Brotes del estancamiento
En los últimos dos años Rumania ha pasado de ser un perfecto ausente en el mundo del cine a ser el país más prometedor del actual panorama europeo. Muchos no hubiesen sabido ubicar a Rumania tan fácilmente en el mapa de no haber surgido este reciente estallido creativo, y la creciente imposición de su cine en los festivales de todo el mundo es un hecho tan sorpresivo como inexplicable.
Siempre que surge un fenómeno de estas magnitudes los entusiastas comienzan a hablar con ligereza de “nuevas olas” y los escépticos de “modas pasajeras”, ocurrió hace poco con ciertos estallidos de cine iraní, tailandés y surcoreano. Si bien el fenómeno rumano es relativamente nuevo y recién empieza a proyectarse mundialmente, también es cierto que de un día para otro a lanzado un puñado de películas sobresalientes, que arrasan con premios en festivales internacionales y han logrado hacerse de un sólido consenso crítico. Si esta tendencia se mantendrá unos años más o si, por el contrario, irá diluyéndose paulatinamente sólo podrá saberse con el paso del tiempo.
Lo asombroso es que Rumania apenas produce unas 20 películas anuales y a duras penas tiene un mercado interno donde colocar sus filmes. Es de los países del mundo en que la gente menos va al cine, sólo hay 65 salas en todo el país y el gasto anual promedio en entradas es de cuatro centavos de dólar por habitante. Los cineastas se ven obligados a difundir sus películas en el exterior, o ganar algún premio en festivales para recuperar los costos de sus inversiones. Es cierto que en Rumania existe una ley de cine, copia del modelo francés, que apoya la producción nacional y normalmente llega a cubrir un 50% de los gastos (los presupuestos rara vez exceden el millón de dólares), pero aún así las iniciativas fílmicas en el país son de un carácter prácticamente suicida.
Lazarescu, un punto de inflexión. Si bien existen notables películas rumanas anteriores, La muerte del Sr Lazarescu (2005) fue el primer filme rumano de gran recibimiento internacional y, se puede afirmar, la película “madre” de esta movida. El kafkiano viaje a través del sistema de salud rumano reunía constantes que se repetirían en varias de las películas posteriores: cámaras al hombro que se mantienen a un nivel terrenal y jamás ascienden ni descienden de la altura de los personajes, tomas largas y encuadres fijos, una concepción de la realidad que esquiva toda clase de espectacularidad, la preferencia por historias de la vida ordinaria, cuadros que se plantan de golpe causando cierto desconcierto pero que al rato toman una dirección clara, y un especial cuidado en el delineamiento de personajes, escapando deliberadamente a los estereotipos.
Además de todos estos elementos la película tenía un tono característico del cine rumano: aun cuando se acaba resolviendo la idea principal, al final queda flotando un inquietante sentimiento de irresolución. Lazarescu, como estaba cantado desde el título, termina muriendo. Pero junto al desenlace del filme se planta la idea de que el panorama quedó inconcluso, tenemos la seguridad de que hay graves problemas instalados, y que el cuadro puede repetirse indefinidamente. Nada funciona como debería funcionar en el cine rumano, los problemas técnicos del programa de televisión de Bucarest 12:08 (2006) se extienden a las instituciones, los sistemas ideados para generar comodidad, eficiencia y agilidad en los servicios operan contrariamente a su razón de ser cuando más se los requiere. La burocracia instalada como problema endémico, que enquista las instituciones y oprime a los demandantes.
Los estertores de la dictadura. El tema del estancamiento burocrático remite a otro que también es de importancia capital en el cine rumano: el fin de la era Ceaucescu y la sangrienta revolución de 1989. Los últimos días de la revolución, en que murieron más de mil personas y tres mil resultaron heridas, son tema central de The paper will be blue (2006), en la que un soldado de la milicia decide abandonar su pelotón y luchar junto a las masas, o de Cómo celebré el fin del mundo (2006) donde se acompaña a una familia alejada de Bucarest que atraviesa el momento de la caída del dictador.
Si la gente salió a las calles provocando la caída o si en cambio eso sucedió cuando todo ya estaba terminado es la incógnita central de Bucarest 12:08. ¿El fin definitivo de la era Ceaucescu fue provocado por las multitudes o por una facción oportunista de los militares y del instaurado partido comunista? ¿Fue una revolución o un golpe de estado? A fost sau n-a fost?, título original de Bucarest 12:08, significa ¿fue o no fue? La idea de explorar y cuestionar el pasado reciente está más que presente en esta generación de cineastas rumanos. La ardua tarea de indagar en hechos demasiado frescos, con personas aún muy implicadas y empeñadas en reescribir la historia a su manera.
El diálogo con el pasado, el pensar el presente con la mirada proyectada en hechos ocurridos hace un par de décadas puede verse como un proceso catártico natural y liberador, de subsanación de heridas aún abiertas. La era Caucescu se prolongó por más de dos décadas de férreo control social y a su policía secreta se le han imputado 300.000 asesinatos en el período; incluso se habla de que el actual estancamiento económico de Rumania es en parte consecuencia de la corrupción y los descomunales gastos por parte del régimen. Como en Corea del Sur, en donde hoy abundan los filmes que se sitúan en la dictadura militar de Choon Doo-hwan y que en reiterados casos recrean la masacre de Kwang-ju de 1980, traumáticos hechos recientes son pasto de inspiración para películas notables.
Humor negro. Pese a que a unos cuantos espectadores La muerte del Sr. Lazarescu no les cause ni pizca de gracia, bien es cierto que abunda en chispazos de un humor negro muy peculiar, funcionales al desesperado contexto. “La sala de cirugías parece un frigorífico” le dice un médico a otro, y en otra escena: “Los vecinos dijeron que estaba vomitando sangre”. “Quizá comió tomates”. Bucarest 12:08, también hacía uso del humor basado en el patetismo de ciertas situaciones, pero no debe pensarse que sea un rasgo característico del cine específicamente rumano. Nada de gracioso tiene, por ejemplo, la película Bless you prison (2002), una crudísima crónica que relata la historia de una mujer que es encarcelada y torturada por el gobierno comunista en 1953.
Un humor mucho más juguetón y contagioso tiene en cambio la notable California dreamin’ (2007) en la que a un jefe de estación de un pueblo perdido de la llanura rumana se le ocurre detener un tren de la OTAN que se dirige a Serbia durante los acontecimientos de Kosovo de 1999. La singularidad de la situación, (el jefe de estación detiene a los soldados norteamericanos por no tener sus papeles en regla) y el trazado de múltiples personajes variopintos mueven a una hilaridad casi permanente, y la película guarda alguna semejanza con la festividad balcánica y el sabor agridulce del cine de Kusturica. Su director, Cristian Nemescu, murió en un accidente a los 27 años, y la pérdida de un autor tan valioso y prometedor puede ser comparable a la de Fabián Bielinsky en Argentina o a la de Juan Pablo Rebella en Uruguay.
El común denominador. Pero la característica más significativa del nuevo cine rumano es la discreción y el compromiso con la realidad por parte de los realizadores. A los personajes más odiosos de sus películas se los muestra como seres cercados por circunstancias apremiantes, y si su accionar no es “justificable” puede llegar a ser comprensible de acuerdo a sus problemáticas internas. Serán irritables y abusivos, pero siempre son seres humanos. Pese a que muchos de los cuadros presentados en las películas pueden parecer terribles y angustiantes (Bless you prison, 4 meses, 3 semanas, 2 días, La muerte del Sr. Lazarescu) los realizadores no buscan situaciones especialmente horrendas sino que más bien pretenden acercarse a un denominador común. Cristian Mungiu, director de 4 meses, 3 semanas, 2 días señaló que para hacer su película se entrevistó con varias mujeres que tuvieron que recurrir a abortos clandestinos en la dictadura, y varias de las historias que escuchó eran terroríficas. El aborto de 4 meses, 3 semanas, 2 días bien podía haberse transformado en un desastre sangriento, sin por ello faltar a hechos reales. Lazarescu podía haber sido víctima de una operación errónea producto de la inoperancia médica, y la protagonista de Bless you prison atraviesa sesiones de tortura “leves” en comparación con las de muchos de sus compañeros. Y es que los cineastas rumanos por lo general no buscan los efectismos sino que, por el contrario, les rehuyen como a la peste. Los cuadros citados parecen ser historias que podrían haberle ocurrido a cualquiera, y así dan indicios de circunstancias similares y aún más graves.
Cristi Puiu (La muerte del Sr. Lazarescu), Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días), Radu Muntean (The paper will be blue), Corneliu Parumboiu (Bucarest 12:08) son directores a seguir de cerca, aunque al ritmo que viene sorprendiendo el cine rumano no sería de extrañar que surgieran nombres nuevos en cualquier momento. Por lo pronto, Cristian Mungiu ha dado el aviso de que 4 meses, 3 semanas, 2 días es sólo la primera entrega de una trilogía llamada “Relatos de la edad de oro” sobre la vida en la dictadura, y los cineastas rumanos promedian hoy los 40 años, por lo que es muy probable que se siga hablando de ellos por un buen tiempo más.
Publicado en Brecha el 21/3/2008