Roque (Esteban Lamothe) es oriundo de un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, y tiene un problema vocacional. Ya probó suerte en tres facultades distintas, sin éxito, y ahora con treinta y pico de años se propone cursar ciencias sociales en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Más por interés en una dirigente (Romina Paula) que por convicción ideológica, comienza a militar en una agrupación gremial (la ficticia Brecha) y va apartandose paulatinamente de los estudios para sumergirse en la actividad política universitaria. Y es que Roque tiene ciertos atributos que son especialmente valorados en estos ámbitos: velocidad para pensar y actuar pragmáticamente, así como para integrarse a grupos cerrados y de acceso privilegiado; una gran capacidad para tratar con la gente y convencerla, ausencia de temor al enfrentamiento, desenvoltura y precisión a la hora de expresarse. En definitiva: es un tipo sorprendentemente eficaz y carismático que logra moverse como pez en el agua dentro de este universo político-electoral sucio, viciado de pintadas, consignas, volantes y discursos vacíos. El deteriorado edificio de la Facultad de Ciencias sociales es un personaje más, símbolo de decadencia y proclamas intercambiables.
No es menor que la película se llame El estudiante cuando ocurre que el protagonista deja de serlo al
poco tiempo de comenzar a militar en los gremios. Una primera ironía que nos da
cuentas de a dónde apunta el filme, dónde se encuentran sus principales y
universales postulados: la afirmación de que a la hora de comenzar una carrera
política es mucho más importante la capacidad práctica que la formación
ideológica, y el enfoque en la propiedad adictiva del trabajo político, en su
inercia absorbente que lleva a abandonar otras tareas (como el estudio) que se
antojan entonces como menos importantes.
En esta película se reúnen tres de los talentos más relevantes del
cine argentino actual: los aquí productores Mariano Llinás (director de Balnearios e Historias extraordinarias) y Pablo Trapero (director de Mundo grúa, Carancho, Elefante Blanco,
entre otras) respaldan a Santiago Mitre, que se desarrolló sobre todo en la
redacción de guiones (Leonera, Carancho) y que tan sólo había filmado
un largometraje en co-autoría (El amor -
primera parte). El nóvel cineasta utiliza
prodigiosamente una batería de recursos para lograr una idea de realismo y de
construcción documental -los planos cerrrados e inmersivos, los logrados travellings al interior de la Facultad, en pleno funcionamiento
y sin extras- y concibe una película que, desde una anécdota terrenal y casi
reconocible, dispara en todas direcciones ideas en torno al ser humano, su
interacción, su ambición por el poder. Es digno de
estudio el uso específico de las elipsis -la omisión de elementos-, la
sinécdoque -la expresión del todo por la parte; digamos “el político” a partir
de nuestro protagonista,
la de la política nacional a partir de la política universitaria-. Roque es un
buen ejemplo de personaje Bressoniano, un inescrutable protagonista al que
seguimos en su deambular, en su accionar, en sus triunfos y en sus conquistas,
pero del que sólo podremos intuir lo que piensa. Un recipiente vacío en el que
podemos volcar conjeturas basadas en experiencias propias, un individuo que se
puede pensar igualmente como un trotamundos ingenuo o como un manipulador
sagaz, como un soñador idealista o como un escalador corruptible.
Y aún siendo una película sustentada en la sugerencia, goza de un ritmo notable. Los clímax basados en enfrentamientos, traiciones e imprevistos se dosifican y se intercalan con distensiones en las que tienen lugar conversaciones casuales, los affairs del protagonista, un par de triángulos amorosos. Estos elementos se relacionan directamente con los otros, con los hechos de corte político, dando pie a especulaciones sobre el accionar de los personajes. El estudiante es como un dinámico juego de ajedrez del cual se puede analizar cada movida, sus motivaciones y ramificaciones.
Se vuelven tan arriesgadas como fácilmente refutables las lecturas que
afirman que la película es
“anti-política”, “anti-izquierdista”, “anti-peronista” o lo que fuere;
quizá por ser una obra mucho más interesada en formular incógnitas que en
imponer postulados, quizá porque la ambigüedad es su sustento principal. El
final, en el cual se pasa a créditos tras un “no” determinante y resignificador
por parte del protagonista, ha sido interpretado por una buena cantidad de
críticos y analistas con simpleza, queriendo ver en el monosílabo un rechazo a
las viejas formas de hacer política y a la corrupción, como un cambio de senda
motivado por una decisión moral. Pero no hay elementos en la película que nos
lleven a pensar únicamente en esto y, por ejemplo, ese “no” podría ser el
comienzo de una renegociación, tan solo una muestra de la inversión en la
relación de poder entre los dialogantes; o que el protagonista lo planteara
como algo transitorio, una negativa que podría transformarse en un “si” quizá
dentro de unos meses.
Tal es la riqueza conceptual de este filme. Por tener
un guión redondo y sin fisuras, por ser estimulante en su imagen y en su forma,
por suscitar ríos de tinta variados y contradictorios, El estudiante es una obra mayor, seguramente la mejor película
argentina concebida en mucho tiempo.Publicado en Brecha el 31/8/2011