Guionista
de los largometrajes La
zona (2007),
Desierto adentro
(2008) y La demora
(2012),
esposa del director Rodrigo Plá, la escritora Laura Santullo es
pieza fundamental en la concepción y el rodaje de sus películas. En esta entrevista, Santullo se explaya sobre su oficio y sobre su
propensión a relatar profundos dramas humanos.
Una
mujer de clase media baja (Roxana Blanco) trabajadora textil a
destajo, sola a cargo de tres hijos y de su anciano padre (Carlos
Vallarino) –quien
sufre del mal de alzheimer–
se
encuentra absolutamente sobrepasada por su situación.
Dominada
por la desesperación, decide abandonar a su padre en una plaza, con
la esperanza de que algún servicio social se ocupe de él y lo
albergue. Esta es, básicamente, la sinopsis inicial del guión de La
demora.
Santullo habló de su desarrollo como escritora, de sus motivaciones
y del conflicto universal contenido en ésta, su última película.
–Tus
dos hermanos, Rodolfo (historietista), Fernando (músico) y tú son
artistas relativamente conocidos de la cultura nacional, aunque todos
se desempeñan en diferentes ramas. ¿Cómo explicás que se haya
dado esto a partir de un mismo núcleo familiar?
–Hay
una curiosidad en común, sin dudas. Pero también creo que hay
cierta cercanía en esas ramas. Porque Fernando escribe letras, todos
escribimos. No son manifestaciones tan diversas ni tan distantes.
Creo que los tres estamos muy fuertemente vinculados con la palabra.
Mis padres no se dedicaron a nada que tenga que ver; mi papá trabajó
en la OSE durante muchísimos años y mi mamá fue administradora del
Teatro El galpón. Te puedo decir que era gente autodidacta, gente
que veía mucho cine, que le importaba mucho la cultura aunque no
estuviera vinculada con su producción, vivíamos en una casa en la
que había muchos libros. Supongo que eso tendrá algo que ver,
aunque en realidad no estoy segura, te estoy tirando algo de fruta.
–En
los años setenta te exiliaste a Mexico, ¿cómo se dio eso?
–Legamos
a México a fines del 76, yo tenía casi 7 años, Fernando 9 y
Rodolfo, el menor, nace directamente allá. Pero sí, vivimos el
exilio. Mis padres fueron ambos del Partido Comunista, y salimos vía
embajada. A mi padre lo detuvieron acá unos meses, y luego de que
salió de la cárcel, a los pocos días le vinieron a avisar que lo
estaban buscando nuevamente. Ahí mis padres tomaron la decisión de
irse. Entramos en la Embajada mexicana, y uno o dos meses después de
estar allí hacinados con mucha más gente pudimos salir del país.
El Embajador Vicente Muniz le salvó la vida a muchos y su labor fue
muy destacada, hizo una inmensa labor por los derechos humanos.
–¿Y
a tu marido Rodrigo Plá lo conociste allá?
–Sí
pero ya de adultos, en mi segunda etapa en México, en el DF mismo, a
través de mi hermano mayor. Lo curioso es que mi marido también
vivió toda la etapa de exilio en México, con la diferencia de que
la familia de él se quedó allá. Había un vínculo entre las
familias, mi hermano Fernando jugaba al fútbol con él, y años
después lo conocí.
–¿Y
cómo inicia su relación laboral?
–En
primera instancia empecé a estudiar teatro, en México no encontré
como colocarme como actriz en el mercado laboral, y durante muchos
años conté cuentos. A eso me dedicaba, vivía de contar cuentos en
restaurantes; no míos, de otros autores. Montaba un espectáculo
relatando, se llamaba "menú" de cuentos, iba a las mesas y
ofrecía una carta de cuentos, la gente elegía. A eso me dediqué
muchos años. En determinado momento arranqué a escribir, empecé a
darme cuenta de cómo funcionaban internamente esos cuentos y ahí
fue que empecé a escribir los míos propios. En esa época es que
empecé a salir y a frecuentarme con Rodrigo, él estaba haciendo el
guión de El ojo en la nuca,
–cortometraje que filmó acá– y como yo venía de Montevideo y
conocía mejor la cultura uruguaya él me lo mostró y conversábamos
sobre el referendum del año 89 y el voto verde, y colaboré de una
manera informal en el guión y en el rodaje.
Ahí
cuajó también la idea de desarrollar el guión de Desierto
Adentro,
una idea que originalmente era de Rodrigo. Empiezo a escribir un
guión, y a hacer cursos con el maestro mexicano Ignacio Ortíz (La
mujer de Benjamín,
Mezcal).
Pero digamos que aprendí de manera empírica, a través de la
práctica con Rodrigo.
–Esa
película, Desierto
adentro,
se estrenó muy fugazmente en un festival de Cinemateca, pero nunca
se mantuvo en salas de Montevideo. ¿A qué se debió esta ausencia?
–Nos
planteamos traer la película, pero era un gran esfuerzo y no
estábamos muy seguros de qué tanto interés podía suscitar. La
experiencia de La
zona
fue un poco agridulce. Si bien sabemos que a mucha gente le gustó,
duró muy poco en carteleras. Quizá si la película hubiese sido
exhibida hoy, cuando las temáticas del miedo al otro, de la
inseguridad, de la fractura social, están mucho más presentes,
hubiera tenido otro impacto, no lo sé. La crítica incluso nos trató
bien, y la película hasta tiene una lectura inmediata de género,
con evento policial, persecusión, todo eso. No sé por qué no
funcionó con el público local.
También
pasó que nos pusimos a trabajar en La
demora,
y se atravesó otro proyecto más, una película colectiva que se
llama Revolución,
en la que hicimos un corto que se llama
30/30.
Fueron muchas ocupaciones, los directores y guionistas muchas veces
también somos productores y distribuidores de nuestros proyectos. Y
además tenemos que ganarnos la vida.
–Pasaste
mucho tiempo afuera del país, ocho años primero y después catorce.
Sin embargo, a pesar de que estuviste tanto allá, en los diálogos
de La demora
se encuentra muy bien plasmada una parquedad particular, típicamente
uruguaya. ¿Cómo construiste estos diálogos?
Me
gustan mucho los diálogos. Hay guionistas a los que les atormentan
los diálogos; por el contrario, a mí me encantan. Desde el
arranque, desde el cuento original, La
espera, intenté
ponerme en la piel de los personajes. Digo yo que es una herencia de
haber estudiado teatro, uno se coloca a narrar desde "dentro
de". Aunque tampoco estoy muy segura de esto último, acá
también te estoy tirando fruta.
–Una
vez más filmaron acá, ¿cómo fue la experiencia del rodaje de
La demora?
Teníamos
el precedente de El ojo en la nuca,
en
ese entonces me acuerdo que trajimos
a Gael García Bernal antes de que se hiciera conocido con Amores
perros, y a Evangelina Sosa; de
los locales tuvimos a Daniel Hendler antes de que apareciera en 25
Watts, también estaban Elena
Suasti, Walter Reyno, un elenco increíble. Stoll también estaba
vinculado, fue coordinador de producción. Araúco Hernández también
trabajó con nosotros.
Ahora,
unos cuantos años despues, el rodaje de La
demora
fue un trabajo en el que Rodrigo se cuidó de contar con el tiempo
necesario. Hizo muy buena mancuerna con su socio y productor Sandino
Saravia, que le dio un marco cómodo a la película, y hubo un
colchón financiero que permitió filmar más tiempo (7 semanas). Es
una película sin mucha parafernalia y por suerte se pudo empatizar
mucho en los ensayos, hacer un trabajo delicado y sutil con los
actores y como dice Rodrigo, eso se logra gracias al tiempo
disponible. En
La zona
teníamos un crew
mucho mayor, unas 100 personas, y mover eso era como mover un
elefante. En cambio en este rodaje todo fue mucho más cómodo y
funcional. Para mí fue un evento vital porque esta es la primera
película en la que pude participar mucho del rodaje, estuve en el
casting, en los ensayos. Es un gran privilegio que tengo, por lo
general los guionistas no entran en esas etapas. Para mí es muy
formativo trabajar con toda esa gente, o hacer el shooting con María
Secco (la fotógrafa) quien tiene una gran impronta y sabe trabajar
conceptualmente con Rodrigo.
–Respecto
a la fotografía, llama la atención toda la acción que ocurre fuera
de campo, como los personajes que se oyen sin que aparezcan en el
cuadro...
–Hay
ideas que en un comienzo están planteadas con sutileza, y cuando va
arrancando el proceso, sentís que diste con un hallazgo y apretás
el acelerador en esa dirección. En el cuento ya estaba presente esta
idea de los dos lados: la hija y el padre que van narrando como en
monólogos lo que les ocurrió, y luego en el guión ya quería que
los dos fueran protagonistas. No sólo ver lo que ocurre sino cómo
les ocurre. Eso, a lo largo del rodaje, con el trabajo de María y
por decisión de Rodrigo, fue decir: quedémonos con los personajes
principales, relatémoslos a ellos, retratémoslos a ellos dos. En la
edición se termina de cuajar esa idea de encuadrar a los personajes
y cómo van viviendo sus vicisitudes, y eso implicó que muchas otras
situaciones quedaran fuera de cuadro, gente que sólo ves en
reflejos. En ocasiones hubo que dejar fuera actores que estaban muy
bien y que lograron momentos emotivos, pero sin embargo lo que más
nos convencía era retratarlos a ellos dos, un acercamiento íntimo,
bien desde cerca. Agarrarlos, sostenerlos y no dejarlos nunca.
–¿Cómo
eligieron el elenco actoral?
–Hubo
un casting en el que nos encontramos con un nivel actoral muy bueno.
Rodrigo trabaja mucho con los actores, muy desde cerca. Tuvo también
la oportunidad de trabajar mucho más que en otras ocasiones todo lo
que es el "trazo escénico"; lo que está ocurriendo dentro
de la secuencia. La cámara en ocasiones está quieta, y sin embargo
los personajes transitan, van y vienen, le da una naturalidad y una
vitalidad muy especial a la película. Eso se obtuvo también en
parte a muchos ensayos: una cosa fantástica fue tener anteriormente
a los actores y las locaciones e incluso poder modificar el guión en
el proceso. Tuvimos oportunidad de conocer los espacios, conocer bien
a los actores. Incluso el editor empezó su trabajo de montaje
durante la filmación, que también fue una rareza para nosotros.
Podíamos ver secuencias durante el mismo rodaje, nos dábamos cuenta
que quizá no funcionaban o no tenían la fuerza necesaria, y pudimos
volver a filmarlas. Eso es grandioso. Hubo un trabajo bastante
exhaustivo: se ensayaba mucho e incluso se filmaban esos mismos
ensayos en video para poder ir pensando y reelaborando las escenas.
Siendo un tema tan sensible el que se toca en
la película, teníamos miedo de pasarnos de rosca y volvernos
cursis. Eso era peligroso, buscamos un equilibrio que creo que se
consiguió, no es una película que subraye las emociones, ni desde
la música, ni desde el sonido. Pero tampoco queríamos una película
fría.
–Carlos
Vallarino, el personaje del padre, es un auténtico hallazgo, ¿cómo
dieron con él?
–Hubo
un casting normal, con actores, algunos gustaban para el papel pero
se veían más jóvenes, otros no tanto. Rodrigo no daba con un actor
que lo convenciera plenamente. Decidió ampliar la búsqueda a no
actores, y en ese momento alguien propone el padre de una amiga:
reunía varias características, tenía la edad del personaje, pero
además estaba realmente entero, vital. Eso no era menor porque hay
que aguantar un rodaje, con escenas nocturnas, allá en el Buceo y
con un frío tremendo. Y Vallarino también tiene una naturalidad
impresionante, y una gran capacidad para improvisar textos y
diálogos. Después de La
demora
Roxana Blanco le facilitó el camino para que siguiera trabajando
como actor, hizo papeles en teatro, con funciones en el Zabala
Muniz.
–Hay
una gran diferencia entre los contextos sociales presentados en La
zona y
en La demora.
En La demora
hay mucha solidaridad y consideración por el prójmo, mientras que
en La zona campea
todo lo contrario, al punto que llama la atención que sea la misma
persona (tú) la que escribió ambos guiones. ¿Cómo explicas este
viraje del pesimismo rasante a este nuevo pesimismo moderado?
De
todos modos en La
zona,
aunque pocas, hay algunas expresiones de solidaridad, algunos
personajes que pueden moverse de su sitio. Me gusta trabajar sobre
personajes que tienen cierta humanidad, o una capacidad para
rehacerse. Me interesan los humanos, en su imperfección, en su
capacidad de echarse para atrás en algunas decisiones.
Siento
que también las películas se van relacionando con los cambios de
uno, las preocupaciones, los intereses, las cosas que se charlan en
la mesa. Nuestras películas se relacionan con lo que vivimos en el
momento. No vivo La
zona
con tanto pesimismo, esos dos adolescentes y sobre todo el que
finalmente sale de la zona, y se toma incluso el trabajo de enterrar
y dar un nombre al ladrón, aportándole la dignidad perdida...
entiendo que no es un optimismo de tirar cohetes, pero hay una dosis
de humanidad y de esperanza. Desde un contexto nefasto puede surgir
alguien que es una excepción.
Me
gustan los personajes que se equivocan. Creo que el error es
sumamente dramático, y por ahora no me interesan tanto los
personajes jodidos o malvados. En este momento me emociona ver a
alguien que no es jodido pero que se equivoca, y eso está muy
concentrado en la escena de La
demora
en que ella está saliendo del geriátrico, después de revisar todas
las salas buscando a su padre, y dice a la enfermera del lugar
"disculpe, yo no soy así". Eso encierra en gran medida el
drama de esta mujer, que terminó actuando por una especie de
accidente emocional. Por puro desborde, no a conciencia.
–¿Creés
que los ancianos no son considerados por los programas de asistencia
social?
No
me atrevería a afirmar eso porque no conozco en profundidad el tema
local. Sí creo que no se contempla con la amplitud con la que se
podría. Hay proyectos piloto en otros países que a mí me resultan
muy interesantes, lugares más de tipo "guardería" para
ancianos. Sitios para pasar el día. Para que ellos puedan volver a
su casa de noche, para que mantengan un vínculo con su familia. No
esa cosa de trasplantar la persona y sacarla completamente de
contexto. En España por otra parte hay ayudas –o por lo menos lo
hubo hace un par de años, no sé si eso se continúa con Rajoy–
para la gente que se tiene que quedar en casa, cuidando a los
ancianos. Porque hay un doble problema: los ancianos y los
cuidadores; y hay gente que termina a veces amargando demasiado su
vida. Hasta me resulta más dramática la situación de esa gente que
tiene que quedarse con ellos que la que atraviesan los mismos
ancianos, –ellos siguen un proceso vital, natural–. Hijos, a
veces sobrinos, que no pueden salir a trabajar, que a veces no tienen
contención, ni dónde ir a quejarse, ni dónde ir a llorar, y acaban
sintiéndose muy culpables también porque surge esa voz interna:
"¿cómo me voy a quejar yo de cuidar a mi padre?".
Publicado en Brecha el 1/6/2012
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