La inmigración desde dentro
La sensación de realismo que transmiten las películas de Kechiche es asombrosa. El enfoque tembloroso, la abundancia de primeros planos y de planos secuencia en los que la cámara se entremezcla con los personajes como si fuera uno más de ellos, el extenso y logrado trabajo con actores -en su mayoría no profesionales- son algunos de los factores que llevan a esta ilusión. En las largas tomas, los personajes muchas veces hablan entre sí al mismo tiempo, se pisan, repiten conceptos que ya dijeron anteriormente, despertando la ilusión de una charla improvisada y de la ausencia de guión. Reforzando este naturalismo, muchas veces no es clara la dirección en la cual se encauza la narración, no se entiende con claridad la función de las distintas escenas dentro del todo, como si más que películas, nos enfrentáramos a azarosos retazos de vida.
Por todos estos elementos, y por centrarse frecuentemente en cuadros adolescentes, el cine de Kechiche es comparado con el de otros grandes cineastas europeos como el de los hermanos Dardenne y Ken Loach. Pero quizá haya cierta diferencia importante en el registro de éstos y el de Kechiche. La distancia y la austeridad casi-documental propia de los hermanos Dardenne es prácticamente contraria a su cine, y tampoco tendría cabida la vocación claramente política y de denuncia de Loach. Y es que el cine de Kechiche está hecho, ante todo, desde la pertenencia. Este punto es crucial; Kechiche es un tunecino que desde los seis años vive en Francia, que creció en contacto permanente con otros inmigrantes sintiendo en carne propia la discriminación y las dificultades de la integración social. Si bien sus cuadros exponen realidades adversas, ante todo acompañan a los personajes en sus conflictos más mundanos, dando cuenta de sus esperanzas, sus sueños, sus penurias, sus amistades, sus pasiones, sus desamores. Su política está ahí, en otorgarle a los desplazados un perfil psicológico, su derecho a estar dotados de una densidad emocional.
A grandes rasgos, podría decirse que la inmigración es uno de sus grandes tópicos. Su primera película, La faute à Voltaire (2000) se centró precisamente en un joven tunecino que emigra clandestinamente a Francia, y que debe apañárselas para ganarse la vida de alguna manera, siendo rechazado una y otra vez por ser un indocumentado. Pero la película no parece enfocada en esta dificultosa inserción, sino en sus encuentros amorosos con un par de chicas. Una de ellas (la imponente Elodie Bouchez) es una de las mujeres ninfómanas mejor concebidas que haya dado el cine, entrañable y apartada de cualquier estereotipo. Aquí Kechiche ya hacía por primera vez uso de un erotismo muy peculiar, quizá no tan centrado en las escenas de sexo o los desnudos (que también las hay) sino en el particular y sutil poder de seducción de los personajes. Luego, El amor esquivo (2003) cuenta la historia de un grupo de jóvenes árabes de la banlieue, suburbios de París, que ensayan una obra de Marivaux. Pese a la constante sensación de peligro y de una violencia constante, se logró insuflar vida a media docena de caracteres cuestionables y reprobables, que si bien pasan gritándose y destratándose, dejan entrever a su vez que son individuos vulnerables, sensibles, presos de su entorno y de sí mismos, obligados a mantener una fachada amenazante con tal de no verse abatidos. Respecto a esta historia particular, Kechiche comentaba: "Los barrios humildes de extrarradio se han estigmatizado hasta tal punto que es casi un acto revolucionario situar en ellos una acción cualquiera que no trate de agresiones, drogas, mujeres violadas ni matrimonios forzados. Yo tenía ganas de oír hablar de amor y de teatro, para variar."
En la imponente Cuscús (2007), en la costa del Mediterraneo francés, un magrebí de sesenta años se dispone a abrir un restaurante en un barco, encontrándose con unas cuantas dificultades (burocráticas, familiares, sociales) en el camino. Con un íntimo acercamiento a un núcleo familiar tan ruidoso como adorable, se conduce al espectador a puntos extremos de tensión e indignación, y una vez más se hacen presentes los problemas laborales, la delincuencia, la exclusión y la violencia xenófoba. El trazado de los personajes femeninos siempre fue un punto alto, pero aquí se da una dimensión de poder a las mujeres árabes –son ellas las que enfrentan las adversidades y las que sacan adelante iniciativas que los hombres abandonan- escapando a los perfiles sumisos que se les suele dar desde occidente.
Con Venus noire (2010) hay un salto genérico importante. Aquí pasamos a una adaptación histórica centrada en el horrendo caso real de la llamada despectivamente “Venus Hotentota”. En la Academia Real de París, en 1817, el anatomista Georges Cuvier exponía lo que para los especialistas era una curiosidad: los genitales extirpados de una mujer africana de la tribu Khoi Khoi, que tan sólo unos meses antes había atravesado las más lamentables penurias, comercializada para múltiples tratos degradantes. La mujer existió y se llamaba Sara Baartman, y fue una víctima del colonialismo mental y del racismo científico. Recién en 2002 Francia accedió al pedido de repatriación de sus restos, 60 años después de las primeras solicitudes. La película, demoledora, expone con aguda lucidez relaciones de poder que no dejan de ser otra cosa que esclavismo y trata camuflada, en las que la víctima puede ser manipulada mediante engaños y falsas promesas. Luego de ver esta película puede llegarse a la conclusión de que las formas de pensar no han cambiado demasiado desde entonces, ni tampoco estas prácticas.
La quinta película del director, La vie d’Adele arrasó este año en Cannes, compitiendo nada menos que con cintas de Jim Jarmusch, Hirokazu Kore-eda, Takashi Miike, Asghar Farhadi, Alexander Payne, James Gray, los hermanos Coen y Jia Zhang-ke. Lo que más se viene comentando en los medios (cuando no) es una escena de sexo explícito de diez minutos entre las jóvenes y bellísimas Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux. Pero por lo que se puede saber hasta ahora, Kechiche desplegó aquí un detallado estudio del amor lésbico, reincidió en sus cuadros adolescentes y en ese trazado de perfiles humanos con los que es fácil identificarse, y que personifican tan bien la vida misma.
Publicado en Brecha el 14/6/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario