Bastante menos que eso
Los directores argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat han estrenado hasta el día de hoy cuatro películas: El artista, El hombre de al lado, Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo y El ciudadano ilustre. Todas son claros ejemplos de lo que ellos mismos han llamado la “comedia incómoda”: ese registro generado para provocar carcajadas, pero, al mismo tiempo, inquietud en la audiencia. Esta sensación es a menudo ocasionada por la dificultad del espectador para posicionarse ante situaciones en las que prácticamente todos los personajes tienen sus costados de embuste, ventajismo o directa pusilanimidad; son reproducidos con acierto ciertos rasgos de la idiosincrasia local, pero asimismo conflictos universales, difíciles de olvidar. El vigor narrativo y el buen ritmo son puntos altos de estas producciones.
Esta película es la primera dirigida únicamente por Gastón Duprat, y no es de extrañar que esté enfocada una vez más en el mundillo de las artes plásticas, de los artistas fracasados y exitosos, de las modas y sus arbitrariedades, elementos siempre presentes en su obra. Otra de las figuras de la fórmula es el guionista Andrés Duprat, hermano del director, libretista de todas sus películas y actual director del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Considerando que la anécdota se centra en el vínculo entre un artista en decadencia (Luis Brandoni) y un exitoso galerista (Guillermo Francella), su peso es otra vez significativo.
Como no podía ser de otra forma, el libreto está repleto de ironías y sarcasmos en torno al mercado del arte, aunque sin profundizar demasiado. Hay algunos guiños para las audiencias locales, como el hecho de que los cuadros que pinta el protagonista sean en verdad los del fallecido artista Carlos Gorriarena, o que se escriba en la mano “fin”antes de su intento de suicidio, como hizo Alberto Greco antes de quitarse la vida. Pero se echa en falta algo de esa precisión sarcástica que con tanto acierto utilizaran ambos directores en el pasado; esta vez, Duprat pierde por momentos esa puntería incisiva: tanto en la escena en que hace aparición un pedante y estereotipado crítico de arte, o en aquella otra en la que tiene lugar una transa clandestina de sustancias en un estacionamiento, el director demuestra estar tocando de oído. Así como el personaje de Francella disfruta de prejuzgar y escrutar a los peatones por su porte de cara, Duprat parece haber bocetado algunas escenas desde la distancia y sin suficiente conocimiento.
Pero si bien Mi obra maestra carece, a nivel general, de originalidad o lucidez crítica, en cambio cobra fuerza en el trazado del vínculo entre ambos protagonistas, que en definitiva son el eje del relato. La química entre Brandoni y Francella es sobresaliente, y los vaivenes de una amistad añeja, en la cual las puteadas entrecruzadas son tan numerosas como los abrazos y las sonrisas cómplices, provee al relato de momentos de auténtica emoción.
Eso sí: es necesario evitar a toda costa el trailer promocional, ya que contiene un fragmento que adelanta la vuelta de tuerca más importante de la película. Cómo es que el realizador permitió que semejante spoiler sea difundido, es un auténtico misterio.
Publicado en Brecha el 7/9/2018
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