Compañerismo
épico
Luego de llevarse el
premio especial del jurado en el Festival de Málaga, mejor película
en Trieste, el círculo precolombino de oro en Bogotá y menciones
especiales en Buenos Aires, Lima, La Habana y Bélgica, por fin El
casamiento se estrena en Montevideo.
Julia
Brian, transexual uruguaya, se sometió en 1993 a la operación de
cambio de sexo, pero recién en 2005 el estado uruguayo reconoció su
identidad femenina. Ignacio, por su parte, es un veterano ex obrero
de la construcción que había devenido en cuidacoches cuando conoció
a Julia y comenzó su particular vínculo con ella. Con El
casamiento Garay los
enfoca veinte años después de comenzada su relación. Con claridad,
humildad y un evidente cariño hacia sus personajes y a su material,
Garay contestó apacible las preguntas, hablando de la
posibilidad de filmar un documental desde la cercanía y la amistad
más estrecha.
-Desde Mi
gringa, retrato
inconcluso (2001) ya
presuponías que ibas a
continuar con la historia
de Julia e Ignacio.
¿Qué te hizo pensar
que en tu relato había algo de inconcluso?
-Sí me anticipé, pero
en realidad no tenía tan claro que iba a continuar la historia. No
fue una cosa que dejé ahí premeditadamente. Lo que pasó es que no
quedé conforme con el lugar donde me situé, me parecía que había
una posible historia, había material registrado muy potente pero no
estaba muy conforme con cómo estuvo estructurada la película. A Mi
gringa... ni siquiera le di un status de película
acabada; si me pedís que la defina, te diría que es un copión.
Esto en la jerga del documental es algo muy relevante, como una
versión previa, un borrador. Estaría bueno hacer festivales de
copiones, hacer exhibiciones de copiones con anotaciones del
director. Sobre las cosas que funcionaron y las que no funcionaron.
Sobre las variedades en los puntos de vista. Incluso lo pensaba como
un proyecto en permanente discusión, en algún momento pensé en
hacer sucesivos copiones, e ir comentando el devenir de esa película,
de cómo hacés énfasis en un personaje o el otro, de cómo cambiás
el punto de vista de lo religioso a lo social, de cómo con un mismo
material podés hacer muchas películas. Lo pensaba no como materia
de experimentación, pero sí de reflexión. Más que en acabar una
película o concluir una historia, lo pensaba más por este otro
lado.
-¿Pero vos
sentías que te quedaron
cosas que decir sobre
ellos?
-No tenía un discurso ni
sentía que tenía una deuda con ellos. La llamada que me hace Julia
diciéndome que va a casarse y que me invita a ser padrino es lo que
me da el punto de vista para El casamiento. Con
ese simple acto destrabé todo el resto, me hizo ver en qué lugar
debía estar parado para contar esa historia.
-¿Vos creés
que Julia le salvó
la vida a Ignacio?
-No, creo que se salvaron
mutuamente. Hoy Ignacio depende mucho más de Julia que Julia de
Ignacio, pero en su momento se salvaron mutuamente. Ellos se conocen
antes de que Julia se sometiera a la operación de cambio de sexo y
en el momento en que se opera el que estuvo permanentemente con ella,
el que la asistió, el que incluso durmió abajo de la cama durante
toda la internación fue él, yo creo entonces que existe una
salvación mutua. Por la edad (tienen diez años de diferencia) y por
cuestiones físicas, hoy él depende más de ella.
-¿Y por
qué creés que sea
tan importante para ellos
el casamiento?
-Creo que lo que hacen es
replicar un acto social súper establecido, súper conservador, y que
el casamiento es un viaje sobre todo de Julia. Es como darle un
cierre a estos veinte años épicos de compañerismo, de cosas malas
y buenas. Julia quiere casarse además como Julia, es un acto de
reafirmación de identidad. La película transita desde el lado de la
preparación, del deseo de casarse pero estas cosas no son dichas, no
quise hacer una editorial al respecto. Volviendo al concepto de
copión, eso sería otra película posible y no la que terminó
siendo.
-¿Vos creés
que el amor entre
ellos surge desde la
necesidad?
-Se podría decir que sí,
en el comienzo fue así, se conocen en vísperas de nochebuena y
estaban muy solos, y deciden acompañarse. A partir de ahí empiezan
a crear algo, a construir algo. Me parece que no importa ubicar desde
el dónde, que el hecho importante fue aquello que construyeron.
Cuando vos te relacionás con alguien te podés pelear por muchos
motivos, el vínculo puede fracasar de formas distintas. Pero en el
caso de que prospere, el arranque y el cómo nació deja de importar.
Lo importante es eso que construyeron, que están juntos y que
maduraron mucho como pareja. Aprendieron a tolerarse, a velar por el
otro, a ponerse en el lugar del otro; son cosas que parecen
sencillas pero que son difíciles de lograr.
-A
pesar
de
que
ambos
personajes
parecen
haber
atravesado
mucha
soledad
y
sufrimiento,
no
parecen
ser
personas
resentidas
o
de grandes
rencores.
¿Creés
que
en
este
sentido
sean
excepcionales?
-No hay queja, ni
resentimiento, ni pedido de justicia. Eso es una característica que
tienen, dentro y fuera de la película: en ningún momento se quejan.
Creo que hay mucha gente así, y que el resentimiento no es
patrimonio de ninguna clase social, para nada. Incluso creo que en la
gente más humilde es un sentimiento poco frecuente. Creo que el
resentimiento es más propio de las clases medias, la verdad no soy
sociólogo, pero tengo esa sensación. Julia e Ignacio no buscan
culpables: más bien dicen, "esto nos tocó, vamos a tratar de
llevarlo lo mejor posible".
-Y llama
la atención como derrochan
amor, incluso con sus
mascotas...
-Sí, es esa cosa de
querer generosamente, a las plantas, a todo lo que los rodea. Y no
creo que sea algo excepcional, acá hay mucha gente así, lo que pasa
es que no lo vemos. Por varias cosas; porque estamos apurados, porque
no los queremos ver, o porque nos engancha más lo perverso, el
discurso de la gente jodida.
-¿Hablás
mucho con los personajes
antes de filmarlos?
-Hablo antes, después,
durante, permanentemente. Generalmente hablo de muchas cosas que no
tienen que ver con lo que voy a filmar.
-¿Y creés
que la cámara los
predispone de algún modo?
-Claro, la cámara es un
motivador increíble. Hay muchas teorías que dicen que vos tenés
que depositar la cámara para que la gente se olvide, pero eso es
mentira, la gente no se olvida. La cámara genera cosas y yo siempre
la utilicé como un aliado; intento provocar cosas, situaciones,
emociones. La cámara trabaja por sí sola: es una herramienta, no sé
por qué, motiva a la gente a hacer y decir cosas que normalmente no
hace o dice. En este caso hubo una estrecha relación y confianza.
Acá tuve una responsabilidad y un nuevo desafío. Si ellos se
manifiestan como tus amigos y te piden que seas padrino, la
responsabilidad aumenta, el compromiso a ser lo más cuidadoso y fiel
en el momento de representar su historia.
-En la
película el espectador se
olvida de tu presencia
y la de tu equipo. ¿Cómo hacés
para desaparecer del
cuadro?
-Lo busqué por el
dispositivo narrativo que tiene la película, que está compuesto por
escenas. Hay situaciones que comienzan y terminan en la misma unidad,
o sea, no es un registro contínuo. Digo: vamos a almorzar. Hago el
almuerzo, construido con la previa, el durante y el después y con
situaciones intermedias como si fuera una escena de ficción y en ese
lapso las reglas son: nosotros no estamos. Y dejo ese motivador de
saber que cada acción es natural, pero a su vez tiene esa carga de
representación porque se sabe que hay una cámara. Eso lo
capitalizo: "hagan de cuenta de que Aldo el amigo no está".
La escena cotidiana viene con el agregado de un grado de
interpretación, esto quiere decir que hay comentarios, gestos,
acciones remarcadas (en lugar de lavar una taza se lavan dos tazas,
por ejemplo). El recurso narrativo, el dispositivo, sólo puede
aplicarse en este caso. Lo irrepetible es ese pequeño escenario y
ellos como geografía humana. Si el mismo método lo quiero utilizar
en otra película va a fracasar rotundamente, ellos reaccionan y
ellos se autorrepresentan de esa manera, y con otras personas el
método debería ser distinto. Esto fue una reinvención en si misma,
y el método murió acá.
-Jorge Ruffinelli, el crítico, ha dicho:
"Garay da voz a
los que no la
tienen en el cine",
algo así como que
fueras un intermediario
entre los marginales y
el público integrado. ¿Qué
pensás de esa afirmación?
-A Jorge lo aprecio
y respeto mucho, pero creo que es exactamente al revés. A mí me dan
voz, yo no le doy voz a nadie. Yo me expreso a través de la gente.
Es verdad que soy el gran manipulador, dirigir es básicamente el
acto de manipulación al extremo: elegís lo que encuadrás, lo que
seleccionás, lo que editás. Pero eso de "dar voz" tiene
algo como de superioridad, ¿quién soy yo para darle voz a otro?
Publicado en Brecha el 20/7/2012
Publicado en Brecha el 20/7/2012