El
documental definitivo
Durante
la filmación de El último rey de
Escocia (2006) el director británico
Kevin Mac Donald (autor del brillante documental Life
in a day) recorrió un suburbio de
Kampala, en Uganda, reparando en que Bob Marley era una imagen
omnipresente: murales, remeras, banderas, su música sonando. Y era visto por la gente no tanto como un músico, sino
más bien como un filósofo, o una figura religiosa. A partir de ese
momento comenzó a obsesionarse con quién fue realmente el hombre
detrás de la leyenda y comenzó una investigación, -frustrada al
principio pero vuelta a reflotar en el 2010- por la que se dedicó a
echar luz sobre la mayor cantidad de dimensiones posibles de la vida
del dios del reggae.
Es así
que este documental, -el único hasta la fecha en
ser aprobado por la familia del músico- despliega su lineal
recorrido cronológico a través de su vida, desde la cuna hasta la
tumba, deteniéndose en detalles ilustrativos acerca de su formación
y su forma de ser, sentir e interactuar con los demás. Su ardua
niñez en la que sus pares y su propia familia lo desplazaban y
le imponían más trabajo por no ser negro puro como los demás sino
más bien cobrizo –su padre era blanco-, su adolescencia en
las calles de Kingston, en la que pasó hambre de verdad –un amigo
cuenta que para engañar el estómago se tomaba un buen vaso de agua
antes de ir a dormir-, su adhesión a la religión rastafari y el
consumo de marihuana como algo íntimamente ligado a ello, sus
comienzos como profesional y su rápido éxito local, su timidez y su
impactante éxito con las mujeres –aún estando casado tuvo 11 hijos de 7 relaciones
distintas- su gusto por el deporte, su preocupación por la gente y
su vocación contestataria, pacifista y libertadora, aunque estos
últimos fueran rasgos ideológicos siempre subordinados al aspecto
religioso.
Por
fuera de todos estos elementos, están los datos curiosos que agregan
calidez y gracia a la narrativa –como el
hecho de que tocaba con su banda en cementerios a las dos de la
mañana, para quitarse los miedos- o los aportes que relativizan su
bondad y pureza –sus hijos cuentan que era extremadamente duro con
ellos, y que durante su propia infancia sufrieron el destrato social
por ser vistos como los hijos de un músico drogón- así como
ciertas audacias creativas de MacDonald –como cuando le da a
escuchar a los parientes paternos la canción “Cornerstone”
comentándoles el contexto de rechazo familiar en el que Marley la
escribió-. Quizá lo más interesante de todo sea la sucesión de
grandes éxitos y su correspondiente contextualización histórica, y
los aportes de músicos cercanos que cuentan sobre influencias,
estilo y creación musical. Lo sorprendente es que a pesar de haber
concebido un documental que dura casi dos horas y media, Mac Donald
logra interesar, seducir y emocionar. Y es difícil de creer que otro
cineasta logre un documento tan sustancioso dedicado al glorificado
músico jamaiquino.
Publicado en Brecha el 25/1/2012
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