No da ni para enojarse. El que avisa no traiciona y esta película nunca se presentó como algo más que el tanque descerebrado que es. El público que no es muy afín a la lógica de acción permanente más explosiones cada cinco minutos más comandos militares arrojados a una audaz misión por salvar al mundo, ya se habría distanciado inmediatamente al ver los avisos promocionales, posters o sinopsis. Tampoco se podía esperar algo bueno de Stephen Sommers (La momia, La momia 2, Van Helsing) un director cuya pasión por los efectos especiales parece ser directamente proporcional a su incapacidad de crear personajes o entramados atractivos.
Pero sí podía aspirarse a que en los llanos estereotipos que pueblan esta película existiera algún elemento que sirviese como vehículo de identificación, que los malos intimidaran, que alguno de los buenos tuviera un poco de carisma, que el dinamismo general proveyese tensión, incomodidad o sorpresa. Es algo que no ocurre, y ni siquiera hay una línea de diálogo aguda, medianamente graciosa o que trascienda a los lugares comunes más repetidos. A la manera de Lost, se introdujeron varios flashbacks en los que se habla del pasado de alguno de los personajes, pero es algo que apenas sirve para establecer alguna conexión entre buenos y malos, para demostrar que los antagonistas ya se conocían de antes; no agregan densidad a los perfiles ni aportan información relevante. Por fortuna el montaje utilizado por Sommers no es tan fragmentado como podría ser por ejemplo el de Michael Bay, y los elementos involucrados en los tramos de mayor dinamismo se diferencian bien, lográndose alguna escena de acción decente. Un fragmento de unos cinco minutos de destrucción constante a través de las calles de París es quizá lo único que podría rescatarse de esta película.
Se apela permanentemente a la fascinación que puede provocar la introducción de tecnologías orientadas a mecanismos de espionaje y destrucción, y su aplicación contra los terroristas malos, que están perfectamente equipados y han desarrollado un armamento paralelo con similar eficacia. El comando de agentes buenos se muestra como un organismo que desarrolla e integra a la perfección inteligencia, fuerza física y tecnología, y que logra aplicar esos recursos para triunfar sobre el mal a duras penas, por cuestión de milímetros o nanosegundos. Tan pero tan eficaz es el comando, que logra detectar el plan de los malos, elaborar estrategias de acción y desplegarlas con precisión en un abrir y cerrar de ojos; una constante que se repite en muchísimas superproducciones mainstream actuales (Transformers, El reino, incluso la saga Bourne) que muestran en un desempeño ejemplar, fluido y perfectamente coordinado a subdivisiones de la CIA, el FBI o las fuerzas armadas de los Estados Unidos.
Pueden leerse en internet cientos de elogios que se centran en la calidad de los efectos especiales, lo que indica que la película podría funcionar si se pensara como mero fuego de artificio. Una obra diseñada para encandilar en el momento que se ve, pero que se olvida en el preciso instante en que uno atraviesa la puerta de salida de la sala de cine.
Publicado en Brecha el 28/8/2009