domingo, 30 de enero de 2011

RED (Robert Schwentke, 2010)

Jubilados a las armas

La amplia mayoría de las películas de acción apuntan al tamaño del artificio, a la explosión más grande, el salto más espectacular, la persecución más rebuscada. Y además suelen ser muy malas. Por eso, es realmente llamativo encontrarse con una película de acción que deja esos elementos relegados a un segundo plano y se esfuerza principalmente en construir personajes. ¡Y qué personajes! RED significa Retired Extremely Dangerous, y se trata de un escuadrón improvisado de veteranos ex agentes de la CIA, especialistas imbatibles de tipo James Bond, reunidos a la manera de los protagonistas de La gran estafa, pero en un principio, como Jason Bourne, para escapar de sus superiores, y combatirlos. El elenco es grandioso y se hace notar. Bruce Willis es el “joven” líder; fibra, inteligencia y presencia; el personaje de Morgan Freeman –acreedor de un cáncer en etapa cuatro- es puro encanto y seducción. John Malkovich hace de esos papeles que les van mejor, el de un demente remachado, y Helen Mirren, por su parte, está bellísima y su versatilidad le permite componer el personaje más atractivo y querible del cuadro, una francotiradora ex MI6. Todos juegan con esa dualidad de ser adorables y terribles al mismo tiempo, confiesan su adicción por matar gente y finalmente se arrojan a la más desquiciada y adrenalínica misión: asesinar al vicepresidente de los Estados Unidos. Como apunte irónico, un quinto integrante es Brian Cox, un ruso ex KGB que tiempo atrás pudo haber sido enemigo acérrimo de Willis y compañía, pero que hoy lucha hombro a hombro junto a ellos, como uno más.
Es verdad que a nivel de las escenas de acción no hay nada demasiado brillante. Está muy bien un combate cuerpo a cuerpo de Willis en una habitación cerrada -es de esos en los que todo en la pantalla es tensión y caos sangriento, y se ven involucrados los muebles, las duras paredes y las cristalerías- y en otras ocasiones se utiliza muy inteligentemente el recurso del montaje paralelo para alternar escenas apacibles con el dinamismo más desacatado, provocando un efecto humorístico. Fuera de ello, no puede verse nada muy sobresaliente en este ámbito.
Esta película funciona a las maravillas como el entretenimiento que es. Dinámica, lúdica, y repleta de la clase de actores que da gusto de ver en la pantalla. Se inscribe fácilmente dentro de varias tendencias; es una adaptación del cómic al cine, entra dentro del universo autosatírico hollywoodense en el cual una vieja gloria de los años ochenta se burla de sus propios clichés –Schwarzenegger inauguraba el “subgénero” con El último gran héroe (1993)- muestra a los servicios de inteligencia norteamericanos como burocracia inescrupulosa dispuesta a eliminar a quienes detentan secretos de estado –la trilogía Bourne marca el camino-, y en estructura, no se aleja de los llamados “caper films” –algo así como películas de atracos, pero con toques humorísticos-. En fin, la pólvora está descubierta desde hace rato, pero qué gusto verla funcionar tan bien, marcando el inicio de una nueva franquicia.

Publicado en Brecha el 28/1/2011

viernes, 28 de enero de 2011

Cine y excesos juveniles

Los indeseables, y los necesarios



Quizá ninguna película hable tan bien de los excesos como Trainspotting. Allí está esa juventud desaforada, violenta y antisocial que desde una voz en off increpa al espectador, cuestionando algunos nichos de la sociedad bienpensante. “Elige una carrera, una familia, una TV inmensa. Elige lavarropas, autos, CDs y abrelatas eléctricos. Elige la buena salud y el colesterol bajo. Elige las hipotecas a plazo fijo. Elige una primera casa. Elige a tus amigos. Elige la ropa informal. Elige un traje de tres piezas comprado en cuotas...y preguntarte quién mierda eres un domingo temprano. Elige sentarte en el sofá y mirar programas estupidizantes mientras comes comida chatarra. Elige pudrirte en un hogar miserable, siendo una vergüenza para los malcriados que has creado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida. ¿Por qué querría elegir todo eso? (…) ¿Las razones? No hay razones. ¿Quién las necesita si hay heroína?”.
Y este grito maleducado surge en el preciso momento en que ellos deben comenzar a cargar con la mochila de su futuro, justo cuando se les impone madurar de golpe y pensar en una orientación y una independencia. Y su elección es ser yonkies. El yonkie no trabaja, no tiene pareja, ni responsabilidades, ni una moral aparente. Reniega del futuro, sólo le importa el hoy y su único credo es sorber el exceso hasta lo imposible, sin pensar en consecuencias. En cambio, los protagonistas de Requiem por un sueño no eran antisociales sino que, por el contrario, buscaban integrarse a la sociedad y al sueño americano mediante su gusto por los excesos, vendiendo y traficando la heroína que tango gustaban de consumir, y obteniendo un rechazo violento, nefasto e irreversible. En Kids, los adolescentes protagonistas buscaban desflorar todas las vírgenes que pudieran, y beber y drogarse hasta perder la conciencia, mientras el virus del sida los sobrevolaba, sin que ellos lo supieran. ¿Las razones para su comportamiento? Padres ausentes, una educación lamentable, instituciones en decadencia.
Algunas películas asiáticas, como las japonesas L’amant y All about Lily Chou-Chou o la surcoreana Samaritan girl dan cuentas del extendido hábito por el cual colegialas de buen pasar se prostituyen con hombres mayores para obtener dinero fácil. La francesa El odio se enfoca en tres jóvenes de la banlieue parisina, hartos del maltrato policial, de la marginalización y de la exclusión, y expone notablemente el imparable círculo vicioso de violencia en el que se encuentran y que reproducen.
En todos los casos existen grandes riesgos pero, ante todo, una necesidad imperiosa, desesperada de escapar de los esquemas y del sitio que la sociedad les ha deparado. Lo curioso es que en el cine uruguayo los excesos parecen ir en sentido contrario. Exceso de aletargamiento mental, de inacción, de pelotudismo. Alguien dijo acertadamente que los protagonistas de Whisky podrían ser los adolescentes de 25 Watts varias décadas después, y en un punto intermedio se podría colocar a ese treintón errante, apático, casi zombi de Hiroshima. La injustamente desestimada La perrera tenía un final memorable, y parecía dar alguna razón a esta inmovilidad. El hijo rebelde, indignado, procedente de La pedrera se distanciaba de su padre y de la estabilidad hogareña y se jugaba a probar suerte en Montevideo. Aquí no lograba dar con los pocos amigos que podían ayudarlo y se veía forzado a pasar la noche dormitando, sentado, en la terminal de Tres cruces. Es evidente que al poco tiempo tendría que tragarse todo su orgullo y volver, cabizbajo, a rogarle cobijo a su padre. La perrera parecía decir que la sociedad, igual de apática y estanca que los personajes que pueblan estas películas, no da posibilidades a la juventud, y que en este país ni siquiera existe la posibilidad de rebelarse cuando es necesario. Y el riesgo aquí no es menor, y se encuentra en los daños que los mismos personajes acaban infligiéndose a sí mismos. A nadie le extrañaría que los protagonistas de Whisky murieran de cáncer al cabo de unos años, como una última somatización de décadas de frustración acumulada.
Aunque Miss Tacuarembó hable también de una imposibilidad, al menos da cuentas, en su forma, en su contenido y en su propia afectación y desparpajo, que el exceso, ese otro exceso juvenil, festejante y festejable, es posible. Y que por fortuna, no todos los uruguayos somos zombis.

Publicado en Brecha 28/1/2011

martes, 25 de enero de 2011

El turista (The tourist, Florian Henckel von Donnersmarck, 2010)

Elegante, y de manual

Lo primero que llama profundamente la atención en esta película es su director: Florian Henckel von Donnersmarck, el alemán de La vida de los otros, aquella película que exponía notablemente el espionaje a los círculos intelectuales por parte de la policía secreta, durante los últimos años de existencia de la República Democrática Alemana, y que le valió al cineasta tantos elogios, prestigio y premios internacionales.
Aquí el viraje de von Donnersmarck es radical. Se trata de una superproducción de 100 millones de dólares, un elegante thriller de implicancias internacionales, con servicios secretos coordinados en una persecución por las calles y canales de Venecia detrás de un criminal del mundo financiero. Un entretenimiento light basado en las confusiones, los engaños y una manida y fallida trama romántica. Pueden sentirse los ecos de la grandiosa Charada (1963) de Stanley Donen, pero sin ideas nuevas, sin la química, las energías y el espíritu lúdico que caracterizaron ese clásico.
Es de agradecer que no se busque mantener la atención con una escena de acción cada cinco minutos, un giro argumental tras otro ni reiterados golpes de efecto, pero sí se hubiera echado en falta que los protagonistas tuvieran motivaciones creíbles o profundidad psicológica, y que se respirara cierta atmósfera -el montaje parece cortar a hachazos todo intento de conseguir un buen clima-. Johnny Depp y Angelina Jolie hacen lo imposible para insuflarles vida a los protagonistas pero no pueden con semejantes estereotipos. Jolie además parece estar demasiado flaca como para que le quepa bien el rol de mujer sexy; seguramente se vería mucho más bella si le alivianaran el rostro de medio kilo de maquillaje, y la pretensión de asemejarla a Sophia Loren en un baile de gala no la favorece en absoluto. Al que parece haberle ido mejor es a Paul Bettany, al que le concedieron el único rol interesante, el de un perseguidor empecinado y envidioso al que todo le sale mal.
Para cerrar, la vuelta de tuerca final, ese último e infaltable ingrediente que necesitaba la película para seguir todos los pasos del lugar común y la fórmula establecida. Es de esas que pretenden resignificar toda la película y llevar a pensar escenas precedentes, pero la incorporación no resiste el más mínimo análisis, ya que algunos diálogos, o mejor dicho, la ausencia de diálogo en algunos tramos en que los protagonistas están juntos, desobedecen al más básico sentido común. Parecería una búsqueda de audacia a cualquier costo, un guiño final al espectador para que quede contento consigo mismo por haber entendido, captado en su totalidad la obra. Pero el costo está en que se pierde firmeza, unidad y coherencia, y que El turista no pueda ser considerada como algo más que un defectuoso y olvidable ejercicio de género.

Publicada en Brecha 7/1/2011

martes, 4 de enero de 2011

Cine argentino de género

Inyección de vitalidad

Las películas “de género” suelen considerarse como tales en oposición a aquellas más libres, serias y “de autor”, pero sobre todo cuando reproducen determinados parámetros reconocibles, similares a los de centenares de otras películas. El público consumidor busca esas pautas y las exige, y por lo tanto puede decirse que un género se define en tanto existe una audiencia que lo reconoce. Para orientarse mejor, una película pertenece a un género específico cuando puede encasillarse con facilidad en alguna góndola de video-club.
Así como suele considerarse que Pizza, birra, faso (1998) de Adrián Caetano es uno de los puntos decisivos que suponen el comienzo del “nuevo cine argentino”, de la misma manera podría arriesgarse que esta suerte de “nuevo cine argentino de género” surge a partir del año 2000, con la película Nueve reinas (2000) de Fabián Bielinsky. Hasta entonces el cine popular argentino podía considerarse chato y rutinario, cuando no directamente intrascendente, pero entonces comenzaron a aparecer, de golpe y sin aviso, obras de género que no sólo competían en calidad con las mejores películas de género del cine mundial sino que, en algunos casos, llegaban a superarlas.

El policial negro. Bielinsky y Trapero. La muerte prematura de Fabián Bielinsky fue uno de los golpes más duros para la cinefilia en los últimos años. El hombre supo estar empleado durante quince años como ayudante de dirección por Carlos Sorín, Marcos Becáis y Eliseo Subiela, y recién comenzó a filmar por su cuenta a los cuarenta años. Su filmografía es lamentablemente escasa, pero de todos modos su nombre se ha ganado un merecido espacio en la historia del cine argentino. Nueve reinas fue una propuesta sumamente original que contaba la historia de dos estafadores (Ricardo Darín y Gastón Pauls) que se desenvolvían en el hampa bonaerense como peces en el agua, y que se veían envueltos en un negocio de medio millón de dólares. Nueve reinas marcó algunas de las pautas que comenzarían a reproducirse en el posterior cine argentino: un registro aterrizado, en el que un policial negro era traído a una realidad cotidiana y reconocible y protagonistas cuestionables y de poca monta, que se arrojaban a actividades delictivas. El mérito de la película es aún mayor si se considera que dio las pruebas de que Darín funcionaba maravillosamente en la pantalla grande, y que podía desempeñarse en papeles distintos a los que solían destinarle. El rostro de Darín sería, de aquí en más, una constante en este nuevo cine argentino de géneros.
Más adelante Bielinsky lograria con El aura (2005) su culminación, aunque la crítica no le correspondió en primera instancia. Se trata de un thriller angustiante, tenso y atmosférico, en el que un taxidermista (otra vez Darín) sufría inquietantes ataques epilépticos mientras era acechado por sujetos temibles, en medio de un frondoso bosque. Una película que empieza reposadamente y se toma sus tiempos para empezar, pero que incorpora tensión in crescendo, alcanzando puntos pavorosos y directamente fantasmagóricos. Nunca se había visto un cine argentino tan inmersivo, ni que presentara semejantes climas.
Pablo Trapero, por su parte, es un cineasta que suele identificarse con el “nuevo cine argentino” más de autor, y algunas de sus películas (Mundo grúa, El bonaerense) se consideran hitos iniciáticos del movimiento. Pero aunque Trapero se mantenga fiel a su vocación realista y documental, con sus últimos dos largometrajes pareció inclinarse hacia el terreno de los géneros. Leonera (2008) quizá sea la mejor y más memorable de las películas de cárceles de mujeres, ya que el director supo darle seriedad a un registro que ha sido utilizado mayoritariamente para hacer cine de explotación; es decir, poco más que una excusa para mostrar violencia y muchos desnudos. Sólida e inteligente, la película escapa a esa frivolidad y muestra con acierto una realidad carcelaria y ciertas injusticias sociales.
Carancho (2010) es también una obra comprometida con una realidad social, y expone con claridad y excelente ritmo un cuadro callejero en el que ciertas aves carroñeras explotan y lucran con la desgracia ajena. El carancho del título es encarnado otra vez por Ricardo Darín y se trata de un abogado que aparece, sorpresivamente y casi por arte de magia justo en el lugar en el que tienen lugar los accidentes de tránsito, para ofrecer sus servicios a los damnificados e intentar así extraerle dinero a las aseguradoras. Violenta, contundente y trágica, otro punto alto de este nuevo cine.


Comedia. Burman, Taratuto y Campanella. Bien es cierto que las comedias más interesantes y trascendentes presentan todas ellas sus costados dramáticos, y en este sentido el cine argentino ha sabido aportar, últimamente, grandes películas. Daniel Burman (Derecho de familia, El nido vacío) parece ser un director más bien irregular, pero también es cierto que supo construir con notable verosimilitud ciertos cuadros cotidianos, y que aún sus películas más flojas son sumamente amenas y mantienen el interés. El abrazo partido (2004) es su mayor obra hasta la fecha, y en ella demostró su habilidad para exponer ambientes familiares con agilidad, así como su buen oído para los diálogos y su buen sentido del ritmo. Su tocayo y actor fetiche, Daniel Hendler, aportaba dinamismo al relato y su presencia le dio un extra de emoción al grandioso clímax final, una descomunal estampida por las calles del Once por parte de un chico que aparentaba ser más bien apagado y holgazán. Lamentablemente hoy Burman parece estancado en sus propias fórmulas de éxito, y corre graves riesgos de convencionalizarse y de continuar transitando un cine de corte minimalista, quizá interesante y amable, pero carente de sorpresas y vuelo cinematográfico.
Juan Taratuto (Quién dice que es fácil, Un novio para mi mujer) tampoco pudo superar aún su ópera prima No sos vos, soy yo (2004), ese inteligente y divertido acercamiento a la ruptura amorosa de un cuarentón, interpretado por Diego Peretti. Taratuto creaba con soberbia precisión una transición de angustia, dolor, desesperanza, ilusión y finalmente superación, presentando un personaje creíble y humano, colmado de defectos, y en los cuales uno podía verse reflejado sin dificultades.
Por otra parte, Juan José Campanella (El hijo de la novia, Luna de avellaneda) seguramente sea el más polémico de todos los directores aquí nombrados, y conviene aclarar que no es de especial agrado de este cronista. Habiendo ganado recientemente un oscar a mejor película por El secreto de sus ojos (2009) su carrera parece estar en un punto álgido, y de seguro seguiremos escuchando sobre él durante un buen tiempo. Alternando la comedia liviana con el drama de impacto, Campanella sabe hacer fluir los relatos, aportando anécdotas atractivas, un buen trazado de personajes y ritmo ágil, pero también incurre en ciertos “vicios” que a muchos importuna. La sobreabundancia de diálogos “ingeniosos” y cancheros, así como la incansable búsqueda de un sentimentalismo efectista, redundan en aproximaciones pretenciosas y cargantes, muchas veces rechinantes y cursis.



Caetano, el Western y otros. Adrián Caetano es una rara avis dentro del cine argentino. De bajo perfil, el director evita las pompas festivaleras, no hace apariciones en sociedad, y quizá por ser él mismo un marginal de los círculos del stablishment fílmico, la crítica especializada muchas veces no sabe como calificarlo. Cuando junto a Bruno Stagnaro filmó Pizza, birra, faso, un cuadro lumpen inserto en pleno conurbano bonaerense, ya demostraba su interés por el clasicismo narrativo y los géneros. La lucha por la supervivencia en el submundo del hampa, la constante sensación de peligro y paranoia, y la fuga final hacia otro país y hacia un devenir más promisorio bañaban la película de los aires derrotistas del mejor cine negro. Un oso rojo (2002) seguramente sea de los mejores westerns concebidos en los últimos años: sustentado en buena parte sobre los hombros del gran Julio Chávez -al que ningún otro director logró darle semejante presencia en la pantalla- mostraba la violencia constante a la que era expuesto un outsider que luchaba por dejar de serlo. De portentosos aires épicos, el Oso entraba a un saloon -un bar de mala muerte, en rigor- y debía agarrarse a piñas o a balazos contra media docena de matones, rememorando los mejores momentos de Clint Eastwood.
No es menor que Caetano haya concebido una de las más vibrantes series televisivas sobre la vida carcelaria: Tumberos, y que con su notable Crónica de una fuga (2006) haya pormenorizado detalladamente la vida y la posterior huida de un centro clandestino de detención y tortura en plena dictadura argentina. Quizá los puntos más fuertes de Caetano sean su capacidad para darle a los diálogos un aire casual y creíble, su notable dirección de actores y su viciada y agreste puesta en escena. En definitiva, su capacidad para generar atmósferas de superficie realista. Considerando las películas y los cineastas nombrados anteriormente, es palpable la influencia del cine de Caetano sobre el resto del cine argentino de género – y seguramente sobre el cine de autor, también- y éste es un elemento que, de momento, la crítica especializada no ha ponderado en su justa medida.

Damián Szifrón. Quizá más que por sus películas, Damián Szifrón es reconocido por haber creado la brillante serie televisiva Los simuladores, en la que, al igual que en Los magníficos, un grupo clandestino de sujetos con habilidades específicas era contratado para misiones especiales. El atractivo de los personajes y de las anécdotas, la superficie lúdica y la gran inventiva general son puntos fuertes que Szifrón supo mantener también en su producción fílmica: El fondo del mar (2003) es un notable ejercicio hitchcockiano, en el cual un desquiciado Daniel Hendler era arrastrado por los celos y perseguía durante toda una noche a su novia (Dolores Fonzi), metiéndose en más de un problema. Y una inyección de frescura y vitalidad es Tiempo de valientes (2005) la divertidísima historia de un psicólogo (Diego Peretti) que, a raíz de un accidente de tránsito se ve obligado a realizar tareas comunitarias, y debe brindar sus servicios a un inspector de la Policía Federal, con consecuencias inesperadas.
La gran diferencia de Szifrón con el resto de los cineastas nombrados es que no parece verse atado a una superficie terrenal, y en ese sentido es el que más ha utilizado y se ha dejado influir por los géneros cinematográficos. Szifrón no busca verosimilitud ni parece tener como prioridad mostrar una realidad social, sino en cambio algo tan sencillo como divertir y divertirse. Comedia, acción, policial, thriller, todos esos términos genéricos juntos pueden servir para describir sus películas.

¿Y por casa? No es extraño que grandes sectores de la cinefilia miren con desdén y por encima del hombro al cine de géneros en general, y que lo consideren un entretenimiento trivial o una pérdida de tiempo. Pero lo cierto es que el cine de género hace tiempo que dejó de ser solamente el puntal desde el cual la gran industria se afirma para seguir existiendo, y hoy en día es también un punto de apoyo para nuevos cineastas del resto del mundo. Los géneros son utilizados para exponer inquietudes artísticas, se deforman y se reinventan, y sirven a las cinematografías periféricas para ampliar los públicos, tanto locales como extranjeros. En Uruguay, mucha trascendencia se le da al cine local serio y de autor, y pocos han comprendido la crucial importancia de películas como Mal día para pescar o Miss Tacuarembó. Los géneros dan vitalidad, nutren de experiencia al oficio y expanden horizontes. Y en muchos casos, también ofrecen cine memorable de verdad.


Publicado en "Dossier" 1/2011