Descubierto por estas latitudes hace unos años gracias a su monumental Con animo de amar, el director chino Wong Kar-wai ha sabido atraer la curiosidad y las miradas de muchos cinéfilos occidentales. Más adelante continuó confirmando su talento y su personalísimo estilo con películas que siguieron manteniendo un excelente nivel, y hoy es considerado por muchos como uno de los mejores cineastas en actividad. Quienes exploren su obra se darán cuenta de que, lejos de ser un talento reciente, su maestría viene de tiempo atrás, y que también supo crear grandes películas antes de ser reconocido internacionalmente.
No es casual que muchos espectadores occidentales identifiquen al cine de Wong (ese es su apellido, su nombre es Kar-wai) como ejemplo estético y temático de las formas cinematográficas asiáticas. Wong reúne elementos preponderantes en el cine oriental: el cruce intergenérico característico del cine coreano, la saturación de colores propia de un Zhang Yimou o un Kim Ki-duk, la espectacularidad desatada y el refulgente esteticismo hongkonés (John Woo, Johnny To), la utilización de tomas interiores en apartamentos o pensiones de paredes descascaradas a lo Tsai Ming-liang; el calor y el sudor del cine malayo, filipino y tailandés, la recurrencia a temas universales como la insatisfacción, la alienación, la incomunicación o la ausencia de espacio vital que se ven especialmente reflejados en el cine japonés.
Pero quizá el punto más importante de todos es que Wong hace manifiesta su falta de miedo al ridículo, un aspecto decisivo en lo que refiere al vuelo del cine oriental actual, y la diferencia fundamental que lo distancia de las más bien conservadoras estéticas occidentales. Si un espectador ve apenas unos segundos y descontextualizada alguna escena de sus películas podrá parecerle algo cursi, empalagosa, pretenciosa o sencillamente ampulosa. Y esos son precisamente los términos que suelen utilizar sus detractores, aquellos que no logran ser captados por sus atmósferas.
Por extraño que pueda parecer, puede afirmarse que el Wong Kar-wai cineasta no es sólo una persona, sino tres: el mismo Wong, Christopher Doyle –su habitual director de fotografía- y el injustamente desestimado William Chang, montajista y diseñador de producción. Christopher Doyle es, sin intención de exagerar, uno de los más grandes y creativos directores de fotografía de la actualidad, por no decir el mejor. Para comprobarlo, sólo hace falta contemplar su historial: ha figurado detrás de proyectos como Infernal Affairs, Dumplings, Luna seductora de Chen Kaige, Héroe de Zhang Yimou, Paranoid park de Gus Van Sant, Last life in the universe e Invisible waves de Pen-ek Ratanaruang, entre otras. Lo llamativo es que el hombre esté presente en las mejores películas de Wong, y que justo en las dos más flojas -As tears go by y My blueberry nights- brille por su ausencia.
Por su parte, el montajista William Chang siempre trabajó junto a Wong, y si este dato no fuera suficiente para demostrar su influencia decisiva en los resultados, baste decir que es también diseñador de producción, o sea que es quien dirige artísticamente, delinea el vestuario, el maquillaje, el que cuida que todos los elementos en escena estén acordes a la estética general. Quizá su verdadero traspié lo haya tenido en el montaje de la Ashes of time original, ya que la narración fragmentada y plagada de saltos temporales la convirtieron en una obra difícil, caótica, casi hermética. Ese problema hoy se ha resuelto en la reciente Ashes of time redux.
Ya desde As tears go by, su ópera prima, Wong dejaba asomar varios de las constantes que surcarían su obra. Muchos ralentis, caóticas persecusiones callejeras filmadas con cámara al hombro, colores vivos, una lluvia copiosa, el humo de los cigarrillos concentrándose en cerradas habitaciones, relojes de pared. Por primera vez se planteaba una relación amorosa condenada al fracaso, y además había escenas de acción y mucha violencia, elementos que fueron reduciéndose paulatinamente en la obra posterior.
Pero algunos recursos se convirtieron en toda una constante autoral: colores saturados en ambientes descuidados, angostos, por lo general pertenecientes a las clases medio-bajas urbanas. Cámaras lentas, aceleraciones, vestimentas y luces de neón que contrastan con la oscuridad imperante, ritmos latinos como música extradiegética (boleros, tangos), secuencias de pocos cuadros pero con los movimientos marcados -el efecto logrado por fotografiar con una lenta velocidad de obturación y que da como resultado una especie de cámara rápida en la que se refuerzan los movimientos de forma luminosa y caótica-. Wong es un experimentador nato, y junto a Doyle extrema el gran angular en Fallen Angels, la cámara al hombro en Chungking Express, la cámara lenta en Con ánimo de amar, el blanco y negro en Felices juntos, los contrapicados en Days of being wild. Mucha acción ocurre fuera de campo, y la cámara elige encuadres escondidos; a veces los personajes aparecen parcialmente tapados y se ve solamente a uno de los interlocutores, como si se estuviese espiando el cuadro a través de rendijas. Son observados en su soledad y en su vulnerabilidad, inmiscuidos en minúsculos y transitorios departamentos.
A nivel temático, el amor ha sido la obsesión de Wong desde sus inicios. Pero no se trata de una aproximación que lo aborde en un sentido clásico y romántico, sino más bien como exploración de los daños, los estragos existenciales causados por el mismo. Con ánimo de amar toca las relaciones no consumadas o consumadas a medias, aquellos amores que quedaron sin poder concretarse, a medio camino. Se trata de un tema que ha sido poco explorado por el cine, aunque sea el eje del que se nutren cuatro obras brillantes: Breve encuentro (Lean), Ficción (Gay), Una relación particular (Fonteyne) y Vibrator (Hiroki). No debe existir persona adulta que no haya vivido en carne propia alguna situación parecida, y es de suponerse que en el cine se evite la instancia por ser especialmente dolorosa. “Lo que no fue” suele ser un lastre terrible para muchas personas, es un recuerdo que habla de posibilidades perdidas, de una vida alternativa echada a perder, de cobardías personales, de palabras nunca dichas y de mucha frustración. Como diría Borges, “los únicos paraísos son los paraísos perdidos” y no es de extrañar que el humano idealice estas instancias y que el recuerdo esté siempre presente, listo para atormentarlo.
Las criaturas solitarias de Wong pasan por el mundo sin dejar huellas. Y podrían extinguirse sin que nadie lo notara “¿Podrías dejar su cuenta colgada, para que no lo olviden tan rápido?” pide el personaje de Rachel Weisz en My blueberry nights, como última petición por su esposo recién fallecido. Aún siendo escritor, el protagonista de 2046 escribe olvidables y desechables novelas eróticas y de artes marciales.
Y lo usual en los cuadros del director es que haya amores no correspondidos. Lo que ocurre frecuentemente es que un personaje esté enamorado de otro, y que ese otro esté a su vez enamorado de uno más, que quizá es inaccesible, un recuerdo o prácticamente una abstracción. Los protagonistas están invariablemente tristes, pero cierto es que a pesar de estar frecuentemente solos y alienados mantienen cierta dignidad; son personajes erguidos, elegantes, que suelen afirmarse en su tristeza. El paradigma en este sentido es el personaje de He Shiwu (Takeshi Kaneshiro) en Chungking Express, un oficial de policía que corre para eliminar el agua del cuerpo y no deshacerse en lágrimas. Se exploran los mecanismos psicológicos humanos para mitigar al dolor, y quizá el verdadero don de Wong esté en saber aportarle belleza a situaciones devastadoras, logrando sensaciones encontradas en la audiencia. Lejos de hundirse en un abismo depresivo, los personajes continúan su vida, aprendiendo de sus experiencias.
El tiempo es una temática omnipresente en el cine de Wong. La presencia de grandes relojes es un recordatorio de que el paso del tiempo lo destruye todo en materia de amor, disuelve o intensifica las pasiones, pesa como nada sobre personajes que son agobiados por su pasado. El presente no tiene ningún peso, la nostalgia es invasiva, y las emociones llegan condenadas por su caducidad. Los momentos agradables se saben frágiles, transitorios desde un comienzo.
La obra de Wong Kar-wai llega a su punto más alto a partir de Chungking express, y es un nivel de calidad que se continúa por años. Fallen angels, Felices juntos, Con animo de amar y 2046 también son culminaciones y obras excepcionales, emotivas, de arrebatadora belleza formal. Su paso por Estados Unidos hizo notorio cierto cambio estilístico. Hay en My blueberry nights una dinámica distinta, acelerada y más propia del clasicismo narrativo norteamericano. Wong usualmente dilata las tomas, les da su merecido tiempo, acompasa las cámaras lentas con ritmos distendidos y no es algo que ocurra aquí, lo que perjudica sustancialmente los climas. My blueberry nights puede ser una obra simpática, interesante y amena, pero se encuentra a años luz de sus mejores películas.
No es fácil establecer las influencias cinematográficas de las que se nutre Wong, pero a grandes rasgos se puede afirmar que hay mucho de Scorsese en sus cuadros callejeros realistas –especialmente en As tears go by y Fallen angels-, hay algo de Kieslowski por la apuesta a las atmósferas y al uso del color, y se denota también en este sentido un dejo de Alain Resnais. Por su libertad, su valentía formal y el hecho de llevar hasta un extremo obsesiones estilísticas y temáticas Wong retrotrae a la nouvelle vague, especialmente a Godard –hay una detenida admiración por sus actrices y un énfasis en la frágil elegancia de los personajes, que a su vez es un legado del film noir-. Hay también puntos de contacto con Cassavetes por su habilidad como director de actores y su interés por la espontaneidad. Wong afirma que en los ensayos suelen surgir gestos grandiosos e irrepetibles, por lo que prefiere decir a los actores “ensayemos” y filmar entonces ese mismo ensayo.
El futuro del cineasta se augura arduo por dos razones: el distanciamiento de Christopher Doyle tendrá su peso en los resultados futuros –hay que ver si con ingenio Wong logra compensar la pérdida- y su decisión de continuar filmando en Estados Unidos despierta mucho escepticismo, considerando la histórica capacidad de Hollywood para neutralizar talentos foráneos. Por fortuna, su próxima película The grand master es producida y filmada en China, y allí cabe depositar mayores esperanzas.
Las mujeres de Wong
De entre los tantos atributos que cabe señalar al cine de Wong Kar-wai, sobresale especialmente su gusto para la elección de actrices, que le acompañan y le aportan a sus películas un sabor único. Seducción, intensidad y presencia son algunos de las características de este deslumbrante sexteto de mujeres.
Maggie Cheung (Hong Kong, 1964)
Puede decirse que Wong sacó a luz a la actriz que existía en ella, ya que antes de As tears go by frecuentaba películas de acción y fantasmas chinos, dramas y comedias baratas y hasta alguna película de artes marciales junto a Jackie Chan. Ella admite que fue con Wong Kar-wai que comenzó a sentirse actriz por primera vez, y lo cierto es que se destapó un talento inimaginable. Tres veces interpretó a Su Li-zhen, personaje que se continúa en Days of being wild, Con ánimo de amar y 2046, aunque su mejor desempeño lo tiene en Con ánimo de amar.
Zhang Ziyi (Pekín, 1979)
Ya con diecinueve años se convirtió en una actriz reconocida mundialmente, gracias a su notable rol protagónico en El camino a casa, de Zhang Yimou. Desde entonces, su carrera continuó en ascenso, y tuvo el acierto de rechazar varias ofertas de Hollywood por considerarlas insustanciales, accediendo en cambio a filmar películas asiáticas de interés y cuando menos memorables: El tigre y el dragón, Musa, Héroe, La casa de las dagas voladoras, Princess Racoon, entre otras. Con Wong tiene un rol preponderante en 2046.
Faye Wong (Hong Kong, 1969)
Antes de ser actriz fue modelo y cantante, y es una estrella inmensamente popular en Asia, principalmente en China, Taiwan, Hong Kong, Singapur, Malasia, Indonesia y Japón. Sus discos han vendido millones de copias. Wong la reclutó para el mejor segmento de Chungkin Express y es imposible olvidarla luego de haberla visto interpretando su papel como trabajadora en un local de comida rápida, contoneándose y canturreando al ritmo de “California Dreamin”. También tiene un papel importante en 2046.
Gong Li (Shengyang, 1965)
Presente en la mayor parte de las películas de Zhang Yimou (Sorgo rojo, Esposas y concubinas, Qiu Ju) supo ser su musa original –antes que Zhang Ziyi le arrebatara el puesto-. También fue acaparada por el director Chen Kaige para varias de sus películas (Adiós a mi concubina, Luna seductora). En el año 2005 fue nombrada la china más hermosa del año por el diario Beijing News -relevando de su puesto a Maggie Cheung-. Su mejor papel junto a Wong lo tiene en el segmento La mano del filme colectivo Eros.
Carina Lau (Suzhou, 1964)
Actriz desde los veinte años, interpretó cerca de sesenta roles protagónicos en películas, series y obras teatrales. Fue víctima hace años de un episodio traumático en el cual fue secuestrada y torturada por las tríadas (mafias hongkonesas), y hoy es jefa ejecutiva de un importante canal Hongkonés, además de ser esposa de Tony Leung Chiu Wai (también actor fetiche de Wong). Una celebridad y una leyenda viva incansable. Reluce sustancialmente en la película Days of being wild.
Michelle Reis (Macao, 1970)
También ganadora de numerosos premios por su belleza, -llegando incluso a ser Miss Hong Kong en 1988- actuó ya en más de treinta películas. En Fallen angels interpreta a la agente de un asesino, y su mirada afectada, su calma temblorosa y su deslumbrante belleza llaman indefectiblemente a la incomodidad, y hasta despiertan la sensación de que su personaje se encuentra al borde del desequilibrio. Es una pena que hasta hoy sólo haya figurado en una película de Wong.
Asesora especializada: Juniper girl
Publicado en revista Dossier, junio/2010