Veneno para el pueblo
Esta película nació a partir de una enorme indignación y un posterior encargo. El gran actor y militante ambientalista Mark Ruffalo se escandalizó al leer un artículo de The New York Times llamado “El abogado que se convirtió en la peor pesadilla de Dupont”, firmado por Nathaniel Rich, en el que se describía a un personaje de la vida real llamado Robert Bilott, un abogado defensor corporativo, que, por un giro del destino, acabó enfrentándose a Dupont, multinacional del teflón, en una denuncia penal en la que la responsabilizó por envenenar el agua, las tierras, los animales y hasta los mismos pobladores de la localidad de Parkersburg, en Virginia Occidental. Ruffalo decidió que la historia merecía una película, colocó el proyecto sobre sus hombros y, con mucho acierto, llamó al director Todd Haynes (Velvet Goldmine, Lejos del cielo, Carol) para encargarle el proyecto.
La decisión de elegir a este cineasta es curiosa, pero al mismo tiempo sumamente sabia. Haynes es un autor integral, que suele escribir y dirigir sus propias películas y que no parecería la clase de “artesano” dispuesto a abocarse a lo que le piden; pero es de suponer que la propuesta le resultó lo suficientemente interesante y poderosa. Y lo cierto es que la marca autoral se vuelve evidente: una fotografía de iluminación tenue genera un universo de sombras viradas hacia el azul cobalto en los exteriores y al amarillo y al beige en interiores, provocando una sensación de opresión y de mundos contrapuestos: por un lado, el de los civiles de a pie, víctimas de los vertidos de ácido perfluorooctanoico o PFOA, usado durante décadas para sartenes y otros utensilios de teflón, y causante de diversas enfermedades y malformaciones. Por otro, ese universo hipócrita de los victimarios, multimillonarios abocados a presentar una fachada empresarial impoluta en las fiestas y a volcar todo su poder para ocultar crímenes aberrantes en los tribunales.
Ruffalo está brillante. En una escena crucial, la esposa del protagonista discute con él señalándole que nunca está presente, que ni sabe qué hacen sus hijos en su tiempo libre, y él callado, sin poder dar respuesta, totalmente absorbido por un caso mucho más grande que sí mismo y que todo su país, en el que deja la vida literalmente, que lo enferma y corroe por dentro. Mucho peso carga este personaje, y es algo que se lee en su afasia, en su deambular encorvado, en toda su expresión corporal.
La narración es lineal y perfectamente clásica y, si bien el planteo no parece muy original, (al mejor estilo Erin Brockovich o Los hombres del presidente, se dispone esa lucha de David contra Goliat, de investigadores de voluntad inquebrantable versus poderes colosales). La denuncia no sólo expone el aberrante comportamiento de Dupont, sino también la complicidad de la EPA, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, organización gubernamental que, según se señala, no regula una sustancia química a no ser que las mismas empresas den cuenta de sus daños potenciales. Asimismo, también queda en evidencia y en ridículo el sistema de justicia estadounidense, incapaz de agilizar un caso que se alarga eternamente sin poder ejecutar de una vez a los responsables.
Lejos de la denuncia puntual, esta notable película es una impactante e inolvidable alegato global, en el que se evidencian varios de los peores horrores del neoliberalismo.
Publicado en Brecha el 18/9/2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario