Hace ya dieciséis años se estrenaba El extraño mundo de Jack (su título original era The nightmare before christmas) un largometraje animado que escapaba a parámetros preexistentes. Se trataba de un musical meticulosamente armado, repleto de pequeños detalles, dotado de una estética tan encantadora como retorcida y lúgubre. Fue el primer largo íntegramente filmado con la artesanal y esforzada técnica del stop motion, por la cual se utilizan muñequitos en miniatura y se los fotografía cuadro a cuadro generando así la ilusión de movimiento. La película es un prodigio en la materia, y aún hoy es reverenciada por los estudiosos. También goza de un mérito inesperado; en los últimos años la figura de Jack Skellington, su esquelético protagonista, se ha vuelto un ícono omnipresente entre los jóvenes y un brutal fenómeno de merchandising. Pálido y sombrío, simpático e inquietante, presente en pins, carteras, billeteras, remeras y cuanta ropa pueda imaginarse, Jack es una poderosa manifestación cultural que enlaza de forma atractiva la infancia y la muerte, y puede verse por triplicado en cuanto ejemplar de emo, flogger o adolescente ataviado de negro ande en la vuelta.
Y contrariamente a lo que la mayoría piensa, El extraño mundo de Jack no es una película dirigida por Tim Burton. El título que la producción ordenó imprimir en posters y en tapas de vhs "Tim Burton's nightmare before christmas" conducía a tal engaño. Es verdad que Burton produjo, aportó la idea original, diseñó los caracteres principales -por lo cual la fiebre actual podría considerarse mérito suyo- e incluso supervisó el proyecto, pero lo cierto es que también lo delegó y dejó en manos de un experto animador de su mayor confianza: Henry Selick.
Cuando la película se estrenó y Burton estaba en boca de todos, el crítico Roger Ebert escribía para el Chicago Sun Times: "Pero el director del filme, un veterano maestro de la animación llamado Henry Selick, es la persona que ha hecho todo el trabajo. Y sus logros son inmensos. Trabajando con talentosos artistas y diseñadores, ha fabricado un mundo completamente nuevo, como los que vimos por primera vez en filmes como Metrópolis, El gabinete del Sr. Caligari y Star wars."
Es llamativo que precisamente la película más burtoniana de todas y la que mejor define su estilo no haya sido dirigida por Burton; y uno de los problemas que Selick a tenido desde entonces es que nadie lo reconoce, cuando sus méritos son indiscutibles. No son pocos los que incluso creen que su posterior película Jim y el durazno gigante es también de autoría de Burton, y la razón puede achacársele otra vez a los títulos promocionales: "de los realizadores de El extraño mundo de Jack", cuando no el maldito “Tim Burton´s”. Condenado a pasar su carrera a la sombra de su ocasional productor, Selick quizá pueda librarse al fin de ese lastre con esta notable Coraline y la puerta secreta.
Coraline, el libro original de Neil Gaiman, es una historia de terror. Específicamente, una historia de terror para niños, que es lo mismo que afirmar que es un cuento infantil con todas las de la ley, porque esos cuentos –o al menos los más memorables- presentan costados siniestros. El epígrafe de Coraline, de autoría de Chesterton, es insuperable: "Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos." ¿Para qué decirles a los niños que los dragones existen, si ellos ya lo saben? La vida real de los niños está plagada de monstruos, y los principales suelen ser sus propios padres. Seres que pueden mutar velozmente, pasar de ser fuentes de cariño y contensión a figuras coléricas y desagradables. Lo maravilloso de estos cuentos es la enseñanza de que los miedos pueden vencerse, que los escollos se pueden sortear con ingenio, valentía y espíritu aventurero. Coraline es una niña perfectamente normal como cualquier otra, no tiene poderes y su curiosidad natural y sus dotes de exploradora son sus principales atributos, las armas que finalmente utilizará para salvarse a sí misma y a los suyos y para ganarle a la bruja en su propio terreno.
La historia viene así: Coraline tiene once años y está mortalmente aburrida en su nueva casa, sus excéntricos vecinos no le interesan demasiado y aunque sus padres están presentes, se pasan el tiempo sumergidos en el trabajo y en sus computadoras y no parecen poder dedicarle ni un segundo. Un agregado genial en la película es que los padres escriben artículos sobre plantas cuando ni siquiera parece gustarles el aire libre ni la tierra y no tienen ni una sola planta en la casa, por lo que pasan inmersos en una abstracción impersonal, que en nada podría interesarle a un niño. Por hacer algo, Coraline comienza a explorar la antigua mansión –subdividida en varios departamentos- y descubre una puerta secreta que conecta su casa con una realidad paralela. Cuando la atraviesa, ve que allí tiene otro par de padres, quienes le ofrecen manjares, le prestan atención, le regalan espectaculares distracciones. Todo lo que parecía monótono e insípido en el mundo real, aquí presenta un atractivo colosal. Pero poco tiempo demorará en darse cuenta que ese mundo de ensueño no es más que una trampa maldita: la madre del mundo alternativo resulta ser un insecto abominable que pretende coserle botones en los ojos y que se alimenta de almas de niños.
Coraline y la puerta secreta podría describirse como una mezcla de “Alicia en el país de las maravillas” y “Hansel y Gretel”, con importantes similitudes con El viaje de Chihiro, y puntos en común con El mago de Oz, Las crónicas de Narnia, Laberinto, El laberinto del fauno, ¿Quieres ser John Malkovich? y Mirrormask (también escrita por Gaiman). Quizá el matiz distintivo sea que aquí el mundo real también tiene algunos elementos asombrosos y casi fantásticos: el ultraflexible vecino polaco y su banda musical de ratones, el amigo enmascarado (llamado Wyborn o Wybie, en un poco feliz juego de palabras) y un gato que desaparece a gusto. Esa superficie real en donde la desmesura ya está presente de antemano da un atractivo especial a la historia, reforzado por la naturalidad con que la niña se vincula con los extraños seres que la rodean, y la inmediatez que aporta el stop motion –no debe olvidarse que no se están viendo dibujos animados sino figuras reales y tangibles-. La obsesiva pulcritud y la imaginación de Selick lleva a que el universo plasmado no presente fisuras en su estructura interna, y que en él se levanten vuelos visuales increíbles, como la desintegración del entorno cada vez que Coraline encuentra un alma perdida, o su inmersión final en una gigantesca tela de araña.
Lo triste es que en Uruguay no se ha estrenado ninguna copia subtitulada, y las voces elegidas para el doblaje no fueron demasiado acertadas. Las que les pusieron a los niños fantasmas, por ejemplo, son tranquilizadoras en vez de ser espectrales y tenebrosas como las originales. Por su parte, ver la película en sala 3D aporta profundidad a unas cuantas escenas, pero los lentes requeridos opacan un poco la imagen, y no permiten disfrutar plenamente de su colorido. Quizá sea preferible -y sin dudas más barato- ver la película en una sala normal y corriente.
Publicado en Brecha 27/3/2009