Foto: Pedro Pandolfo |
En 2015 se estrenaba “El 5 de Talleres”, y hoy, apenas tres años después, su tercer y último largometraje: “Las olas”. Es curioso que uno de los más activos cineastas uruguayos sea en realidad argentino, pero el “Garza” Biniez desde hace ya tiempo se ha convertido en patrimonio local. En esta entrevista se explayó sobre el proceso por el cual logró uno de los estrenos uruguayos más personales y originales de los últimos años.
Gigante (2009) surgió unos años después de que Control Z, con 25 watts y Whisky, diera el puntapié inicial para que se hablara de un nuevo cine nacional, o de un cine nacional a secas. Fue el debut de Biniez y ya para entonces no era tan sorprendente que una película nacional arrasara en los festivales internacionales. De todos modos, tres premios obtenidos en la Berlinale (Festival de Berlín) fueron un logro histórico y debieron de haber sido un verdadero incentivo para que el cineasta continuara produciendo.
Hoy con Las olas Biniez cuenta una historia en un registro diferente al que lo caracterizaba: un muchacho de mediana edad (Alfonso Tort) sale de trabajar y va en bicicleta hasta la parte rocosa de la playa Ramírez. Se sumerge en el agua, pero cuando sale se encuentra en otra playa y en otra época. A modo de participante y espectador al mismo tiempo, cada vez que vuelve al mar emerge en una diferente etapa de su vida, recorriendo alternativamente momentos clave de su recorrido vital, de la niñez, de la adolescencia; algunos desengaños, primeros amores, la paternidad, se suceden en episodios aparentemente inconexos, pero con elementos en común que llevan al espectador a establecer los vínculos de rigor.
—Tu película es muy lúdica, cuenta con varios lineamientos que determinan su estética (la introducción animada, los saltos en el tiempo, el hecho de que el protagonista nunca cambie su apariencia adulta). ¿Esto viene determinado por el presupuesto y sus limitaciones?
—Sin duda. Yo creo que el modo de producción genera una estética, eso es indiscutible. Hay ideas formales, narrativas que están desde el vamos. Por ejemplo, podés notar que la película transcurre siempre en verano, en balnearios, y que sin embargo no hay gente. Por el costo que supone tener extras, por la complicación de filmar en verano en una playa concurrida, en esta película no hay nadie más que los principales personajes. Ya sabíamos que, estéticamente, esta premisa (playa deshabitada, en verano) genera un universo propio. Esto asimismo te da una base sobre la que vas jugando.
—También la división episódica te marca una estructura…
—Sí, eso fue lo primero. Originalmente lo que más quería era hacer una película episódica. Que tuviese fragmentos en los que el único conector fuera el protagonista; me encantan Nanni Moretti y Caro diario, y esa cosa episódica en la que las partes en apariencia no tienen nada que ver unas con otras. Luego fui jugando para que esos episodios se fueran conjugando, resignificándose unos con otros.
—Es interesante el diálogo que se da entre los títulos de los episodios, que refieren a novelas de aventuras, y lo que sucede en cada uno de ellos.
—Eran los libros que yo leía de chico... me fascinaban y me siguen fascinando. Una suerte de juego en el que ponés ciertas bases pero dejás algunas cosas al azar. Finalmente todo se va construyendo en torno a ello, la película se genera.
—Los episodios giran en torno al descubrimiento del universo femenino; y más que el “descubrimiento”, a cierto desconcierto del personaje ante comportamientos femeninos que a veces lo exceden. ¿Esto se dio por casualidad?
—Más o menos, a veces surgen cosas inconscientemente y después ves que se reiteran. Yo escribo mucho, y a veces se da que encuentro ciertos patrones en lo que escribo, y cuando me doy cuenta paso a centrarme más en esos mismos patrones para darle mayor unidad a la historia.
—¿Te gustan esos momentos de desconcierto que sienten tanto el personaje como el espectador?
—Siempre pensé que esta película podía ser súper clásica; el tipo va, se tira al agua, vuelve a su casa, está en otra época y no entiende qué pasa, se lo cuestiona, vuelve a tirarse al agua intentando nuevamente volver a la actualidad..., ese tipo de cosas, siguiendo una linealidad más clara. Pero después empecé a darme cuenta de que me gusta mucho más esto, el tono variando bruscamente, con momentos raros, con fragmentos antinaturalistas. Y me gusta que esté a medio camino entre el viaje en el tiempo, el recuerdo, el sueño, me gusta que haya una ambigüedad en ese sentido. Pero no una ambigüedad de medio pelo, sino una ambigüedad jugada, con premisas claras.
—Llama la atención que una película con estructuras tan claras sea al mismo tiempo tan libre y personal.
—Brian Eno habla de una cosa que se llama restrictures, restricciones que son al mismo tiempo estructuras. Ellas te enfocan sobre cierto punto. Me gusta mucho jugar con ellas. Y también hay cosas que van surgiendo en el rodaje. A mí, por ejemplo, me encanta la escena en que el personaje grita dentro de la carpa. Lo cierto es que cuando la filmábamos no sabía cómo redondear la escena, cómo terminar ese diálogo y salir de él, y entonces no sé bien por qué me acordé de Moretti y le pedí a Tort que gritara. Y es raro, es un quiebre que parece salido de un animé japonés… Después, la zona de los niños está muy improvisada, ese diálogo que tienen ellos mientras juegan con los dados es un invento medio delirante que se les ocurrió en el momento… Les pedí que jugaran a ese juego mientras filmábamos, y se dio ese diálogo. Está bueno, cuando vas a filmar, que hayas dejado ciertos momentos para la improvisación y para que las escenas se vayan armando solas. A veces surgen cosas increíbles.
—¿Es una película autobiográfica?
—No. En Argentina tuve poco y nada de vacaciones con mis padres, y recién conocí el mar de grande; con mis amigos adolescentes nunca tuve salidas a la playa en verano, como se ve en la película. Obviamente hay cosas, el comportamiento, la forma de relacionarse de los adolescentes es algo que traigo incorporado porque lo viví mucho, algunos nombres de personajes son de amigos míos, la escena de la pelea entre niños, el hecho de que siendo chico me haya gustado la madre de algún amigo de la infancia…, pero en general fue imaginarme situaciones más o menos universales.
—¿Cuántas personas había en el equipo técnico?
—Nueve; fue el equipo más reducido con el que he trabajado. Había estado explorando cómo hacen los equipos de filmación más pequeños, leyendo en Internet, viendo videos. Clásicos como Romero y Cassavetes, o directores nuevos de hoy, en el mumblecore, en el cine argentino, que trabajan con equipos realmente pequeños. Yo estoy buscando eso, modos de producción que permitan hacer películas con presupuestos más chicos. Aunque tampoco quiero renunciar a hacer, de vez en cuando, cosas más grandes. El presupuesto de Las olas es apenas un tercio de lo que fue el de El 5 de Talleres.
—¿Por qué el título Las olas?
—No tiene nada que ver con el libro de Virginia Woolf, que no leí. Se llamaba originalmente “Las playas”, pero no me gustaba como sonaba, y después apareció la película de Agnès Varda Las playas de Agnès, y me di cuenta de que no podía ser. Quedó Las olas, que además tiene más que ver con lo que se plantea en la película.
—¿Cómo fue el trabajo con Alfonso Tort?
—Me pasó que escribí el guión pensando en él; somos amigos, y más allá de haber filmado juntos en varias ocasiones, siempre estamos pensando en hacer alguna cosa más. Como le conozco los modismos, la gestualidad, iba pensando las escenas poniéndolo en la situación. Me parecía muy importante que no se aniñara en los episodios en los que es menor, sino que solamente con lo que decía y en el contexto en que lo decía iba a dar la idea de que es un niño.
—Es curioso cómo hasta ahora el universo laboral estaba muy presente en tus películas, y en esta justamente queda omitido, como en off.
—Es que me pasó que después de El 5 de Talleres, que es muy realista y naturalista, quise irme para el lado opuesto. Normalmente me gusta hacer cosas que no hice antes. Me pasó que en Gigante el universo laboral era puntual y en El 5 de Talleres el universo económico también era fundamental. Pero esta vez quise alejarme de todo eso, hasta el punto de que acá no se habla ni de dinero ni de trabajo. También me gustaba conjugar esa cosa lúdica con lo fantástico, lo absurdo, el humor, y situaciones realistas y mundanas. Al principio la pensé como una comedia, pero me gusta que haya quedado como algo más deforme, una mezcla de todo eso.
—Hace unos años comentabas que estaría bueno que en Uruguay existiese una sala que se dedicara a exhibir producciones nacionales. Hoy esa sala existe (es la sala B del auditorio Nelly Goutiño), ¿qué creés que podría hacerse hoy para seguir apoyando al cine nacional?
—¡Abrir tres salas más!... Pero el Interior es un mundo, creo que habría que hacer minifestivales de cine uruguayo en distintas ciudades del Interior, una vez por año, digamos. Viernes, sábado y domingo, seis películas, con invitados, talleres. Se generaría un evento, una movida local que conectaría a las distintas poblaciones con el cine, y asimismo sería una forma de darlo a conocer y ampliar las audiencias.
Publicado en Brecha el 29/6/2018