lunes, 7 de enero de 2019

El otro lado de todo (Mila Turajlic, 2017)

La dimensión humana del avispero 


Mila Turajlic es una directora nacida en Belgrado, Yugoslavia, cuya ópera prima, el documental Cinema Komunisto, trazaba una suerte de historia política de su país a través del cine. El filme logró un éxito considerable –teniendo en cuenta las dificultades para distribuir películas de ese tipo–, ya que pudo exhibirse en más de cien festivales y obtener 16 premios. Unos cuantos años después, y con el apoyo de la coproducción de HBO Europa, la cineasta demuestra una vez más su interés por la historia de su región y sus inacabables conflictos políticos, aunque desde una perspectiva diferente. Sin el éxito de su precedente, este documental1 obtuvo la aprobación casi unánime de la crítica y viene cosechando premios alrededor del mundo. La cineasta está elaborando ahora mismo otro sobre el camarógrafo del presidente Tito, quien filmó el nacimiento del Movimiento de Países no Alineados y fue enviado a las guerras de liberación en África, en la década del 60. 
El foco aquí se encuentra en una persona y un lugar específicos: la madre de la documentalista y el apartamento en el que vive desde que era una niña. No son elecciones intrascendentes: la profesora retirada Srbijanka Turajlic fue una aguerrida activista que luchó en la resistencia contra el régimen de Slobodan Milosevic y que incluso alcanzó un alto cargo en el gobierno posterior, bajo el mandato de Zoran Djindjic y su sucesor, Zoran Zivkovic. Corpulenta, desborda la pantalla con su carisma, mostrándose también como una excelente oradora: sólo hace falta verla en pleno discurso, con su honestidad brutal a viva voz, para quedarse prendado oyéndola. Por su parte, el apartamento donde vive y en el que también creció la documentalista no sólo es un impávido testigo de los grandes acontecimientos ocurridos en las calles de Belgrado, sino que, escindido y partido a la mitad desde el inicio de la era comunista en los años cincuenta, debió ser compartido con vecinos proletarios. Turaljic utiliza esta “división” como una gran metáfora que subraya las diferencias existentes en la sociedad yugoslava, los límites y divisiones impuestos arbitrariamente, los pueblos en pugna, pero también marca esa gran oposición entre la mirada crítica, racional, analítica y progresista (personificada en la protagonista), y ese ineluctable contrapeso: los etnocentrismos y nacionalismos imperantes. 
Es notable cómo el documental articula los espacios íntimos, las historias familiares, las discusiones cotidianas entre la directora, su madre y otros visitantes, y la historia política de la región, con imágenes de archivo notablemente dosificadas. Desde la misma fundación de Yugoslavia en 1918 como Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos –en la que participó el bisabuelo de la documentalista–, pasando por las décadas del régimen de Tito, el culto a la imagen revisitado en la figura de Milosevic, la guerra civil de 1991, las protestas de octubre del año 2000 y finalmente las elecciones de 2016. Es probable que un espectador local o un conocedor de la historia de los Balcanes pueda opinar y disentir con fundamentos sobre las afirmaciones vertidas en esta película, pero para los foráneos que no sean tan conocedores es, de todos modos, un recorrido sumamente interesante, una obra que presenta varios de los más cruciales acontecimientos del período y sus consecuencias.

Publicado en Brecha el 7/1/2018

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