Tierra de grandes
En Sala Cinemateca comienza un nuevo ciclo dedicado a una de las cinematografías más atractivas, copiosas, transgresoras y vitales del día de hoy. Aquí una exploración de algunas de las características de un portentoso estallido de creatividad localizada.
Cuando el desprevenido espectador occidental se da de frente con el sorprendente universo fílmico coreano, hay varias cosas que suelen llamarle la atención. En primer lugar, el cuidado técnico, la impecable calidad estética y la veta innovadora con que se desenvuelven los cineastas, capaces de crear climas y atmósferas de taquito, como si no fuera la gran cosa. En esos aspectos, es poco lo que tendrían para envidiarles a los mejores artesanos estadounidenses y europeos. Otro rasgo que se hace notar inmediatamente es que las películas tienen una duración estándar mayor que el promedio occidental. Es decir, es raro dar con una película coreana que dure menos de 120 minutos. Esto se explica porque los cinéfilos surcoreanos suelen protestar cuando una película dura menos que eso, llegando incluso a reclamar la devolución del dinero de sus entradas. Pero no debería pensarse que estas películas se hacen largas o aburridas, ya que muchos de los cineastas en cuestión tienen una noción del ritmo envidiable, aportando historias originales que agarran al espectador del cogote desde el primer minuto, y que se continúan con un imparable dinamismo conceptual y/o audiovisual.
El tercer aspecto llamativo es la valentía con la que guionistas y cineastas se arrojan a tocar y profundizar en temáticas difíciles, dolorosas, auténticos tabúes sociales. Por ejemplo, muchas producciones coreanas suelen estar protagonizadas por personajes marginales, desocupados, discapacitados, prostitutas, exconvictos, guardaespaldas, policías corruptos. En muchos casos llevan formas de vida verdaderamente cuestionables, pero de a poco comenzamos a comprender su entorno, sus razones, sus dolores ocultos; finalmente se logra la empatía con ellos.
La necesidad de lo sórdido. En
Oasis se hace al espectador partícipe del mutuo enamoramiento de un retardado mental y una cuadripléjica, en
Poetry se sigue de cerca la lucha de una señora en defensa de su nieto violador, en
The man from nowhere la temática central es el robo de órganos a niños de la calle; y así podría continuarse con esta clase de chocantes contenidos.
No debe olvidarse que las dos coreas han sido muy maltratadas a lo largo de la historia y han sufrido durante siglos la guerra y la ocupación extranjera. La guerra de Corea significó decenas de millones de bajas humanas, las fricciones entre el Norte y el Sur han existido desde la separación, las continuas dictaduras que se extendieron durante décadas sobre el siglo XX dejaron heridas de muy difícil cicatrización para la población civil. No son pocas las producciones fílmicas que relatan hechos ocurridos en los períodos históricos más dolorosos y significativos para el colectivo, como la masacre de Kwang-ju de 1980, donde la represión militar segó una manifestación estudiantil dejando un saldo de 200 muertos. La inmensa
Peppermint Candy de Lee Chang-dong es paradigmática en este sentido, porque aborda dos décadas de degradaciones e ilustra con claridad el trauma latente en la idiosincrasia coreana. Es lógico que al conseguirse la libertad de expresión se hayan dado a conocer circunstancias difíciles y escondidas, y es probable que los estallidos de violencia, las atmósferas opresivas y ciertos aires pesimistas presentes no sean otra cosa que una explosión catártica, lo que es natural y necesario para una sociedad en recuperación.
Pero el espíritu transgresor coreano también puede verse en escenas de alto contenido erótico, cuya obra máxima es la frecuentemente subvalorada
Mentiras de Jang Sun-woo, en la cual se abordan en forma madura, desprejuiciada y por momentos explícita relaciones sexuales atípicas. Esto no debería llamar demasiado la atención, pero en momentos en que Hollywood filma la sexualidad con recato absoluto, las excepciones a la regla dominante se hacen notar. Hong Sang-soo, un seguidor de Eric Rohmer que no tiene mucho que envidiarle a su maestro, tiene el plus de filmar escenas eróticas con mano prodigiosa. Este director, al igual que otros cineastas coreanos como Bong Joon-ho, Park Chan-wook o el ex ministro de cultura Lee Chang-dong, merecerían todo un estudio aparte.
A su manera, otras formas de transgresión son los finales abiertos en los que la narración se interrumpe en un momento clave, o las estructuras narrativas no-lineales como las utilizadas por Hong Sang-soo en
Virgin stripped bare by his bachelors, o el esquema episódico hacia atrás de
Peppermint candy, planteado incluso antes de que
Memento lo reintrodujera en occidente.
Jóvenes cineastas. Si bien occidente promueve la experiencia y prefiere dejar en manos experimentadas las grandes producciones, en Corea, por el contrario, existe por parte de los inversionistas cierta tendencia a buscar directores jóvenes y de escaso currículum, para darles a ellos el empuje en trabajos importantes. Se sabe que tienen mejor diálogo con las grandes audiencias, y que son los más proclives a explorar terrenos o abrir nuevos caminos. También debe decirse que los directores nóveles son más dados a atender los consejos de los planificadores de producción y, por tanto, preferidos por su maleabilidad. Pero cierto es que la frescura palpable es producto de la constante renovación. Park Chan-wook, Lee Chang-dong, y Kim Ki-duk ya son hoy considerados veteranos, y el mayor de ellos tiene apenas 51 años.
El cine de acción coreano probablemente sea el mejor del mundo y puede dividirse hoy en dos corrientes. La primera y menos interesante es la vertiente
light, familiar aunque divertida y lúdica, de la que
Mi novia es un agente secreto (ver apartado) es un buen ejemplo. Pero la que mejor se sustenta, la que impacta y suele funcionar en taquillas y ser distribuida al mismo tiempo en festivales internacionales es aquella pensada para un público adolescente y adulto, que se caracteriza por ser un cine particularmente truculento y oscuro, y por plantarse en un realismo social a lo Scorsese -
Oldboy es uno de sus ejemplos más conocidos-. Kim Ji-woon, Park Chan-wook y Na Hong-jin, que se desempeñaron brillantemente en el registro, deberían considerarse como auténticos referentes del cine de acción mundial.
Y es que si existen dos géneros que Corea ha explorado y explotado a lo largo del Siglo XX son el melodrama y el cine de acción, y su legado sigue presente en la mayoría de las producciones actuales. Hoy se denota además una importante incursión en el policial, en el cine bélico, en el
thriller y el terror, en la comedia romántica, en el cine épico —
Musa de Kim Sung-su es una épica clásica portentosa, de esas que no se ven en occidente—. Como es típico de un país en plena ebullición creativa, estos géneros se entremezclan permanentemente, por lo que no es de extrañarse, por ejemplo, que una película que originalmente parecía un policial realista comience a descolocar con increíbles secuencias de acción desaforada, para transformarse hacia el final en un drama romántico con puntas sociales, y llamando siempre a la reflexión, como el mejor cine de autor.
Desde el cine poético, lento, reflexivo y sugerente de Kim Ki-duk, pasando por la madurez conceptual de Lee Chang-dong, la intensidad catártica de Kim Ji-woon y llegando hasta la sincera emotividad de Yim Soon-rye o John H. Lee, el universo del cine coreano exige a gritos la atención que merece, y que empiece a ser considerado con seriedad por la prensa especializada.
*Cada vez que se lea “coreano” querrá decir “surcoreano”. El cine de Corea del Norte es poco relevante y en su mayoría se trata de mera propaganda al régimen comunista de Kim Jong-il.
Sistema de cuotas. La reciente explosión y auge de la cinematografía surcoreana se ha dado en parte sin premeditación, casi por accidente, y sus orígenes pueden rastrearse tiempo atrás. Finalizada la ocupación japonesa en 1945 y la guerra de Corea en el 1953, los estudios de producción quedaron reducidos a escombros, y una seguidilla de gobiernos autoritarios frustraría la creatividad de los cineastas. Pero lo llamativo es que una de las medidas restrictivas fue lo que impulsó a este cine, ya que la cuota de pantalla obligaba a las salas a dedicar un 40% de su programación al cine nacional. Es decir, lo que se pensó originalmente para frenar la entrada del cine extranjero, dominar los contenidos e imponer la censura, sirvió más adelante para formar un público sólido y fomentar la industria. De todos modos, es recién en los años noventa que el crecimiento de la producción se vuelve sostenido, gracias al aumento de la inversión y la creación de las tecnologías necesarias para lograr películas capaces de competir con las superproducciones. En 1999
Shiri de Kang Je-gyu desfalcó a
Titanic como la película más taquillera, vendiendo 8 millones de entradas.
The host, en 2006, batió todos los récords con 13 millones de entradas, -en un país en que la población total es cercana a los 49 millones de habitantes-; una cifra difícil de desestimar.
Lamentablemente, Estados Unidos minó en el año 2007 el sistema, exigiendo que lo levantasen como condición fundamental para iniciar negociaciones por un tratado bilateral de libre comercio entre ambos países. La cuota de pantalla –fijada cuarenta años atrás- debió reducirse a la mitad. Por fortuna, de momento no parece haber mermado la producción surcoreana, y si en 2007 la producción anual de largometrajes era de 124, en 2009 ascendió a los 139.
Las imprescindibles de la década
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The isle (Kim Ki-duk, 2000). Una mujer alquila pequeñas cabañas flotantes a pescadores y les facilita comida y prostitutas. La llegada de un huésped suicida despierta su interés. Tortuosa, poética y enigmática.
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Joint security area (Park Chan-wook, 2000). En la única porción de la zona desmilitarizada de Corea, en la que las tropas del norte y del sur se encuentran cara a cara, tiene lugar un extraño crimen, y su investigación no es sencilla.
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Musa (Kim Sung-su, 2001). Nueve guerreros koryo, en un viaje épico a través de la China imperial, se ven abocados en proteger a una princesa china del ataque de las temibles tropas mongolas.
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Oasis (Lee Chang-dong, 2002). El amor entre una tetrapléjica y un retardado mental. La incomodidad original va transformándose paulatinamente en algo emotivo, bello y poético. Una obra mayor de un cineasta de primerísimo orden.
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Turning gate (Hong Sang-soo, 2002). El mejor heredero de Rohmer explora una relación entre un actor venido a menos y una de sus fans, en la que se revelan varias facetas ocultas.
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Sympathy for Mr Vengeance (Park Chan-wook, 2002). Se inaugura la bestial trilogía de la venganza (que se redondea con
Oldboy y
Simpathy for Lady vengeance), marcando un estilo que se arraigaría profundamente en el cine coreano.
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Memories of murder (Bong Joon-ho, 2003). Una investigación imposible. Dos detectives que, pese a sus inmensos esfuerzos no logran reunir pruebas concluyentes, y el tiempo que pasa y el criminal que sigue suelto. Una obra maestra de la que Fincher se robó, para
Zodíaco, su idea central.
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Save the green planet! (Jang Joon-hwan, 2003). Un cazador de alienígenas profesional secuestra a un alto ejecutivo de finanzas, por creerlo un invasor del espacio sideral. Un delirio notable, sobregirado e hilarante.
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A tale of two sisters (Kim Ji-woon, 2003). Tras salir de una institución de rehabilitación mental, las dos hermanas del título vuelven a su casa con su padre y su cruel madrastra. Seguramente lo mejor del terror surcoreano.
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Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera (Kim Ki-duk, 2003). Dos monjes comparten un santuario flotante entre las montañas. Pese a su aparente paz interior, no son capaces de evitar las dolencias y los crueles avatares de la vida.
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Oldboy (Park Chan-wook, 2003). La imágen icónica del cine surcoreano. El hombre del martillo despliega una venganza febril, agobiante y adictiva. Una pesadilla hecha cine.
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A moment to remember (John H. Lee, 2004). Un melodrama de los que golpean y desarman. La agradable belleza romántica de la primera mitad se obstruye con una inesperada y trágica sorpresa que cambia y ensombrece drásticamente el tono general.
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Brotherhood of war (Kang Je-gyu, 2004). En 1950, dos hermanos son obligados a abandonar trabajo y estudios e incorporarse a filas, durante la guerra de Corea. Allí padecerán el infierno.
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Woman is the future of man (Hong Sang-soo, 2004). Un triángulo amoroso, de personajes fracasados y egoístas es la excusa para explorar ciertas facetas humanas. Otra obra patética e incómoda de un genial director maldito.
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A bittersweet life (Kim Ji-woon, 2005). Un mafioso de cuidado se enamora de la prometida de su jefe, desatando caos y una ira irrefrenable. Las escenas de acción son maravillosas.
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A dirty carnival (Ha Yu, 2006). Veterano criminal debe cuidar de su madre terminal y de su hermano pequeño. Entre inmensos líos mafiosos, un amigo le pide asesoramiento para filmar una película.
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Secret sunshine (Lee Chang-dong, 2007). Una madre soltera debe enfrentarse a una de las mayores calamidades que le podrían ocurrir en vida. Un drama mayor, sobre un tema difícil.
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The chaser (Na Hong-jin, 2008). Un expolicía devenido en proxeneta se da cuenta de que sus chicas van cayendo en las manos de un retorcido asesino serial, y procura tomar cartas en el asunto.
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Forever the moment (Yim Soon-rye, 2008). En 2004 el equipo nacional de
handball femenino calificó para las olimpíadas. Los conflictos individuales, los avatares de la formación, y una vibrante épica partidística.
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Breathless (Yang Ik-joon, 2009). Gángster violento y antisocial se gana la vida cobrando deudas, maltratando y hostigando gente. Pero se ve sacudido al conocer una jovencita que no parece tenerle miedo, y que es a su vez víctima de violencia familiar.
En Cinemateca Uruguaya:
El momento para siempre es grandiosa. Está basada en una anécdota real de un equipo femenino de handball que compitió representando a Corea del Sur para las olimpíadas de 2004, y se centra en las dificultades de este grupo de chicas para entrenar, en los conflictos que existen entre ellas y con los entrenadores, en las complicaciones que conlleva ser una deportista de calibre y a la vez hacerse cargo de tareas como sobrevivir o criar hijos. Los cineastas occidentales deberían tomar nota, pues aquí se ven elementos que llevan a que una película deportiva se convierta en algo sobresaliente: hay personajes sólidos y diferenciables y se dan a conocer sus conflictos individuales; las interpretaciones son notables, hay emoción y, por sobre todo es notorio el conocimiento del deporte por parte de la directora-guionista, capaz de involucrar a la audiencia en las tácticas aplicadas, en el desempeño individual, logrando asimismo transmitir la vibrante fuerza épica a la competición. Seguramente el punto más alto de esta selección.
Mi novia es un agente secreto es una película de acción divertida y despreocupada, notablemente filmada e inteligentemente escrita. En otras palabras, la clase de películas que hoy no podrían encontrarse en hollywood. Algo así como que Una pareja explosiva, o Brigada A tuvieran, además de las dosis de dinamismo y humor, un guión coherente y sólido, y el espíritu lúdico de las mejores películas de Jackie Chan. También en este registro más comercial se encuentra la comedia Fabricante de escándalos. Hay una idea sólida y original y están ahí un montón de elementos que explican que haya sido el taquillazo que fue. Dosis de humor, enredos, drama, romance; hay un niño pequeño que actúa como los dioses y un par de estrellas en papeles protagónicos que cantan y bien. Un final luminoso, a lo grande, con lágrimas, canciones movedizas y un nutrido coro cierra un entretenimiento familiar de esos que se gozan. Por su parte, El gran chef es de esas películas que combinan notablemente exotismo con gastronomía, y además lo hace en clave de comedia, llevada adelante gracias a una anécdota irresistible. Un concurso de chefs coloca a dos eternos rivales frente a frente, en una ensañada competencia dividida en distintas etapas, para ver cuál de ellos es el mejor. Las diferentes instancias reflejan aspectos clave de la comida surcoreana, y la película en su conjunto es un disfrute de texturas, olores y sabores, con buen ritmo y momentos de efectiva hilaridad.
Viejo compañero es un interesante documental sobre un señor antiquísimo e inválido que convive con su mujer y un buey de cuarenta años. Este animal es su herramienta de trabajo, su salvación y su compañero de toda la vida. Pero el veterinario dice que no puede vivir ni un año más. El documental muestra la inagotable parsimonia con la que el hombre, con su salud y la del animal comprometidas, moviéndose a duras penas sigue yendo a trabajar, persistiendo en métodos de labranza rústicos y obsoletos.
Un sueño descalzo es el punto flojo de la selección. En un entorno marginal de Timor Oriental, un entrenador de fútbol arma un equipo infantil con la intención de darle proyección internacional. Lamentablemente los niños son personajes poco sustanciosos, carecen de personalidad y se limitan a patear la pelota, sonreír o llorar de acuerdo a su fin único que es ser reconocidos, y la aproximación a ellos peca un tanto de miserabilista. El relato pierde así firmeza y vigor y el conflicto es llevado sin el ímpetu que era necesario. Discursivo y demagógico, el final acaba por hundir una buena idea.
* va hasta el martes 4, en Cinemanteca Carnelli.
Publicado en Brecha el 30/9/2011