viernes, 13 de noviembre de 2015

XXX Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

Cine diverso, polémico y popular

Si hay algo que caracteriza al festival de Mar del Plata es su carácter popular, y seguramente lo que lo diferencia sustancialmente de Bafici, el otro gran festival argentino. No se trata solamente de que es organizado por el INCAA y y por tanto es sacado adelante por la Presidencia de la Nación (la responsabilidad de Bafici recae en cambio en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires), sino que además, por una cuestión geográfica, concurren allí otra clase de cinéfilos. Bafici tiene su sede y sus principales salas en la zona de Recoleta, barrio de clase alta bonaerense, mientras que Mar del Plata tiene sus múltiples cines en el centro mismo de la ciudad-balnaerio, localidad peronista por excelencia, concurrida y habitada por clases medias desde que Perón lo volvió un balneario para sindicatos de obreros y empleados en 1954. El público de Mar del Plata es más llano, aplaude con gran entusiasmo todas y cada una de las 400 películas exhibidas –incluso las que no lo merecen–, y ante la llegada de algún personaje célebre, hasta emite ovaciones con cierto aire de barra brava. Sus espectadores parecerían ser por igual jóvenes, medianos y viejos. Quizá sea también uno de los festival de latinoamérica más abiertos al cine de géneros, aunque su apertura a la diversidad sea también un rasgo característico.
Olor a mar, un clima que oscila entre muy ventoso y levemente soleado, corridas de diez cuadras entre sala y sala para llegar en hora a las funciones, una invasión de actores y directores que se pasean como si nada por las plazas y peatonales y que hasta salen a bailar a los mismos boliches que los visitantes de a pie... por sobre todo, mucha, mucha cinefilia, ocho días de no hablar de otra cosa que de cine y una inyección de celuloide capaz de provocar indigestas hasta en los adictos mejor predispuestos.

Competencia Internacional: cine heterogéneo. Si bien pocos dudaron que la programación de este año fue superior a la de los dos años pasados, la Competencia Internacional presentó cine del bueno y también algo del impresentable. No puede adjetivarse de otra manera la imposible Mecánica Popular de Alejandro Agresti, una película que reúne lo peor del cine argentino de todos los tiempos. Discursiva, altanera, gritona, reaccionaria y hasta un poco resentida, encierra a un grupo de personajes al borde del suicidio que discuten sobre el mundo y sobre todo, siempre desgañitándose en vómitos catárticos que pretender subrayar la importancia de lo que están diciendo. Pero como ocurre con la gente que grita o que golpea la mesa cuando habla, pierde credibilidad desde la primera discusión, y semejante escándalo solo verifica la inseguridad de la película y de su director. Como bien dice el crítico de Página 12 Horacio Bernades al respecto: "Agresti filma como hace treinta años, y piensa como hace cien".
En comparación todo lo demás parece genial: el premio a mejor director fue para el eslovaco Iván Ostrochovsky y su película Koza. Siempre hemos visto ficciones de boxeadores emergidos de un entorno marginal que se entrenan, van creciendo cada vez más y sorprenden al mundo con un implacable K.O. También hemos oído siempre de los grandes campeones "39 victorias y 2 derrotas", pero nunca supimos del reverso a esta fórmula. Koza presenta eso mismo: un pobre desgraciado que quiere sacar adelante su vida y la de su familia mediante el boxeo, sólo para morder la lona una y otra vez, con deterioros físicos inevitables. Entre pelea y pelea, lidia con entrenadores alcohólicos y mánagers abusivos, resaca de la sociedad. Un abordaje llamativo y original, y también muy deprimente. En un mismo tono, El precio de un hombre (traducción perfecta de "Le loi du marché") de Stephanne Brizé es una muestra de que en definitiva no hay mucho que envidiarle a Francia en cuanto a estabilidad y calidad laboral (pero sí en cuanto a cine). El cine social francés sigue siendo del mejor que se hace en el mundo y aquí se dispone un cuadro asfixiante como pocos, con un pico de calidad sobre el final, en el acercamiento a la vida de un guardia de seguridad de un supermercado.
El premio Astor a mejor película fue para la notable El abrazo de la serpiente, coproducción entre Colombia, Argentina y Venezuela, dirigida por el colombiano Ciro Guerra. Una inmersión en la Amazonia colombiana, río abajo, nos introduce en un universo cultural en sus últimos estertores, moribundo, en el proceso de ser diezmado por el hombre blanco. Con el espíritu de Apocalipsis Now o Aguirre, la ira de Dios, se trata de un envolvente ejercicio de adaptación histórica, que a medida que se adentra en el corazón de las tinieblas profundiza en conceptos como civilización, saqueo y exterminio.
Los premios a mejor guión y a todo el elenco masculino en conjunto fue para la impactante El club, ya reseñada previamente en estas páginas. En cambio el premio del público fue para Remember, del canadiense Atom Egoyan, de quien hace tiempo no oíamos nada. Un par de décadas después de sus notables Exótica y El dulce porvenir, Egoyan se lanza a un cine mucho menos serio, mezcla explosiva de género de revancha antinazi, con algo de Arrugas, Flores Rotas y Memento. Una historia de venganza senil, con vuelta de tuerca algo tramposa y sin profunidad conceptual alguna. Pero da lo mismo; es muy divertida.
Aunque la mejor película de la competencia (y seguramente de todo el festival), la que llevó el premio Fipresci y el premio a mejor actriz para la siempre maravillosa Érica Rivas es la sobresaliente en todo sentido La luz incidente, del director argentino Ariel Rotter. Una elegante recreación a los años sesenta en torno a una mujer de clase acomodada y con dos hijas a su cargo, quien luego de la muerte de su marido decide rehacer su vida. La película se va convirtiendo paulatinamente en un demoledor retrato de un dolor subrepticio, de una imposición disfrazada, de las malas decisiones surgidas de la necesidad. Un cine que traspasa y se queda instalado, y que habla de lo propio y de lo ajeno con una precisión soberbia. La capacidad del realizador para involucrar y envolver al espectador en una situación crecientemente incómoda es inigualable.

Competencia Argentina. Cine del mejor. Es sorprendente que el nivel promedio de calidad de la Competencia Argentina haya sido aún mejor que el de la Competencia Internacional. Pero así son las arbitrariedades e intermitencias de la programación de festivales, y ya nadie debería poner en duda que el cine argentino no sólo se encuentra en un buen momento, sino que además es el más sólido de toda latinoamérica: con una producción anual de 170 largometrajes (según las cifras oficiales, pero deben de ser aún más), el vecino país entrega anualmente unas dos docenas de sumo interés y espíritu variado. Esta selección fue una buena muestra de esa solidez sostenida.
La ganadora de la Competencia fue El movimiento, adaptación de época sobre los rudimentos políticos de la Argentina, en la que los caudillos son poco más que saqueadores, asesinos a sangre fría, predicadores y embusteros paranoicos; la "civilización" en este recorrido viene acompañado de un salvajismo atroz, y el director Benjamin Naishtat propone con creatividad y cierto riesgo especulativo otro notable ejericicio de revisionismo historico. De todas maneras y aunque la película está muy bien, es poco comprensible que le haya ganado a Hijos nuestros y a Los cuerpos dóciles, dos de las más importantes de la selección, y de las mejores películas argentinas de este año.
Hijos nuestros, de Juan Ignacio Fernández Gebauer y Nicolás Suárez habla de cómo la adicción al fútbol puede convertirse en un problema vital de primer orden para el protagonista, un tachero con sobrepeso que recorre las calles de Buenos Aires. Carlos Portaluppi está genial como el resentido (y también querible) protagonista, al que se lo ve frecuentemente desbordado y salido de sus casillas, totalmente dominado por su propia pasión. Un excelente cuadro social, una dirección general notable que sabe presentarlo con soltura y naturalidad y el plus impagable de Ana Katz como co-protagonista, a quien siempre es un placer ver en pantalla. Por su parte, el impactante documental Los cuerpos dóciles supone una aproximación a la aguerrida cotidianeidad de un personaje único, grande como la vida. El abogado penalista Alfredo García Kalb se dedica a defender delincuentes de poca monta: pibes chorros, descuidistas y rapiñeros a quienes, por su condición de marginales, les esperan penas desmesuradas. El abogado conoce la prisión de primera mano y dedica sus energías a darles a estos muchachos la oportunidad de una defensa sólida y argumentada, y se lo muestra en su barrio y con su familia, en su estrecha relación con los acusados, y en un juicio terrorífico en el que se destapan las triquiñuelas por él implementadas para evitar que la balanza se incline siempre hacia el mismo lado.
También simpática pero sin el nivel de las anteriormente nombradas, Hortensia de los directores Diego Lublinsky y Álvaro Urtizberea es una comedia inteligente que recuerda al cine de Rejtman de sus comienzos (Silvia Prieto, Los guantes mágicos), con un humor permanente y sutil, personajes semi ingenuos y situaciones absurdas. Una fábula deliberadamente inverosímil, con notables apuntes sobre los lineamientos y objetivos que los humanos solemos autoimponernos. También es muy querible Como funcionan casi todas las cosas, cuyo director Fernando Salem llevó el premio a mejor director argentino. Se trata de una ópera prima fresca y sin grandes pretensiones, que nos ubica junto a una protagonista que necesita salirse del estancamiento, en el norte desértico de la Argentina. Cine comprometido, emotivo y muy bien actuado.
Pero el bicho raro de la selección argentina es sin dudas Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad, de Carolina Rimini y Gustavo Galuppo. Un documental absolutamente desbocado y sobregirado, una acumulación imparable de datos e imágenes que se imponen recorriendo la improbable historia de un tal Christian Villeneuve, pionero en el desarrollo de la energía eléctrica orientada a la reanimación de los muertos y, cómo no, al invento y evolución del cinematógrafo. Algo así como un mockumentary, que se vale de una infinidad de materiales reales para construir el delirio conspirativo de un esquizofrénico, con ciertos dejos de ciencia ficción clase B y terror pesadillesco. De entre la catarata de datos pueden obtenerse, aquí y allá, hallazgos sorprendentes, un sentido del humor absolutamente atípico y un poder de impacto envidiable.
Otra agradable sorpresa fue El último tango de Germán Kral, documental estándar que se centra en las figuras claves de María Nieves y Juan Carlos Copes, la más grande pareja de baile que tuvo la Argentina. Con entrevistas a los personajes –hoy ancianos– y una recreación ficcionada con actores, se construye una hermosa historia, con puntas dramáticas y bailes soberbios. Sin nunca explicitarse, se dan cristalinas muestras del profundo machismo instalado en el ambiente hace cincuenta y sesenta años.

Otros talentos. La brasileña Campo grande de Sandra Kogut se involucra, con un registro sensible y discreto, en la difícil temática del abandono de niños. Pero la aproximación propone además apuntes notables sobre las brechas sociales y el miedo al diferente, al tiempo que exhibe ciertos cambios sociales imperantes en el Río de Janeiro actual: el caos y las transformaciones urbanas que vienen acompañadas de un proclamado "progreso". Los niños están brillantemente dirigidos y la película impone una sensación de desarraigo constante; al abandono paterno se agrega que los espacios íntimos, los barrios, las plazas, las casas de la infancia son derruidas, convertidas en estructuras diferentes y para otra clase de gente, a menudo edificios o predios indolentes y asépticos.
Dando otra clara muestra de que el cine social brasileño viene cada vez mejor, Que horas ela volta? de Anna Muylaert es una incómoda aproximación al universo de las empleadas domésticas (como en la mexicana Hilda, como en la chilena La Nana) que pasan una vida al servicio de una familia, sin pertenecer, estando sin estar. La transgresión de esos protocolos descubre el andamiaje de un vínculo enfermizo. La venezolana Desde allá viene de llevarse el León de Oro, máximo galardón del Festival de Venecia, y debe de haber sido la película más polémica y desconcertante del festival (por los pasillos se oían toda clase de adjetivos al respecto, que iban desde "homofóbica" a "clasista"), y refiere justamente a la atroz discriminación, a la violencia más irrefrenable y a la brecha social en Caracas. Este cronista considera que esas valoraciones son equívocas y que la película fue de los platos más fuertes, transgresores y brillantes del programa.
Y qué decir de Afternoon, del chino maldito Tsai Ming-liang, responsable de películas inclasificables como Viva el amor, El río y The Hole. En este caso se trata de un documental en el que se registra, en un único plano fijo, una larga conversación de dos horas y diez minutos entre el mismo director y su actor fetiche Lee Kang-sheng (quien protagonizó todas y cada una de sus películas). Tsai había anunciado su voluntad de dejar de filmar, y Afternoon fue originalmente concebida para exhibir en un circuito de museos, pero aún así ha sido encargada y exhibida por festivales de cine de todo el mundo. Increíblemente, se trata de un filme interesante y siempre entretenido, donde el director hace pública su homosexualidad quizá por primera vez, y declara sin mayor disimulo su amor por su interlocutor y eterno amigo de la vida.


El mundo es bárbaro. Si hay algo que caracteriza a los festivales argentinos es que no le hacen asco al cine de género más desquiciado y extremo del mundo. El acercamiento a la sección "Hora cero" del festival (funciones nocturnas de cine bizarro) es una visita obligada para el que vaya, y la entrada a un mundo aparte. De esta selección se puede destacar el filme británico Aaaaaaaah! (el que quiera googlearla, asegúrese de digitar ocho as) de Steve Oram, la película más delirante y mala leche de toda la programación. Los encargados de la sección aclararon que no se hacían cargo de ese filme, que ellos no lo habían programado, y que si había algún reclamo que se hiciera directamente al director, presente en el festival. Se trata de un cuadro de seres humanos que se comportan como primates, comunicándose con sonidos guturales, fornicando sin tapujos, destruyendo electrodomésticos, viendo programas de televisión nocivos y devorándose entre sí. Una marcianada encantadora, no apta para casi nadie.
Pero una de las películas más bizarras y maravillosas del festival es Tag, del maestro Sion Sono. De alguna manera que no puede llegar a comprenderse, el director japonés filmó este año siete películas, dos de las cuales estuvieron presentes en esta programación. Si bien Love and Peace no es la mejor de sus obras (aunque la idea general es genial y tiene tramos soberbios), en cambio Tag es Sono del mejor. Ahí está la mezcla de géneros que lo caracteriza, sus sorpresivos giros de guión, su energía inagotable y su refinada composición. La película está provista de una fuerza, una inventiva y un vuelo poético descomunales, y esconde metáforas sobre los prototipos femeninos que realmente dan miedo. El Festival de Mar del Plata desde hace años que coloca a este creador en un pedestal, estrenando cuanta película puede conseguirse de él. Y no es para menos, por estas tierras deberíamos intentar lo mismo.

Publicado en Brecha el 13/11/2015

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