La tormenta antes del
derrumbe
El guionista y director
debutante J.C. Chandor logró esta película con apenas tres
millones de dólares, una cifra irrisoria para los presupuestos
acostumbrados en el cine estadounidense, y contó con un nutrido
elenco que incluye a grandes talentos como Kevin Spacey, Jeremy
Irons, Stanley Tucci, Simon Baker y Paul Bettany, o los jóvenes y
televisivos Zachary Quinto y Penn Badgley. Normalmente un filme
dotado de este plantel insumiría muchísimo más dinero, pero al
parecer los actores confiaron y contribuyeron con el proyecto
cobrando cifras simbólicas. A Chandor en definitiva no le ha ido
nada mal, ya que esta película fue además estrenada en el festival
de Berlín y su libreto nominado a mejor guión original para los
oscar 2011.
Se trata de uno de esos
thrillers financieros hiper-serios y de impronta más bien
teatral, con tipos trajeados discutiendo asuntos gravísimos al
interior de frías oficinas. Aquí la acción se centra en una
poderosa firma financiera, apenas unos días antes de que se
desencadenara la crisis bursátil que llevó al colapso de la bolsa
de Nueva York en 2008. La historia se centra entonces en cómo un
joven ingeniero descubre internamente el desastre inminente, y las
reacciones que a partir de entonces tienen los implicados, de acuerdo
a sus niveles de responsabilidad y su posición de poder dentro de la
corporación. Se muestran las reuniones inmediatas, los espontáneos
contubernios en los que se toma la decisión de salvar pellejos
propios, de vender a la velocidad de la luz todas las acciones
posibles antes de que el crac
salga a la luz –en un acto tan inescrupuloso como autoconsciente-
llevándolo a cabo sin considerar consecuencias o implicancias que
excedan su mundo inmediato.
Es interesante y
seguramente acertada la exposición de los grandes responsables del
desastre como perfectos ineptos; el mandamás de la corporación,
encarnado por Jeremy Irons, llega a pedirle al jovenzuelo que dio
cuentas del desastre que le explique directamente lo que está
pasando, y que lo haga como si le hablara “a un niño de cuatro
años, o a un golden retriever”, dando cuentas de un
analfabetismo funcional que explica en parte esa falta de
sensibilidad que llevó a la desconsideración total del mundo
externo. También la película permite ver cómo los criterios para
configurar el personal, los ascensos o despidos en este entorno no
obedecen a las calificaciones o al desempeño sino muchas veces a los
vínculos de complicidad y silencio.
Quizá el personaje más
defectuoso del cuadro sea precisamente el mismo de Jeremy Irons, nada
menos que quien representa al neoliberalismo desbocado, y que pasa
escupiendo frases impostadas y como de manual, como “no podemos
cambiar las cosas, sólo reaccionar”, “el dinero son sólo
papeles con dibujos” o “siempre ha habido ganadores y
perdedores”. Quizá las mismas líneas caminarían mejor en
otros contextos, pero aparecen insertos en diálogos altisonantes,
en esas escenas alevosamente construidas para ser relevantes y para
lucimiento de los actores.
Si bien se trata de un
logrado fresco y la película camina bien, de todas maneras el guión
no escapa a lo predecible y todo sigue su curso, sin giros
inesperados, sin sorpresa alguna, sin destapar elementos que lleven a
pensar el contexto con mayor profundidad. Si se busca esto último,
mejor recurrir al documental Trabajo confidencial
de Charles Ferguson, una pieza fundamental para comprender cabalmente
toda esta historia reciente.
Publicado en Brecha el 25/5/2012
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