El
silencio
como
narración
El
director
argentino
Pablo
Giorgelli
estuvo
de
paso
por
Montevideo
para
la
presentación
de
su
ópera
prima
Las
acacias,
en
la
que
Jacinta,
una
mujer
paraguaya,
va
a
parar
al
camión
de
Ruben,
junto
a
su
beba
de
pocos
meses.
El
camionero
transporta,
junto
a
ambas
inmigrantes,
troncos
de
acacias
desde
Asunción
del
Paraguay
hasta
Buenos
Aires,
y
la película sigue
el
extenso
recorrido,
plasmando sutil
y
paulatinamente
un
intercambio
a
base
de
silencios,
gestos
y
miradas
que
desentrañan parcialmente los
pensamientos de
los
personajes,
los
sentimientos
que
afloran,
sus
transformaciones
internas.
Por
los
lados se
asoman
las
temáticas
de
la
discriminación
al
inmigrante,
la
deforestación,
la
explotación
laboral,
sin
invadir
al
relato.
Sobre
la
buena
fortuna
en
festivales
y
en
el
mismo
rodaje,
sobre
los
entretelones
de
una
brillante
dirección
y
sobre
gustos
cinematográficos se extendió Giorgelli, en esta entrevista.
-Las
Acacias
fue
tu
primera
película,
y
Cannes
tu
primer
festival,
del
que
te
llevaste
nada
menos
que
cuatro premios.
¿Te
imaginabas
repercusiones
de
ese
tipo?
-Nunca.
Yo no me imaginaba ir a Cannes. Había ido por una cuestión fortuita
al Festival de la Habana donde el guión concursó y ganó en una
sección de ayuda a la posproducción, y cuando me iba, en el
aeropuerto, di por casualidad con un tipo que trabajaba en Cannes.
Fui a saludarlo, le dije hola soy Pablo, tengo una película. Me
pidió una copia y se la di. Tres meses más tarde estábamos siendo
invitados a la Semana de la crítica, porque él era el director
artístico.
La
verdad es que sí tenía la intención de mandar la película a algún
festival, pero Cannes ni se me pasaba por la cabeza. Incluso después
de haber ganado los tres primeros premios en la Semana de la crítica
de Cannes nos fuimos, porque nunca nos hubiésemos imaginado que
también ganaríamos después la Cámara de Oro (galardón a primer
película), un premio ya oficial, groso.
-¿Una
premiación
así
abre
muchas
puertas?
-Bueno
sí.
Ahí
empecé
a
comprender
un
poco
más
lo
que
significa
Cannes.
A
partir
de
ahí
la
vida
de
la
película
cambió.
No
teníamos
que
hacer
nada,
empezaron
a
llegarnos
invitaciones
a
muchos
festivales,
la
película
se
estrenó
en
muchos
países.
Después
seguimos
con
los
premios,
ganamos
en
una
sección
paralela
de
San
Sebastián.
El
Festival
de
Londres
tiene
solo
cuatro
premios,
y
uno
lo
ganamos
nosotros:
el
de
mejor
ópera
prima.
-Produjiste,
co-escribiste,
dirigiste,
montaste,
y
te
llevo
cinco
años
concebir la
película
¿Cómo
la
financiaste?
-Laburo
de otra cosa. Tengo un bar en Buenos Aires, ahí a cuatro cuadras de
Plaza de Mayo. Junto a otros amigos llevamos un bar irlandés que
funciona desde hace once años, vivo de eso y alguna otra cosa.
Primero me llevó dos años escribir el guión, los fines de semana,
a la noche, cuando podía. Mientras, laburaba en tele, hice
documentales, trabajé como productor de teatro, obras para niños,
distintas cosas. La película salió en parte de mi bolsillo, también
estuvo el premio que te comentaba de La Habana de guiones inéditos,
que en ese momento era mucho dinero, y la ayuda del Instituto de Cine
Argentino. Las acacias
tampoco tuvo un presupuesto muy grande, más bien fue pequeño,
digamos quinientos mil dólares. Fue hecha con limitaciones de todo
tipo, lo más corto fue justamente el rodaje, fueron cinco semanas.
Pero toda la película la hice con el mismo espíritu, no apurarme,
seguir cada uno de los procesos el tiempo necesario hasta que yo
sintiera que estaba listo. Un año de cásting, siete meses de
montaje.
-Y
es increíble cómo conseguiste a la actriz principal...
-Totalmente. Era la ayudante de producción de la persona que hacía
el casting en Paraguay, su trabajo era precisamente buscar posibles
Jacintas, y al final fue ella porque era impresionante. Ella
físicamente me convencía, y empecé a ver muchas mujeres en
Paraguay; cuando tenían veinte o treinta viajaba, me quedaba un par
de días y hacía los castings. Pasaban los meses y ninguna me
gustaba, un día hablando con la encargada de cásting me dice "¿y?
¿cómo te la imaginás a Jacinta? Ya te traje de todos los
colores..." y le dije "es como ella", señalando a su
ayudante. Le hicimos una prueba y fue genial. La película tuvo, como
éste, muchos eventos milagrosos.
-Pese
a
que
la
película
está
plagada
de
silencios
y
planos
largos,
existe
desde
el
comienzo
una
tensión
constante.
¿Cuáles
creés
que
sean
los
elementos
que
construyen
esa
tensión?
Estaban
en
el
guión
inicialmente.
Después
esa
tensión
hay
que
mantenerla
con
la
puesta
en
escena,
con
la
actuación.
El
planteo
de
la
película
tiene
una
tensión
intrínseca,
son
dos
personas
desconocidas,
en
un
espacio
pequeño.
Alguien
que
parece
más
vulnerable
que
otro
aunque
al
final
te
das
cuenta
que
no
es
tan
así.
Y
además
hay
una
cosa
clave:
el
primer
diálogo
de
la
película,
a
los
doce
o
quince
minutos,
es
el
siguiente:
ella
llega,
le
pregunta
al
señor
si
es
Ruben,
y
él
contesta
"¿el
bebé
es
tuyo?"
yo
creo
que
uno
ve
toda
la
película
preguntándose
¿qué
pasa?,
porque
no
sabés
nada
de
ellos,
no
sabés
quiénes
son,
a
dónde
van,
por
qué.
Empezás
a
intuir
cosas
como
en
cuentagotas.
Esa
necesidad
de
querer
saber
hace
que
uno
se
ponga
así.
Más
allá
de
que
hablen
o
no,
que
haya
diálogo
o
silencio.
El
silencio
en
una
película
como
esta
no
es
un
silencio
estético,
sino
que
es
un
silencio
narrativo,
cuenta
la
historia.
La
película
se
trata
de
dos
personas
que
no
se
comunican,
que
tienen
dificultades
en
ese
sentido.
No
es
que
haya
elegido
filmar
con
muchos
silencios
porque
me
gusten
especialmente
las
historias
mínimas,
capaz
que
el
día
de
mañana
te
filmo
una
película
de
acción.
-El
trabajo
de
montaje
duró
siete
meses,
y
lo
hiciste
junto
a
tu
esposa,
¿Con
cuánto
tiempo
de
metraje
contaban?
-No
estoy
seguro,
debíamos
tener
diez
o
doce
horas.
Filmábamos
mucho,
y
por
eso
elegí
filmar
en
digital.
Quería
filmar
mucho,
porque
con
un
bebé
nunca
sabés.
Entonces
toda
la
estrategia
de
rodaje
fue
ponernos
al
servicio
de
él,
seguir
al
bebé,
esperarlo,
estar
siempre
alertas
y
siempre
listos
para
rodar.
Seguir
sus
tiempos,
sus
estados
de
ánimo
y
aprovecharlos.
Si
el
bebé
estaba
llorando
decíamos
"vamos,
vamos,
la
escena
del
llanto"
y
así.
Eso
por
supuesto
fue
muy
difícil
para
los
actores
y
para
mí.
Había
que
saltar
de
una
escena
a
la
otra.
Pero
yo
había
ensayado
mucho
tiempo
antes.
La
cuota
de
milagro
está
en
que
el
bebé
hizo
lo
que
tenía
que
hacer
en
los
momentos
justos.
Yo
confiaba
que
iba
a
hacer
eso,
porque
el
guión
ya
planteaba
las
cosas
lógicas
que
cualquier
bebé
hace.
Yo
suponía
que
esas
cosas
iban
a
pasar,
no
sabía
cuándo
pero
sí
que
tenía
que
estar
con
la
cámara
prendida
cuando
pasaran.
Estuve
con
la
verdadera
madre
del
bebé
al
lado
mío
todo
el
tiempo,
me
decía,
"tiene
hambre,
ya
está
cansada",
entonces
yo
preveía
sus
reacciones.
Hay
también
otro
bebé
en
algún
momento,
y
también
hay
un
muñeco.
Esto
no
sé
si
te
lo
tendría
que
decir,
porque
la
gente
se
va
a
poner
a
buscar
la
escena
del
muñeco...
pero
igual,
te
juro
que
no
se
ve,
aunque
lo
busques.
La
película
luce
sencilla
pero
fue
un
quilombo
filmarla.
Porque
filmar
en
movimiento
es
complicado,
porque
dependés
de
las
rutas,
del
clima.
No
eramos
un
equipo
chico:
cuatro
camiones,
autos,
cuarenta
personas.
Era
una
movida
complicada.
El
bebé
que
aparece
en
el
ochenta
por
ciento
de
las
escenas,
hasta
perros
hay.
Igual
yo
me
propuse
olvidarme
de
los
paisajes,
olvidarme
de
hacer
tomas
fantásticas,
y
concentrarme
en
ellos.
Filmar
de
modo
austero.
Me
enamoré
de
esa
idea:
la
película
está
contada
desde
el
punto
de
vista
de
ellos
y
no
del
director.
Vos
ves
el
viaje
como
ellos
lo
ven,
a
través
del
parabrisas.
-¿El
recorrido
se
condice
con
el
verdadero?
-Sí,
filmé
en
tres
lugares.
Clorinda
(frontera
con
Asunción)
y
alrededores.
A
mitad
de
camino,
en
la
provincia
de
Corrientes,
un
pueblito
y
sus
alrededores,
y
el
Gran
Buenos
Aires
y
alrededores.
En
esos
tres
lugares
reconstruí
los
mil
quinientos
kilómetros
del
viaje.
Ese
viaje
lo
había
hecho
diez
mil
veces,
conocía
bien
esa
ruta,
apenas
empezamos
la
preproducción
ya
tenía
las
locaciones.
-He
visto
artículos
en
los
que
comparan
tu
película
con
el
cine
de
Carlos
Sorín
y
el
de
Lisandro
Alonso.
¿Te
sentís
cerca
de
esos
cineastas?
-No,
la
verdad
que
no.
Hay
películas
de
los
dos
que
me
encantan:
La
película
del
rey,
la
primera
de
Sorín,
me
parece
un
peliculón,
Los
muertos
y
La
libertad
de
Lisandro
Alonso
también.
Pero
yo
siento
que
mi
cine
no
tiene
mucho
que
ver
con
eso.
Siento
que
la
comparación
va
en
una
necesidad
de
encasillar
la
película,
de
calificarla
y
de
buscar
elementos
comunes
(historias
mínimas,
poco
diálogo,
viaje)
pero
me
parece
que
no
tienen
mucho
que
ver.
Las
películas
de
Lisandro
Alonso
por
ejemplo
son
más
oscuras
y
mi
película
es
más
bien
optimista.
-¿Y
con
qué
cine
te
sentís
más
relacionado?
Me
gusta
mucho
Kiarostami,
me
gustan
los
neorrealistas
y
especialmente
Ladrones
de
bicicletas
y
La
terra
trema,
Truffaut
y
Los
400
golpes.
Los
hermanos
Dardenne
y
su
acercamiento
a
los
personajes
(particularmente
Rosetta),
Una
historia
sencilla
de
David
Lynch.
-Pero
en
una
Historia sencilla
quizá
el
viejito
protagonista
apele
a
la
simpatía
inmediata,
y
en
tu
película
esa
simpatía
se
gana
pero
después
de
un
proceso
más
largo...
-Pero
mi
objetivo
tampoco
era
tratar
de
simpatizar,
lo
que
quise
fue
contar
el
estado
interior
de
un
hombre
que
está
en
conflicto
con
su
paternidad.
El
bebé
es
clave,
pero
yo
no
tenía
la
idea
de
ponerlo
para
que
la
gente
sonría
y
metérmela
en
el
bolsillo.
Busqué
contar
la
historia
de
un
tipo
que
se
transforma,
un
tipo
que
está
desconectado,
anclado,
encerrado,
con
una
coraza
enorme.
Y
que
lentamente
empieza
a
recuperar
algo
que
tuvo
y
que
perdió.
Me
interesa
el
agujero
que
tiene
este
tipo
respecto
a
la
paternidad.
Creo
que
el
verdadero protagonista
es
él.
Publicado en Brecha el 8/6/2012