El segundo festival de cine más prestigioso del mundo (después del de Cannes) es inmenso y prácticamente inabarcable. Más de 400 películas en programación, distribuidas en diez grandes complejos cinematográficos, a lo largo de tan sólo diez días. Más paneles, más conferencias, más celebridades que desfilan por alfombras rojas. Para el visitante, la sensación de estar perdiéndose eventos grandiosos e irreproducibles es constante e inevitable.En la Berlinale ocurren cosas increíbles, casi permanentemente. Es algo muy corriente ir a ver una película y que cuando termine, sin aviso previo, salgan el director y los actores de entre la audiencia y suban al estrado, para hablar y contestar las dudas que el público tenga. Por eso, hay que tener cuidado de no bostezar ni dormirse en la proyección, ya que en los asientos inmediatos podrían estar sentados el guionista y el director, emitiendo opiniones que podrían sonar como mónadas a nuestros incultos oídos. Las proyecciones suelen estar abarrotadas de gente, e incluso el inmenso cine FriedrichStadtPalast, con sus tres pisos y 1895 asientos –colocados en arco, tipo estadio- suele quedar sin un sólo espacio libre. Es emocionante ver, por ejemplo, una retrospectiva de Ingmar Bergman agotar sus locaciones, y que un sinfín de cinéfilos desquiciados pague de 8 a 11 euros (dependiendo del cine) para ir a ver estas películas. Para el público común es muy difícil elegir que ver: 400 películas son proyectadas a lo largo de diez días, y la manera más segura de conseguir entradas es mediante Internet, siempre con unos cuantos días de anticipación. Elegir ver alguna de ellas es una ruleta rusa: uno puede tener mala suerte y que justo le toque alguna de las malas del festival -y sí que las hay- y, como en todo festival, no es fácil asesorarse. También hay a diario paneles en los llamados HAU (Hebbel am uffer) donde grandes eminencias hablan y discuten sobre sus películas, y de las formas de hacer cine. En uno de ellos, titulado “Filmando la guerra” el director danés Janus Metz afirma que lo mejor es aproximarse a la guerra desde una perspectiva neutral y el bosnio Danis Tanovic le responde, acaloradamente, que la neutralidad es una excusa perezosa para no hacer nada. Al otro día, Wim Wenders comenta sobre las bondades de la tecnología del 3D, y al siguiente, Ralph Fiennes le discute a Istvan Szabó acerca de las relaciones director-actores.
El público no podría ser más cosmopolita: españoles, brasileros, británicos, italianos, cubanos, mexicanos, africanos oscurísimos, nórdicos pálidos, rusos, latinos en general, asiáticos risueños, turcos, y otros tantos que ni dios sabe de donde habrán salido. Todos llevan pesadas ropas para resistir el frío –las temperaturas afuera de los cines llegan a 7 bajo cero- y se hacen entender en un inglés ecuménico que nunca adquirió tan variadas e inverosímiles pronunciaciones.
No pude ver ninguna de las grandes ganadoras. Se habla muy bien de la iraní
A separation (ganadora del Oso de oro) y comentan que
A turin’s horse de Bela Tarr, ganadora del premio del jurado, es aburridísima (esto último me lo dijeron confidencialmente varios críticos, casi en un susurro, ya que Tarr es el último director venerado, alabado y laureado por la crítica internacional). También se dice que la selección oficial fue la peor en años, y las explicaciones para ello son varias: que el festival se resiste a poner allí películas estrenadas anteriormente, y que a veces reciben algunas sin siquiera haberlas visto, apostando a directores que supieron rendir anteriormente. En definitiva, muchas de las mejores películas no se encuentran en las principales categorías, sino en las secundarias –en la titulada Panorama, por ejemplo-.
Si las películas que pasan en el momento no parecen muy prometedoras, nada mejor que internarse en la sección de cortometrajes internacionales, donde la calidad está más que asegurada.
Además de la aclamada retrospectiva de Bergman, también tuvo mucho éxito la que se hizo en homenaje a Jafar Panahí, y la Berlinale se ocupó de que la ausencia del director iraní se sintiera en todo momento, de subrayar de todas las maneras posibles que había un asiento vacío en el jurado. Dieter Kosslick, director del festival, aclaró desde un comienzo: “vamos a aprovechar toda oportunidad para protestar contra este drástico veredicto”.
Fuera de eso, este cronista pudo ver una quincena de películas, de las cuales aquí se reseñan las más interesantes. Se concluye, además, que existe una gran tendencia mundial a filmar y exhibir documentales sobre la vida cotidiana, muchas veces con enfermos convalecientes, así como películas gay autorreferenciales. Y también documentales sobre la vida cotidiana, gay, autorreferenciales y con enfermos convalecientes. El mismo rollo repetido tantas veces puede volverse hastiante.
Life in a day (Kevin MacDonald, Estados Unidos, 2011)
Es increíble lo que la gente puede hacer con tan sólo una cámara. La idea base de este documental es genial y fue muy provechosa: mostrar un collage de momentos únicos que acontecen durante un sólo día en todas partes del mundo. Mediante un llamado en youtube se exhortó a usuarios de todo el planeta a filmar lo que fuese que les llamara la atención –la vida privada, la luna, animales, gente trabajando- durante un día elegido al azar: el 24 de julio del 2010. El resultado obtenido fue inmenso y desmesurado: 80.000 envíos sumaron 4.500 horas de material fílmico, proveniente de más de cien países. El largo de los fragmentos es variable –duran desde un segundo hasta cerca de cinco minutos- y el resultado final, sorpendente y abrumador.
Y también es una película muy divertida. Algunas piezas del puzzle son graciosas, otras francamente emotivas y otras directamente chocantes. No hay títulos indicativos que den cuenta de la proveniencia de las imágenes que vemos, y un rápido montaje vincula temáticamente los distintos segmentos. Por supuesto, el margen de posibilidades estaba delimitado por el montaje, y ésta fue la herramienta utilizada para generar unidad y sentido. Y el esfuerzo del director Kevin MacDonald fue claramente descomunal. Una banda sonora compuesta por música de diversos países acompaña armoniosamente el ritmo de las imágenes, y la temática expuesta no podría ser más variada. Boracheras, felicidad, amor, ternura, alegría, asombro, angustia, miedos, guerras, enfermedad, violencia, muerte. Un muchacho expresa con entusiasmo su amor por su heladera, un pibe roba en un supermercado, otro sale a la calle con pistola y jeringas, otro confiesa por teléfono a su abuela sobre su propia homosexualidad. Un padre le enseña a su hijo adolescente a afeitarse, en frente al espejo. Una familia siente el golpe del cáncer cambiar su vida para siempre. Una niña trepa hasta la cima de una montaña humana, en un maravilloso plano-secuencia que corta el aliento.
MacDonald también intercala algunas imágenes naturales de tipo “National Geographic” o “Animal planet” –no agregan nada a la película pero son muy bonitas de ver- pero el enfoque está principalmente orientado a gente joven y niños –los viejos están algo discriminados- y quizá sea esa la razón de que haya tanta vitalidad en este abordaje.
Eso sí, la ausencia de sexo de ninguna manera se encuentra justificada. Sólo hay un breve fragmento que sugiere los preámbulos de una relación sexual, pero la referencia es tan tímida que ni siquiera cuenta. Es una pena que un aspecto tan importante de la humanidad haya sido omitido, y que, en este sentido,
Life in a day haya sido tan claramente tocada por la censura y la corrección política imperante en Hollywood.
Les contes de la nuit (Michel Ocelot, Francia, 2011)
La acción transcurre, en un comienzo, en un destartalado cine. Allí se reúnen por las noches dos adolescentes y un hombre mayor, para representar viejos cuentos de hadas. Provistos de computadoras y extrañas máquinas futuristas, los implicados construyen a su antojo trajes y decorados para desarrollar historias en las que dan rienda suelta a su imaginación.
Esta premisa original no es otra que la misma utilizada en la grandiosa precuela
Princes et princesses, y que, al igual que ésta -que vendría a ser algo así como la segunda parte- también era un compilado de cuentos animados para la televisión francesa. Pero la suma de fragmentos converge perfectamente logrando una obra coherente y redonda, con historias de amor situadas en mundos lejanos y místicos (La Europa medieval, África, el Caribe) provistas de conflictos morales y grandes amenazas -dragones, animales mitológicos, avaros y pérfidos villanos- que atentan contra el orden establecido. Algunos de los cuentos están basados en historias preexistentes y otros son de libre inspiración, y cierto es que el resultado es un poco irregular debido al desigual interés que despierta cada historia. Pero se trata de una película capaz de maravillar niños y padres por igual, con una propuesta bellísima, inteligente y dotada de ese aire fabulesco de los cuentos de toda la vida.
Michel Ocelot (
Kirikou y la bruja,
Azur y Asmar) otra vez rinde homenaje a la animadora alemana Lotte Reiniger y a sus figuras chinescas, ya que la acción es construida íntegramente con bellas sombras oscuras animadas que contrastan con un intenso y colorido fondo, y una vez más plantea atractivas historias de superación, con personajes valientes que se arrojan a emprendimientos sobrehumanos. La tecnología del 3D permitió a Ocelot contrastar aún más las figuras con los fondos, pero en este caso no parece jugar un papel determinante. En cambio, el 3D sí tuvo una presencia muy importante en esta edición de la Berlinale; un papel tentativo, casi “experimental” –hasta fue utilizado en el último documental de Herzog
Cave of forgotten dreams- y quienes pudieron ver
Pina de Wim Wenders no sólo aseguran que es la mejor película del director alemán en muchísimo tiempo, sino que además es un filme que verdaderamente justifica la existencia del 3D. Claro que sería ingenuo pensar que algún día los complejos cinematográficos uruguayos van a dignarse a prestar sus salas 3D para la exhibición de una película europea.
Tropa de elite 2 – O inimigo agora é outro (José Padilha, Brazil, 2010)
Cuando se estrenó la película
Tropa de elite se instaló una gran polémica. Y es que la fiebre inmediatamente se apoderó de las mismas calles de Brasil, exhibiendo costados deplorables e inesperados. Los niños en la calle jugaban a ser el protagonista, el nefasto capitán Nascimento, líder del BOPE (Batallón de Operaciones Policiales Especiales), un personaje que torturaba, exterminaba y se valía de medios cuestionables para acabar con el narcotráfico de las favelas. El director Padilha, con su espíritu crítico y su intención de colocar al espectador en los pies de un asesino, había creado, sin saberlo, un monstruo, del cual se vendían muñequitos de acción como pan caliente. Y como de la película no se desprendía la posición de Padilha ante el conflicto expuesto, no fue extraño, entonces, que fuera tildado directamente de fascista, sólo por el hecho de intentar acercar el espectador a la psiquis de un personaje terrible aunque también racional y comprensible.
Las repercusiones del cine masivo en el entramado social son poco predecibles y el polémico episodio es elocuente acerca de que los cineastas deberían ser conscientes de que sus cámaras son armas de doble filo. Será por eso que
Tropa de elite 2 es mucho más clara, discursiva en su denuncia, por eso será que los soldados del BOPE son mostrados como máquinas programadas que se equivocan flagrantemente y cometen tropelías irreparables. Otra vez se plantean situaciones políticas complejas, contradictorias y sin aparente salida (Padilha demuestra ser, una vez más, un excelente analista de la actualidad brasileña), y en este caso lo que se detalla es el ascenso y la imposición mafiosa, en las favelas, de la policía corrupta –lo que actualmente se denominan milicias- y que comienza a sustituir, a los tiros y con total impunidad, el poder dominante de los narcotraficantes. El resultado es un estado de sitio zonal en el que la policía comienza a cobrarle a la mísera población civil peajes, impuestos y coimas hasta para respirar.
Padilha se confirma, por tercera vez consecutiva, como un gran director (antes de la primer
Tropa de elite había logrado el excelente documental
Ônibus 174). Un ritmo endiablado, acompañado con la imparable y amoral voz del Capitán Nascimento –ahora ascendido a Subsecretario de Seguridad de la Gobernación de Río- expone con claridad los estructurales y alarmantes vínculos de corrupción política existentes, la inviabilidad de la situación actual, y los espirales de violencia e injusticia social.
Tropa de elite 2 es una poderosa película que conjuga brillantemente entretenimiento y denuncia, y que llama a la reflexión; no es algo que pueda verse todos los días. Y junto a
Ciudad de Dios y la primera
Tropa de elite, no debe haber un cine tan impactante y que hable tanto y tan bien de la complejidad de la vida en entornos de miseria y violencia extrema.
Bullhead (Michaël R. Roskam, Bélgica, 2011)
Puede decirse que
Bullhead es una atípica película que expone y se centra en las pequeñas mafias que dominan el negocio de las hormonas y el ganado en Limburgo, Bélgica. También podría afirmarse que es una feroz historia de venganza, o un elegante y oscuro ejercicio genérico de violenta catarsis. Pero lo cierto es que, ante todo, se trata de una película centrada en un desequilibrio, en la desencajada psiquis del protagonista, (Matthias Schoenaerts) un inquietante bodoque de rasgos casi bestiales, proclive a exabruptos de violencia. Un sujeto resentido y traumatizado hasta los huesos, al cual un atípico suceso ocurrido durante su infancia –que no será develado aquí para no arruinar un largo flashback explicativo- determina su existencia adulta, convirtiéndole en un sufriente desvalido.
La película está inspirada en un hecho real ocurrido en 1990. Un veterinario belga fue asesinado, luego de repetidas amenazas, ya que se dedicaba a la inspección de los usos sospechosos de las hormonas en el ganado. Los grupos de interés que pergeñaron el asesinato fueron denominados “la mafia de las hormonas”. Así, al comienzo, el protagonista es asesorado por un cuestionable veterinario, que trata de convencerlo de cerrar tratos ilegales con un forajido magnate de la carne, y comienza a desarrollarse una trama que esboza un mini-cuadro coral delictivo, en el que todos y cada uno de los personajes presentados son altamente reprobables en su accionar, por no decir que en la mayoría de los casos se trata de inescrupulosos hijos de puta. El crudo retrato del accionar de pequeñas mafias, y el registro realista pero con pretensiones genéricas, recuerda sobre todo a la notable
Eastern promises de Cronenberg; pero aquí la atmósfera es aún más oscura y derrotista. Desde el mismo comienzo el protagonista anuncia desde una voz en off:
“life is fucked”, marcando el espíritu imperante en el filme. Una bella fotografía contrasta la luz diurna con los oscuros colores dominantes, agregando una ambientación mortecina al planteo. Y la permanente comparación de los humanos con los animales destratados, inyectados, forzados a un cautiverio inhóspito y luego masacrados, no podía funcionar mejor, ni sentirse más pertinente.
The Bengali detective (Phil Cox, Estados Unidos, Gran Bretaña, India, 2011)
He aquí un documental increíble, único en su especie. Calcuta es una de las grandes megalópolis del mundo. Capital del estado indio de Bengala Occidental y capital cultural de la India, se trata de un hormigueante y vital centro urbano. Pero muchos habitantes han perdido la confianza en las autoridades policiales locales y, por tanto, una vieja profesión se encuentra en auge: los detectives privados. El director británico Phil Cox decidió hacer entonces un seguimiento a un líder de investigadores, instalando sus cámaras junto a él, y acompañándolo a todos lados, desde la privacidad de su hogar –en el cual su mujer sufre una enfermedad terminal- hasta la acción en las calles, e incluso durante su tiempo libre –utilizado principalmente para ensayar coreografías, junto a su equipo de detectives, para un concurso de baile-.
Y
The Bengali detective es una película que lleva permanentemente a dudar si lo que se está viendo es de verdad un documental o una ficción. Y lo más asombroso es que sí, se trata de un documental. El grupo de detectives se cree poco menos que superhéroes, aunque sus cuerpos disten mucho de ser esculturales, y sus abundantes estómagos lo desmientan. Hay que verlos entrenándose en artes marciales, rodando por el piso y escondiéndose torpemente detrás de vehículos en hilarantes despliegues callejeros, o convencidos de que saben bailar y de que van a ganar, por robo, ese concurso.
Las misiones en las que se ven involucrados parecen en un principio poco relevantes, pero acaban asomando increíbles dimensiones humanas. El primer llamado lo reciben desde una empresa multinacional de champú, para dar con vendedores callejeros que venden champú trucho y que les lleva a perder millones. En la india, la falsificación atraviesa un boom actualmente. Todo se duplica y se adultera: leche para bebés, alimentos, cds, artículos para el hogar. Cuando los detectives dan con uno de los infractores, las cámaras deciden acompañarlo, seguirlo en su encuentro con las autoridades y finalmente hasta la cárcel, descubriendo sus verdaderas necesidades y sus motivaciones.
La segunda misión es un caso de adulterio y violencia doméstica, que acaba por ser sumamente elocuente sobre la situación de muchas parejas con hijos en la actualidad, y sobre las decisiones que determinan la vida adulta. La tercera es un curioso caso de un sangriento triple asesinato, con adolescentes arrojados a las vías de un tren, y que lleva a los detectives a sospechar de los mismos familiares de los implicados.
Quizá un poco alargada de más sobre el final,
The bengali detective es mucho más que una gran película. Es una experiencia irreproducible.