1. La hora de la épica. No es de
extrañarse que la unidad nacional estadounidense se encuentre
sentida y dañada en los tiempos que corren. Casi 50 millones de
pobres (el 16,1 de la población), una crisis por la cual el
desempleo aumentó a cinco puntos más que en 2008, cataclismos
naturales que azotan con cada vez mayor frecuencia, un sistema
financiero en decadencia y que pocos parecen respaldar y un general
descreimiento en la clase política. Es lógico que la potencia esté
necesitada de relatos que estimulen y contagien esa unidad perdida,
algo que afiance al menos un poco el orgullo de sentirse
estadounidense.
Y no
puede ignorarse el papel que históricamente
cumplió la industria de Hollywood a la hora de imponer discursos y
de elevar el patriotismo y la moral de la ciudadanía. En la
ceremonia de los Oscar es la industria misma la que elige los
nominados y los vota, y no sería extraño que una de las tres
películas que erigen y ensalzan una épica histórica, con héroes
claros, carismáticos, lúcidos y hasta geniales fuera la que se
lleve el máximo galardón. Aunque Lincoln,
La noche más oscura
y Argo son
películas muy distantes en registro y en forma, y se encuentran
ubicadas en contextos totalmente lejanos unos de otros, tienen en
común eso, el recurrir a las que se consideran grandes hazañas del
pasado, a saber: la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, el
hallazgo y asesinato de Bin Laden, y el rescate anónimo por parte de
la CIA de seis estadounidenses cautivos en el Irán de los ayatolás.
De
todos estos abordajes, seguramente el menos serio, el más dinámico
y canchero, el más simpático y progre es el presentado en Argo
por el director Ben Affleck, ante todo porque arranca diciendo que la
revolución islamita es consecuencia directa de la política exterior
de Estados Unidos y de su nefasto papel en el apoyo militar y
logístico al shah Reza Pahlavi. Un mea
culpa tardío que correspondería
que ocurriera más frecuentemente.
Las
tres películas comparten ciertos dobleces críticos, cierta búsqueda
de matices que las atajan de parecerse a épicas patrióticas con
todas las letras. Entendámonos que no estamos ante planteos
desbordantes de barras y estrellas ni de héroes de una sola pieza.
Lincoln no
oculta la compra de votos en la campaña a favor de la abolición del
esclavismo, que al parecer ya en la época fue moneda corriente para
alcanzar mayorías, ni la decisión de aplazar el fin de la guerra
con tal de conseguir la abolición. La
noche más oscura
no oculta las torturas en cárceles clandestinas que destaparon los
testimonios que habrían llevado a la caza de Bin Laden. Pero estos
matices y tantos otros no restan un mínimo al hecho de que las
películas sean cruzadas heroicas, de protagonistas arrojados y
arriesgados, y que en cualquiera de los casos el fin justifica
plenamente los medios. Conviene salvar las distancias, pero este
arraigado sentir pragmático del fin y los medios duele especialmente
cuando suele ser la excusa fundamental para justificar toda clase de
atrocidades por parte de la potencia estadounidense, ya se trate de
bombardeos sobre poblaciones civiles o intervenciones militares en
otros países, y ese discurso parece calar hondo en la idiosincrasia,
al punto de tolerarse toda clase de violaciones a los derechos
humanos cuando están respaldados por una buena causa. El cine
masivo, sutilmente, reafirma los pensamientos.
2.The Master afuera. No hay
mortal cinéfilo que no tenga grandes discrepancias con los Oscar
-aún entre los que adhieren considerando que es una de las
premiaciones más justas y democráticas-, y podrían elaborarse
listas infinitas sobre lo que debería estar y no está, artículos
interminables repletos de especulaciones sobre el porqué y los
criterios de selección. Pero incurrir por un rato en este deporte no
deja de ser ameno y divertido. Si conviene hablar en este caso de una
gran omisión más que de ninguna otra, es de la ausencia de The
master de Paul Thomas Anderson en la
lista de nominados a mejor película. Qué les costaba, fueron nueve
las nominadas en lugar de las diez que hubo los últimos años; claro
está que no hubo complot ni voluntad colectiva de exclusión,
seguramente tan sólo que la película no alcanzó los votos
requeridos para la nominación. De cualquier manera, es curioso que
una de las películas de mayor aceptación crítica de la temporada
-un 86% de aprobación en los sitios Rotten Tomatoes y Metacritic, lo
que significa que siete de cada ocho críticas son favorables*- haya
sido desterrada de esta manera.
Y aquí
empezamos a especular: cierto es que el electorado
de la academia está avejentado, que en los últimos años se han
intentado mecanismos de renovación de la plantilla y de retiro de
los votantes mayores, y que muchas veces los resultados de las
nominaciones y de las votaciones a mejor película refleja cierto
conservadurismo y rechazo a la diversidad. Partiendo de este hecho, y
considerando la clara tendencia al encumbramiento de relatos que
avivan el orgullo nacional, puede considerarse
que The master
no figura entre los nominados porque vulnera directamente la
sensibilidad del electorado.
Por
que no hay nada de atractivo en el protagonista, un traumado
excombatiente de la Segunda Guerra Mundial (brillantemente
interpretado por Joaquin Phoenix), un alcohólico y un toxicómano,
un sexópata y un antisocial. Se trata de uno de esos antihéroes
extremos, la clase de personajes que llaman al indefectible rechazo.
Si encima de esto, este pseudo-hombre va a parar a una secta liderada
por un fabulador de cuarta (Phillip Seymour Hoffman) que improvisa
tratamientos mediante el trance y la hipnosis, el asunto tampoco
parecería generar una fácil adhesión. Si además la película
tiene un par de masturbaciones, desnudos frontales integrales, algo
de sexo pero sobre todo sexo hablado –este último parece molestar más a Hollywood que el explícito- más la nombrada dosis de ingesta
de sustancias tóxicas, digamos que están reunidos los elementos
para molestar a las mentes más susceptibles. Paul Thomas Anderson se
inspiró en el documental Let there be
Light de John Huston, en el que se
exponían los estragos psicológicos en los soldados estadounidenses
de la Segunda Guerra, y los métodos experimentales con los que eran
tratados. Pero no es esta la clase de episodio histórico que a la
academia le interese reflotar.
Como
para molestar un poco más, el actor Joaquin Phoenix no estuvo
haciendo recientemente las declaraciones más simpáticas: cuando le
pidieron su opinión sobre los Oscar, contestó: "Creo
que es total y absoluta mierda. Yo no creo en los Oscar. Es una
zanahoria, pero la de peor sabor que he probado en mi vida. No quiero
esta zanahoria. (...)
gente puesta a competir una contra la otra, es la cosa más estúpida
del mundo."
Eso sí, la actuación de Phoenix se merece el oscar. Que se lo den
ya es una cosa muy distinta.
*En el portal Todas las críticas, símil argentino, la correlación
es la misma.
Publicado en Brecha el 22/2/2012
1 comentario:
De acuerdo contigo, Diego, en todo, aunque de las cuatro citadas hasta la fecha únicamente he visto Argo y sentí esa sensación que tú relatas de forma inmejorable.
Lincoln la dejé pasar porque prefiero verla en v.o.s.e. y desde luego tengo ganas de ver The master igualmente en v.o.s.e. porque el amigo Joaquín siempre me ha parecido un enorme actorazo: de hecho, es lo único que recuerdo de Gladiator.... jajajaja...
Un abrazo transatlántico.
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