viernes, 31 de enero de 2020

Parásitos (Parasite, Bong Joon-ho, 2018)

Las clases sociales en la mira 


Esta película obtuvo seis nominaciones a los óscar, pero no justamente en categorías menores: mejor película, mejor película extranjera, mejor dirección, mejor guion original, mejor montaje, mejor dirección artística. Cartón prácticamente lleno en los rubros clave de la creación cinematográfica. El hecho de competir como visitante es, además, especialmente meritorio, considerando que, con suerte, una sola película extranjera (léase, de cualquier parte del mundo exceptuando Estados Unidos) logra semejante privilegio cada año. 2019 fue el año de Roma, ahora le tocó el turno a Parásitos

Inspirada levemente en experiencias personales del mismo director-guionista Bong Joon-ho –cuando estudiante obtuvo un trabajo como tutor de un niño, en una lujosa mansión–, la trama se centra en una familia humilde, cuyos miembros se desempeñan en trabajos temporales y mal remunerados. Cuando se les presenta una oportuna ocasión, comienzan a urdir estratagemas para comenzar a trabajar en la casa de una familia acaudalada. Así, se las ingenian para presentarse sutilmente como los indicados para satisfacer necesidades específicas, en ocasiones boicoteando a algunos de los trabajadores que allí trabajan. Su integración “parasitaria” comienza a ser creciente y así, de malvivir en un sótano que se inunda cuando llueve, pasan a “convivir” junto a una sofisticada familia burguesa. 

A pesar de que los invasores utilizan medios poco éticos para sus objetivos, es inevitable tomar partido por ellos, ya que, en contraste, parecen más merecedores de un desenlace positivo. Los dos mundos entran en conflicto, y por oposición, se despliega una notable radiografía social, en la que los resentimientos, las fobias, los estigmas, las ambiciones y demás sentimientos suscitados por las desigualdades son notablemente explorados. Asimismo, al igual que en brillantes películas como El sirviente, La nana, Los dueños o Gente de bien, esa transgresión por la cual los trabajadores atraviesan los difusos umbrales de lo permitido (quizá sentarse en el sillón del patrón pueda ser interpretado como una falta terrible) es notablemente explotada, generando grandes momentos de incomodidad, pero asimismo llamando a una reflexión al respecto. En el mundo capitalista actual, es sumamente improbable que dos familias de este porte se crucen en un mismo espacio físico, a no ser que los unos trabajen para los otros, o que, de algún modo, las clases medias empobrecidas encuentren la forma de burlar o “hackear” el sistema: de la misma manera en que la familia humilde se las ingenia para robar señal de wifi, se ve cómo sólo con argucias pueden acceder a sitios totalmente vedados. El ascenso social parece imposible, y la creciente agudización de la brecha social genera la existencia de rígidas “castas”, y un creciente desprecio hacia los estratos inferiores. 


La palabra “parásito” tiene una interesante acepción: refiere justamente a una “persona que vive a costa de otra persona o de la sociedad”. De a poco, la película exhibe sutilmente que, lejos de lo evidente, los parásitos referidos en el título podrían no ser necesariamente los invasores, sino los mismos integrantes de la familia rica. En la obra de Bong siempre estuvieron presentes los temas económicos y sociales, pero el director nunca antes se había detenido con tanto acierto y sentido del humor en las abismales diferencias que se viven en el mundo y en particular su país, Corea del Sur. Los imperios empresariales o “chaebol” dominan la economía de la península desde hace décadas, y varios cineastas (como Lee Chang-dong, en su insuperable Burning) han reflejado recientemente en su cine la presencia de nuevos, excéntricos y poderosos millonarios, proclives a las excentricidades y al consumo de artículos de lujo.

Publicado en Brecha el 24/1/2020

Las películas de Bong Joon-ho

Y pisa fuerte 

Parásitos ha llegado tan lejos como ninguna otra película surcoreana. Como si la palma de oro, máximo galardón del festival de Cannes, no hubiese sido suficiente, el 13 de enero fue nominada también a seis óscars. El gran reconocimiento es merecido: su director, Bong Joon-ho, es uno de los grandes cineastas del siglo XXI, un realizador que desde hace veinte años viene generando un cine novedoso, incómodo, y sorprendentemente divertido. 


Si bien para muchos el director asiático puede parecer un recién llegado, lo cierto es que es una auténtica celebridad desde hace bastante tiempo. Memories of Murder (2003), su verdadera obra maestra, ya en su momento fue un gran suceso popular en su país, y atravesó medio mundo en un estimable circuito de festivales, arrasando con docenas de premios, además de ser aclamada por la crítica internacional y de convertirse inmediatamente en una obra de culto. Luego, The Host (2006), su siguiente largometraje fue, a la fecha de su estreno, la película surcoreana más taquillera de todos los tiempos. Desde entonces, sus películas son estrenadas en los más prestigiosos festivales del mundo (Cannes, Berlin, etc); The Host, Snowpiercer y Parásitos, fueron taquillazos que superaron los 10 millones de espectadores cada una. 

Como Quentin Tarantino, Bong Joon-ho es uno de los pocos directores que logran ganarse tanto la aprobación de la crítica como del público. Esto seguramente se deba a que supo amalgamar el más popular cine de géneros con temáticas profundas, y que logró que en sus relatos se entrecrucen notablemente la comedia con el thriller, el humor más físico con una incomodidad dramática típica del cine surcoreano. Varias de sus películas se inscriben en el terreno de la fantasía, pero alcanzando puntas melodramáticas inesperadas: por más que esté contando historias de monstruos, de cerdos gigantes, o de un tren que da vueltas alrededor del mundo en una tierra helada y posapocalíptica, como espectadores nos vemos en la necesidad de tomarlas en serio. Bong sabe vender la idea de universo cerrado y coherente, de realismo, de verosimilitud, y los artificios en este sentido están tan finamente integrados que la suspensión de la incredulidad se vuelve total: con historias atractivas, ritmos trepidantes y personajes sumamente sólidos, sus películas llevan, como pocas otras, a una adhesión sistemática. 


En su primer largometraje, Barking Dogs Never Bite (2000), Bong ya exhibía varios de sus rasgos autorales: una notable dirección de actores (aquí trabajaba por primera vez con la brillante Doona Bae), un humor negro muy efectivo, y la oscilación constante entre el drama y la comedia. La acción transcurría en torno a un edificio de apartamentos poblado de excéntricos personajes. Quizá lo más sorprendente es que, tratándose de un debut, Bong haya contrabandeado gags desopilantes en escenas de sobria tensión, algo que sólo un gran conocedor del lenguaje audiovisual podría hacer sin caer en el ridículo. La trama se centra en un profesor desempleado que está harto de los ladridos de los perros vecinos, y que se decide a secuestrarlos, con consecuencias inusitadas. Una película ideal para horrorizar a los amantes de los animales, aunque en los créditos se aclare que ninguno de ellos fue lastimado durante el rodaje. A pesar de ser sólida y sumamente entretenida, probablemente Barking Dogs… sea la menor de su filmografía, y el director ha señalado que, en aquella ocasión, tuvo que renunciar al corte final y ceder a las presiones de los productores, una mala experiencia que, por fortuna, no se ha vuelto a repetir. 


Memories of Murder comienza como un policial negro cualquiera: una serie de crímenes truculentos tienen lugar en un pueblo rural y un par de detectives se abocan al caso. Pero en seguida comienzan las singularidades y se impone una ambientación político-social: la acción tiene lugar en 1986, aún plena dictadura militar, y entre los métodos de “investigación” se encuentran los interrogatorios con tortura, o el “plantar” pruebas en las escenas del crimen. Cuando un detective enviado expresamente de Seúl se incorpora para resolver al caso, se encuentra con que todo lo que se pudo haber hecho mal, se hizo mal, e intenta dar con el asesino con rigor y métodos civilizados. Aquí Bong traicionaba todas las expectativas de género (siguen spoilers), ya que la ausencia de pistas, la desesperación por alcanzar una resolución y el empecinamiento en dar con un responsable lleva a que los detectives acaben “inventando” respuestas que encajan con los resultados que precisan; y por más que se esfuerzan, el homicida nunca es descubierto. En ese proceso, lo que acaba siendo central es el creciente camino hacia la corrupción, y la transformación del protagonista en un personaje sumamente cuestionable. 


Para The Host, Bong contó con un brillante equipo de animadores y expertos en diseño, animatronics y CGI, logrando uno de los monstruos gigantes más impresionantes (y desagradables) que se hayan podido ver en el cine. Los toros de las corridas en España fueron la inspiración principal para crear los movimientos de un engendro desbocado que arrasa con la ciudad de Seúl. Producto de que una división militar arrojase desechos tóxicos y mutágenos al río Han (siguen spoilers), este monstruo puede ser leído como una gran metáfora del terrorismo, creado y retroalimentado por el mismo gobierno que, para combatirlo, implementa medidas que empeoran la situación. Como para romper con todas las expectativas del público, la niña protagonista acaba falleciendo, en un desenlace inusual como pocos. 


Su siguiente película, Mother (2009) también comienza como un thriller tradicional. Hay también un asesinato, y el hijo de la protagonista, un muchacho con cierto retraso mental, es injustamente acusado. Su madre dará vuelta cielo y tierra para probar la inocencia de su hijo; lo sorprendente aquí (siguen spoilers) es que, en esta lucha infatigable por proteger la familia, –que sería presentada como un valor encomiable en cualquier thriller de Hollywood– se termina revelando una sobreprotección sumamente enfermiza y con consecuencias funestas. Y Bong continúa revirtiendo los parámetros del cine negro: mientras que en otras películas nos presentarían desde el comienzo a un personaje desagradable y cuestionable, enfatizando tales características negativas, esta película nos presenta a la protagonista como una señora apacible, amable y abnegada que llama a la empatía, hasta que ese otro perfil sale a la luz. 


Snowpiercer (2013) es una de esas películas cuya metáfora es evidente y hasta parece subrayada. Se trata de un thriller de ciencia ficción posapocalíptica, en el cual los esclavizados y harapientos trabajadores de los vagones traseros de un tren se amotinan y revelan contra las acomodadas secciones delanteras. A pesar de la obviedad en la referencia social, se trata de una película endemoniadamente entretenida, con grandes escenas de acción, personajes notables (Tilda Swinton y el actor fetiche de Bong, Song Kan-ho encarnan personajes extrambóticos y delirantes) y un micro-universo alucinante. Según ha contado Bong en reiteradas ocasiones, The Weinstein Company obtuvo los derechos para la distribución de la película, y en esa ocasión debió enfrentarse con Harvey Weinstein (el productor acusado por más de 80 delitos sexuales) para que no le recortara escenas clave. Justamente a Weinstein lo apodaban “manos de tijera” por su tendencia a destrozar películas; Bong relata que “visité sus oficinas y allí había gente trabajando en varias salas de edición. En una vi cómo troceaban The grandmaster, de Wong Kar-Wai, y pensé: si hacen eso con un genio, ¡qué no harán con mi película!”. Por fortuna, Bong había aprendido de su primera mala experiencia con Barking Dogs…, pudo ganar la pulseada, y se respetó su corte final. 


Para la escritura del libreto de Okja (2017), el director hizo una investigación sobre los mataderos; luego de ver un sinfín de horrendos documentales, decidió visitar en persona uno en Colorado, Estados Unidos, lo cual fue para él una experiencia tan desagradable que lo llevó a dejar de comer carne por un buen tiempo. Y la vivencia se encuentra notablemente recreada en la historia de una cerda gigante genéticamente creada por una multinacional para ser convertida en alimento. No conviene dejarse engañar por la apariencia “infantil” de la película, porque su visionado puede sufrirse como una certera patada en la boca del estómago. Ha trascendido que varios espectadores han dejado de comer carne luego de ver la película; Bong señaló al respecto que no era esa su intención, sino simplemente denunciar los métodos de producción industrial de los frigoríficos. 

Hoy Bong parece haber alcanzado ya su punto más alto de popularidad, y se encuentra en la mira de productores de todo el mundo. Actualmente se está negociando una adaptación televisiva de Parásitos para la HBO y el director ya tiene en miras dos proyectos: una película coreana de terror y un drama en inglés. Consultado sobre si le gustaría dirigir una película de superhéroes, su respuesta fue peculiarmente llamativa: “Tengo un problema personal, respeto la creatividad que se usa en las películas de superhéroes, pero en la vida real y en las películas, no soporto que la gente use ropa ajustada. Nunca usaré algo así y sólo ver a alguien con ropa ajustada me resulta mentalmente difícil. No sé dónde mirar y me siento sofocado”.

Publicado en Brecha el 24/1/2020

jueves, 30 de enero de 2020

Sobre los Óscar 2020

Lo de siempre, pero un poco mejor


El nivel de las nominadas a mejor película es bastante mejor que el de otros años. No hay entre ellas ninguna regular o directamente mala, como si lo hubo en otras ocasiones (todavía resulta difícil de entender cómo fue que, en años previos, películas como The Blind Side, Los miserables o Pantera negra llegaron a competir), y tampoco hay un favorito muy claro, por lo que cualquiera de las competidoras podría darnos una sorpresa. Incluso entre ellas, las nominaciones de las diferentes categorías están bastante distribuidas; Joker ligó once, Había una vez en Hollywood, 1917 y El irlandés diez, Jojo Rabbit, Mujercitas, Parásitos e Historia de un matrimonio seis y, más rezagada, Ford v Ferrari con solamente cuatro. 
Pero claro que podemos especular: sería lógico que ni la surcoreana Parásitos ni Mujercitas ganaran. Esto principalmente debido al perfil estadounidense y masculino de la mayoría de los votantes de la academia, y su probable reticencia a votar una película extranjera en el primer caso, y otra rebosante de femineidad en el segundo. También deberíamos descartar las muy masculinas Ford v Ferrari y El irlandés, ya que, si bien la academia tiene un marcado perfil conservador, últimamente tampoco se inclinan por las películas más convencionales y clásicas del cuadro. Además, Netflix señala que un 82% de los usuarios de la plataforma que comenzaron a ver El irlandés la abandonaron sin terminarla; correspondería estimar que algunos de los votantes también se vean hastiados por sus tres horas y media de duración. 
Jojo Rabbit no tiene muchas chances por ser más bien pequeña, liviana e irregular, (aunque si en 2018 ganó La forma del agua, todo es posible) y como Hollywood es más bien proclive a los grandes despliegues espectaculares, correspondería desestimarla, al igual que Historia de un matrimonio. De todos modos, la última parece una candidata mucho más sólida; hace pocos años ganaba Spotlight, una película que, como ésta, tiene su sustento en los diálogos y su acción transcurre casi toda en interiores. 
La contienda quizá se dispute entonces entre 1917, Joker y Había una vez…: la primera de ellas sería otra más de las tantas películas bélicas en llevarse el principal galardón, la segunda una apuesta hacia esta mixtura de cine de superhéroes y cine serio a la que parecería volcarse la industria y la tercera un reconocimiento más al ídolo pop Quentin Tarantino, además de una celebración nostálgica, ombliguista y algo crítica a la propia historia de la industria, por lo que quizá podría pensarse como la candidata con mayores posibilidades. Tampoco sería de extrañar que el óscar a mejor actor vaya para Leonardo Di Caprio: su papel en Había una vez… es un auténtico tour de force actoral, en el cual el intérprete transita una vasta variedad de registros, en un juego de cine detrás del cine. A pesar de que Di Caprio ya se ganó el galardón hace cinco años con El renacido, difícilmente sus colegas desestimen tal desempeño. 
Por su parte, la notable Parásitos seguramente se lleve el premio a mejor película extranjera, pero además es probable que a su director Bong Joon-ho le den el reconocimiento (lo merece desde hace un par de décadas) de la misma manera que el año pasado se lo otorgaron al mexicano Alfonso Cuarón. Ya estamos acostumbrados a que una gran película extranjera compita cabeza a cabeza en varios rubros (el año pasado Roma corría con diez nominaciones), aunque sus triunfos en la ceremonia suelen ser exiguos. 


Por supuesto que ya salieron unas cuantas voces a decir lo esperable: que, al igual que casi todos los años, entre los directores nominados no hay ni una sola mujer, y que entre los veinte nominados en las categorías de mejores actores y actrices hay una sola persona negra (Cynthia Erivo, por su protagónico en Harriet). En realidad, lo extraño sería que las nominaciones no se configurasen así, visto y considerando que, como decíamos, la academia y la totalidad de Hollywood vienen integrados desde siempre por hombres blancos y ricos. Si bien es cierto que estas quejas son omnipresentes desde hace rato y que incluso la academia ha dado muestras de querer revertir esta situación, difícil sería terminar con un problema estructural tan profundo: en definitiva, los votantes siguen siendo en su mayoría hombres blancos, y seguirán votando películas hechas en su gran mayoría por hombres blancos. El ruido al respecto es tan inevitable como necesario para que la discriminación acabe revirtiéndose, pero aún podrían faltar décadas. No es menor, y también se ha señalado extensamente en los últimos días, que varias de las nominadas a mejor película están centradas en protagonistas hombres, y en temáticas tradicionalmente masculinas: 1917 (clásico modelo de cine de guerra), Ford v Ferrari (carreras automovilísticas), El irlandés (gángsters), y Había una vez... (buddy movie). Una película como Joker, centrada en un hombre fracasado y marginal en su cuesta abajo hacia el terrorismo, difícilmente sería considerada si tuviese como protagonista a una mujer. Ya sería hora de que los productores de Hollywood comenzasen a darse cuenta de lo vetustos y desgastados que se presentan ya determinados patrones de género, poco disímiles de los que vienen gestándose hace décadas.

Publicado  en Brecha el 17/1/2020

lunes, 27 de enero de 2020

Jojo Rabbit (Taika Waititi, 2019)

Fábula con vaivenes 


Jojo es un niño de diez años que absorbe la propaganda nazi como si fuese una esponja. Durante la Alemania de la Segunda Guerra, todo su entusiasmo parece volcarse hacia el partido y su fanatismo a la figura del Führer. Tal es su obsesión que el mismo Adolph Hitler se le aparece como un amigo imaginario, para darle consejos y volverse parte indisociable de su vida. Claro que es un Hitler alto, flaco, aniñado y extremadamente gracioso. Taika Waititi, director de esta película, no es solamente un notable director de series y películas (Flight of the Conchords, What We Do in the Shadows, Hunt for the Wilderpeople) sino que además ha demostrado ser un gran actor de comedia, e interpreta aquí a una de las encarnaciones cinematográficas más impensables y ocurrentes que se han hecho del genocida alemán. 
Claro que no es algo realmente novedoso una sátira burlesca de este porte, ya lo había hecho Charles Chaplin en el año 1940, y desde entonces este tipo de aproximaciones han sido prácticamente ininterrumpidas (recientemente veíamos caricaturas igual de delirantes en la sueca Kung Fury o la alemana Er ist wieder da). Al menos en lo que refiere a este punto, la etiqueta de “humor irreverente” no debería ser utilizada para referirse a esta película: sólo faltaría que no se pudiesen hacer chistes sobre figuras fallecidas hace 75 años, o sobre los acontecimientos históricos en los cuales estuvieron inmersas, por más terroríficos que hayan sido. 
En definitiva, se hace uso de un humor más o menos efectivo, con momentos realmente notables, como las reiteradas burlas al saludo nazi (justamente, como lo hacía antaño Chaplin), o ciertas escenas al interior de un campamento para niños, en el que el siempre brillante Sam Rockwell interpreta a un amanerado entrenador. Pero el tono no es humorístico todo el tiempo y, por momentos, toca notas verdaderamente graves. Al menos en lo que refiere al nazismo, no se esconden ciertos horrores: el fanatismo atroz, la febril persecución de todo aquel que fuese o pensase diferente, las ejecuciones públicas. La muerte de un personaje específico provee una importante dosis de dramatismo al cuadro, eximiéndolo así de caer en una “liviandad” inadecuada. 
Pero quizá sí haya un desacierto importante sobre el desenlace de esta película (siguen spoilers), en el cual en la Alemania recién liberada se respira libertad, y los personajes salen a la calle con tranquilidad, viendo incluso la ondeante bandera estadounidense surcar las calles: prácticamente un lugar común de las recreaciones cinematográficas de la época. Quizá sea esta la única inconsistencia histórica imperdonable de Jojo Rabbit: se sabe que, cuando la caída de los nazis, las tropas invasoras (principalmente el Ejército Rojo, aunque los estadounidenses y los franceses no quedaron muy atrás) sembraron el terror sobre la población civil, violando a dos millones de mujeres y niñas, además de convertir a prácticamente la totalidad del territorio alemán en un campo de impunidad para saqueos y abusos de cualquier tipo. No era justamente el momento histórico más atinado para ambientar una escena final de baile.

Publicado en Brecha el 17/1/2020

miércoles, 22 de enero de 2020

Las "mejores" películas de la década y del siglo

La hegemonía omnipresente 

El cambio de década y la llegada al 2020 dispararon, por parte de revistas y sitios especializados en cine, varios listados de películas imprescindibles o denominadas simplemente como “las mejores” de la última década o de lo que va del siglo. Son listas sumamente interesantes, ya que exhiben hasta qué punto están comenzando a gestarse nuevos cánones, y qué películas recientes (algunas de las cuales ya cumplen veinte años), comienzan a ser vistas como nuevos clásicos. Por supuesto, en estos listados pueden encontrarse ciertas tendencias y destaques curiosos. También, algunas deficiencias y omisiones. 



Las votaciones suelen obedecer individualmente a subjetividades y caprichos personales; cada votante elige las películas estrenadas en determinado período que les dan mayor satisfacción y deciden integrarla a su lista. Cuando se reúnen las votaciones individuales y se hace el recuento, comienzan a repetirse algunos títulos, normalmente películas conocidas y bien difundidas; a la inversa, van quedando sepultadas otras más marginales. De esta manera, Million Dollar Baby de Clint Eastwood, que todo el mundo vio gracias a su distribución masiva, y que está respaldada por un autor de renombre, corre con muchas ventajas en comparación con, por ejemplo, películas rumanas sobresalientes, como pueden ser La muerte del Sr. Lazarescu de Cristi Puiu, o Cuatro meses, tres semanas, dos días, de Cristian Mungiu. Es decir, filmes que quizá varios de los votantes nunca vieron, o no tuvieron la oportunidad de ver. 

Es verdad que es muy difícil comparar películas tan diferentes entre sí, pero cierto es que estos listados no hacen distinción alguna entre unas y otras, más que reunirlas simplemente como “las mejores”: documentales, ficción, animación, y de variadas nacionalidades compiten y se integran a los podios dando una (falsa) idea de amplitud y diversidad. Así, en la lista de la BBC “The 21st Century’s 100 greatest films” figuran, entre los 10 primeros puestos, una película china (Yi-Yi, de Edward Yang), una hongkonesa (Con ánimo de amar de Wong Kar-wai), una japonesa (El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki) y una iraní (La separación de Asghar Farhadi). El resto son estadounidenses: There Will Be Blood, de Paul Thomas Anderson, Mulholland Drive, de David Lynch, Boyhood, de Richard Linklater, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, de Michel Gondry, El árbol de la vida de Terrence Malick, No Country for Old Men de los Coen. 

Los nuevos “elegidos”. No hay con qué darle a There Will Be Blood, llegada a estas latitudes con el título de Petróleo sangriento. Tanto The New York Times como The Guardian la colocaron en el primer puesto de sus respectivos listados de películas del siglo, y en el de la BBC aparece en el tercero (Mulholland Drive y Con ánimo de amar la superaron), configurándose ya como un nuevo clásico. El resto de los títulos difiere bastante, aunque sólo uno más, Boyhood, figura entre los primeros diez de las tres listas: en el octavo puesto de The New York Times, en el quinto de la BBC y en el tercero de The Guardian. 

Lo que hasta ahora está clarísimo es que Estados Unidos es el ganador absoluto, y que aún cuando estos listados parecieran más diversos, se impone con mayoría abrumadora, sin dudas como una consecuencia de la visibilidad privilegiada (por no hablar de colonialismo cultural) de la que hablábamos con anterioridad. El semanario estadounidense Variety, uno de los medios de más prestigio para la cinefilia, publicó su top 10 de películas de la década 2010-2019, con un énfasis ya casi absurdo: nueve de ellas son estadounidenses, con la única excepción de Amour, del austríaco Michael Haneke, en el séptimo puesto. El listado de The Guardian es el único que tiene una película latinoamericana entre sus primeros diez puestos: Zama, de Lucrecia Martel, figura en el noveno lugar, un logro prácticamente inaudito. En el top 100 de la BBC, recién figura una latinoamericana en el puesto 89, La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel. Dos puestos más abajo, en el 91, se ubica El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. 

Como sea, examinando los títulos más repetidos, está claro que los directores que han adquirido mayor renombre en los últimos tiempos han sido principalmente Paul Thomas Anderson, quien llegó a colocar hasta tres títulos en un mismo listado (en el top 100 de la BBC, además de Petróleo sangriento, en el número 1, entraron The Master, en el puesto 24, y Inherent Vice en el 75). Otros repetidos han sido Haneke (Amour, La cinta blanca y Caché figuran en varios listados), Charlie Kaufman (Synechdoque, New York, Anomalisa) Los hermanos Coen (No Country For Old Men y Inside Llewyn Davis, principalmente), el tailandés Apichatpong Weerasethakul (Uncle Boonme Who Can Recall His Past Lives, Tropical Malady), Christopher Nolan (Memento, The Dark Knight) y Wes Anderson (Los excéntricos Tenembaum y El gran hotel Budapest). 



Circulo vicioso. Por fortuna, estos listados no son ni rígidos ni inamovibles. Los gustos cambian con el tiempo, un director “de moda” en determinado momento puede sucumbir en el olvido luego de pasadas un par de décadas, para luego “renacer” más adelante, gracias a retrospectivas y revisiones. Pero los cánones tienen una cualidad que es la de “retroalimentarse” a sí mismos. Al determinarse ciertas películas como “canónicas”, estos listados suelen llamar la atención sobre ellas, causando el efecto de que muchos cinéfilos corran a verlas, y que más adelante, llegada la ocasión, se apresten a votarlas como “las mejores”, generando así una suerte de círculo vicioso. Aún hoy se discute por qué Los siete samuráis figura siempre como la mejor película de Kurosawa, o por qué Vértigo es considerada la mejor de Hitchcock, cuando ambos cineastas tienen tantas otras obras maestras en su filmografía. Esto es aplicable a otros maestros como David Lean, Jean Renoir, Stanley Kubrick, John Ford, Federico Fellini, Howard Hawks, Ingmar Bergman, Sergei Einsenstein, Francis Ford Coppola, Robert Bresson, Andrei Tarkovsky y tantos otros. 

De los listados nombrados, quizá el más interesante sea en definitiva el de The New York Times, cuyos votantes tuvieron la osadía de incluir en su top 25 del nuevo milenio tres películas chinas, unas pocas europeas y un animé, pero que también deja en claro, como prácticamente todos, su radical ninguneo al cine latinoamericano. Quizá como para despegarse de todos estos listados, la revista francesa Cahiers du Cinemá publicó su “Top 10 des années 2010”, en la que aporta su toque de excentricidad colocando en el puesto número 1 a una serie: Twin Peaks: The Return, de David Lynch, y extendiendo a continuación una selección de títulos especialmente herméticos, por no decir directamente snobs. Aquí la tendencia se mantiene, aunque con el eje en Europa. Este listado incluye tres películas francesas, cinco europeas de otros países y una tailandesa. 

Unidireccionalidad. Lo curioso de todo este asunto es que, en los últimos veinte años, hemos vivido una auténtica revolución a nivel cinematográfico: el cine latinoamericano tuvo un boom sin precedentes en las últimas dos décadas; Brasil, Argentina, Chile, México, Colombia y Perú principalmente han dado año tras año títulos brillantes, que a menudo se distribuyen casi exclusivamente en el circuito de los festivales, con grandes dificultades para trascender las fronteras de sus países. Y a pocos cinéfilos se les escapa que una de las producciones cinematográficas más descollantes del siglo ha sido la de Corea del Sur, la cual tampoco tiene una representación justa en estos listados. De hecho, según estas listas, el único boom habría acontecido en Estados Unidos, y todos sabemos que eso no es cierto. 

No se trata de exigirles a estas listas una mayor amplitud, ellas son el resultado evidente del sitio hegemónico en el que se originan, y de la unidireccionalidad de la información en un mundo “globalizado”. Pero a modo de conclusión, se vuelve especialmente necesaria la existencia de listados alternativos, deliberadamente despegados de los privilegios de la difusión masiva. Curiosamente, uno de los listados más interesantes que se han confeccionado a fin de año fue uno elaborado por el sitio especializado Letterboxd, llamado “The 2010s-Top International Feature Films”, en el cual se propone una selección de las mejores películas de la década, excluyendo las estadounidenses. Allí aparecen títulos realmente valiosos (en muchos casos desconocidos) de los más diversos orígenes. Resulta crucial contrarrestar las listas dominantes (naturalmente excluyentes) con este tipo de listados, e incluso con otros más orientados y específicos. 

Es hora de que comiencen a esbozarse listas alternativas, en las que críticos, programadores y cinéfilos especializados elijan específicamente el cine producido en estas “periferias” culturales. Lamentablemente, como el cine dominante lo es para todos, es probable que, si la votación abarcara a “todas” las películas, los votantes latinoamericanos también acabarían sumando puntos a Paul Thomas Anderson, David Lynch y Clint Eastwood, sin que necesariamente sean “los mejores”. Pero lo cierto es que aún no ha aparecido un listado serio en la que se definan “las mejores películas latinoamericanas del siglo”, quizá votadas por críticos, programadores y cinéfilos especializados de América Latina. Sería al menos un intento de contraponer otro cine sobresaliente, otros cánones, de dar a conocer grandes talentos que merecen un mayor reconocimiento.

Publicado en Brecha el 10/1/2019

viernes, 17 de enero de 2020

Diane (Kent Jones, 2018)

Una mujer fantástica 


Kent Jones fue, durante muchos años, el archivista de Martin Scorsese y un gran colaborador en sus documentales. Hoy es un reconocido crítico de cine (participó en publicaciones como Film Comment, Cahiers du Cinema y The New York Times), así como programador y actual director artístico del Festival de Cine de Nueva York. Se comenta que, tanto su documental Hitchcock/Truffaut (enfocado en el influyente libro nacido de la conversación entre ambos cineastas) como Una carta a Elia, (el cual co-dirigió junto a Scorsese y se centra en la afición de este último por el cine de Elia Kazan), son notables lecciones de cine, y que en ninguno se percibe ni un ápice de superioridad o altanerismo. Todo este gran bagaje, toda esta sencillez, parecerían volcados en esta brillante película. 

Son realmente escasas las aproximaciones cinematográficas a la tercera edad; y las pocas cuyos protagonistas se encuentran en esta franja etaria suelen ser comedias livianas, en muchos casos algo ridículas y hasta ridiculizantes. Pero abordajes del porte de esta película* son hoy prácticamente marginales, y es algo que durante su metraje se hace sentir constantemente: los conflictos de la protagonista, si bien no escapan a lo que pudiera vivir cualquier persona en cualquier parte del mundo, se perciben como algo radicalmente novedoso. Se vuelve atrapante la templanza con que esta mujer septuagenaria (interpretada por una insuperable Mary Kay Place), acude periódicamente a visitar a su hijo drogadicto –quien la recibe sistemáticamente con insultos–, visita a su prima convaleciente de un cáncer terminal y sirve cenas a personas de bajos recursos. Entre una cosa y otra, se reúne con amigos, conversa con personajes variopintos, escribe notas en su cuaderno y conduce su automóvil en el gélido invierno del oeste de Massachusetts. Pero con un carácter fuerte que despierta la identificación y notables pinceladas de humor, el cuadro dramático se ve notablemente alivianado. La gran dirección de actores y la naturalidad obtenida despiertan la sensación de que no hay nada de artificial, nada de forzado en este cúmulo de conversaciones casuales y situaciones cotidianas. 

El sentimiento de culpa de la protagonista y su “único pecado terrible” (como ella misma lo define) cometido hace décadas, pesan sobre ella y suponen una carga vital que determinan su existencia toda. De a poco, la película va desvelando este suceso pasado y las razones por las que un asunto menor fue configurándose y percibiéndose por ella misma como un gran lastre, con una sutileza psicológica tan convincente como universal: nadie impregnado en mayor o menor medida por la culpa judeo-cristiana podría sentirse ajeno al sentir de Diane. Y quizá por detrás de sus buenas acciones exista un imperioso deseo de enmendarse y redimirse. 

 A sus sesenta años Kent Jones filmó esta, su primera película de ficción, inspirado en experiencias propias y en la personalidad de su madre, lo cual explica en parte la enorme carga de autenticidad obtenida.

Publicado en Brecha el 10/1/2019

jueves, 9 de enero de 2020

Star Wars: El Ascenso de Skywalker (Star Wars: Episode IX - The Rise of Skiwalker, J. J. Abrams, 2019)

Tensión al 25% 


Hace ya 42 años que, con grandes dosis de creatividad y audacia, George Lucas daba inicio a una de las sagas más influyentes y representativas del cine hollywoodense. Desde entonces, muchísima agua ha pasado por abajo del puente; un par de décadas después la franquicia continuó con una segunda trilogía bastante floja (1999-2005) en la que Lucas demostraba que la mayor parte de su talento tras de cámaras se había extinguido, y que enfrió los ánimos de los productores durante un buen tiempo. Pero en el 2015 Star Wars renació de la mano de Disney (que compró el 100% de las acciones de la productora Lucasfilm Ltd.) y del productor y director J.J. Abrams, quien tuvo el buen criterio y la inteligencia necesarias como para colocarla de nuevo en sus carriles. Desde entonces el boom y los millones de fans, que permanecían latentes, resurgieron y se potenciaron, así como comenzaron a lanzarse todo tipo de historias asociadas con este oportuno y multimillonario producto: spin-offs, nuevas series y programas de televisión, novelas, historietas, videojuegos, juegos de rol, etc. 
Esta película vendría a ser el episodio IX, la última entrega de la última trilogía, pero no conviene engañarse, ya que habrán muchas más. Ya están anunciadas a futuro dos trilogías más y, probablemente, unos cuantos spin-offs
El planteo adolece de varios de los problemas acontecidos desde la llegada de Disney. En primer lugar, hay aquí un factor mágico que, si bien es algo inherente a la saga desde sus inicios, en las últimas tres películas se vio potenciado. Antes, la comunión con “la fuerza” era una habilidad casi mística y sumamente difícil de dominar para un jedi, pero en ningún caso daba grandes superpoderes a sus usufructuarios. Desde el anterior episodio da nada menos que la posibilidad de sobrevivir a explosiones, de volar a través del cosmos, así como el poder de revivir y, en caso de que uno ya esté muerto definitivamente, de seguir empleando sus facultades (como mover a antojo una nave espacial), desde el más allá. Todo esto supone un distanciamiento de cierta base terrenal, por la cual ciertos daños eran irreversibles, y los que morían lo hacían definitivamente (aunque se aparecieran de vez en cuando como figuras fantasmales y casi oníricas). 
En segundo lugar, y muy vinculado con esto último, Disney parece haber rebajado aún más ciertas situaciones de tensión o riesgo extremos. Esto tiene que ver con un planteo mucho más light, por el cual no parece existir una amenaza real sobre los personajes. De hecho, viendo la película fríamente, uno podría creer que los protagonistas son mucho más sanguinarios que sus enemigos; mientras los “buenos” asesinan sin miramientos a decenas de storm troopers con sus rayos láser, estos últimos deciden apresarlos civilizadamente, sin golpearlos ni torturarlos y, sobre todo, sin ejecutarlos en el acto (lo que deberían hacer, vista su condición de antagonistas potencialmente peligrosos). De la misma manera, durante una persecución sobre vehículos en el desierto, los únicos con la capacidad de sobrevivir a los ataques son los protagonistas, quienes hasta caen de una pieza luego de que su vehículo explota. Es verdad que todo esto es típico en esta clase de producciones familiares, pero en definitiva le resta emoción y riesgo a las situaciones. 
Cierto es que se trata de una película disfrutable, con una historia bien hilada, con buen ritmo, logrados efectos visuales y sonoros, personajes atractivos y muchos guiños para los fans, pero también se echa en falta mucho de aquella audacia, frescura y riesgo iniciáticos. Algo por cierto lógico, tratándose ya de una decimotercera entrega cinematográfica de un sobre-exprimido universo mainstream.

Publicado en Brecha el 3/1/2020

viernes, 3 de enero de 2020

Las mejores películas del 2019

Como en verano no existe nada mejor que hacer que ver películas, acá publico mi top de favoritas de este 2019. Se fueron a cuarenta, porque a veces duele demasiado dejar ciertos títulos afuera.

Es una lista caprichosa, personal, un rejunte de cosas que pude ver en festivales, en casa, en la querida Cinemateca y en otros sitios no tan aconsejables. Algunos títulos fueron estrenados en 2019, otros me llegaron tarde. Algunos se consiguen fácilmente y a otros toca esperarlos. Otros, los menos, son como figuritas difíciles que vale la pena rastrear.
No las vean todas de un tirón, que se pueden llevar una gran indigesta. Buen año, y buen provecho!


1 - Wilkolak (Adrian Panek, Polonia).
2 - Un elefante sentado y quieto (Bo Hu, China).
3 - La vida invisible (Karim Ainouz, Brasil).
4 - El reino (Rodrigo Sorogoyen, España).
5 - Sicilian Ghost Story (Fabio Grassadonia, Antonio Piazza, Italia).
6 - Burning (Lee Chang-dong, Corea del Sur).
7 - El capitán (Robert Schwentke, Alemania).
8 - Night is Short, Walk On Girl! (Masaaki Yuasa, Japón).
9 - En guerra (Stéphane Brizé, Francia).


10 - Una gran mujer (Kantemir Balagov, Rusia).
11 - Así habló el cambista (Federico Veiroj, Uruguay).
12 - Vice (Adam McKay, EEUU).
13 - Midsommar (Ari Aster, EEUU).
14 - La ciambra (Jonas Carpignano, Italia).
15 - Un día más con vida (Raúl de la Fuente, Damian Nenow, España).
16 - Why Don't You Just Die? (Kirill Sokolov, Rusia).
17 - Monos (Alejandro Landes, Colombia).
18 - Ya no estoy aquí (Fernandro Frías, México).
19 - Clímax (Gaspar Noé, Francia).
20 - Leto (Kirill Serebrennikov, Rusia).
21 - En los 90 (Jonah Hill, Estados Unidos).
22 - Dogman (Matteo Garrone, Italia).
23 - The Head Hunter (Jordan Downey, EEUU).


24 - Eight Grade (Bo Burnham, EEUU).
25 - Quién te cantará (Carlos Vermut, España).
26 - Tejano (David Blue García, Estados Unidos).
27 - The House That Jack Built (Lars Von Trier, Dinamarca).
28 - La paranza dei bambini (Claudio Giovannessi, Italia).
29 - La favorita (Yorgos Lanthimos, Reino Unido).
30 - First Love (Takashi Miike, Japón).
31 - Hogar (Maura Delpero, Argentina).
32 - Sulla mia pelle (Alessio Cremonini, Italia).
33 - Mutafukaz (Shôjirô Nishimi, Guillaume Renard, Francia).


34 - El campeón del mundo (Federico Borgia, Guillermo Madeiro, Uruguay).
35 - Los tiburones (Lucía Garibaldi, Uruguay).
36 - Midnight Runners (Joo Hwan-Kim, Corea del Sur).
37 - Gwen (William Mc Gregor, Reino Unido).
38 - The Guilty (Gustav Möller, Dinamarca).
39 - Rebobinado, la película (Juan Francisco Otaño, Argentina).
40 - A febre (Maya Da-rin, Brasil).