Qué objeto puede tener esto, vale preguntarse. Puede verse como un simple entretenimiento para matar el ocio, pero para los que buscan y encuentran esos detalles y no tanto para quienes los leen. Lo cierto es que por más abundantes que sean estos errores, si no son perceptibles durante un común visionado no hablan necesariamente mal de una película, y realmente cuesta encontrarle el interés a tan minúsculas cuestiones.
Pero hay aspectos que no aparecen señalados en estos sitios, y tienen que ver con leyes físicas que por lo general suelen ser completamente desestimadas al realizarse las películas. Son cuestiones que cobran importancia cuando los filmes se pretenden realistas, como muchas series y películas lanzadas a diario por Hollywood. Por ejemplo, una escena que hemos visto infinidad de veces es aquella en la que al encontrar una puerta o reja cerrada, el protagonista le pide a su acompañante que se retire un par de pasos para dispararle un par de tiros al candado y así poder entrar. En la página web The box o’ truth se muestran fotos de varios intentos de apertura de candados a balazos, llegándose a la conclusión de que es imposible abrir un buen candado a tiros, a no ser que se dispare con una escopeta. Se trata además de una labor muy peligrosa, ya que la bala puede rebotar y dañar seriamente a quien dispara. Quizá hasta sea más inteligente dar vuelta el arma e intentar abrir el candado a culatazos.
En la realidad cuando un cuerpo humano es impactado por un balazo, nunca es arrojado en la dirección que va el proyectil, ya que éste suele traspasarlo y no tiene ni de lejos la fuerza suficiente como para empujarlo y desequilibrarlo. Aún siendo impactado por una ráfaga de metralleta, un humano apenas podría ser levemente movido. A lo mejor sí si le dispararan con un cañón, o algo así. Y por supuesto, un hombre baleando en el estómago o en el pecho podría pasar mucho tiempo sin morir, desangrándose durante horas o días. Los disparos capaces de provocar muertes inmediatas -que son la constante en el cine- tendrían que ser muy certeros y afortunados, golpear el corazón, la aorta, la arteria femoral, o tratarse quizá de balas explosivas. Aunque hubo protestas por la abundancia de sangre generada por el balazo en el estómago al Sr. naranja (Tim Roth) en Perros de la calle, se trata de una de las pocas películas realistas en torno a esa cuestión.
Ni hablar de cuando un personaje es arrojado contra una pared. Lo primero que tendría que romperse es el cuerpo, no la pared, y eso sucede a menudo en el cine de acción. A veces es curiosa la increíble ausencia de sangre luego de ciertos enfrentamientos, y los personajes aún después de haberse molido a golpes durante un rato, nunca quedan con un ojo amoratado o un labio hinchado, pero quizá sí con algún atractivo corte al costado de las cejas. Pero se sabe que en las películas los vidrios no cortan, el fuego de las explosiones no quema, y las granadas explotan pero con retraso. Todo esto cuando los protagonistas están implicados, claro.
Como me comentaba Guilherme De Aléncar Pinto en una charla informal, la película Funny games de Michael Haneke es una hábil deconstrucción de muchos clichés de géneros. Comprometido con el más crudo realismo, el filme muestra a una familia paralizada por el miedo, que es arrasada por un par de jóvenes desarmados. Los escapes se frustran porque los personajes son torpes; al padre de familia le quiebran la pierna y pasa la película estático, sin poder moverse ni reponerse en ningún momento; el niño encuentra una escopeta pero no la puede disparar porque no sabe cómo usarla; cuando la mujer recoge un cuchillo para cortar las cuerdas que la atan es rápidamente descubierta por los captores. En las antípodas, en La guerra de los mundos de Spielberg, el hijo adolescente de Tom Cruise no sólo no se asusta al ver los extraterrestres y saber que son capaces de matanzas masivas, sino que además se dispone a ir a pelear contra ellos, desarmado. Además de carecer drásticamente de cualquier atisbo de instinto de supervivencia, la adrenalina parece haberlo vuelto estúpido. Si la anécdota hubiese sido minimamente fiel a la realidad, el chico debería haberse quedado ovillado en un rincón, durante toda la película. Hay que conceder, claro está, que si el cine siempre fuera realista, si el miedo paralizara a los personajes e impidiera las acciones heroicas, el 90% de las películas no existirían, y menos aún las del cine de géneros.
Más atractivos suelen ser los cuestionamientos a las premisas generales de ciertos filmes. En la película Déjà vu de Tony Scott, un grupo de vigilancia del FBI se arma de una tecnología que es como una especie de agujero de gusano que les permite ver el pasado y hasta mandar algunos objetos. Al respecto, un bloggero español protestó, indignado: “no consigo entender porqué el protagonista ha de viajar al pasado para intentar parar al malo cuando perfectamente podría haber mandado un kilo de acero para que se materializara en el cerebro del terrorista.” Con un poco de creatividad y sentido común pueden llegar a arruinarse muchas anécdotas.
También hay aspectos que escapan a cualquier tipo de lógica, en este mundo y en cualquier otro, como el señalado en el sitio “Film incoherence” respecto a la primer entrega de Superman. "Luisa Lane nunca sospecha que Clark Kent, con quien trabaja a diario, sea el –ni siquiera enmascarado- superhéroe; tiene idéntica complexión, misma voz, mismo olor (ella a estado suficientemente cerca); nunca se encuentran en el mismo lugar al mismo tiempo, etc. Y ella es periodista”.
Las observaciones de Film incoherence suelen ser más inteligentes que las de otros sitios similares, y quienes allí escriben parecen divertirse mucho en su tarea. Por lo general no se centran en aspectos mínimos e irrelevantes y tienen el plus de no tomarse muy en serio a sí mismos. “Supongamos que tu familia está siendo víctima de repetidos ataques de un acosador loco, ¿qué hacés? ¡por supuesto, ir en seguida hasta un lugar perfectamente aislado! (Cabo de miedo, The ex, Vengar la sangre)” Comentando algunos costados poco creíbles de Gattaca, exponen: "pero la broma más grande de la película debe ser Uma Thurman. Dejen que me explique. Sí, la película está diciendo tranquilamente que no es la mujer perfecta… Por no mencionar que la anécdota de Con ánimo de amar nos presenta un marido que elige abandonar a la sublime Maggie Cheung. ¡¿Qué le pasa?!, ¡¿está ciego?!”
Pero entre tantos escribas que le buscan aspectos incoherentes a películas pretendidamente coherentes, tuve la suerte de dar hace unos años con un texto escrito por la crítica alicantina Beatriz Martínez, quien curiosamente y en forma inversa, le encontró coherencia a una película aparentemente incoherente. Sobre Caché (otra vez Haneke) se ha escrito mucho y muy variado, pero por lo general a la evidente pregunta que asalta al espectador ¿quién le manda los videos al protagonista?, suele responderse que eso no importa, que los videos son una excusa o macguffin para que Haneke exponga aspectos profundos e inherentes a cierta burguesía francesa, y que al fin y al cabo, el que coloca los videos es Haneke y nadie más. Pero Martínez encontró una alternativa que explica el fenómeno sin tener que recurrir a la negación o a fenómenos sobrenaturales: “Creo que ese último plano está colocado al final a modo de epifanía, es decir, que es el que revela la verdadera naturaleza de los acontecimientos. Para mí, esa escena de los dos hijos hablando ya se ha repetido más veces (no es la primera vez) y nos alerta de que en realidad la semilla de la discordia la insertó el hombre árabe a través de Pierrot, el hijo de Auteuil. Para mí, es el niño quien graba las cintas, pues tanto Majid como su hijo reiteran que ellos no lo hicieron. (…) Pierrot es la clave que falta para configurar el enigma, el elemento aparentemente ausente y que sin embargo cobra un inesperado valor en el plano final. Auteuil cree en todo momento que las cintas las mandan para desprestigiar su fama, pero en realidad su función es arruinarle la vida, la más íntima y personal a dos niveles: a través de la culpa que cargará para siempre por la muerte de Majid, haciéndose cargo de todos los sufrimientos que hubiera podido causarle en el pasado, y la más terrible (y es en la que Haneke demuestra una mayor lucidez demoníaca) a través no sólo de la descomposición de su familia, sino de la ira y el odio hacia los padres por parte de su propio hijo.”
Reviendo la película Caché, la explicación de Martínez cuadra a la perfección, y en las ocasiones en que aparece uno de estos videos es verdaderamente factible que sea el hijo mismo quien lo deje. Hoy me pregunto si Caché no será una de esas complicadas elucubraciones borgianas que aparentan no tener solución, pero que dan los elementos para que sólo algunos observadores, los más detallistas y avispados, puedan hallarle la explicación al enigma. De ser así, Martínez lo ha resuelto, y merece un efusivo elogio.
Publicado en Brecha 31/10/2008