro
austero y realista que caracterizó a sus películas Sangre,
Los bastardos,
Revolución
y Heli y,
sin abandonar su peculiar estilo, convierte a su última obra en una
gran alegoría acerca de los traumáticos cambios que aquejan a la
sociedad mexicana. En entrevista con Brecha, Escalante supo
profundizar en sus inquietudes y en una producción insólita, única
en su especie.
–Uno
de los gérmenes de la película fue un artículo publicado en la
prensa. ¿De qué trataba la noticia?
–Iba
caminando por la calle y vi la portada de un períódico. Se trata de
un semanario local de mi ciudad, Guanajuato, pero es la publicación
más leída allí porque es la que muestra los accidentes, los
muertos, todo eso; prensa amarilla. Entonces en la portada se veían
imágenes muy similares a las del crimen que muestro en la película:
varias fotos de un cadáver en un río. El encabezado de la noticia
decía: “Ahogan a fotito”; “fotito” es un término despectivo
utilizado en México para nombrar a los homosexuales. Abrí el
periódico, leí la nota y vi que se trataba de un enfermero que
trabajaba en un hospital: en vez de decir “ahogan a enfermero”,
–de hecho se trataba de un muchacho que había ayudado a mucha
gente en su vida– optaron por denigrarlo en su muerte. Me soprendió
esa agresión, esa violencia, y que además eso simplemente se dejara
pasar sin que hubiera quejas.
–En
otros países hubiera sido un escándalo…
–En
Guanajuato no pasó nada. En la provincia de México se naturalizan
esas cosas, pero también soy consciente de que pasa en muchas otras
partes del mundo. Hace poquito estuve en Venecia y algunas personas
locales me contaron que ahí pasaba exactamente lo mismo. La noticia
fue una semilla de lo que fue la película, pero también hubo otras
inspiraciones, situaciones de represión sexual y acusaciones morales
sobre las mujeres. Todas las demás cosas se fueron agregando y
desarrollando; elementos del cine de género, del cine de terror, del
cine social.
–Últimamente
he visto varias películas en las que ciertos miedos sociales son
corporizados mediante monstruos, se da una mezcla de géneros en los
que el terror se cruza con un cine más de autor, como en la
brasilera Trabalhar cansa.
¿Cómo se te ocurrió la idea de ese monstruo?
–Una
tradición del cine latinoamericano es la de retratar la dura, cruda
realidad. Eso de buscar respuestas o metáforas que no pertenecen a
esa realidad es llevar esa propuesta un paso más adelante: después
de años de estudiar lo más crudo nos encontramos con que no podemos
llegar a una respuesta satisfactoria. En México, con todo lo que
sucede, con las inmensas cantidades de personas desaparecidas, de
linchamientos, de asesinatos por parte de los narcos y de la policía,
surgen incógnitas muy fuertes, misteriosas, imposibles de responder
o racionalizar. Siento que por ahí viene ese elemento, llámese
metáfora… Creo que es el final de la realidad, cuando llegás al
límite de lo que puede ser algo.
–Cuando
Reygadas estrenó en Cannes Post
Tenebras Lux lo abuchearon,
generó todo tipo de reacciones adversas. Vos parecieras estar
siguiendo por el mismo camin, en lo que refiere a conmocionar al
público y causar rechazo... ¿Es algo que buscás o que se da más
allá de tus intenciones?
–No está
planeado. A mí me gustan las cosas fuertes, visual y emocionalmente,
las películas que causan cierta conmoción y que revuelven las
cabezas. Hay mucho cine del que salís de la sala sin que te haya
pasado nada. Me gusta el peligro, me gusta jugar con las
expectativas, con los géneros, con lo que se supone que debes
enseñar y lo que no. No sobra de eso, de hecho hace falta más cine
que sea así
–¿Cómo
filmaste la orgía de los animales?
–La
película tiene una coproducción fuerte con Dinamarca. Tanto el
fotógrafo como el supervisor de efectos visuales son daneses. Este
último, mientras nosotros estábamos filmando, hacía esto con los
animales. Es decir: consiguiendo diferentes especies, filmándolos
con una pantalla verde. Un proceso largo y complicado, porque los
animales no estaban juntos, de hecho casi todos estaban solos y
fueron “montados”, se simularon los movimientos… Los únicos
que estaban como “pegados” entre sí eran unos caimanes, los
demás los fuimos agregando.
–Es
muy curioso que existe en Japón una forma específica de pornografía
con énfasis en los tentáculos. ¿Te inspiraste en eso?
–No
me inspiré en eso pero lo he visto. Vi que también hay una mini
industria de novelas de sexo entre monstruos, criaturas, y humanos.
En Amazon se vende mucho. Eso lo descubrí cuando ya estaba
escribiendo el guión, también algunas fotos de Araki, el fotógrafo
japonés, que tiene un juego con los cuerpos de las mujeres y los
tentáculos. No puedo decir que venga de ahí, pero sí sé que
existen esos fetiches y fantasías raras. Pero supongo que para tener
esas ideas no necesitás buscarlas antes.
–Aunque
el narcotráfico no es nunca nombrado en la película, da la
impresión de que se trata de una presencia invisible en todo este
asunto. ¿Lo pensaste así?, ¿es algo deliberado?
–No
específicamente del narcotráfico pero sí de la violencia latente
en México. Del mundo en general, pero especialmente de México,
donde hay mucha furia y violencia que surge en particular por parte
de los varones. En mi país hay muchas mujeres que han sido
violentadas, maltratadas o asesinadas, hay una crisis en ese sentido.
Mi planteo va un poco en la búsqueda de dónde es que surge esa
maldad, por qué. En ese sentido capaz que no tiene que ver con el
narco pero sí con la violencia enquistada en todo el mundo. Por no
poder encontrar algo que resuelva la incógnita es que en la película
surge la explicación no racional: el monstruo.
–Uno
de los aspectos más incómodos y atractivos de la película es cómo
los personajes apenas se ven tocados por cuestiones muy duras, como
si mucho no les importara: un accidente, el encarcelamiento o la
muerte de un ser querido. ¿Es algo que puede verse en la sociedad
mexicana actual?
–Sí,
se trata como de una resignación generalizada. Mucha gente se
encuentra en una situación de fragilidad, por cuestiones de ley, de
un sistema jurídico tambaleante, lleno de fallas y corrupciones. Si
acudes a la policía o a la ley, no vas a encontrar la justicia. En
la película el personaje fácilmente es acusado y, aunque no está
clara su culpabilidad, lo encarcelan fácilmente, lo difaman en la
prensa. No hay garantías mínimas.
–¿Entonces
te parece que esta falta de atenciones básicas y de amparo social
repercute en una suerte de “narcotización” en las personas?
–Una
inseguridad y un sentimiento de que están solos, que se las tienen
que arreglar con sus propias ideas y cada quien a su manera. Eso sí
existe.
–¿Esto
generaría individualismo, atomización?
–Sí,
está cada quien solo. Si no tienes suficiente dinero para rescatarte
a ti mismo de una situación en la que hayas caído por mala suerte,
pues estás jodido. Quizá esta película busque retratar una
idiosincrasia que puede vivirse no tanto en el DF como afuera, en
ciudades no tan modernas, donde hay más atraso cultural en lo que
refiere a la aceptación de la diversidad. Yo me inspiro en el lugar
en el que crecí, y que conozco; donde vivo no ves a hombres
tocándose, y aún existe mucho miedo y rechazo a eso.
Publicado en Brecha el 14/4/2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario