Esto es un blog de cine. Pero hay veces que la injusticia escandaliza demasiado, que se impone de manera que se hace imposible esconder la cabeza o mirar hacia otro lado. El tema lo amerita, y la indignación y la tristeza han llegado a desbordarme. Por primera vez en la historia de este sitio, cuelgo un artículo de autoría de otra persona.
Por Fran Sevilla
Año nuevo, muertes viejas
Contuve la respiración, comí las uvas, una a una, deseando, con cada una de ellas, que el nuevo año fuera realmente nuevo, distinto, más respirable.
No ha sido posible. No me equivoqué y fui recitando en alto su número mientras las iba introduciendo en mi boca, salvo una que se me atragantó. Pero no hubo suerte.
Deseé intensamente que en el nuevo año se detuviera la ofensiva israelí sobre Gaza. Es ofensiva por el término militar y resulta ofensiva para cualquier ser humano que tenga un mínimo de sensibilidad, que no se haya dejado seducir por el odio. El proverbio es también viejo, tanto como las muertes: “Quien siembra vientos, recoge tempestades”.
No sé si a estas alturas alguien tendrá alguna duda de que Israel está sembrando odio, un odio viejo y bíblico. Me pregunto cómo se puede justificar que para matar a un dirigente de Hamas se asesine a su esposa y a todos sus hijos o cómo se puede justificar que para acabar con los proyectiles que lanza esa organización se someta a fuego y muerte a toda la población. Recuerdo el viejo estereotipo utilizado por el antisemitismo cuando por algún judío usurero se acusaba a todos los judíos de ser usureros, manipulando hipócritamente, por parte de los cristianos viejos, los sentimientos xenófobos y racistas.
He vivido varios años en Jerusalén. He viajado muchos más años por territorio israelí, por Cisjordania y por Gaza, por Jordania y por Líbano, y por desgracia, lo único que he visto ha sido la siembra de odio, en forma de destrucción y muerte, por parte de Israel hacia los palestinos. No ha cambiado con el año nuevo.
Se argumenta que Israel es la única democracia en la región. Y el término “democracia” se convierte en una especie de patente de corso que parece autorizar todos los crímenes. Israel es una democracia en la que es legal torturar; claro está que sólo es legal torturar a los palestinos (presión física moderada es el eufemismo leguleyo con el que el Tribunal Supremo de Israel lo autorizó). La organización israelí B’Tselem denunció hace tiempo que 90 por ciento de los palestinos detenidos eran torturados.
Israel es una democracia que ocupa territorios que no son suyos, que ni ha respetado ni respeta las convenciones de Ginebra, modificando con asentamientos la realidad demográfica sobre el terreno, imponiendo castigos colectivos a toda la población de los territorios ocupados, apropiándose de las fuentes de agua. Israel es una democracia en la que una quinta parte de la población, de origen árabe está discriminada por no ser judía. Israel es una democracia que almacena armas de destrucción masiva mientras clama incesantemente contra quienes pueden almacenarlas en el futuro. Israel es una democracia que ha incumplido sistemáticamente las resoluciones del Consejo de Seguridad de la onu. Israel es una democracia en la que las leyes religiosas se imponen, convirtiéndola de facto en una teocracia. Israel es una democracia en la que se autorizan los asesinatos (asesinatos selectivos los llaman, tan selectivos que se mata al señalado y a sus familiares), convirtiéndose a la vez en acusador, juez y ejecutor. ¿Dónde está la separación de poderes que es esencial en cualquier democracia real?
No, no ha habido suerte este año, al menos en sus primeros pasos, con las uvas. Al menos me llega una noticia, que no está directamente relacionada con la ofensiva israelí en Gaza. Han liberado a José Cendón. Hay algo por lo que brindar. Debió ser la uva que se me atragantó. La única buena nueva.
RECUERDOS DE GAZA. “Me ahogo en esta cárcel, ya no puedo más”, me decía en un tórrido mes de agosto un amigo palestino que consideraba la retirada israelí de esa franja, que se producía en aquel momento, sólo un movimiento estratégico y no el fin de la ocupación. Y así era. La retirada ordenada por Ariel Sharon no tenía como objetivo poner fin a la ocupación sino hacerla más sencilla, menos onerosa para Israel y, por contrapartida, más dura para los palestinos. Gaza se convirtió en el mayor campo de concentración a cielo abierto del mundo. Y como se ha demostrado estos días, es más fácil y mucho menos arriesgado, para los agresores, matar a distancia. La aviación, contra un lugar tan indefenso como Gaza, permite matar impunemente.
Recuerdo aquellos días y recuerdo a mi amigo, que había pasado por las cárceles israelíes, que había sido torturado, humillado, jodido. Mientras muchos habitantes en Gaza celebraban la salida de las tropas israelíes, mi amigo movía la cabeza, con gesto de incredulidad y semblante serio. “Esto no acaba aquí, todavía van a seguir machacándonos, van a seguir jodiéndonos, hasta que nadie quiera vivir en este infierno.” Y, efectivamente, hay pocos lugares en el mundo más parecidos al infierno que Gaza.
Gaza podría ser un lugar de ensueño. Lo fue hace décadas. Una franja de terreno asomada al Mediterráneo, plagada de naranjos, olivos e higueras. Pero Israel acabó prácticamente con todo, arrasó los árboles y desvió el agua, convirtiendo aquel vergel en un desierto gris y polvoriento, un lugar invivible, en el que toda la población está sometida al castigo colectivo impuesto por los israelíes. Un dirigente israelí acuñó hace pocos años, en medio del asedio que se impuso a Gaza, una frase brillante: hay que hacer que los palestinos adelgacen un poco. Qué gracioso, ¿no? Sugería que había que matar de hambre, poco a poco, a los palestinos. Y llevan meses haciéndolo.
Hamas se lo pone fácil, bien es verdad. La estrategia que desarrollan los integristas de “cuanto peor, mejor” es igualmente criminal. Pero si no fuera Hamas, sería cualquier otra excusa. La realidad es que Israel nunca ha apostado por la paz con los palestinos, por el fin de la ocupación. A lo que los israelíes han llamado proceso de paz, en sucesivos gobiernos, era en realidad la exigencia de sometimiento. Eso lo sabe bien el ministro Moratinos, quien lo comprobó como enviado especial de la Unión Europea a la zona, lo saben los mediadores de la onu, de las agencias humanitarias, los trabajadores de las ong y cualquiera que haya visitado o viajado por la zona.
También lo sabe Estados Unidos, pero hasta ahora no le ha importado. Parece que los israelíes han querido colocar una patata caliente a Barack Obama. Si exige a Israel que cumpla de una vez con la legalidad internacional, sistemáticamente violada por los gobiernos israelíes, y que respeten los derechos humanos de los palestinos, sometidos a todo tipo de vejaciones, humillaciones y torturas, entonces se pondrá en contra a todo el poderoso lobby pro israelí. Si por el contrario no dice nada y sigue justificando lo injustificable, incrementará el odio en el mundo árabe hacia Estados Unidos y el integrismo que se alimenta de la doble moral y de la hipocresía de Occidente, encabezado por Estados Unidos, hacia el conflicto palestino-israelí. De nada servirán los miles de soldados, bombardeos, servicios de inteligencia y demás maquinaria que se quiera poner en marcha.
Los israelíes han convertido Gaza en algo demasiado similar a lo que fue el gueto de Varsovia como para no horrorizarse. Debe haber alguna regla o ley no escrita por la que la víctima acaba convirtiéndose en verdugo. Pero no, estoy convencido de que no es así. Israel y el gobierno israelí no representan a los judíos que fueron masacrados por los nazis, son lo contrario. Estoy seguro de que la mayoría de los habitantes del gueto de Varsovia se horrorizaría hoy de lo que hace Israel con Gaza. Al igual que hay israelíes como Daniel Barenboim, o judíos no israelíes como Norman Birnbaum o Juan Gelman, que denuncian ese horror. Incluso amigos míos israelíes cuya conciencia debe estar hoy llenándoles el sueño de pesadillas. De mi amigo palestino no lo sé. Ni siquiera hoy sé si sigue vivo.
Publicado en Brecha el 9/1/2008