Sucumbir es humano
No debe de existir un subgénero más revisitado en la historia del cine que el histórico ambientado en campos de exterminio nazis. Ejemplo máximo de los horrores del siglo XX −bastante caprichoso, cabe decir, ya que ni los gulags ni los campos sudafricanos, camboyanos, japoneses, ni otros centros de “reeducación”, de “detención”, de “trabajo” en otros sitios del planeta merecieron una atención remotamente similar−. La mirada por lo general es bastante esquemática: prisioneros buenos, nazis malos, a veces con matices más o menos remarcados.
El veterano director ruso Andrei Konchalovsky (Siberiada, Los amantes de María, Escape en tren) es un cineasta olvidado que cuenta con una gran obra que respalda su talento, y en esta película escapó notablemente a estos facilismos, ambientándola en la Francia ocupada de la Segunda Guerra Mundial. Se siguen los pasos de tres personajes principales: Olga es una aristócrata rusa miembro de la resistencia francesa, que es arrestada por ocultar a niños judíos. Jules es un funcionario colaboracionista que está a cargo de su caso; y Helmut es un alto oficial de las SS que antes de la guerra había tenido un affaire con Olga y ahora es transferido al campo de concentración al que ella va a parar. Paralelamente al transcurso de la acción se intercalan escenas de los tres personajes dando sus testimonios ante la cámara; la audiencia intuye que son flash forwards de su comparecencia ante un tribunal, aunque no se sepa de qué índole ni si lo hacen en calidad de testigos o de acusados.
Konchalovsky es perfectamente consciente de que no hay mucho más que decir en cuanto a la vida en los campos de concentración, pero sin embargo se detiene en un aspecto sumamente interesante: el desdibujamiento de ciertos principios cuando lo primordial es la supervivencia. Cualquiera de los tres personajes intenta adaptarse a la nueva realidad, renunciando a algunos lineamientos morales. Desde el momento en que Olga ofrece su cuerpo a Jules se comprenden sus intentos de sobrevivir a cualquier costo, y es así que en el transcurso de esta película son cuestionados y hasta desdibujados los conceptos de colaboracionismo, pertenencia o incluso solidaridad. En una escena en el campo, en la que luego de que una mujer mayor muere, repentinamente las demás prisioneras se abalanzan sobre su cuerpo para quedarse con sus vestimentas, se exhibe notablemente cómo ciertos códigos éticos son echados por la borda en momentos en que la muerte acecha en cada pliegue de la existencia.
También es sumamente interesante el proceso interior que vive Helmut, volviéndose paulatinamente consciente del horror en el que está inmerso y al que suscribe con su diario accionar. El “paraíso” del título refiere a ese ideal nazi de transformación y creación de un mundo idílico, concepto que hace cortocircuito en el joven oficial. En una entrevista con la revista Fotogramas, Konchalovsky refirió que su película trata “sobre los errores humanos, sobre la seducción del mal, sobre los pilotos estadounidenses que bombardeaban Libia pensando que luchaban por la democracia, o sobre la muerte de 300 mil personas en Irak, una guerra que resultó ser ‘un error’, según los propios estadounidenses”. Así, con notable austeridad de recursos, el director logra un relato universal, y uno de los más atinados que han sido ambientados en ese período histórico.
Publicado en Brecha el 17/1/2018
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