Tabú (Miguel Gomes, 2012)
Revelación
Pocas veces
queda tan en clara
y con una sóla
película la grandeza de
un director. Miguel Gomes es
un cineasta portugués, un
mal estudiante en general -según
sus propias palabras- y
un prestigioso crítico de cine
que continúa una tradición
de consagrados cineastas que también fueron
críticos (Rohmer, Truffaut, Godard).
En realidad Gomes ya
había filmado A cara
que mereces (2004) y Aquel querido mes
de agosto (2008), que este
cronista aún no vio
(aunque reparará esas
faltas con presteza) y
entrega aquí una bellísima
historia sugerente, humana, poderosa y
rica en significados. Dividido
en dos episodios, el
personalísimo planteo está filmado integramente en
blanco y negro, aunque
en distintos formatos: la primera parte
fue filmada en 35
mm y la segunda
en 16 mm, notándose
esa diferencia en el cambio sustancial en la granulación de la imagen durante la
segunda mitad.
El primer episodio se ubica en Lisboa, en la actualidad. Una mujer está preocupada por la situación de su anciana vecina, quien se ve afectada por su propia ludopatía y por importantes delirios paranoicos. Arribada la segunda parte, esta historia es abandonada por completo y se plantea un inesperado salto hacia atrás, cincuenta años antes, situándose la acción en Mozambique, colonia portuguesa, en un contexto político y moral absolutamente diferente (notar el contraste entre las preocupaciones sociales de la protagonista durante la primera parte y el desinterés total generalizado en la segunda). Además de ser un homenaje inmenso al cine clásico -Tabú es también el nombre de la ficción-documental filmada conjuntamente por dos de los más grandes: F W Murnau y Robert J. Flaherty- la película plantea un brillante juego de confrontación entre una historia y la otra, planteando una exploración sobre el amor, sobre la percepción del paraíso (los únicos paraísos son los paraísos perdidos, decía Borges), acerca de la juventud y la vejez, y de cómo muchos nos olvidamos que detrás de esta vino aquella, marcándola a fuego
con traumas, culpas y tabúes que determinan la personalidad.
En otro
país (Hong Sang-soo, 2012)
La vida
multiplicada
Ya era
hora de que llegara
a nuestro país una
película del maestro surcoreano
Hong Sang-soo. Se trata de
uno de los menos
conocidos cineastas de su país,
pero no por ello
se trata de uno menor
a los que pudieron
verse aquí. Heredero del
mejor Eric Rohmer, su
cine se centra en
unos pocos personajes, en
anécdotas aparentemente mínimas, en situaciones
casuales que en principio
no parecerían trascender demasiado. Como aquél, Hong
es un maestro del
artificio, ya que utiliza
los artificios cinematográficos para generar la
ilusión de que no
existe artificio alguno, y que
tan sólo estuvieramos presenciando fragmentos
de realidad, que nos encontráramos entre los personajes, dialogando apaciblemente.
Pero como
en el cine de
Rohmer, no es tan
importante lo que los
personajes dicen como lo
que ocurre por detrás:
lo que puede inferirse
en los pequeños gestos,
en las miradas, en
los tiempos de reacción,
en las fricciones, en
los sutiles indicios de interés,
desagrado o desconfianza. Es
en estos detalles que
se construyen las verdaderas historias,
los que le aportan
a los personajes un
matiz único, una profundidad
emocional y psicológica y
lo que les da
a las anécdotas una
dimensión universal.
Aquí se presenta una chica en apuros, que para paliar su desesperación se dedica a escribir tres guiones con una misma protagonista llamada Anne (la maravillosa Isabelle Huppert, en los tres casos). En cada una de las historias Anne llega a una ciudad costera en Corea
del Sur y siente una profunda atracción por un guardavidas. Los tres episodios presentan variaciones -las características del personaje principal, básicamente- y muchísimos puntos en común, de manera que se establece un constante diálogo entre cada uno de ellos, proponiendo, como la vida misma, una infinidad de variables a una misma situación.
Cosmópolis (David Cronenberg, 2012)
Un virus que
atraviesa
Manhattan
Seguramente nunca se había visto un Cronenberg tan deliberadamente filosófico y profundo. Y tratándose de un director que bucea dentro del lenguaje audiovisual como pocos y que, haga lo que haga, siempre propondrá además un buen espectáculo, esta voluntad es más que bienvenida. Con un personaje excéntrico y extraterrenal -un multimillonario apático que navega en limusina a través de las calles de Manhattan- y una estética sofisticada y pulcra que recuerda a los elegantes devaneos de Crash (1996), el director canadiense plantea un recorrido único, la travesía de un lado al otro de la ciudad en la que el apático y paranoico protagonista pretende llegar a una pelúquería para hacerse un corte de pelo que ni siquiera necesita. En su recorrido, una atractiva fauna de personajes -varios de ellos actores inmensos, como Juliette Binoche, Mathieu Almaric o Samantha Morton- dialoga con él. Pero las calles están cortadas por una manifestación popular de indicios apocalípticos -recordar la revolución de la "nueva carne" de Existenz (1999)- y el universo del protagonista se resquebraja -pasa a una bancarrota radical en cuestión de segundos por una apuesta financiera desacertada- de la misma manera en que se va destruyendo su limusina, a la que al menos le queda un lugar en el cual dormir. Las constantes cronenbergianas se imponen: perversiones que exceden a lo mundano, el hombre presentado como el mayor virus imaginable, la toxicidad de la carne y sus caprichosas deformaciones, el triunfo de las pulsiones sobre lo racional, el desapego, la tecnología y su transformación social. De un nihilismo rasante, una obra que habla de un tiempo y de una época como pocas, y que quizá acabe por ser mucho más grande de lo que aparenta.
Las cosas
como son (Fernando Lavanderos, 2012)
La amenaza marginal
El director chileno Fernando Lavanderos ha dicho en una ocasión que hace cine "para cuestionar la realidad". Pero su película Las cosas como son no se inscribe con facilidad en el cine social tal cual lo conocemos, ya que apunta sus baterías a cierta clase media desahogada y a su idiosincrasia característica. En Chile las brechas sociales son enormes, y pese al auge económico, la desigualdad no ha mejorado. Esta segregación se encuentra profundamente ligada a las instituciones educativas -claramente diferenciables en cuanto a estratos sociales- y a la división territorial. Barrios opulentos, cercados e impenetrables se oponen a poblaciones pobres que pueden encontrarse a quilómetros de distancia, sin que existan espacios en común para el encuentro. Lavanderos aborda este tema desde la perspectiva de un muchacho de mediana edad, pero que tiene una mentalidad de viejo. Su larga barba da la pauta para esta curiosa dualidad, y permite entrever su perfil taciturno y poco sociable. También sugiere que es un personaje temeroso, un hombre que se esconde detrás de todo ese pelo de la misma manera en que refuerza las seguridades de su casa y tiene una actitud poco amigable ante la gente que lo circunda. Cuando una atractiva chica sueca aparece en su vida e intentra ocultar un adolescente marginal en su casa, su existencia da un vuelco, descolocándolo y dejando en evidencia sus paranoias, sus prejuicios, su manera de concebir el mundo, que no deja de ser el de la amplia mayoría de nosotros. Surgen esas excusas de que "las cosas son así", que son invocadas solamente cuando nos conviene y vemos peligrar nuestra estabilidad.
Era uma
vez eu, Veronica (Marcelo Gomes, 2012)
Existencialismo
en el trópico
La
película empieza con una escena de una orgía en una playa. Pero no hay nada de
chocante en el fragmento, y el cuadro todo está filmado con esa energía
contagiosa, con la cálida alegría, la estética luminosa característica y
prácticamente exclusiva del cine brasilero. Veronica es una mujer que no parece
muy dada al romance, pero sí al sexo, y disfruta del carnaval, del mar, de sus
amantes pasajeros y de su convivencia con su anciano padre. Una vez recibida de Psiquiatra, le toca chocarse con la más acuciante realidad de la ciudad de Recife:
su atención en una clínica pública le depara pacientes desvalidos,
desesperados, excéntricos o directamente desquiciados que incorporan una fuente
de estrés considerable a su vida. Descolocada ante esta primera entrada a la
más ardua rutina laboral, se le suma que la salud de su padre comienza a dar
indicios de fragilidad. Él, temiendo que su hija quede sola, como última
voluntad le ruega que antes de que muera encuentre al amor de su vida, pero
ésto es lo último a lo que Veronica parecería aspirar. El director Marcelo
Gomes (Cinema, aspirinas e urubus y Viajo porque preciso, vuelvo
porque te amo en codirección con Karim Ainouz) aporta logrados climas y
buen ritmo, y logra dar con la nota agridulce necesaria para que su relato se
vuelva una experiencia vital universal. La brillante actriz Hermila Guedes
sustenta con su presencia un relato palpitante, en el cual, de golpe, todo el
peso de la existencia pareciera invadirla.
Publicado en Brecha el 22/3/2013