De arañas, flores macabras y elefantes
Los últimos días de enero depararon a las carteleras montevideanas grandes títulos: un drama social durísimo, ambientado en Irán; una alegoría fantástica de origen austríaco y un luminoso y descontrolado homenaje al Hollywood de hace un siglo. Tres películas que no deberían pasar desapercibidas.
Fundamentalismo arácnido. Holy
Spider es de esos atípicos policiales negros en los que, ya desde un
comienzo, vemos el rostro del asesino y sabemos quién es. De este modo, cuando
acompañamos la investigación pertinente, la incógnita del perpetrador ya se
encuentra resuelta, y pasan a ser los procedimientos para llegar hasta él lo crucial
para resolver el caso. Así, una periodista (Zar Amir-Ebrahimi, ganadora del
premio a mejor actriz en Cannes por este papel) llega desde Teherán a la ciudad
de Mashad para investigar una serie de misteriosos y truculentos asesinatos de
prostitutas. Pero como se sigue paralelamente a la periodista y al psicópata,
pueden comprenderse por un lado las dificultades de investigar con escollos
permanentes -debido principalmente a la condición de mujer de la protagonista y
de sus pretensiones de obtener justicia en una teocracia fundamentalista-, y
por otro, un modus operandi chapucero y hasta alevoso, por parte de un asesino
que parece desear ser arrestado, y reconocido popularmente.
Está claro que ahondar en el tema
de la prostitución es difícil y supone meter el dedo en muchas llagas sociales,
pero si además en la trama se acumulan gestos machistas por docenas por parte
de funcionarios de variado porte y hasta de los ciudadanos de a pie, el drama
se potencia. El acierto del director iraní radicado en Dinamarca Ali Abbasi
(autor de la notable Border) es múltiple y supone una de las más
desgarradas denuncias al sistema político, al fanatismo religioso que avala sus
delirios y a una sociedad reaccionaria -sería hipócrita verla como algo ajeno;
a lo largo y ancho de occidente campean pensamientos similares- que desea la
muerte de sus pares en desgracia. El monstruo arácnido extiende sus patas en
todas direcciones, atraviesa las calles, se enquista en las instituciones, se
instala entre los adultos y anida en las mentes jóvenes, perpetuándose en el
tiempo. Holy Spider es una película sorprendente, apremiante y
difícilmente olvidable, además de una auténtica osadía cinematográfica, basada
en hechos reales.
Fragancia viral. Hace
pocas semanas publicábamos una nota sobre el elevated genre, suerte de
subgénero dentro del cine fantástico, en el cual Little Joe, el negocio de
la felicidad podría encasillarse claramente. La historia se centra en una
madre soltera que se dedica a la cría de plantas perfeccionadas genéticamente.
La empresa para la cual trabaja busca el desarrollo de una flor que, si es
correctamente cuidada, emana un polen que provoca, en los humanos, un estado de
felicidad inmediato. Pero a poco de comenzada la película comienza a extenderse
la sospecha de que la flor acaba por alterar la psiquis de sus dueños, y los
domina para su beneficio.
La directora y guionista austríaca
Jessica Hausner concibe -en cooperación junto a la también directora Géraldine
Bajard- un libreto brutal, una gran alegoría que permite múltiples lecturas sobre
qué está ocurriendo, con qué consecuencias y a qué refiere la historia en su
totalidad. En una escena crucial (siguen spoilers) se percibe que la
resistencia a los efluvios de las flores es inútil, y que para la protagonista
supondría, asimismo, la reprobación general, y seguramente su aislamiento
social. Si las flores y su aceptación representan la adhesión a las nuevas
tecnologías, a las redes sociales, al pensamiento hegemónico o al lenguaje
mismo, es tarea que debe resolver el espectador consigo mismo. Como sea, una
fotografía grandiosa que equilibra fondos blancos asépticos con colores
chillones y una banda sonora casi marciana -casi, ya que en realidad fue
compuesta por el músico japonés fallecido Teiji Ito- redondea una atmósfera
crecientemente enrarecida e inquietante.
El gran bacanal. Hollywood
supo ser un lugar de fermento creativo, libre, desinhibido y excesivo. Claro
que tenemos que remontarnos a la segunda década del siglo pasado para llegar a
ese punto único en la historia de Estados Unidos, cuando la industria
cinematográfica era la quinta más grande del país, se producían en promedio
unas 800 películas al año, y el cine era un campo fértil para la
experimentación sin límites. Debido justamente a los escándalos -y las muertes-
derivadas de todo tipo de excesos circundantes, es que comenzó una regulación
creciente y apareció el nefasto Código Hays, que luego impuso reglas de moral
al cine. El talentosísimo director Damien Chazelle (Whiplash, La La
Land) rinde un desatado homenaje a aquella década, con una película
sobregirada, virtuosa y descomunal, en la que abundan los detalles históricos y
una inteligente y estimulante multirreferencialidad. Como ejemplo de esto: una
mujer directora aparece en varias escenas de rodaje. Su personaje está
inspirado en Dorothy Arzner, única mujer directora de Hollywood en el momento,
y se dice de ella que fue la responsable de crear el micrófono “boom”, es
decir, equipado con una “jirafa” o caña que se apunta a los intérpretes en las
escenas con diálogos. La forma en que Chazelle introduce a este personaje y a
la necesidad imperiosa de cambios técnicos con el advenimiento del cine sonoro,
es hilarante y sensacional.
Chazelle se divierte en una
película brillante por momentos -la primera mitad es casi perfecta, y contiene
varias escenas de antología- que asimismo decae en algunos tramos -las frases
como sentencias expresadas por una periodista cultural rememoran los peores
tramos de Birdman, y la representación de un mafioso desequilibrado interpretado
por Tobey Maguire es torpe y caricaturesca- pero que contagia un amor por la
época y una energía vital sobresalientes. La sucesión de orgías (literales y
figuradas) remite a películas como El lobo de Wall Street, Ojos bien
cerrados, La gran belleza, o al Fellini más desaforado, con un
catálogo de excesos -incluido un elefante embutido en una fiesta- que recuerda
que nada hay ahora que no se haya visto entonces; desde el título se refiere
incluso a aquella Babilonia que supo existir hace casi cuatro mil años, y a
ciertos fenómenos cíclicos que parecen sucederse desde tiempos ancestrales.
Publicado en Brecha el 28/1/2023