El cine social siempre cumplió un rol esencial de acercar realidades, impartir enseñanzas, generar conciencia y, de paso, denunciar determinadas injusticias. Suele servir también como registro histórico, ya que muchas veces se vuelve un excelente reflejo de las circunstancias sociales y políticas pertenecientes a una época. En los últimos años el registro ha dado obras sobresalientes y variadas, entre las que cabe destacar Entre los muros (Cantet), Tropa de elite (Padilha), Taare zameen par (Khan), Tokyo sonata (Kurosawa), Naturaleza muerta (Jia), Secret sunshine (Lee), Persépolis (Satrapi), Serbis (Mendoza), Cuscús (Kechiche), Offside (Panahí), Anjos do sol (Lagemann), La nana (Silva) así como la obra de los hermanos Dardenne (El hijo, El silencio de Lorna). Un detenimiento en tres obras fundamentales y de estreno reciente puede ayudar a comprender algunas de las nuevas dimensiones de esta clase de cine.
El cine argentino últimamente ha transitado paralelamente un registro de género -policial sobre todo- y al mismo tiempo un cine realista y costumbrista. Ambas tendencias parecen unirse en Carancho: el perfil más oscuro y truculento del universo del policial negro, y una realidad social que recuerda a los cuadros marginales de Adrián Caetano. El valerse de los parámetros de éxito de un género popular sirve para que la audiencia se vuelva incondicional, y asimismo la película tiene el mérito de dar a conocer ese submundo real de aves carroñeras que se sirven de la desgracia ajena para utilizarla en su propio beneficio. El carancho del título refiere al protagonista -encarnado por Ricardo Darín- un abogado que tiene la capacidad de aparecer de inmediato y como por arte de magia en los sitios exactos donde tienen lugar los accidentes de tránsito, para ofrecerles sus servicios a los damnificados y extraerles grandes sumas a las aseguradoras. Así la película expone, como el mejor cine social, una realidad desconocida para la amplia mayoría de los espectadores.
Adiós Solo, por su parte, es una película independiente norteamericana dirigida por Rahmin Bahrani, un director iraní que cuenta la historia de un taxista senegalés y su encuentro con un septuagenario amargado, en la que el anciano pide los servicios del primero para poder suicidarse. Lo que llama la atención de este par de sujetos es que, ante todo, llaman al rechazo. Su primer impacto es negativo; despiertan incomodidad. El taxista, sonriente y verborrágico, parece un estafador y un mercachifles, y la desconfianza hacia él se acrecienta cuando se dan a conocer sus vínculos con traficantes y delincuentes de poca monta. El hombre mayor es introvertido y antipático, cuando no directamente ordinario y desagradable. Aquí el descomunal e impredecible mérito de la película está en lograr despertar, paulatinamente, empatía y adhesión hacia este par de individuos. Y ese es uno de los mayores logros del cine social: acercar, humanizar y descubrir vínculos y afinidades donde no parecía que existieran.
El director chino Jia Zhang-ke es el cineasta de la actualidad que mejor ha documentado el paso del tiempo y la transformación social y cultural de las últimas décadas. Sus películas de ficción tienen una registro casi documental, y sus documentales parecerían ficcionados. En cualquier caso, sus películas reflejan el estado de desorientación que se vive en las grandes ciudades ante los cambios que traen aparejados la modernización económica y el capitalismo descontrolado, las catástrofes urbanas y las nuevas formas de explotación laboral. Las películas de Jia no son sólo un testimonio de lo que ocurre hoy en China, sino que además plantean reflexiones en torno a realidades que se viven a nivel global. El brutal documental 24 city se centra en una antigua fábrica estatal de Chengdu que cierra, y en cuyo lugar será erigido un inmenso complejo de edificios de lujo; en este entorno, se recogen los testimonios de trabajadores y relativos a la fábrica y se da cuentas de hasta qué punto este proceso cambia radicalmente la vida de la comunidad. Y es que el cine social más sabio lleva a pensar el entramado sin desestimar su enorme densidad y complejidad.
El cine argentino últimamente ha transitado paralelamente un registro de género -policial sobre todo- y al mismo tiempo un cine realista y costumbrista. Ambas tendencias parecen unirse en Carancho: el perfil más oscuro y truculento del universo del policial negro, y una realidad social que recuerda a los cuadros marginales de Adrián Caetano. El valerse de los parámetros de éxito de un género popular sirve para que la audiencia se vuelva incondicional, y asimismo la película tiene el mérito de dar a conocer ese submundo real de aves carroñeras que se sirven de la desgracia ajena para utilizarla en su propio beneficio. El carancho del título refiere al protagonista -encarnado por Ricardo Darín- un abogado que tiene la capacidad de aparecer de inmediato y como por arte de magia en los sitios exactos donde tienen lugar los accidentes de tránsito, para ofrecerles sus servicios a los damnificados y extraerles grandes sumas a las aseguradoras. Así la película expone, como el mejor cine social, una realidad desconocida para la amplia mayoría de los espectadores.
Adiós Solo, por su parte, es una película independiente norteamericana dirigida por Rahmin Bahrani, un director iraní que cuenta la historia de un taxista senegalés y su encuentro con un septuagenario amargado, en la que el anciano pide los servicios del primero para poder suicidarse. Lo que llama la atención de este par de sujetos es que, ante todo, llaman al rechazo. Su primer impacto es negativo; despiertan incomodidad. El taxista, sonriente y verborrágico, parece un estafador y un mercachifles, y la desconfianza hacia él se acrecienta cuando se dan a conocer sus vínculos con traficantes y delincuentes de poca monta. El hombre mayor es introvertido y antipático, cuando no directamente ordinario y desagradable. Aquí el descomunal e impredecible mérito de la película está en lograr despertar, paulatinamente, empatía y adhesión hacia este par de individuos. Y ese es uno de los mayores logros del cine social: acercar, humanizar y descubrir vínculos y afinidades donde no parecía que existieran.
El director chino Jia Zhang-ke es el cineasta de la actualidad que mejor ha documentado el paso del tiempo y la transformación social y cultural de las últimas décadas. Sus películas de ficción tienen una registro casi documental, y sus documentales parecerían ficcionados. En cualquier caso, sus películas reflejan el estado de desorientación que se vive en las grandes ciudades ante los cambios que traen aparejados la modernización económica y el capitalismo descontrolado, las catástrofes urbanas y las nuevas formas de explotación laboral. Las películas de Jia no son sólo un testimonio de lo que ocurre hoy en China, sino que además plantean reflexiones en torno a realidades que se viven a nivel global. El brutal documental 24 city se centra en una antigua fábrica estatal de Chengdu que cierra, y en cuyo lugar será erigido un inmenso complejo de edificios de lujo; en este entorno, se recogen los testimonios de trabajadores y relativos a la fábrica y se da cuentas de hasta qué punto este proceso cambia radicalmente la vida de la comunidad. Y es que el cine social más sabio lleva a pensar el entramado sin desestimar su enorme densidad y complejidad.
Publicado en revista "Noteolvides" setiembre 2010.