Atención: este artículo revela detalles importantes de la resolución de la trama. Quizá el lector considere inconveniente leerlo sin antes haber visto la película.
Durante la década de 1980 el dictador Nicolae Ceaucescu decidió llevar a cabo una política para acabar con la deuda externa de Rumania. Para ello implementó una reducción drástica de algunos artículos de primera necesidad como carne, leche, huevos, medicamentos, agua y luz eléctrica, incrementándose así la pobreza en el país. También llegó a prohibir que la temperatura de dentro de las casas aumentara los 14 grados centígrados en invierno. Paralelamente la policía secreta (Securitate) comenzaba a hacerse cada vez más ubicua en las calles, instalándose una suerte de estado policial, sobre todo en los años precedentes a la revolución de 1989.
La ilegalidad del aborto fue impuesta en 1966 con el objetivo de incrementar la taza de natalidad, que se disparó en los años siguientes. Muchas mujeres se vieron obligadas a recurrir a abortos ilegales, lo que provocó que cerca de 500.000 murieran por abortos mal practicados en los 24 años que duró la prohibición. En palabras de Cristian Mungiu, director de 4 meses, 3 semanas, 2 días se trataba de una época en que “el régimen comunista (…) prohibía abortar a las mujeres para aumentar una mano de obra disciplinada”. Mungiu nació en 1968, cuatro años después de la prohibición, y él mismo no había sido programado por sus padres. “Cuando la generación de mi hermana, cuatro años más grande que yo, contaba en total con cerca de 30 alumnos, la mía se dividía en grupos de la A a la G, cada uno de 40 personas. Todo esto mataba al individualismo, nos trataban como a una manada. No pude más adelante ingresar a los estudios de medicina porque un solo puesto lo disputaban 40 candidatos, y al final lo conquistaba el hijo de un funcionario estatal. Toda nuestra juventud fue una gran frustración”.
4 meses, 3 semanas, 2 días sumerge al espectador en la Rumania de los últimos años de Ceaucescu. El año es 1987, todavía no empezaban las primeras manifestaciones contra el régimen y se atravesaba un punto de máxima represión policial. Pero algo curioso en la película es que no es necesario conocer ninguno de estos datos para sentir la opresiva atmósfera propia de una dictadura. Mungiu, consciente de sus escasos recursos (el presupuesto de la película fue de poco más de 600 mil euros) vuelve la falta de iluminación un poderoso medio expresivo y con una dominante gama de grises plasma un ambiente ideal para potenciar las incomodidades. Son muy sutiles los indicios que a lo largo de la película se van dosificando y dan cuenta del clima de paranoia que lo inunda todo. Otilia y Gabita, las protagonistas, ni se animan a hablar entre ellas del aborto, ni siquiera se atreven a nombrarlo en la intimidad de su habitación, fortaleciéndose la idea de que el régimen dictatorial trasciende hasta los ámbitos privados. Para comprar jabón y cigarrillos las jóvenes recurren a la venta clandestina. En un hotel, una recepcionista reta a Otilia por no tener el carné de identidad al día porque, afirma, si la “milicia” la agarra puede tener serias complicaciones.
En este panorama, nada podía ser más problemático que acudir a un aborto clandestino; la sofocante escena del aborto en la habitación de hotel puede recordar a las rodadas por Mike Leigh en Vera Drake, pero si la abortista de aquella película era pura sonrisas, aquí el “médico” no tiene ni la más mínima consideración por Gabita, y hasta improvisadamente llega a abusarse de la desesperación en que las protagonistas se encuentran sumidas. En ningún momento se explican las razones por la que Gabita debía recurrir a un aborto, pero las exasperadas mentiras, los manotazos de ahogado de la chica demuestran que para ella no existe otra salida.
Mungiu introduce mínimos elementos de tensión que se aglomeran en los momentos más conflictivos. Antes de provocarse el aborto, se sabe que puede entrar en cualquier momento algún empleado del hotel a la habitación; el abortista alerta que nadie debe escucharlos y, más adelante, él mismo grita al irritarse. Al rato más elementos angustiosos: responsabilidades que deben ejecutarse con precisión, un teléfono sonando que nadie atiende, una conversación molesta que nunca parece acabarse. Para colmo, las protagonistas son personajes con altos grados de irresponsabilidad, por lo que se conoce que su inestable situación pende de hilos muy delgados.
Por momentos se augura lo peor: la policía se instala en la recepción del hotel, Gabita no atiende el teléfono cuando Otilia la llama para saber si está bien, Otilia debe correr serios riesgos deshaciéndose del feto. La cámara al hombro es otro factor de incomodidad aunque opere a nivel inconsciente: hasta en los planos fijos el cuadro temblequea levemente, causando un efecto reforzador de inquietudes.
Mungiu ha sido sobradamente talentoso en demostrar la opresión de un patriarcado rumano que desconsidera y desvaloriza a la mujer. Discutiendo con su novio, Otilia le cuenta del aborto que debió llevarse a cabo y lo acusa de no cuidarse cuando tienen relaciones sexuales, de caer en la irresponsabilidad de no eyacular siempre afuera. La referencia al coitus interruptus para evitar el embarazo demuestra, quizá mejor que ningún otro detalle, la nula capacidad para acceder a métodos anticonceptivos, y la afirmación de que cualquiera podía llegar al punto de tener que recurrir a un aborto clandestino. Otilia, como Gabita, también es una estudiante de escasos recursos, proviene de un pueblo alejado de la capital y se alberga en Bucarest para poder terminar sus estudios. Se deduce, la clase de persona a la que le sería sumamente espinoso tener un hijo en esa situación.
En la misma conversación de Otilia y su pareja, la vemos desbordada, hipersensible y algo agresiva frente a su desconcertado novio. Él, por su parte, se muestra absolutamente incapaz de comprender o siquiera intuir la situación que ella atraviesa “¿tuvieron que recurrir a un abortista?, mirá vos” parece decir el chico, aparentemente más preocupado por la cena con su familia que por el estado anímico de su novia.
No es arrojado decir que 4 meses, 3 semanas, 2 días es un intenso alegato por la despenalización del aborto, pero es importante señalar sin embargo que la mirada del director Cristian Mungiu tampoco es extremista en ese sentido. Una escena que algún crítico tachó de “gratuita” enfoca, en el piso del baño del hotel y durante un considerable lapso de tiempo, al feto muerto. Es la única escena que se podría calificar de “explícita” de la película, pero sin lugar a dudas, la decisión de incluirla dista sobremanera de la gratuidad. Es curioso que por lo general las imágenes de fetos ensangrentados son utilizadas por los más impresentables grupos antiabortistas en sus terroríficas campañas contra la legalización, equiparando con ellas aborto con asesinato. La decisión de Mungiu de incluir esa escena puede comprenderse ya que en una entrevista señaló que “después de 1989, una de las primeras medidas fue volver a legalizar el aborto. Hubo casi un millón de abortos durante el primer año, mucho más que en cualquier país de Europa. Todavía hoy el aborto se usa como método anticonceptivo en Rumania, con más de 300.000 casos declarados anualmente”. En el panorama rumano actual, Mungiu parece decir “aborto sí, pero con responsabilidad”.
La escena final es elocuente. Si bien lo peor ya pasó y el aborto aparenta haber salido bien, las cosas no terminan aún. Todavía quedan posibles secuelas psicológicas para Gabita, el sentimiento de culpa de Otilia por haber traspasado dolorosos límites morales. Ambas protagonistas se juran “no volver a hablar de esto jamás”, por lo que la historia que atravesaron estaría condenada a perderse, a quedar en la nada. A veces el cine cumple la labor de rescatar del silencio y del olvido hechos y circunstancias que ameritan recordarse, retazos de historia que merecen ser expuestos para impartir sensaciones, dolores y enseñanzas. La última mirada de Otilia a cámara recuerda que el espectador es un tercer personaje invisible, el que al fin puede romper el grueso muro de silencio que las protagonistas construyeron.
Publicado en Brecha el 28/3/2008
4 comentarios:
Aun con esos detalles argumentales (acerca de los cuales tienes, al fin y al cabo, el cuidado de avisar, para que nadie se llame después a sorpresa), tu reseña, compa Diego, es excelente, y anima mucho a acercarse al visionado de una peli como ésta, que, si mucho no me equivoco, no ha de ser un trago ligero. Claro, que tampoco está escrito en ningún sitio que el cine haya de ser siempre un mero divertimento.
Felicidades y un abrazo.
Muchas gracias por tus palabras Manuel.
Debo decirte que la peli dista muchísimo de un trago ligero. Más bien te diría que hay que armarse de valor para verla.
Temo que con esta reseña estoy arruinando alguna de las sorpresas del filme, de ahí la advertencia.
Me alegro mucho si provoca interés, esa es la idea, la película es de lo mejor que he visto en los últimos tiempos.
Otro abrazo, hermano.
Habiendo visto en mi feevy el párrafo inicial, por una parte pensé evitar la lectura, pero al final sucumbí a la curiosidad.
El cine denuncia es un género casi olvidado hoy; con pocos medios y mucha inteligencia se puede ofrecer una buena obra, que suele ser, muchas veces, trago difícil, como bien dices.
Excelente reseña, que inclina a la visión de la película, aún con los datos conocidos.
Un abrazo.
Bueno, supongo que no puede haber mayor elogio que haberte tentado aún cuando desde la entrada alertaba no leer el texto.
Suena extraño que llames a esta película cine "de denuncia", pero supongo que de alguna manera, sí, lo es. Pese a que los hechos se encuentran ambientados hace dos décadas la película tiene miles de correlatos hoy mismo.
Normalmente el "cine de denuncia" carga con la maldición de perder vigencia con los años, pero supongo que esta peli será una buena excepción. Saludos.
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