A contracorriente
En 2003 se estrenaba una gran película: Ana y los otros, ópera prima de Celina Murga. De corte detenido y minimalista, allí se narraba la vuelta de la protagonista (interpretada por Camila Toker) a Paraná, su ciudad natal. Luego de años viviendo en la capital, observaba los cambios en su pueblo, pero, por sobre todo, la radical metamorfosis en ella misma; ahora una criatura urbana, no podía evitar ver todo ese mundo desde una nueva perspectiva.
Podría decirse que, a grandes rasgos, la sinopsis es aquí la misma: Emilia (interpretada por Sofía Palomino), cercana a los 30 años, regresa a su pueblo y a su hogar materno, aunque esta vez situado en algún lugar indefinido de la Patagonia. Pero en seguida se terminan las concomitancias: acaba de romper con Ana en la capital y parece querer instalarse en el pueblo, al menos por un período. Lo que sigue a continuación (siguen varios spoilers) es la interacción de Sofía con su madre (Claudia Cantero) y con Lorena (Camila Peralta), su amiga de la infancia, así como sus escarceos amorosos y sexuales con varias personas. En este deambular, en seguida parece seguir un patrón claro: rehuyéndole a todo lo que huele a convencional, opta por la transgresión, por lo problemático y conflictivo, saltándose en el camino unas cuantas reglas morales, con el particular agravamiento de hacerlo en el corazón de un pueblo chico.
“Sos un aparato”, le señala Lorena en determinado momento; “sos una quilombera” le espeta su madre colérica, al comprobar que su comportamiento destructivo continúa inalterado. Todos parecen tener algo que decir sobre este personaje que no parece adaptarse a ningún molde y que hasta observa con particular rechazo la aceptación de los mandatos sociales: la idea de tener varios hijos, o de seguir determinado hobby, parecen rechinarle especialmente. Y hasta parece embanderarse con orgullo de sus inclinaciones antisociales: en un momento clave, ella se acuesta con el esposo de su mejor amiga. Pero al llegar su madre, lejos de evitar que lo vea, ambos pasan frente a ella como si nada. Su transgresión es ostentada con claros sesgos exhibicionistas. Él tampoco parece preocuparse en ser visto, aunque su razón parecería ser otra: en un pueblo, un hombre puede incurrir en la infidelidad sin miedo al qué dirán o a ser estigmatizado socialmente. Claramente, no es lo mismo para su esposa: otra gran escena tiene lugar cuando Emilia está a punto de revelarle la verdad de la infidelidad a Lorena, pero ésta le cambia de tema abruptamente, dándole a entender que ya está al tanto, y que no tiene ningún interés en destapar una caja de pandora capaz de arruinar su pareja, su futuro y el de sus hijos.
El director rionegrino debutante César Sodero (quien tiene publicados varios libros de cuentos de su autoría) logra esbozar un perfil psicológico denso, sin subrayados de ningún tipo, sin volcar preconceptos o juicios morales, con un notable oído para los diálogos y una sólida dirección de actores, logrando asimismo situaciones vívidas y reconocibles. El llanto final de Emilia es un momento entre tantos otros en el que se omite una explicación de lo que sucede, quedando el espectador como responsable último de aportar respuestas en cuanto a sus motivos, inquietudes o deseos. Emilia es una película sobresaliente y sin fisuras, sumamente acertada al presentar una situación universal, con cuidado, sutileza y mucho talento.
Publicado en Revista Caligari 12/2021
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