sábado, 31 de julio de 2021

Black Widow (Cate Shortland, 2021)

Empoderamiento trucho 


La vida útil de las actrices en Hollywood es sumamente reducida, al punto de que una estrella como Scarlett Johansson, quien aún no ha llegado a los cuarenta años, ya está siendo “jubilada” de las filas del mainstream. Black Widow, su personaje del universo Marvel, había muerto en una escena crucial de Endgame, la última entrega de Los vengadores, y es muy probable que esta película suponga la última aparición de su personaje en la saga. Lo cierto es que el personaje de Iron Man murió cuando su intérprete, Robert Downey Jr. cumplió 56 años, una señal clara, entre otras miles, de que la vida útil de los hombres suele ser muchísimo mayor. Por poner otro ejemplo, Liam Neeson sigue hoy protagonizando películas de acción con 69 años, algo absolutamente impensable para una contrapartida femenina. 

En esta película la acción se sitúa un tiempo antes de la muerte de la superheroína, por lo que, una vez más, pueden explotarse sus últimos alientos. Este recurso, que supone rellenar espacios en la línea de tiempo del relato macro, fue utilizado de forma similar por la franquicia para la reciente serie Loki, estrenada en Disney+. Es decir, se burla la linealidad, se encuentra el hueco y se implanta allí una historia; una forma de exprimirle el jugo a los personajes más populares, y a un universo de historias preexistentes en los comics desde hace décadas. Esta película funciona como una “bisagra” de despedida y renovación. Black Widow es sacada a relucir y ostentada, pero no se despide sin antes introducir un recambio, su hermana menor, obvia aspirante a vengadora (o a villana) y quien continuará aportándole sangre fresca a una saga que ya se vislumbra como interminable. 

Está claro que, si Marvel Films sabe hacer algo y muy bien, es elegir intérpretes, y sería imposible desmarcar el éxito de la franquicia de los Vengadores del atractivo de sus personajes principales. Como Black Widow es uno de los personajes más serios y anodinos de la saga, era necesario recurrir a un contrapeso chistoso, un comic relief fuerte. Y aquí no solamente introdujeron a uno, sino a dos: la genial Florence Pugh -quien habíamos visto brillar en Midsummer-, aporta sobradas dosis de desenvoltura, carisma y aptitudes para la comedia interpretando a Yelena Belova, la próxima superheroína. El otro es David Harbour -conocido por su papel en la serie Stranger Things- quien interpreta de taquito a un superhéroe ruso obsoleto, dando también en el clavo de la comedia con mucha naturalidad y gracia. 

La película sigue un recorrido ya demasiado visto y predecible. Una trama internacional con persecuciones y acción a lo Bond, Bourne y Misión Imposible, un villano ruso desagradable, que condensa y encarna todos los vicios manipuladores y autoritarios del enemigo comunista. El planteo sería perfectamente olvidable si no fuese por Pugh y Harbour en ese orden, pero quizá lo que quede repicando y haciendo más ruido sea cierto pretendido discurso de “empoderamiento femenino” que supone una inmensa contradicción con la forma de representación de mujeres-objeto. Parafraseando a Lucrecia Martel, el cine mainstream es “la dictadura de la cintura de avispa”, y habría que contabilizar la cantidad de veces que se le filma el culo a la Johansson -hasta se nombra explícitamente esa parte de su cuerpo, en un diálogo casual- lo cual se suma a la aparición de un contingente de “Viudas negras” -algo así como amazonas implacables, entrenadas por la Rusia soviética- que pretende ser un rejunte de chicas “normales” de todas partes del mundo y, sin embargo, parecieran haber sido elegidas en un casting de modelos, según los más exigentes paradigmas dominantes. ¿El feminismo? Bien, gracias.

Publicado en Brecha el 23/7/2021

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