jueves, 18 de agosto de 2016

Rams (Hrútar, Grímur Hákonarson, 2015)

Resguardando el rebaño 


Al igual que con el fútbol, Islandia anda muy bien para el cine. Las razones por las que una isla perdida en el océano Atlántico de poco más de 300 mil habitantes pueda contener tanto talento es algo llamativo y digno de análisis. Como sea, esta película es un buen exponente de la calidad cinematográfica que viene desplegando el país año tras año, por lo menos desde hace una década. Gummi y Kiddi son dos veteranos solteros y ermitaños que viven en casas contiguas en un remoto pueblo rural, en el valle nevado de Bardardalur. Son además hermanos, pero a pesar de que comparten territorio y afición, desde hace décadas que están peleados y no se dirigen la palabra. Su vida gira en torno al pastoreo y a sus respectivos carneros, premiados en varias ocasiones como los mejores del país por su ancestral linaje. No es para menos, son cuidados con cariño y esmerada devoción por ambos protagonistas, quienes a su vez compiten entre ellos para ver cuál se lleva los galardones del último año. El drama se impone cuando sus rebaños contraen la tembladera o scrapie, una enfermedad mortal y neurodegenerativa ligada estrechamente con el mal de la vaca loca, lo que para las autoridades locales supone la necesidad de sacrificar los carneros de inmediato para impedir que la peste se propague. Pero para ambos hermanos sus animales son la vida, y así ambos considerarán dejar de lado las viejas desavenencias, defender su patrimonio e intentar engañar de algún modo a su enemigo en común. 
Curiosamente, la enfermedad de los carneros se origina con la llegada a la isla del ganado británico, algo que parece ironizar sobre los problemas que aquejaron recientemente a Islandia, cuando sufrió el crack financiero en 2008, al que siguieron presiones económicas asfixiantes por parte de la vecina potencia, uno de sus principales acreedores. Más allá de la referencia política, la película puede ser vista, en su sencillez y minimalismo, como una notable fábula dotada de un muy buen uso del humor. El director y guionista Grímur Hákonarson explota la extravagancia de los personajes y la excentricidad de ciertos usos, desde su intercambio epistolar mediante un perro, hasta el salvataje de un hermano al otro, excavadora mediante. 
La imagen es sobresaliente, el director de fotografía es aquí el noruego Sturla Brandth Grøvlen, una de las revelaciones de Europa en el rubro, también responsable del extraterrenal desempeño de cámara tras la alemana Victoria. Esto provee a la historia de una notable y refinada estilización, en la que se aprovecha al máximo la luz natural y los vastos parajes nevados. Se da en la tecla para aportar una superficie seductora a una historia pequeña, con las justas dosis de exotismo; fórmula ideal para caer bien tanto a los festivales internacionales como al público en general. Más allá de eso, Rams es una película emotiva que, como es común al cine islandés, plantea un universo diferente, con originalidad, calidez y una aproximación que trasmite una constante sensación de libertad.

Publicado en Brecha el 19/8/2016

viernes, 5 de agosto de 2016

Por qué Stranger Things

Volver a ser niños


   Es verdad que la nostalgia se ha vuelto un verdadero negocio para las grandes productoras cinematográficas y televisivas estadounidenses. Los reboots, remakes, spin-offs, o lo que fueren son constantes que venden y se siguen reproduciendo. El sólo hecho de que se revivan permanentemente viejos superhéroes es prueba suficiente de que se ha dado exitosamente con un nicho de mercado que contempla varias generaciones al mismo tiempo, pero que fundamentalmente llega a los adultos desde la nostalgia, y a sus hijos por extensión y contagio. Estos productos son desiguales; muchas de estas superproducciones se quedan en ejercicios estériles saturados de guiños y referencias, insertos en paquetes rutinarios y anodinos. Pero sin embargo también existen en la industria (es verdad, son los menos) creativos que saben entender, capturar la esencia y la magia que volvían a aquellos divertimentos tan populares y atractivos. 
   Se puede decir que J.J Abrams supo entender mejor la esencia misma de la vieja trilogía de Star Wars que el mismo George Lucas, su creador, y así es como la última entrega de la saga supo darle una nueva vida superando ampliamente a todas las de los 2000, justamente por haber sabido recrear y revivir aquellos mismos elementos que en un principio volvían a la franquicia adictiva. De esta misma manera, los hermanos mellizos Matt y Ross Duffer demuestran aquí tener un profundo conocimiento de las películas de aventuras de los años ochenta, aquellas que nacieron bajo el ala de Spielberg y que tan hábilmente supieron renovar el cine de géneros. Quienes hayan disfrutado alguna vez de películas protagonizadas por niños como Los Goonies, E.T., Stand By Me o de adaptaciones de novelas de Stephen King como IT o Ojos de fuego, no deberían perderse esta sobresaliente serie. 
   Además de una notable banda sonora que se impone a fuerza de sintetizadores, una secuencia de inicio inspirada en el trabajo de Richard Greenberg –el artista que diseñó la introducción de clásicos como Alien, Superman, Arma Mortal, La zona muerta y Los Goonies– una recreación de época en la que no faltan los juegos de rol, los walkie-talkies de corto alcance, las bicicletas BMX, la comida chatarra y la música de bandas como The Clash, Joy Division y Jefferson Airplane, los hermanos Duffer supieron construir la acción considerando todos estos pequeños detalles, la clase de minucias que a los niños de la época nos hacían felices, recuperando de algún modo esa atmósfera y esa belleza perdida que supo caracterizar a ese tipo de películas. Los Duffer no son los primeros en hacerlo ni serán los últimos. Ya en la película Super 8, pero sobre todo en la brillante Monster House se hacía un notable uso de este mismo universo. 

   Por supuesto, la clave de un emprendimiento de este tipo es adaptar ese mundo a los ritmos, las estructuras narrativas y las exigencias de los espectadores de hoy. Y seguramente ahí se encuentre la verdadera razón de que Stranger Things sea un éxito radical y que esté dando que hablar en cada confín del planeta; y es que más allá de ser un notable ejercicio de nostalgia, está brillantemente narrada: cuenta con una docena de sólidos personajes que tienen una progresión coherente, que van desarrollándose conjuntamente con la historia, abordada desde una perspectiva coral y caleidoscópica, más propia de nuestros tiempos. La desaparición de un niño moviliza al mismo tiempo a un sheriff, a una madre desesperada y a un grupo de amigos, pero también seguimos las desventuras de una adolescente y de una enigmática niña escapada de un laboratorio. Esta construcción coral visita y engloba al mismo tiempo a esos géneros que proliferaron en los ochenta: la ciencia ficción, el cine de aventuras, la comedia juvenil, el thriller, el terror. Ninguna de las historias es absolutamente original (corresponde decir que nada deja de oler y sentirse como un déjà vu), pero es sumamente interesante cómo la serie unifica piezas tan aparentemente dispersas como el infame proyecto MK ultra, los superpoderes, y una dimensión paralela y oscura de monstruos viscosos, propia del videojuego Silent Hill. En su despliegue, la estructura coral recuerda asimismo a una notable serie reciente, la francesa Les Revenants, en la cual dentro de un pueblo cada uno de los personajes también iba encontrándose con una pieza distinta de un rompecabezas, de modo que el espectador deseaba que todos ellos se juntaran de una buena vez, pudiéndolo armar en equipo. 
   En definitiva, eso es lo interesante y lo fundamental de Stranger Things: es clásica y moderna al mismo tiempo, es nostalgia y también reformulación, es simultáneamente una pieza de relojería rebosante de detalles y un sentido homenaje; es infantil y a la vez adulta. Lo único que cabe esperar es que los Duffer filmen ya mismo la próxima temporada, antes de que los niños protagonistas crezcan medio metro, les cambie la voz y cambien sus bicis por carrocería 4x4.

Publicado en Brecha el 5/8/2016