El título es claro. La película enfoca tres diferentes instancias de exclusión social, racial y política extremas, a las que no sólo dan la espalda los medios de comunicación, los políticos de turno y las élites adineradas sino la sociedad en su conjunto. Situaciones concretas y distantes en el espacio que guardan el penoso parentesco de la injusticia atroz, y que señalan patologías sociales que trascienden los casos inmediatos y se repiten indefinidamente. Tres versiones del sufrimiento equilibradas de modo que ninguna parezca más o menos trágica que otra.
El director Javier Corcuera no utiliza narraciones en off, jamás aparece en cámara y no deja lugar a más opiniones que las de los directamente involucrados. Así, la película se sostiene con las miradas y voces de los propios protagonistas, introduciéndose apenas algún aislado material de archivo cuando los relatos lo ameritan.
El primer episodio, “El niño”, ofrece un paneo a diversas situaciones de trabajo infantil en Lima. Niños picapedreros que, sumergidos en un gris omnipresente de piedra y polvo, se encuentran expuestos a un oficio insalubre, extenuante y continuo, a accidentes causados por la inestabilidad de las cañadas rocosas y a enfermedades pulmonares de todo tipo. Obligados a crecer de golpe, los niños que hablan a cámara relatan las técnicas de su labor como si fuesen adultos, conocen al detalle sus costos y sus riesgos, pero además saben que en su contexto es la única vía de escape a la miseria. En el distrito de Carabayllo sus familias sólo pueden vivir de la basura y de la venta de piedras. No muy lejos, en el centro urbano, niños en situación de calle relatan sus informales métodos de supervivencia: la venta en los ómnibus, el cuidado de coches y hasta el robo, nombrado como al pasar, como cualquier otro trabajo posible.
El segundo capítulo, “la palabra”, nos transporta a un entorno totalmente distinto. Un hombre entrado en años atraviesa un nevado paisaje en Estocolmo; se trata de un refugiado kurdo, su nombre es Mehdi Zana y es un ex activista político de izquierda. Cuenta que las 40 millones de personas que componen el pueblo kurdo se encuentran divididas en cuatro países: Turquía, Irán, Irak y Siria, y que más de la mitad deben ocultar su nacionalidad, no pueden hablar su idioma o practicar sus costumbres. Además de haber atravesado el golpe de estado turco, la persecución, la tortura y 19 años de cárcel, Mehdi sufre del distanciamiento con sus hijos, radicados en París, y con Leyla Zana, su mujer, escritora y política feminista, electa diputada de la provincia turca de Diyarbakir, condenada a 15 años de prisión por decir tan sólo dos palabras en kurdo y utilizar una vincha con los colores de Kurdistán en el momento de asunción al parlamento. De los 24 años que Leila y Mehdi estuvieron casados, sólo 4 años y medio pasaron juntos.
La acción en este episodio se desarrolla alternativamente en Estocolmo y en Diyarbakir donde otros kurdos complementan el relato de Mehdi, describiendo los horrores de la dictadura y alabando a la incorruptible figura de Leyla Zana. Una mujer Kurda llega a decir: “yo voté por ella y la metieron en la cárcel. Aunque la tengan allí mil años, mil años será nuestra diputada”.
El tercero de los episodios, “La vida”, nos traslada a un precinto de alta seguridad de Texas, donde conviven sentenciados a pena de muerte. En una espera constante, alternando esperanza con resignación y temeroso de esa inyección letal que acabará con su vida, se encuentra confinado desde 1986 el condenado negro Thomas Miller-El. Desde entonces ha tenido diez fechas de ejecución, aplazadas por las apelaciones de su abogado. Las cámaras filman la estéril e inmaculada prisión, y se contraponen dichos de los funcionarios que lo custodian -de agria frialdad burocrática-, con los dolientes testimonios de los familiares de los condenados.
El recluso dice haber conocido a más de 175 personas que fueron ejecutadas. Y que cada vez que matan a un compañero de celda, una parte de él muere con ellos. “Cuando deje este mundo, no tengo idea de adónde iré o de lo que me espera, pero ahora estoy en el infierno, así que allí no puedo ir", asegura ojeroso Thomas Miller-El.
Filmado con austeridad y sin mayores pretensiones, el filme denuncia sistemas obsoletos que excluyen, reprimen y hacen morir para seguir existiendo. A veces, para hacer un portentoso cine político sólo hace falta apuntar la sensibilidad y las cámaras a los patios traseros, allí donde los derechos elementales brillan por su ausencia.
Publicado en Brecha 16/11/2007
4 comentarios:
Lo mejor de la pelicula es que al no subraya nada con voz en off, y que las injusticias se narran con la naturalidad de quien vive su dia a dia en una - injusta - normalidad.
No se porque me ha quedado en el recuerdo el comentario del kurdo cuando dice que está lejos de todo lo suyo y que unas de las pocas cosas que puede hacer como prepararse una receta kurda tipica con ajos, sabe como la mierda porque los ajos en Estocolmo tienen buen aspecto pero no saben a nada, no tienen nada que ver con los de su pais y la camara muestra como el hombre hace la compra en un supermercado super prolijo con todo en bolsitas y da la sensacion de que el hombre está totalmente fuera de lugar en un exilio aparentemente comodo - por estar en europa - pero en otra realidad totalmente alejado de sus raices.
Magnífica reseña, compa Diego, de una película que tuve ocasión de ver con ocasión de su estreno, en la sección Zabaltegi de la edición de 2001 del Festival de Cine de San Sebastián; y que, ciertamente, constituye un alegato estremecedor. La he revisado un par de veces con posteroridad, y me sigue pareciendo un extraordinario ejemplar de cine de denuncia.
Felicidades por tu blog, que intentaré seguir con regularidad en lo sucesivo.
Un abrazo.
Gracias a ustedes por dejar sus comentarios.
Oldboy: concuerdo contigo que el tipo está totalmente desarraigado y solo, y que por tanto es un ejemplo entre millones de Kurdos que tienen que bancarse la falta de contacto con su tierra. Ese sentimiento hasta lo podemos extender a todos los inmigrantes de hoy y de siempre. A mí me pareció un episodio impresionante, porque además, pese a todo, el hombre conserva de a ratos el buen humor.
Manuel Márquez: Gracias por tus palabras. Yo vi la película hace poco y me llamó la atención lo poco que fue difundida en internet y en los medios especializados. Para ponerte un ejemplo, no pude encontrar ningún sitio donde se contara lo que ocurrió con Thomas Miller-El, no tengo idea si efectivamente lo ejecutaron o si está en libertad. Creo haber oído que a Leyla Zana la soltaron, pero no tengo idea si hoy está con su marido. En fin, la página oficial de la película desapareció de la web, además. O será que mi búsqueda no fue muy afortunada...
A los que les gustó esta peli yo les recomendaría muchísimo "Workingman's death", y sobre todo "La pesadilla de Darwin", que es lo mejor de lo mejor que he visto en documental ultimamente.
Yo vi esta pelicula como de casualidad en TVE (television española) haciendo zapping y de repente me quedé enganchado. Obviamente como con todas las películas buenas que pasa TVE no hubo ningún tipo de promoción ni nada... me hace acordar al chiste de Le Luthiers..."cultura en su horario habitual de las 3 de la mañana"
...
En algún punto - muy lejano, porque mi situación no es ni remotamente similar a la del kurdo - me sentí identificado con la anécdota del ajo porque es similiar a la sensación de cuando llegué a España y añoraba el gusto de la cerveza Patricia.
Unos años despúes cuando volví de visita me di cuenta que el gusto actual de la Patricia no es lo que era o yo habia cambiado y ya lo percibía diferente o me había "acostubrado" a la cerveza local, lo que me descolocaba aún más.
En todo caso después de un tiempo de vivir afuera parece que estás siempre en "off-side", simplemente no llegás a ser de ninguna parte.
El kurdo haciendo la compra en el super era la imagen viva del orsai permanente.
Salute.
(y ahora me tomo una cerveza "Estrella Damm")
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