La huérfana es uno de los platos fuertes de las carteleras actuales. Lars von Trier es hoy objeto de polémicas por su reciente El anticristo. Frank Darabont asombró hace poco con la imponente La niebla y una película sueca de vampiros (Let the right one in) es de lo mejor que ha podido verse este año. El cine de terror da señales de estar pasando por un buen momento y como nunca, se diversifica en múltiples formas y registros.
“Largo rato quedé ahí parado especulando, temiendo, dudando / soñando sueños que ningún mortal se atrevió a soñar jamás.” Edgar Allan Poe
Es curioso que el
thriller y el terror, dos de los géneros más populares y que más se han reproducido en las últimas décadas, se designen por la sensación que provocan en el espectador. A la hora de delimitar el género del terror, de definir si una película puede entrar o no dentro de la clasificación, más allá de que haya o no elementos sobrenaturales, que se utilicen golpes de efecto, que la anécdota se sitúe en una superficie realista o en una ficción desquiciada, es necesario precisar si en ella se busca despertar miedo. Y como bien dice Borges, un género se conforma como tal cuando surge un espectador específico, un consumidor que exige y reconoce ciertas coordenadas. Aquí lo que se buscan son buenos sustos, y una película de terror que no los logra es, indefectiblemente, una película fallida.
La fruición de este tipo de cine, su disfrute, naturalmente obedece a cierto goce masoquista. Y es por eso que mucha gente prefiere mantenerse alejada del registro, ya que sencillamente no puede soportarlo. “¿Para qué sufrir en el cine?” suelen decir algunos prudentes con sensatez indeclinable, aunque es cierto que no es más comprensible ni justificable sufrir con un melodrama o una tragedia que con una llana y honesta película de terror. El intenso goce que provocan las grandes películas del género no es algo fácil de lograr: se necesita una anécdota llamativa y coherente en su lógica interna, una sabia dosificación de tensiones y sobresaltos, se requieren personajes sólidos con los que valga la pena sentirse identificado y es imprescindible el dominio de un lenguaje cinematográfico por los que imágenes y sonidos estén ligados estrechamente, montados con precisión quirúrgica. Lo transgresor y lo oculto son elementos esenciales en la puesta en escena, y la sugerencia y el enigma, aspectos ineludibles.
Y el cine de terror es también un espacio anárquico donde suelen romperse las reglas sociales, donde se violan los espacios sagrados, se tocan los tabúes y se insultan las buenas costumbres. La figura expresiva más frecuentada por este cine es la alegoría, y en ellas suelen plantarse sarcásticos apuntes sociales, a menudo impregnados de un pesimismo arrollador. Desde el horror psicológico de Alejandro Amenábar (
Los otros) el clasicismo de Frank Darabont (
La niebla) o Neil Marshall (
El descenso) la brutalidad sofocante del cine francés (
Alta tensión,
Frontiere(s)) el ludicismo de Alex de la Iglesia (
La habitación del niño) el existencialismo de Kiyoshi Kurosawa (
Kairo,
Retribution) y las pesadillas experimentales de Takashi Miike (
Audition,
Imprint) y Shinya Tsukamoto (
Haze) una gran variedad de malos tragos atenta hoy contra las esperanzas de un colorido desenlace, y contra los resquicios mentales más vulnerables del espectador.
“Siempre haz que la audiencia sufra lo más que pueda” Alfred Hitchcock
Los cineastas galos saben golpear donde duele. Lo que ya ha empezado a llamarse
nouvelle horreur vague es quizá la corriente más dura, agobiante y extrema del panorama del horror actual. Un grupo de directores jóvenes que transgreden perpetrando atrocidades fílmicas, ofreciendo un cine visceral, violento a más no poder, y quizá más terrible por carecer de elementos sobrenaturales y por situarse en un terreno realista. El referente inevitable para este tipo de terrorismo audiovisual es el gran clásico bizarro
The Texas chainsaw massacre de Tobe Hooper, una obra que, como pocas, ha dejado un legado considerable. En ella un grupo de adolescentes era asesinado uno por uno por una familia desquiciada, en un pútrido rincón de la desértica y conservadora norteamérica profunda. La nueva tendencia francesa parece retomar ese horror sucio y visceral, que igualmente emerge desde las entrañas de un país que, como bien sugería
Caché de Michael Haneke, tiene más de un cadáver escondido en sus armarios. En la notable
Frontiére(s), luego de atravesar un infierno y de ver morir a sus amigos en manos de un grupo de pervertidos neo-nazis, la protagonista sufre un colapso nervioso cuando se entera por la radio sobre el fortalecimiento de la extrema derecha en Francia. Los insufribles sucesos presentados en
A l’interieur se sitúan en la noche de las protestas y las quemas de autos del 2005. Como un reverso a la comodidad burguesa presentada en buena parte del cine francés dominante, estas crueles exposiciones parecen sugerir que no existe tal estabilidad, que la insatisfacción se encuentra instalada, y que el mal emerge implacable, como señal visible de una sociedad soterradamente enferma.
Aunque quizá los que estén más enfermos sean los cineastas. Las protagonistas de
Alta tensión,
A l’interieur, y
Frontiére(s) terminan bañadas en sangre de pies a cabeza; abundan los machetazos, las puñaladas con diversos objetos, las quemaduras en tercer grado y la deformidad física y mental. En algunos casos la acumulación de situaciones grotescas atenta contra la credibilidad de los planteos, y alguna de estas películas pierde interés por ese machaque innecesario. Este cronista admite que tuvo que entrecerrar los ojos para soportar el gratuito desenlace de
A l’interieur, y ciertos desbordes explícitos acercan desafortunadamente a esta tendencia al más lamentable terreno del cine de torturas. Pero las películas rescatables del paquete no buscan el morbo por el morbo mismo, ofrecen notables atmósferas, y llaman a reflexiones profundas.
El director más importante de la camada, y en gran medida el precursor de esta movida brutal es el gran Alexandre Aja, quien luego de su notable
Alta tensión logró en Estados Unidos una obra superior y casi intolerable, quizá la única remake del cine reciente que supera a la obra en la que se basa:
Las colinas tienen ojos. El riesgo que corren estos cineastas es que su reclutamiento por Hollywood acabe por absorverlos totalmente -Aja ya tuvo un traspié con
Espejos siniestros y los directores David Moreau y Xavier Palud, estimables autores de
Ils, sufrieron una importante falta de libertades al filmar la remake de
The eye-.
“Tengo una imagen de Tokio en mi mente: es una imagen de una ciudad llena de habitaciones de concreto, con un cerebro atrapado en cada una de ellas.” Shinya Tsukamoto
Pero el mejor cine de terror que se ha pergeñado en los últimos años es el proveniente de Japón. Apenas comenzado el nuevo siglo el país atrajo todas las miradas con el denominado
J-horror, ese subgénero en el cual espíritus pálidos y de largos cabellos negros acosaban a la víctima de turno, y que se contagió a buena parte del continente asiático (principalmente Tailandia y Corea del Sur, con grandes obras) y también a Estados Unidos, donde fueron perpetradas remakes aberrantes. Las grandes películas del
J-horror supieron tocar vulnerables engranes subconscientes y provocaron sobresaltos como pocas en la historia del cine. Por desgracia el registro se refritó hasta el infinito y luego de tanta repetición fueron desgastándose sus fórmulas y las buenas ideas se vieron agotadas por completo. Pero el cine de terror japonés es mucho más que almas en pena clamando por venganza, y de ese país pueden verse las tendencias más inquietas y originales de la actualidad.
Muy cercano a la lógica de los sueños, y peor aún, de las pesadillas, se encuentra el cine de terror de Takashi Miike. Sus escabrosas imágenes y algunas horrendas escenas de tortura provocan rechazos viscerales inmediatos, pero a diferencia de las de muchos autoproclamados cineastas, sus películas no son gratuitas. En ellas impera una estimable sensación de injusticia ante las atrocidades perpetradas, se busca la identificación activa con las víctimas y son sugeridas reflexiones profundas sobre los extremos de violencia a los que es capaz de llegar el ser humano. En definitiva, la diferencia entre Miike y otros directores que muestran torturas explícitas (Eli Roth o Darren Lynn Bousman, entre otros) es tener un propósito (y algo de moral).
Otro gran cineasta nipón que ha transitado el género con singular talento es Kiyoshi Kurosawa. Se ha definido su austero estilo como una mezcla del
J-horror con Antonioni, y es cierto que hay mucho de eso. Su cine no siempre es comprendido y suele desorientar a los
fans del terror, quienes quizá queden a la espera de más sobresaltos y efectismos. Kurosawa radiografía la alienación, la soledad más febril, los fantasmas interiores y el peso de la urbanización sobre los individuos. Sus cuadros ofrecen múltiples lecturas, y por eso pueden resultar extraños para quienes los aborden con una visión superficial.
Con temáticas muy parecidas pero con un abordaje absolutamente distinto, el cine de Shinya Tsukamoto es perturbador y atmosférico. Quizá sea uno de los cineastas de ficción que menos miedo tiene a la experimentación audiovisual hoy en día, y su mediometraje
Haze puede considerarse una de las obras mayores del terror actual. Un hombre despierta encerrado en una especie de laberinto en el que apenas tiene movilidad y dentro del cual sólo puede trasladarse reptando. No tiene idea de cómo fue a parar allí, y tampoco se vislumbra una salida posible. En ese recinto infame atravesará por distintas instancias, cada cual más claustrofóbica y asfixiante: un corredor por el que debe arrastrarse arrodillado con los dientes pegados a un extenso caño oxidado, un nauseabundo lago repleto de cadáveres en el que debe sumergirse. El enajenante desenlace es de una riqueza alegórica inmensa.
El futuro del terror se intuye prometedor sobre todo considerando a la producción japonesa. Es allí donde existe mayor cantidad de cineastas sólidos en la materia –a los ya nombrados deberían sumarse los nombres de Hideo Nakata, Takashi Shimizu y Takashi Ishii- y son ellos quienes más parecen esforzarse en concebir formas y dimensiones nuevas. Cualquier exploración seria al género debería abordar primordialmente este terreno, en todas sus variables.
“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”. H.P. Lovecraft
No todo el cine de terror proveniente de Estados Unidos son remakes, secuelas o explotación de la tortura. También surgen, de vez en cuando, algunos chispazos aislados que recuerdan que hay creativos capaces de lograr obras atractivas e inteligentes.
1408,
Soy leyenda,
Hard candy,
All the boys love Mandy Lane y
Trick or Treat son algunos buenos ejemplos, por no decir que asimismo emergen obras brillantes, como
Deadgirl,
Sweeney Todd o
La niebla. La situación en Inglaterra y España es similar, aparecen eventualmente películas de terror que sobresalen por varias cabezas de la producción media (
El descenso,
Rec).
Pero varias de las mejores obras creadas en occidente suelen ser co-producciones (ver recuadro). Esto tiene una explicación simple. Las películas financiadas desde diversos países -mayoritariamente europeos, pero también a nivel intercontinental- son la vía más eficaz de oponerse al cine norteamericano dominante. Para alcanzar los altos costos de producción y poder competir con la industria de Hollywood se reparten los gastos, favoreciéndose con las distintas ayudas públicas nacionales, ampliando los mercados y pudiendo llegar a espectadores de los distintos países involucrados. Por lo general se echa mano a figuras del star-system para protagonizar esas películas (Nicole Kidman en
Los otros, Emmanuelle Béart en
Vinyan, Julianne Moore y Gael García Bernal en
Ceguera), y así poder atraer a esa audiencia acostumbrada al consumo de cine
mainstream.
Últimamente han surgido también unos cuantos híbridos llamativos. Más que interesantes y por momentos geniales son los cuentos de terror animados de la francesa
Peur(s) de la noir, y también son curiosas
The burrowers, una mezcla de terror y western,
Dance of the dead, comedia
high school con zombies,
The genetic opera, musical y gore, y muchísimas comedias negras que satirizan al género, como
The cottage,
Severance o
Shaun of the dead, entre tantas otras.
Dentro del reciente cine de terror occidental pueden verse algunas premisas temáticas que se repiten. Una constante es la amenaza exterior, y más precisamente la que se entromete en la casa propia, vulnerando la privacidad hogareña. La obra precursora en este sentido es la demoledora y desestructurante
Funny games de Michael Haneke, de la que
Ils y
A l’interieur recogieron su anécdota central. A su vez estas películas fueron copiadas por la reciente y más bien lamentable
Los extraños y cierto es que ninguna de ellas alcanzó el nivel de la obra de Haneke. La amenaza exterior es en estos casos humana, arbitraria e incomprensible.
Otra constante es aquella en la que un grupo de personas sale de excursión placentera hacia algún lugar aislado y remoto, y son atacados por alguien. Por lo general, se trata de una salida de camping al medio del bosque, y en varios casos, los atacantes pertenecen o están ligados a grupos reaccionarios conservadores (
Backwoods,
Frontiere(s),
Eden Lake). Aquí el mal es claro y tangible, y surge de ciertos núcleos antisociales y xenófobos.
Ya es difícil ver en el cine de terror occidental a una figura monstruosa o a una fuerza sobrenatural, y en los casos que la hay, esa amenaza no es peor que la otra, humana, mucho más presente y cercana. Aquellas obras de terror románticas, en las que un grupo de personas lograba vencer las adversidades actuando con valentía y espíritu de equipo prácticamente han desaparecido. Cuando surge una iniciativa en este sentido suele quedar trunca. El nihilismo está instalado, ya no parecen quedar cineastas en este género que confíen en la humanidad como emprendedora de grandes acciones, y eso parece todo un síntoma de nuestros tiempos.
Terror para un nuevo milenio
-Seance (Kiyoshi Kurosawa, 2000). Japón. Donde se muestra que matar accidentalmente a una niña no es recomendable.
-El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001). España / México. Niños es un orfanato, a fines de los años treinta. Los fantasmas son lo mejor que les pasa.
-Los otros (Alejandro Amenábar, 2001). España / Estados Unidos / Francia / Italia. Al final de la escalera + Los inocentes + Otra vuelta de tuerca + Carnaval de almas.
-Kairo (Kiyoshi Kurosawa, 2001). Japón. Los vivos parecen zombis, y el mundo de los muertos no se diferencia tanto del nuestro.
-Ju-on (Takashi Shimizu, 2002). Japón. Los almas en pena se meten en todos los intersticios de la casa.
-Dark water (Hideo Nakata, 2002). Japón. El agua se escurre e invade la habitación, como los espíritus a la mente atribulada.
-Alta tensión (*)(Alexandre Aja, 2003). Francia. Cecile de France huyendo, defendiéndose, contraatacando. La hemoglobina le sienta bien.
-2 hermanas (Kim Ji-woon, 2003). Corea del Sur. Una madrastra cruel, dos chicas atormentadas, y a lo mejor nadie es lo que parece.
-El amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2004). Estados Unidos / Canadá / Japón / Francia. Muertos vivos, obviamente. Y un amanecer, más un crepúsculo.
-Dumplings (Fruit Chan, 2004). Hong Kong. Para mantenerse en forma hay que alimentarse bien.
-Shutter (Banjong Pisanthanakun, Parkpoom Wongpoom, 2004). Tailandia. Un espíritu fotogénico, y algo cargoso.
-El descenso (Neil Marshall, 2005). Inglaterra. Seis mujeres, un pozo, un centenar de criaturas infernales.
-Haze (Shinya Tsukamoto, 2005). Japón. Para los que creían que necesitan un poco de aire.
-Las colinas tienen ojos (*)(Alexandre Aja, 2006). Estados Unidos. O el más frontal escupitajo al American dream. Abandonad toda esperanza...
-Retribution (Kiyoshi Kurosawa, 2006). Japón. Nuestro detective descubre que todas las pistas del asesinato conducen a sí mismo.
-La habitación del niño (Alex de la Iglesia, 2006). España. El terror japonés, homenajeado y satirizado por un gordo atorrante.
-Imprint (*)(Takashi Miike, 2006). Estados Unidos / Japón. Para los que creían que Audition era poco tolerable.
-[Rec] (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007). España. Lo mejor con cámara subjetiva.
-Sweeney Todd (Tim Burton, 2007). Estados Unidos / Inglaterra. Al barbero se le fue la moto, y lleva navaja.
-Frontiere(s) (*)(Xavier Gens, 2007). Francia / Suiza. Chica embarazada + neonazis + terror francés. Mejor ni verla.
-La niebla (Frank Darabont, 2007). Estados Unidos. Una mezcla de Lovecraft y Romero que ni parece Stephen King. Lo mejor de Darabont.
-El orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007). México / España. Otra vuelta de tuerca, más.
-Ceguera (Fernando Meirelles, 2008). Canadá / Brasil / Japón. En el reino de los ciegos, un gran poder representa una gran responsabilidad.
-Vinyan (Fabrice Du Welz, 2008). Francia / Bélgica / Inglaterra/ Australia. Porque tampoco es recomendable perder un niño en un tsunami.
-Eden Lake (James Watkins, 2008). Inglaterra. Adolescentes un tanto desquiciados, con uno o dos problemas craneales.
-Let the right one in (Tomas Alfredson, 2008). Suecia. Porque el vampirismo es un sentimiento.
-Deadgirl (Marcel Sarmiento, 2008). Estados Unidos. Individualismo patológico, y un poco de necrofilia.
-La huérfana (Jaume Collet-Serra, 2009). Estados Unidos / Canadá / Alemania / Francia. Padres adoptivos reciben una niña un tanto viciosa y degenerada.
(*) Sólo aptas para estómagos curtidos.