Cine de supervivencia
Beyond The Infinite -Two Minutes, de Junta Yamaguchi (Japón, 2020).
Una de las más agradables sorpresas fue este increíble ejercicio lúdico, filmado en plena pandemia, en pocas locaciones y con un presupuesto escaso, pero logrado principalmente como un largo plano secuencia, armado y orquestado con una precisión portentosa. La anécdota es simple: el dueño de un café descubre en su departamento un dispositivo que le permite conversar consigo mismo cinco minutos en el futuro, lo cual dispara una serie de consecuencias inesperadas. Y cuando sus conocidos cercanos comienzan a atestiguar y formar parte del salto temporal, el bucle comienza a acrecentarse y con él los riesgos de una paradoja que lleve al universo al apocalipsis. Una película sumamente divertida, y un gran ejemplo de cómo las buenas ideas y una dirección eficaz pueden compensar las pocas locaciones y las carencias económicas.
La película recuerda ante todo a la insuperable One-Cut of The Dead, de Shin'ichirô Ueda, pero se queda un poco corta en la comparación, ya que los personajes carecen del encanto desbordante de los de aquella otra. También hay alguna mínima fisura en el guión que afecta la verosimilitud -sobre todo en la sencillez con la que el protagonista se deshace de dos yakuzas armados- pero, como entretenimiento, la película funciona a la perfección.
A Colourful Dream de Jan Balej (República Checa, 2020).
Un auténtico hallazgo por parte de los programadores: se trata de una laboriosa animación en stop-motion ambientada en una isla-ciudad distópica, un estado policial totalitario perfectamente aislado y particularmente hostil con los extranjeros. Una troupe de artistas circenses llega a la isla pretendiendo desplegar sus espectáculos callejeros, sin caer en cuenta de la trampa que supone lidiar con los militares y con un gobernador despótico. Lo más directamente entrañable de la película es la estética y los detalles: una ciudad totalmente adoquinada y de callejuelas estrechas -ciertamente parecida al centro de Praga- con un mirador-panóptico que vigila desde lo alto; los vehículos, las vestimentas, los animales y personajes refuerzan la idea de mundo en miniatura y, asimismo, de posible metáfora del fascismo creciente en muchos países de la Unión Europea.
El humor es sumamente efectivo y en la mayoría de los casos, particularmente sutil. Desde un burócrata que se llama por teléfono a sí mismo para consultar sobre una decisión operativa, un “parlamento” conformado por muchos monitores en los que sale el mismo mandatario y el arresto inmediato a cualquier ciudadano que verbaliza fuera de contexto alguna de las palabras prohibidas, el tono es particularmente acertado e inteligente. Una película familiar tan disfrutable para niños como para sus progenitores.
O cemitério das almas perdidas de Rodrigo Aragão (Brasil, 2018).
Rodrigo Aragão (A mata negra, A noite do chupacabras) es ya una figura de culto y un maestro del cine gore brasileño, un autor cuyas películas desbordan creatividad y que emulan, con desparpajo y una envidiable falta de medio al ridículo, un género normalmente creado con presupuestos diez veces mayores. Y lo más notable es que lo viene haciendo sin renunciar a elementos propios de la cultura brasileña: aquí la anécdota se centra en un jesuita y sus seguidores, quienes inician un reinado de terror en un Brasil colonial. Lo cierto es que Aragão ha consolidado un estilo propio basado en los excesos sangrientos, en la suciedad y la podredumbre. Y lo hace extremadamente bien, con auténticos logros en los departamentos de maquillaje y diseño, plasmando una estética en la que se conjugan Tim Burton con el primer Peter Jackson, siempre con mucho espíritu lúdico y de matinée de domingo.
Lo único que molesta un poco es el lugar que le da a la mujer; o es una damisela secuestrada y en apuros (joven y bien formada) o una anciana traicionera que vende a los suyos con tal de ser joven y bella. En este aspecto, Aragão se quedó en los ochentas.
Bloodshot Heart de Parish Malfitano (Australia, 2020).
La atmósfera de esta película es absolutamente elegante y envolvente. Se trata de una suerte de caleidoscopio multicolor, con una lograda banda sonora que instala una atmósfera opresiva y enfermiza que recuerda, por momentos, a los ambientes giallo de los años 70 y 80. Hans y su madre, inmigrantes italianos en Australia, conviven en una relación tóxica, interrumpida por la llegada al hogar de Matilda, nueva inquilina de una de sus habitaciones. La aparición propicia, simultáneamente, un enamoramiento psicopático por parte de él, y celos desmesurados de su madre.
El ambiente malsano y la locura general van acentuándose hasta un punto de no retorno en el que estalla una cruda violencia, pero lo más interesante es el juego visual que se genera gracias a una puesta en escena formidable, una gran dirección de arte y el diálogo del presente con un pasado traumático, presentado como registros caseros en 8 milímetros.
The Great Leap de Karim Lakzadeh (Irán, 2021)
El planteo es sumamente original: una mujer descubre que su bebé, a quien creía muerto hace diez años por una malformación congénita, sobrevivió y hoy es un niño que la necesita. Al enterarse de que fue secuestrado por el dueño de un circo, se embarca en una travesía junto a un grupo de marginales, inmejorable compañía en esta suerte de road-movie que se adentra crecientemente en terrenos alegóricos y fantásticos, los que acaban dándole al planteo una inesperada dimensión existencial.
La filmación amateur se hace sentir constantemente, en los encuadres y en los movimientos de cámara. Se trata de un defecto sin dudas, pero es asimismo curioso como este problema logra compensarse sobradamente con algunos otros méritos, principalmente las interpretaciones de un elenco convincente, que aporta a los personajes y a la trama una energía inusitada.
Historia de lo oculto de Cristian Ponce (Argentina, 2020)
Es sumamente llamativo este extraño thriller político, filmado en nítido blanco y negro, ambientado en el año 1987 pero con deliberados elementos anacrónicos y hasta distópicos (en un aviso publicitario, se habla de Islas Malvinas como destino turístico idílico). Una transmisión televisiva llamada “60 minutos antes de medianoche” es la última oportunidad para que un grupo de periodistas intente desenmascarar una intrincada conspiración político-empresarial.
Hay algunos problemas, sobre todo en lo narrativo: el comienzo es demasiado abrupto y el espectador se pierde tratando de asimilar todos los elementos en juego, los personajes, los intereses de los implicados. Por fuera de esto, también hay deficiencias técnicas y actuaciones muy desiguales, pero vale decir que la propuesta es especialmente original en su mezcla de géneros. La investigación política se articula con el universo paranormal y progresivamente van agregándose diferentes capas de significación; los investigados se vinculan con una secta oscura, con la desaparición de personas y el secuestro de niños: es notable como las referencias históricas al pasado reciente argentino van incorporándose sutilmente, hasta volverse infranqueables. Así, se consolida un debut que llama a la reflexión, y que asimismo compensa con mucha inteligencia varias de sus principales carencias.
Dancing Mary de SABU (Japón, 2019)
En un comienzo parece presentarse como una nueva entrega de j-horror, ese subgénero de terror japonés tan de moda en los 2000, en los que almas en pena hostigaban a los protagonistas. Aquí tenemos una bailarina fantasma habitando un teatro abandonado, que horroriza a todo aquel que se acerca, e imposibilita la demolición del edificio. El protagonista, un funcionario del ayuntamiento, debe buscar la forma de desalojar al fantasma para que pueda construirse un shopping en la zona. Pero la película se aparta rápidamente del terror y el suspenso y se convierte en una suerte de policial en la que el muchacho, acompañado de una adolescente con poderes sobrenaturales, comienza una investigación con el objetivo de acabar con esta maldición. Lo interesante es que todo este típico recorrido detectivesco, las entrevistas y los interrogatorios no son hechos a seres humanos sino a fantasmas, y que el tono de la propuesta se convierte rápidamente en el de una comedia de aventuras, con buen humor y una anécdota entrañable. Sin levantar mayor vuelo, se trata de una película entretenida y querible, de esas que dejan un final semi-abierto y despiertan las expectativas por una segunda parte.