Reconstrucción del desastre
Desde hace tiempo existe un culto, una curiosa veneración por el cine clase Z. O mejor dicho, por ese cine que pretende ser bueno pero que resulta ser un desastre. De la misma forma que en la película “Ed Wood” el director Tim Burton rendía culto a uno de los peores directores del cine de Hollywood de los años cincuenta, en “The Disaster Artist” James Franco hace lo propio con “The Room”, considerada por muchos algo así como “El ciudadano” del cine malo.
En Estados Unidos se entregan los razzies, premios a las peores películas del año. En Madrid tiene lugar el festival Cutre Con, donde se reúnen cintas que suponen una verdadera afrenta al buen gusto y en el que conviven batallas de monstruos gigantes, robots hechos con cajas de televisores, Spidermans de procedencias impensables, policías samuráis y otros engendros indescriptibles. Asimismo, existe cada vez mayor cantidad de clubes y de proyecciones especiales vinculadas a esto.
Efectos especiales truchos, micrófonos y cámaras que se cuelan en las escenas, encuadres imposibles, errores de continuidad, problemas visibles en los sets, utilerías y maquillajes horrendos, actuaciones lamentables, líneas de diálogos que rompen los oídos, sobreabundan en el cine-basura proyectado en este tipo de encuentros.
Uno de los aspectos fundamentales para este culto es que, en el momento de su realización, los directores no sean conscientes de que están filmando películas muy malas; allí está la clave. Cuando hay honestidad y autenticidad, este tipo de productos pueden acabar convirtiéndose en algo muy entretenido. A veces están filmados con 200 dólares pero con un entusiasmo y unas ganas de divertirse que no suelen encontrarse en Hollywood. Bollywood y Turquía son fuentes inagotables, pero sólo hace falta rascar un poco en la filmografía de cualquier país para que aparezca un sinfín de estas bizarradas. Uruguay ha dado su aporte con las inenarrables Acto de violencia en una joven periodista, Sábado disco, sábado pachanga y Plenilunio, pero seguramente tenga aún unas cuantas joyas por (re)descubrir. Y es que el material para esta clase de descubrimientos suele ser inagotable. Sólo se requiere gente dispuesta a explorar (y dispuesta a revolver entre la basura).
Acto de violencia en una joven periodista (1988) |
The Room es una entre tantas; es sin dudas exagerado creer, como se ha repetido una y otra vez, que es de las peores películas de la historia. Sí, es cierto que es una película espantosa, una “marcianada” de cuidado: tiene tres escenas de sexo en la primera media hora, y se repiten los planos en una y otra; en reiteradas ocasiones los personajes se lanzan una pelota de fútbol americano al tiempo que conversan, y en una de ellas juegan vistiendo esmoquin, sin que haya una explicación para ello. Las actuaciones son espantosas, pero además el comportamiento de los personajes parece errático: pasan de estar contentos a enojarse o sufrir en cuestión de segundos; en un momento, un personaje cuenta una historia trágica y su interlocutor le responde con una carcajada incomprensible.
ero todo el tiempo se pergeñan películas que son tan malas como esa o peores; sólo hace falta asistir a una muestra de una escuela de cine para dar con adefesios similares. De hecho, es una película cuya incompetencia es principalmente técnica, pero no lo es tanto a nivel narrativo: cuenta con una anécdota clara y personajes definidos; aunque las escenas estén pésimamente concebidas, se entiende lo que sucede. Es decir, al menos The Room es efectiva en hacer entender de qué va.
Quizá la mayor diferencia de The Room con el resto de las películas clase Z es el hecho de haber sido concebida por un tal Tommy Wiseau, un excéntrico millonario que no tenía ninguna formación en cine y que escribió su guión, la dirigió y produjo, y que se colocó a sí mismo en el protagónico con tal de darse el gusto de salir en una película (era rechazado sistemáticamente en todas las audiciones a las que se presentaba). Después de invertir unos 6 millones de dólares en la producción, tuvo lugar su desastroso estreno en Los Ángeles, y aun cuando la venta de taquilla era casi nula, pagó por mantener la película dos semanas más en cartel, para poder competir de esta manera en los premios Oscar. Efectivamente, el delirio de Wiseau no conocía límites. En el póster original advertía que se trataba de “un drama del nivel de Tennesse Williams”.
Pero si hay algo que genera aun más fascinación que las películas malas es la historia de sus rodajes. Aquellas aproximaciones a los pormenores que propiciaron la concepción de tales engendros. El cómo, el porqué de semejante derroche de energías, la descripción de cómo confluyeron fuerzas y varios nefastos astros se alinearon, produciendo el milagro. El libro The Disaster Artist, My Life Inside “The Room”, escrito por Greg Sestero (actor y mejor amigo de Wiseau durante el rodaje) y Tom Bissell, detalla el complicado desarrollo de la producción de la película, en la que se incluyen arrebatos de locura por parte de Wiseau, malos tratos, un elenco y un equipo técnico que fueron remplazados dos veces a lo largo del rodaje, gastos ridículos: se compró todo el equipo de filmación –normalmente se alquila– y se rodó la película en digital y en 35 milímetros simultáneamente, ya que Wiseau no tenía clara la diferencia entre ambos formatos. La innecesaria repetición de tomas y la construcción de sets elevaron notoriamente el presupuesto. Pero lo cierto es que, por los resultados, la película parece haber sido hecha con 100 dólares, y no con 6 millones.
El libro fue muy bien recibido por la crítica y ganó el galardón de no ficción en la ceremonia de premios de Artes Nacionales y Periodismo de Entretenimiento, en Los Ángeles. Cuando llegó a manos del actor y director James Franco, este se obsesionó de tal modo que, según ha dicho, llegó a ver The Room más de treinta veces. The Disaster Artist es, entonces, la adaptación del libro, en la que el mismo Franco interpreta a Wiseau. El abordaje debe muchísimo a una obra maestra: Ed Wood, probablemente la mejor película que hizo Tim Burton en su carrera, fue un ejercicio de nostalgia en el que se rendía culto a uno de los peores directores de Hollywood.
Ed Wood (1994) |
El encare de Franco es bastante similar: sigue a Wiseau y a Sestero de cerca, dando cuenta de sus frustraciones, sus deseos y las circunstancias que los llevaron a tomar la decisión de rodar la película. Pero si bien la nostalgia y el profundo cariño que Burton le tenía a sus personajes era la mayor fortaleza de Ed Wood, aquí lo es el humor del libreto; uno que se sustenta sobre todo en la excentricidad de su personaje principal, tan desconectado del mundo real como vehemente para la consecución de sus fines. Esta película no es tan respetuosa con Wiseau, aunque sí es notable la aproximación a su psicología. Wiseau no sólo fue un narcisista egocéntrico, un manipulador esquizofrénico y un mitómano, sino que además hizo una obra en la que se vuelve patente su radical carencia de empatía, una absoluta incapacidad de ponerse en los zapatos de otros. En definitiva, Wiseau es prácticamente un psicópata, y Franco lo pinta de una pieza.
La interpretación de Franco es el punto más fuerte, convenciendo con un personaje único en su especie. Sus ocurrencias, su desconexión con el mundo real, y sobre todo su desinhibición absoluta y su falta de miedo al ridículo son fuentes para un humor efectivo y casi constante. Por otro lado, Franco acierta exhibiendo su indeclinable voluntad de seguir siendo él mismo pase lo que pase, lo cual da cuentas de su carisma, y del hecho de que algunas personas creyeran en él. En Ed Wood la empatía con el protagonista era tal que uno acababa deseando lo mejor para él, lo cual culminaba en una sensación ambivalente; su entusiasmo, su inocencia y su sonrisa, chocaban contra títulos finales que adelantaban una vida continua de fracasos. Aquí en cambio el excéntrico millonario acaba despertando irritación y un fuerte rechazo, por lo que el acercamiento termina convirtiéndose en distancia. Esto no es malo en sí mismo, pero lleva a que cerca del desenlace la película pierda un poco de su interés inicial. En una de las escenas finales, en la que tiene lugar el esperado estreno de The Room, Franco no hace otra cosa que calcar el clímax final de la película Storytelling, de Todd Solondz.
En definitiva, The Disaster Artist pierde en su comparación con el clásico de Burton, pero es una obra que vale la pena ver y que supone la consagración definitiva de Franco como actor y director. Eso si las recientes y reiteradas acusaciones a su persona por abusos sexuales no logran destruir definitivamente su carrera.
Publicado en Brecha el 19/1/2018
Publicado en Brecha el 19/1/2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario