viernes, 22 de marzo de 2019

El fenómeno Netflix

Amigable, oportuno, y nefasto 



Nadie puede negar o ignorar sus ventajas: una plataforma absurdamente barata, carente de publicidad, con buena calidad de imagen y sonido, con una interfase “amigable” –la pueden usar sin dificultad tanto niños como adultos mayores– y una programación que ofrece películas y series para ver en el acto y sin esperas. Netflix parecería haber dado con una fórmula difícilmente superable, y no es de extrañar que en la era de la “inmediatez” haya sido exitosa. Las últimas cifras hablan de 150 millones de suscriptores en todo el mundo. El año pasado un estudio canadiense señalaba que la plataforma consume un 15% del ancho de banda global de internet. 

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Es lógico y comprensible que una multinacional que arrasa con ganancias millonarias suponga una competencia desleal para un sinfín de personas. Una de las primeras empresas en sucumbir ante su crecimiento fue nada menos que la cadena de Blockbuster Video, la cual ya venía bastante cascoteada cuando Netflix logró noquearla con un último guantazo que la sacó de competencia en 2013. Pero no son pocos los enemigos acérrimos de Netflix que ven su existencia en jaque: canales de cable, de televisión, redes Premium se ven en la disyuntiva de adaptarse a los cambios dictados por las nuevas tecnologías, o sucumbir. Pero el monstruo es grande y pisa fuerte, y ahora no está solo: nuevos servicios de streaming por suscripción como Hulu y Amazon Prime se inspiraron en el modelo Netflix y buscan sacar también su tajada del mercado. 

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El fenómeno es tan masivo y arrollador que hasta los viejos imperios tiemblan. Hoy la contienda la están dando las salas de cine tradicionales, quienes temen por la desaparición de hecho de los “períodos ventana”. Normalmente, las películas que son exhibidas en salas gozan de un período de exclusividad, durante el cual no están disponibles en otras plataformas o canales. Cuando la principal alternativa a las salas eran los videoclubes, ese período era de aproximadamente tres meses, pero la ventana fue reduciéndose a medida que ellos fueron desapareciendo, cuando la piratería se convertía en un hecho y comenzaron a proliferar las ofertas de streaming. Pero estos períodos –hoy reducidos en muchos países– aún sirven para que el estreno, la “novedad” pase un tiempo sólo en pantallas de cine, sin competencias caseras. Las “ventanas” les garantizan a las salas un período de ganancias, pero además se cree que, si ellas dejasen de existir, las salas tradicionales perderían su público e incluso desaparecerían. La idea actual de Netflix es reducir estas ventanas a su mínima expresión, y se encuentra en una puja permanente por lograrlo. Algunos exhibidores del mundo se han resignado y redujeron este período ventana, pero otros se han negado rotundamente, al punto de que, en países como Brasil o México, las proyecciones en salas de la película Roma fueron sumamente escasas. 

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Hace un par de semanas, en la conferencia de prensa que Carlos Sorín dio en el marco del Festival Internacional de Cine de Punta del Este, el cineasta independiente argentino sorprendió a los presentes quebrando una lanza en favor de Netflix. En rigor, los elogios iban dirigidos para Roma, de la que el cineasta se declaró fan, pero agregó que, como espectadores, tendríamos que estar agradecidos a la plataforma digital, ya que, sin ella oficiando como productor, la película no habría existido. 

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Desde hace unos años Netflix amplió su negocio y se ha vuelto un gran productor de series y películas. Y en un momento en que Hollywood pareciera cada vez más enfrascado en el monótono mundo de los superhéroes, las remakes, las secuelas, los reboots y las spinoffs, Netflix apunta a un espectro más amplio, inyectando incluso cifras millonarias a emprendimientos arriesgados y diferentes. Netflix pone algunas de sus fichas atendiendo a un público diverso, y esto no es nada desdeñable considerando el mapa de la producción mundial. Últimamente se habla especialmente de Roma, pero otras “originales de Netflix” son las notables La balada de Buster Scruggs, Errementari, El apóstol, Hold the Dark, Okja, Flavors of Youth, Beasts of No Nation, El juego de Gerald, Shirkers y un largo etcétera que incluirá The Irishman, próximo filme de Martin Scorsese. 

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Hasta ahora ningún cineasta, productor o guionista ha desmentido el hecho de que Netflix les da libertad absoluta en el proceso creativo de las películas que produce. Esto no es menor, considerando cómo la industria de Hollywood a lo largo de la historia ha moldeado, alterado, amputado, o directamente arruinado buenas ideas, así como carreras de grandes cineastas, quienes en definitiva no pudieron contrarrestar las presiones y las “sugerencias” orientadas a asegurar las ganancias y preservar el dinero invertido. En este sentido, Netflix sería el productor “ideal”. Por si fuera poco, un cineasta independiente cuenta con el plus de que, una vez terminada la película, podría despreocuparse de parte del engorroso trabajo de distribución de la película. Netflix, a través de su propia plataforma, se encarga de una parte más que considerable de esta difusión y distribución. 

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En muchos casos, la oferta a cineastas por parte de Netflix es conveniente o, por lo menos, tentadora. Pero tiene también sus desventajas: los grandes festivales de cine no permiten que en sus competencias oficiales participen películas que no sean estrenos exclusivos, e incluso suelen impedir su ingreso para el resto de sus secciones paralelas (esto tiene su lógica: qué sentido tendría esforzarse por conseguir una película que ya puede verse en los hogares). Los cineastas y productores de esta manera se pierden de proyectar allí sus películas y de la difusión que podrían darles las alfombras rojas, las conferencias de prensa y la cobertura mediática. Netflix no tiene una contrapartida para esta ausencia y, de hecho, en su plataforma tampoco les da visibilidad a los autores. En las películas presentadas aparecen en primera instancia una imagen y un título a los que cliquear, y si se busca más información podrá darse con una ficha mínima que presenta una sinopsis, algunos nombres del elenco y etiquetas genéricas. Sólo avanzando a la pestaña de “detalles” se puede acceder a los nombres del director y guionista, pero es de suponer que un porcentaje ínfimo de los usuarios accede a estos datos. Además, cuando al final de una película corren los créditos finales, la plataforma automáticamente minimiza la ventana ofreciéndole al usuario la opción de ver otra cosa. De esta forma, no sólo los nombres de cineastas y guionistas quedan ocultos, sino todo el equipo técnico, es decir, las personas que hicieron posible esa película. 

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Cualquier cinéfilo estará de acuerdo con la afirmación de que la programación de Netflix no es buena, y que se agota demasiado rápido. Si hoy mismo escribimos en su buscador “Alfred Hitchcock”, “Robert Bresson”, “Federico Fellini”, “Akira Kurosawa”, “Luis Buñuel” o “Ingmar Bergman”, el resultado será idéntico en todos los casos: ninguna película disponible en el catálogo. 

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En su cuenta de Twitter, Netflix posteó: “Amamos el cine. Aquí algunas cosas que también amamos: –El Acceso para las personas que no siempre pueden pagar una entrada, o que viven en localidades sin cine. –Dejar que todos y en cualquier parte del mundo pueda disfrutar de los estrenos al mismo tiempo. –Dar a los cineastas más vías para mejorar el arte. Estas tres cosas no son mutuamente excluyentes”. Es difícil no estar de acuerdo con el primer punto. La plataforma lleva y facilita sus contenidos a sitios en donde quizá ni existan cines. Es verdad que internet y muchos sitios especializados también lo hacen de manera similar y hasta con mejores y más variadas ofertas, pero el formato “amigable” de Netflix y su masividad vuelve a ciertas películas (por ejemplo, Roma) más cercanas a mucha gente que quizá no conozca otras vías para verla. Ahora bien, esta “virtud” democrática no es tan compartible en el punto siguiente, referido a la simultaneidad del estreno. Lo cierto es que es probable que poco o casi nada cambiase a los usuarios de Netflix ver esas películas en el mismo momento de su estreno mundial o tres semanas después. Esas tres semanas serían el tiempo suficiente para que esa “ventana” exista, y permitiría a los cines proyectar la película antes de que se vuelva accesible para todo o casi todo el mundo. En ese pequeño margen es que Netflix se niega a dar el brazo a torcer. 

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Es por todas estas razones que es difícil tomar una postura determinante respecto a Netflix. Se vuelve necesario analizar el fenómeno en toda su complejidad, y sí, asumir que es una nueva realidad de hecho, y que va a quedarse por tiempo indefinido; seguramente, hasta que aparezca otro monstruo que acabe de la noche a la mañana con su reinado. Pero no es recomendable olvidar su perfil de multinacional que atropella y destruye todo lo que hay en su camino: sería incalculable la cifra de cuántas personas en el mundo perdieron sus trabajos debido a Netflix, aunque sería interesante conocerla. Como en tantos otros casos de grandes cadenas que se instalan en un país, es de rigor que los gobiernos estudien sus comportamientos, no sólo para cobrarles impuestos, sino además para eventualmente legislar, ya sea para restringir sus capacidades o para mediar en conflictos que pueden comprometer a sectores enteros de la producción nacional. A fines del año pasado trascendió la noticia de que el gobierno mexicano le exigirá a Netflix que en su programación ofrezca al menos un 30% de series y películas nacionales; tan sólo un ejemplo de cómo, con voluntad y un mínimo de creatividad, puede utilizarse la política para favorecer y estimular, en cierta medida, algo de la propia cultura.

Publicado en Brecha el 22/3/2019

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