sábado, 28 de abril de 2012

"The Thing" a través del tiempo

El invasor versátil

El relato de ciencia ficción "¿Quíen hay ahí?" escrito en 1938 por John W. Campbell Jr. fue la inspiración originaria para tres películas: The thing from another world de 1951, dirigida por Christian Nyby (aunque no son pocos los que creen que fue filmada realmente por Howard Hawks), The thing de 1982, dirigida por John Carpenter, y una nueva precuela de esta última, The thing (2011) un ejemplo de la "nada" cinematográfica, tan solo una excusa para hablar de dos precedentes magistrales. 

Una ambientación hostil suele ser el entorno perfecto para una buena historia de suspenso y terror, y qué podría ser mejor que una base científica en la Antártida, a temperaturas bajo cero, en medio de un inmaculado desierto apartado en centenares de kilómetros de cualquier forma de vida humana. ¿Qué ocurriría entonces si un grupo de investigadores diera, en este entorno, con un ejemplar extraterrestre hostil que llevara a peligrar sus vidas y las del resto de la humanidad? ¿Cuáles serían sus reacciones? Las dos obras que aquí se destacan aventuran hipótesis y son clásicos de profusa creatividad, sobresalientes ejemplos de concepción y buen ritmo, inteligentes juegos imaginativos y, ante todo, filmes imprescindibles y entretenimientos de género mayores. 

1951. Reflexión y unidad. El cine de ciencia ficción supo ser en un tiempo mucho más que un muestrario de artificios, naves o monstruos intergalácticos multiformes. Solía construir sus relatos con bases científicas sólidas -haciendo justicia a una de esas dos palabras que definen al género-, y proponía ejercicios imaginativos profundos sobre la humanidad y su destino, relativizando lo que somos y cuestionando nuestra más asimilada percepción. Aquí se proponía nada menos que la idea de un organismo vegetal evolucionado hasta niveles impensables, que veía a los seres humanos con el apetito voraz con el que un famélico ve una nutrida huerta; la idea de dar con un extraterrestre muchísimo más inteligente que el ser humano y, por consiguiente, el temor, la posibilidad de que cualquier estrategia desenfundada para enfrentar al monstruo sería percibida por él con facilidad, con el desparpajo con el que un adulto podría apartar una trampa fabricada por niños. Se ponía de revés la idea del ser humano como cúspide de la evolución y el conocimiento, y se convertía a un grupo de valientes en vulnerable carnaza perfectamente aislada, confinada por el hielo. 
Es curiosa la cautela con que el equipo humano procede cuando se dispone a la extracción del alienígena del glaciar. Alguno de los implicados advierte sobre los riesgos de que el organismo pudiera tener enfermedades o virus que fuera nocivos o letales para el ser humano, algo que ni siquiera es pensado o sugerido en las dos películas filmadas décadas después. 
El terror era sobre todo alusivo, pero no se ahorraban los elementos truculentos: en determinado momento el monstruo se enfrentaba con 12 perros, uno de los cuales lograba arrancarle un brazo. El miembro seccionado era analizado por los humanos, pero cobraba vida propia sorbiendo la sangre de perro con la que se había manchado. Tremendamente agresivo, el extraterrestre despellejaba a la gente y la colgaba del techo boca abajo, sin razón aparente. Su sangre era verde luminiscente, y aquí puede establecerse un curioso vínculo con los humanoides cazadores de Depredador. 
Pero la grandeza de The thing from another world está sobre todo en el trazado de personajes y su interacción, en la naturalidad de las actuaciones, en un guión sólido y en un contagioso espíritu aventurero. Una de esas películas que ya no podrían existir, una obra en la que el grupo humano actúa en concordancia y armonía -con la única excepción del médico decidido a "defender" al hallazgo alienígena- y en la que la amenaza puede ser por fin destruida mediante el ingenio y la unificación de fuerzas. En ese entonces el cine de ciencia ficción todavía podía permitirse cierta fe en la humanidad.

1982. Dimensiones monstruosas. La película de John Carpenter en cambio ya está contaminada de todo el pesimismo y el derrotismo que caracteriza al cine de terror actual y, de hecho, el director la considera la primera parte de su "trilogía apocalíptica" continuada con El príncipe de las tinieblas y En la boca del miedo. Los personajes humanos son sórdidos, egoístas, y su repentina vulnerabilidad los mueve a reacciones sumamente desagradables. La historia retoma un elemento que no estaba presente en el precedente fílmico del 51 pero sí en la novela original: el ser extraterrestre tiene aquí la capacidad de contaminar y "emular" a cualquier ser humano, de modo que, en determinado momento, cualquier integrante del equipo podría ser un extraterrestre encubierto. Esta idea implantaba el germen de la desconfianza en el grupo -y en el espectador-, ya que el mal no sólo era externo, sino que se encontraba al interior, compartiendo con los personajes un espacio común. El monstruo, dando pasmosas muestras de su superioridad, se las ingeniaba para sembrar la cizaña entre los humanos, incriminando a inocentes, despertando desconfianzas entrecruzadas. Carpenter logró en parte un estimulante whodonit, aquella variedad de novela policíaca en la que se sabe de antemano que uno o varios de los personajes del cuadro es el asesino, y que lleva a los lectores a arriesgar candidatos. Pero en este caso particular, el serial killer no descansa ni un minuto en dejar cadáveres a su paso, potenciando la paranoia y que la gélida atmósfera se torne en algo denso, asfixiante. El grado de locura, de paranoia, llega a un nivel extremo cuando los mismos personajes comienzan a dudar si ellos mismos están contaminados, cuando se vuelve central la inquietante pregunta: ¿Si el extraterrestre me hubiera poseído, sería capaz de darme cuenta? Una película de género se permite coquetear alegremente con temáticas tan profundas como la esencia del ser y el libre albedrío. 
Otro punto fuerte de la película son las brillantes y monstruosas creaciones de Rob Bottin, diseñador de maquillaje y efectos especiales que supo colaborar con David Cronenberg, Joe Dante, Terry Gilliam y David Fincher, y que logra escenas surreales y perturbadoras, de una belleza malsana, sórdida -la transformación de los perros en una masa viscosa, o el momento en el que a una cabeza seccionada le crecen patas de araña y se escabulle por entre las salas-. The thing es una de las grandes películas filmadas en los años ochenta y una obra que, a treinta años de su estreno, mantiene intacto su poder de seducción.

2011. Todo tiempo pasado fue mejor. La película de Carpenter fue una remake que reinventaba una anécdota inicial, que plasmaba inquietudes y que aportaba una nueva dimensión audiovisual a la historia. Esta película no es propiamente una remake, aunque en los hechos da lo mismo. Se trata de una precuela de la película de 1982, ya que relata los hechos que habrían precedido a la acción presentada en el filme de Carpenter. El director holandés Matthijs van Heijningen Jr. se dedica aquí a algo lamentable: mostrar todos los espacios de sombra, atar todos los cabos abiertos que quedaban, poner las piezas faltantes a un rompecabezas que nunca fue pensado para completarse. En aquella película el extraterrestre ya había acabado con una expedición entera de noruegos, y los personajes daban con los restos del campo de batalla: allí había cadáveres deformados, un hacha ensangrentada; uno podía hacerse una idea de la masacre precedente, pero la gracia estaba en que esos sucesos quedaban a disposición del espectador, para que los completara como qusiera. Por ejemplo: se mostraba un gran hueco en el hielo, y en otro lugar un témpano destruido. Como un niño que logró asociar dos imágenes, el director expone qué es lo que había dentro del hielo, cómo salió, en qué se fue transformando. Ya no hay lugar para el misterio. Tampoco hay personajes, si bien una vez más impera la desconfianza entre los miembros del equipo, no se explota el whodunit como en la anterior película, se utilizan los mismos giros de guión pero sin sorprender ni descolocar; tampoco hay creatividad volcada al diseño de monstruos y se hecha mano a recursos manidos para causar miedo o impresión: el que tenga un mínimo de experiencia en películas de terror sabrá siempre en cuál escena y desde qué dirección aparecerá el monstruo para dar un sobresalto.
Una vez más. No se deje llevar por refritos fraudulentos, es preferible recurrir directamente a los originales; por algo sobreviven en el tiempo.

Publicado en Brecha el 27/4/2012

jueves, 26 de abril de 2012

Secundarios en animación

Simpatía e incorrección  

Mucho se ha hablado de las grandes industrias de animación (Pixar, Dreamworks, Sony pictures animation, Blue sky studios, Walt Disney) y de la calidad inusual de este cine familiar dominante. Pero al nombrar los principales atributos del nuevo fenómeno se le otorga poca relevancia a un aspecto crucial: muchas de estas películas tienen personajes secundarios brillantemente definidos que, de algún modo, han quedado grabados a fuego en la recordación de varias generaciones de espectadores.  

Algunos llegaron a tener películas o series propias: Tinker Bell, El gato con botas, Timón y Pumba, los pingüinos de Madagascar. Los productores -que no mascan vidrio- saben darse cuenta de dónde están los atractivos principales en sus exitosas fórmulas; para qué seguir apostando a secuelas si se le puede sacar el jugo a la fuente directa, al personaje que ya logró una simpatía masiva. Se vuelve imperativo explotarlo, colocar al secundario como centro de atención. Pero por supuesto este es un recurso de refritaje, y las películas centradas en estos personajes finalmente suelen tener muy poco interés. ¿La razón? Que precisamente ellos fueron pensados y diseñados para ser secundarios, y como tales deben reunir ciertas características "de apoyo", muy diferentes a los de un protagonista. 
Digámoslo así: los personajes principales en estas películas suelen ser individuos de principios, ejemplos a seguir y sujetos con los que la audiencia pueda identificarse. Honestos, considerados, valerosos, preferentemente inteligentes, creativos a la hora de idear planes, carismáticos y ponderados. Así son casi todos, tómese un protagonista de una película animada reciente y con seguridad se encontrarán estos atributos. Pero el papel del secundario en cambio es el de mantener vivo el entretenimiento; lo ideal es que sean arrojados, obsesos, inconscientes, algo egoístas, algo defectuosos. En muchos casos funcionan como un contrapeso de inmoralidad en relación a la integridad moral del personaje principal, y quizá este mismo aspecto es el que los vuelve tan atractivos. 
Hay un tipo de secundarios que, por repetición, ya se ha vuelto un lugar común y un facilismo. Son esos que se pasan hablando sin parar, sobregirados y de sonrisa fácil: la clase de seres a los que sería difícil tolerar personalmente. Desde Disney ya venían así, Sebastián en La sirenita, el genio de Aladino, Pumba en El rey león. Hay cientos de estos ejemplares, y a cada rato la industria de la animación hecha mano a uno de ellos, como si se tratara de un comodín: Burro de Shrek, Julien el lemur de Madagascar, Mate de Cars. Más acá o más allá del umbral de la locura, básicamente todos repiten un mismo esquema: apelan a la simpatía fácil, dan la lata todo el tiempo, propinan un chiste atrás de otro -de los cuales quizá sean graciosos uno de cada diez- como para llenar los espacios vacíos del guión. 


A pocos les caben dudas de que de lejos el mejor personaje de la saga La era del hielo es Scrat, la ardilla prehistórica a la que se le va la vida en hacerse de su bellota. Un caracter así nunca podría protagonizar una película; es puro instinto y carece de materia gris. Su existencia debe ser esporádica, eventual y breve para ser efectiva. Monsters Inc reúne dos secundarios perfectos: Boo, la niñita sin miedo y Mike Wazowski, un personaje que, a pesar de ser pesado y verborrágico es salvado por un buen guión y por... ¡ser una pelota! La cantidad de buenos gags basados en el caracter esférico de Wazowski es realmente asombroso, y es un dato que confirma la relevancia del diseño estético de estos personajes. Igualmente inolvidable es Dory, de Buscando a Nemo. La memoria que se pierde en el corto plazo es una fuente infinita de chistes geniales, pero además, como todo buen acompañante, se convierte en pieza fundamental del viaje y su propia interacción con el protagonista lleve a que éste evolucione, crezca. De entre sus defectos, los secundarios dejan ver un inmenso compañerismo, una bondad conmovedora. 
Quizá la saga de Shrek nunca hubiera sido tan exitosa sino fuera por sus secundarios: Gato con botas, Jengibre, Pinocho, la princesa Fiona, la dragona. Y qué puede decirse de la trilogía Toy Story, un auténtico compendio: Buzz Lightyear y su esquizofrenia interplanetaria, el Señor cara de papa, Slinky el perro resorte, Rex el dinosaurio, Hamm el temerario cerdo alcancía, los obsesos marcianos. En Toy story 3 la saga fue invadida por un sinfín de secundarios excepcionales, que también están diseñados al detalle y que en apenas segundos demuestran una densidad emocional como pocos personajes de carne y hueso. Big baby y el oso Lotso -juguetes resentidos y abandonados que dominan ese campo de concentración que es la guardería Sunnyside- quizá sean la mejor dupla de villanos que haya dado el cine en la última década. Y qué decir de Eva de Wall-E, una auténtica excepción en lo que a secundarios refiere y una reformulación del rol femenino en el cine de entretenimiento. Mientras el personaje masculino y principal es débil, limitado y temeroso, ella es fuerte, astuta, poderosa. Su caracter defectuoso está en su programación, en su febril fijación por cumplir su cometido.


El incremento en la calidad de las películas de animación de los últimos veinte años tiene que ver con un proceso de "desinfantilización". Los guiones son más inteligentes, las temáticas más maduras, algunas referencias cultas o chistes son claramente orientados al espectro adulto de la audiencia. Pero no es sólo eso: ante todo se confía en la inteligencia de los niños para atar cabos, vincular ideas, deducir situaciones. El mejor cine infantil no explicita ni da todo digerido sino que sugiere, apela a que el espectador complete los espacios de sombra y se lleve algo en lo que pensar a su casa. Y desde que cambiaron los cánones de la animación dominante, los secundarios dejaron de ser meros títeres y comenzaron a convertirse en personajes de verdad. 
Para hacer buen cine no se requieren anécdotas originales, giros de guión excepcionales o la innovación forzada, y los directores y guionistas del mundo deberían pensar más en elaborar personajes creíbles; quizá una película no se sustente solamente en ellos, pero en muchos casos este componente las vuelve mucho más atractivas y memorables.

Publicado en "El Boulevard", junio/2012

viernes, 13 de abril de 2012

La dama de negro (The woman in black, James Watkins, 2012)

Potter contra los fantasmas

Como la mayoría del cine británico que llega, esta película da un primer buen impacto, ambientando la acción en una superficie atractiva, de clima y estética notables. Es la Inglaterra victoriana y el joven abogado (Daniel Radcliffe, protagonista de la saga Harry Potter) quedó viudo recientemente, sólo con un hijo pequeño. Su desánimo y su apesadumbrada expresión son constantes, y quizá las razónes por las cuales la firma en la que trabaja lo ponga a prueba con un último y difícil trabajo: arreglar el papeleo para poner a la venta la antigua casa de una viuda fallecida. Para ello se traslada a una villa olvidada, a una mansión alejada, carcomida por la vegetación y cuyo camino al pueblo queda sumergido por las periódicas subidas de las mareas. La atmósfera es perfecta, los misteriosos lugareños dan muestra de hostilidad y creencias supersticiosas, la mansión luce recargada de ominosos objetos y juguetes antiguos y los fenómenos paranormales no tardan en surgir. Para colmo, el protagonista entra en conocimiento de que los niños del pueblo mueren regularmente en horrendas circunstancias.
El comienzo del abogado llegando a una mansión remota es similar al de Drácula de Bram Stoker. La llegada a un pueblo afectado, la oposición racionalidad-superstición y la lúgubre fotografía recuerdan a La leyenda del jinete sin cabeza de Tim Burton; la aparición de la cadavérica dama del título rememora a muchas otras similares, entre otras la de la reciente y brillante Insidious. Luego de la introducción comienza la lógica y esperada acumulación de sustos, y aquí es que la película comienza a parecerse aún más a otras. Hay un niño fantasma similar al de Al final de la escalera (y también se incluye un desenlace casi idéntico), los crujidos, los portazos, los ruidos inesperados, la existencia de un cementerio en las inmediaciones de la casa parecen de Los otros. Las sorpresivas apariciones de espectros dolientes y resentidos deben mucho al terror asiático. Si bien los recursos son efectivos, hay buenos sustos y los climas se mantienen, cada vez se cae más en la cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol.
El joven director James Watkins se lució en su horripilante y sorprendente debut Eden Lake (2008), y esta película lo confirma como un sólido cineasta que logra lo que se propone. Pero el guión, basado en una novela de Susan Hill, limita las posibilidades y la película sigue un camino convencional ya visto una infinidad de veces. La presencia de Radcliffe reafirma la sospecha originaria de que este filme no es más que un “paquete” bien pensado y concebido para el éxito comercial. Como tanto cine británico, la sorpresa y el impacto originales, causados por tan atractiva estética, se redondean y neutralizan con un espíritu conservador y la ausencia de un esperado segundo impacto, audiovisual o conceptual.

Publicado en Brecha el 13/4/2012

jueves, 5 de abril de 2012

Tournée (Mathieu Amalric, 2010)

Mujeres de verdad

Mathieu Amalric es un reconocido y brillante actor francés, nada menos que el protagonista de La cuestión humana de Nicolas Klotz, el actor fetiche de Arnaud Desplechin (Reyes y reina, Un cuento de navidad) y hasta el villano de turno en algún tanque norteamericano (007:Quantum of Solace). También, para personas un tanto excéntricas -sobre gustos no hay nada escrito- un auténtico galán. Aquí Amalric dirige y protagoniza esta historia, en la que él es el productor de una troupe de strippers del llamado "nuevo burlesque", subgénero que surgió en los años noventa en los Estados Unidos como un intento de reflotar la parodia del antiguo burlesque y aplicarla a temas sociales y políticos, pero con un importante grado de contenido erótico y sexual. Las mismas bailarinas en esta película definen a su espectáculo como un show de mujeres hecho para mujeres, y su desempeño sobre las tablas es cuando menos excéntrico. Ellas escapan sobremanera a los estándares dominantes de belleza y a lo que podría pensarse como inherente a un show de striptease: varias de ellas exceden la juventud habitual y son mujeres grandes, corpulentas, voluptuosas. El carisma, la simpatía, la presencia y el desenfado para desenvolverse en los números musicales son los atributos que convierten a sus shows en algo luminoso, y al mismo tiempo en un espectáculo que parece bordear permanentemente el kitsch, cuando no se sumerge completamente en él.
Como en Luces del varieté de Fellini o Noches de circo de Bergman, se sigue a un grupo circense en su cotidianeidad, en su gira a través de las ciudades, en un atractivo trajinar que es al mismo tiempo un trabajo y una forma de subsistencia. El protagonista, un outsider francés que fracasó en iniciativas televisivas y parece haber cosechado más odios que amores en París, probó suerte en los Estados Unidos, y tras reunir a talentosas chicas en pubs de los Estados Unidos y consolidar su propia cuadrilla, comienza a recorrer las ciudades de Francia. Es en este retorno a su país natal que se reencuentra con sus hijos, con la gente a la que abandonó, con una exnovia ofendida y familiares que lo desprecian. Amalric logra esbozar un personaje cuestionable pero querible, un padre ausente y omiso pero también cariñoso, un bon vivant egoísta que asimismo sabe promover la unidad y transmitirle amor y confianza a su equipo. Más que centrarse en el exotismo de los espectáculos, se busca plasmar la cotidianeidad de un pequeño grupo y su interacción, dando cuentas de una existencia que oscila entre la euforia y la insatisfacción, entre el glamour y el patetismo. Como los grandes autores, el director no evita las ambigüedades e insufla humanidad a sus personajes, de modo que podamos vernos reflejados en ellos. Y compone, con buen ritmo y una puesta en escena notable -que le valió a Amalric un premio a mejor director en Cannes- una comedia dramática que provista de los altibajos y los vaivenes emocionales de la vida misma.

Publicado en Brecha el 31/3/2012

lunes, 2 de abril de 2012

Declaración de guerra (La guerre est déclarée, Valérie Donzelli, 2011)

El mal a combatir


Esta película relata parte de la experiencia real vivida por Jérémie Elkaïm y Valérie Donzelli, a cuyo hijo le fue diagnosticado un tumor cerebral maligno. El guión fue escrito en conjunto por ambos y, curiosamente, también ellos mismos son los actores principales. Por si caben dudas sobre la honestidad y el conocimiento de causa volcado en esta película, ella (Donzelli) también es la directora y expuso aquí su combate, el esfuerzo denodado que debió iniciar junto a su pareja para combatir ese mal.
Teniendo en cuenta esta premisa, podría suponerse que esta película es un drama lacrimógeno y sufriente, pero lo cierto es que si bien no se oculta el dramatismo de la situación, el énfasis está puesto en otros sitios. Y el enfoque de Donzelli es sumamente original: esta "declaración de guerra" a la enfermedad supone un hacer acopio de herramientas, administrar las baterías, unificar fuerzas con un objetivo común. En este dolorosísimo proceso los personajes bromean, sonríen, beben y hasta van a fiestas. Explotan su necesidad de esparcimiento y buscan la catarsis como contrapartida necesaria a ese trago amargo que les toca vivir. La película profundiza en esos momentos de euforia, así como en una relación que parece tambalear debido a la tragedia, en el amor que es puesto a prueba y en impensables fuerzas interiores que surgen y llevan a consolidar la resistencia. Mediante la cambiante música, de clásica a electrónica, de Vivaldi a Yuksek, desde los cálidos compases de Luiz Bonfá al ludicismo groove de Ennio Morricone, se plasma una nutrida amalgama de sensaciones, una dinámica y honesta vía de dar cuentas de que las películas no suelen ser veraces a la hora de hablar de lo que ocurre en esta clase de situaciones.
De todos modos, hay ciertos elementos que hacen un poco de ruido. La referencia y la comparación con la guerra de Irak no viene mucho a cuento y no parece sostenerse. Como eso, los nombres de los personajes (Romeo, Julieta y Adán) suenan a referencia literaria fácil y no está muy justificada. Como tanto cine francés reciente se cae un poco en el autobombo, en ese alarde de tolerancia regional, de su gente y su apertura mental -ver la fiesta con "besos" libres- así como de la presteza y efectividad de su sistema de salud -las eventuales quejas que tienen los personajes son, desde una perspectiva tercermundista, irrisorias- y de la grandeza de los personajes al enfrentarse a un tema tan difícil, en una honrosa actitud de anteponer la comprensión y el amor al egoísmo. Se echaría un poco en falta mayor autocrítica, quizá mayores fisuras en la pareja y en sus respectivas familias. Algún indicio de que el "mal" no sólo proviene de factores externos y fortuitos.

Publicado en Brecha el 2/4/2012

domingo, 1 de abril de 2012

Hacia la eternidad (Into eternity: A film for the future, Michael Madsen, 2010)

Sepulcro maldito

El problema de las centrales nucleares son sus desechos radiactivos y la acumulación de desastres a lo largo de la historia del siglo veinte (y del veintiuno) sirven como recordatorio. Hoy se estima que existen unas 200 mil o 300 mil toneladas de residuos nucleares en el mundo, y que la radiación emitida por ellos continuará siendo nociva para el ser humano hasta dentro de 100 mil años. Para la contención de estos desechos se han implementado instalaciones de almacenamiento temporal, y frecuentemente son depositados en piscinas -el agua impide que la radiación se expanda- con altos costos de mantenimiento y vigilancia. En cualquier caso, las condiciones no son del todo seguras, los desechos podrían ser olvidados o abandonados, los compartimentos podrían destruirse por catástrofes naturales o guerras, y ninguna instalación está diseñada para resistir por más de cien años. Ante una falta de perspectivas global en donde nadie tiene una respuesta de qué hacer con semejante cantidad de desechos, se alza "Onkalo" -en finlandés significa refugio o caverna- un sorprendente megaemprendimiento sin precedentes.
Se trata de una obra descomunal que terminará de construirse dentro de 100 años: una red de túneles subterráneos ubicados en el municipio de Eurajoki perforados en rocas sólidas a más de 400 metros de profundidad. Allí irán a parar los desechos de las cuatro centrales nucleares de Finlandia, y la idea es poder por fin desentenderse, sepultar todo ese contenido radiactivo, ya no para salvaguardar la vida de hijos o nietos sino las de generaciones más remotas, que vivirán (o no) dentro de milenios. En un mundo en el que siempre se piensa en los réditos a corto o mediano plazo, es inevitable sentir a Onkalo como una obra marciana, máximo ejemplo de la previsión y la filantropía. Cámaras inmersivas y lentas, entrevistas a los más variados especialistas y una voz en off del director danés Michael Madsen -no hay que confundirlo con el actor norteamericano de mismo nombre- que aborda el costado más filosófico, asombroso y trascendental del asunto, tocando temáticas como la moral, el lenguaje, la ciencia, la ley, el olvido, el arte, la historia y cómo todos y cada uno de estos conceptos serán desdibujados y transmutados con el paso del tiempo. Este documental plantea un notable ejercicio de imaginación y un descenso a través de los túneles de Onkalo, recinto prohibido, destinado a ser olvidado y sellado. Una caja de Pandora que detentará males auténticos, solo una pequeña porción de la basura imperecedera proveniente del cuarto de hora al que llamamos civilización.


Publicado en Brecha el 30/3/2012