Divertimento que no divierte
El director mexicano Guillermo del Toro (El espinazo del diablo, Blade, Hellboy, Titanes del Pacífico) ha demostrado ser un realizador de un buen nivel general, cuyos mayores atributos parecerían ser su vocación por la fantasía más desatada, la creación de seres monstruosos, el despliegue de universos imaginativos y grotescos. Superficial pero enérgico, desagradable pero armónico, se ha convertido en uno de los más interesantes creadores de fantasía y terror mainstream, un eterno adolescente con una producción consecuente y constante.
Esta película parecería ser la mayor decepción de su carrera. En los albores del S XX, una chica propensa a ver fantasmas conoce a un aristócrata británico caído en desgracia, que la seduce y logra convencerla de iniciar una nueva vida junto a él, en una residencia aislada de la Cumbria. Una vez hecho el traslado, comenzarán a sucederse las apariciones de ultratumba, y la casa a revelar elementos inquietantes acerca de su dueño y su misteriosa hermana. Esta mansión ruinosa, imbuída en arcilla húmeda, que sangra y que respira, que se retuerce en crujidos y cuyas paredes son revestidas por insectos moribundos propicia una ambientación malsana y envolvente que es, de lejos, lo mejor del planteo. Pero lo que hace ruido constantemente es el guión, un compilado de lugares comunes, golpes de efecto y "secretos" que se ven venir desde la legua. La trama transita cansinamente por varios clichés de género, empantanándonse continuamente junto a una protagonista en la que los creadores no parecen creer –menos el espectador– ya que de tan crédula provoca una profunda irritación (más cuando desde el minuto cero todos sabemos que está siendo engañada y utilizada). Esta ausencia de inteligencia por parte del personaje es lo que lleva a tomar distancia de él, y que en consecuencia el romance, la poesía y el dramatismo buscados caigan en saco roto. Pero además no hay espacio para las dudas, ya que no existen sutilezas, ni ambigüedades ni pistas falsas. Los "indicios" –tazas de té, un baúl, una grabación imposible para la época– no buscan sugerir sino que son subrayados con alevosía, pretendiendo dar cuentas de asuntos que ya sabíamos desde hace rato.
Las referencias a Conan Doyle, o el enunciado explícito en el guión de que "los fantasmas son una metáfora" no hacen más que jugarle en contra, ya que no surge misterio que justifique la comparación con el escritor británico ni se esconden lecturas que justifiquen tal ostentación. Hay sí, cerca del final, apuntes vagos sobre los amores enfermizos, la infidelidad y la inestabilidad conyugal, pero parecerían insertos a prepo, sin condecirse con nada de lo que vimos anteriormente. Provisto de un vistoso envoltorio pero carente de contenido, La cumbre escarlata es cine de género que falla incluso en su premisa más básica y esencial: entretener.
Publicado en Brecha el 23/10/2015
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